sábado, 28 de noviembre de 2009

Dos excelentes comentarios......

Desesperanza y ternura,

por Agustín Squella

Cada vez que debatimos sobre asuntos morales aparecen en un extremo los absolutistas y los fanáticos, y en el otro, los indiferentes y los desinteresados. Y si bien un absolutista es siempre preferible a un fanático, mientras que un desinteresado lo es a un indiferente, lo cierto es que resulta difícil simpatizar con cualquiera de esos cuatro temperamentos morales.

Llamo indiferente a aquel que frente a una cuestión moral relevante —por ejemplo, si debe o no despenalizarse el aborto en ciertas circunstancias—, se encoge de hombros y dice que le da lo mismo tanto lo uno como lo otro, y considero desinteresado a aquel que, sin darle lo mismo una u otra de las alternativas en juego, declara que el asunto moral del cual se trata carece de suficiente interés para él. Por otra parte, absolutista es el que, teniendo una posición moral firme que considera verdadera, no admite la posibilidad de estar equivocado y se acerca a sus semejantes para convertirlos, mientras que fanático es aquel que cree lo mismo que el absolutista, aunque con una diferencia espeluznante: si busca a los que piensan distinto, no es para convertirlos, sino para eliminarlos.

Pero hay más posibilidades que las cuatro antes indicadas. Un temperamento moral que yo aprecio bastante, por ejemplo, es el de los falibles, que corresponde a quienes tienen una posición moral que consideran verdadera, aunque admiten la posibilidad de estar equivocados, motivo por el cual se acercan a sus semejantes no para convertirlos, sino para dialogar con ellos y oír los argumentos que puedan darles personas que piensan distinto acerca del asunto moral en discusión.

Hay también los escépticos y los relativistas, que no son lo mismo, puesto que mientras éstos tienen y expresan apreciaciones morales, pero consideran que de todos los juicios en pugna ninguno, ni siquiera el propio, tiene más valor que otro desde un punto de vista racional, aquéllos prefieren su propio parecer moral al de los demás y están dispuestos a ofrecer algún tipo de argumentación a favor del que tienen, aunque reconocen que, a fin de cuentas, ni ellos ni nadie cuenta con métodos racionales y concluyentes que permitan probar con certeza la verdad de uno cualquiera de los juicios morales que puedan hallarse en conflicto en un momento dado.

Cada uno sabe a cuál de esas distintas categorías corresponde su propio temperamento moral, aunque lo más seguro es que en esto nadie sea de una sola pieza y que, según la importancia que damos a los diferentes asuntos morales y a las circunstancias de cada caso, nos desplacemos, incluso inadvertidamente, de una a otra de tales alternativas.

En cualquier caso, y siguiendo en esto a Kant, la base moral mínima que todos deberíamos compartir consiste en el imperativo de tratarnos unos a otros no como medios, sino como fines, y donde tratar a otro como un fin significa varias cosas: considerar que los seres humanos no están a nuestra disposición, o sea, que son sujetos, no objetos; que cada individuo es capaz de adoptar libremente sus fines y que no necesita tutores para ello; que nadie debe subordinar los fines de otro a sus particulares fines; y, por último, que es preciso respetar los fines que se proponen los demás como si se tratara de nuestros propios fines. Y si el fin supremo que todo individuo quiere alcanzar es la felicidad como un estado —y no como uno que otro acontecimiento feliz, puesto que una golondrina no hace verano—, resulta forzoso aceptar que cada persona elija su verano y que vuele hacia él sin interferencia y contando con que los demás serán capaces de apreciar ese vuelo ajeno como si se tratara de su propio vuelo.

Según expresión de Roger Scruton, tal es la “desesperanzada ternura” que tendríamos que practicar ante la insalvable imperfección del mundo y la irrenunciable perfección de nuestros sueños sobre el mundo.



GÁRGAMEL Y LA INOCENTE ESPERANZA DE SUS DETRACTORES,

por Matias Carozzi.

No tengo la más remota idea de dónde sacaron esperanzas los diputados socialistas, señores Fidel Espinoza y Marcelo Díaz, representantes de Puerto Varas y La serena respectivamente, para creer que enviándole una carta al supremo señor Camilo Escalona, así tan simple, éste deje la presidencia del partido del hacha; es decir, si no fueron capaces de derrocarlo Carlos Ominami, Isabel Allende, Jorge Arrate, Jaime Gazmuri y tantos otros próceres del socialismo chileno, ¿qué les hace pensar que Gárgamel dará un paso al costado?.

Este hombre, blindado al extremo por La Moneda, no sólo sorteó con éxito los anteriores embates de la disidencia, sino que además logró convertirse en el Fulgencio Batista de la Concertación, imponiendo sus términos a los demás partidos del conglomerado oficialista tanto en la forma de enfrentar la elección presidencial como en el diseño de la intervención gubernamental para apuntalar la candidatura de Eduardo Frei. Escalona es un tipo duro muchachos e intentar hacer con él lo que se hizo en su oportunidad con Soledad Alvear y Adolfo Zaldívar es a mi juicio una perdida de tiempo. El rottweiler de Michelle Bachelet no le teme a las críticas, al desprestigio y mucho menos a los golpes de mesa. Su influencia en la Presidente es tal que es poco probable que una sublevación a favor de los insolentes detractores prospere.

Así como la Yihad, Escalona hará lo que sea para mantener sus privilegios, incluso si eso contribuye a la derrota de su partido y del conglomerado oficialista en esta elección presidencial y congresista. Dicho de otra manera. ¿Cómo esperas razonar con un tipo que prefiere que gane Sebastián Piñera antes de renunciar a la hegemonía política obtenida al interior de la Concertación después de que Bachelet le encomendara la gerencia de los partidos?. No puedes. Camilo no le teme a la muerte. Ni un paso atrás compañeros.

En definitiva muchachos, aquí hay dos opciones: uno, que lo dejen en paz hasta que muera estrellando su caza bombardero contra el buque invasor o, dos, que Bachelet le quite el piso públicamente. ¿Cuál opción les parece más asequible?.

Para el Senador por la Región de Los Lagos excelente es que Frei pase a segunda vuelta, no por convicción política por cierto o especial amor por el personaje, más bien porque si éste hace la hazaña de ganarle a Sebastián Piñera, Gárgamel mantendrá sus inmunidades y podrá dedicarse a cazar despiadadamente a los meistas y asfixiar a los traidores condenándolos al ostracismo o, en el mejor de los casos, a la subordinación política.

Ahora, si finalmente el oráculo CEP le atina y gana Piñera la elección, Camilo Escalona (con cuatro años más en el Senado) tendrá la oportunidad de competir con los líderes que queden vivos en la labor de reconstruir (resucitar, reinventar, da igual) el conglomerado de izquierda y encabezar la oposición política a la administración de la derecha.

Pucha, ¿y si gana el buque invasor?, bueno, ahí Gárgamel pasará cuatro años... a ver, como decirlo... penitentes, quizás hasta plantando lechuguitas en los jardines del Congreso, soportando la indiferencia de Marco Enríquez-Ominami y sus secuaces.

En fin, cartas más, berrinches menos, nadie podrá negar que los acontecimientos al interior de los partidos de la Concertación ponen una cuota de entretención gloriosa al debate. Entre este episodio, la degradación Eugenio Tironi, la destitución de Pablo Halpern, la rebeldía de Agustín Figueroa, las insolencias de Jorge Pizarro, el enfrentamiento con la curia, la censura a Bowen y la tristeza de Océanos Azules, me declaro en éxtasis.

Tiembla Coco Legrand.



sábado, 21 de noviembre de 2009

La buena política, por Juan Andrés Fontaine.

La buena política, por Juan Andrés Fontaine.

Un clima de satisfacción y confianza reinaba el martes pasado en el importante Encuentro Nacional de la Empresa. De acuerdo al economista Ricardo Caballero, académico del MIT, una de las mejores universidades mundo, la crisis internacional fue en verdad sólo un Gran Susto, por fortuna, ya superado. De acuerdo al ministro sorteó bien la prueba porque supo hacer las cosas bien. Así fue reconocido también por la Presidenta, los dos candidatos presidenciales asistentes (los otros dos presentaron justificativo) y los dirigentes empresariales. ¿Es tiempo entonces de pisar el acelerador a fondo? ¿Hora de apostar por Chile?


Lo que el ministro acertadamente denominó “la buena política” es de capital importancia. A propósito de la gestación y tratamiento de la crisis financiera internacional, ello ha quedado meridianamente claro en todo el mundo. Más allá de la charlatanería sobre los excesos libre mercado, lo que la crisis probó una vez más es que son realmente desastrosos los errores que pueden cometerse en política monetaria, regulación financiera y rescate de bancos fallidos. El gran mérito del actual timonel del Banco de la Reserva Federal en Estados Unidos ha sido que, tras algunos pasos en falso, enmendó rumbos, aplicó resueltamente la receta monetaria contra las depresiones y permitió a la economía mundial –también a - evitar el barranco. Así y todo, la economía mundial parece haber caído cerca de 1%, en tanto que lo haría en algo menos de 2%.


En muchos aspectos, buena política hemos tenido en . Contamos con un sistema financiero sólido y un mercado de capitales amplio. Aunque inicialmente la crisis se hizo sentir con fuerza en el costo crédito y el valor de las inversiones, el efecto fue pasajero. Ayudó contar con los Fondos de Pensiones y otros inversionistas institucionales que –acertadamente- optaron por comprar en cantidades los bonos y acciones de las empresas chilenas, justo cuando la crisis hacía a los inversionistas internacionales especialmente renuentes. En lo esencial, las normas y prácticas que regulan a nuestro mercado financiero probaron ser prudentes. El desafío hoy vuelve a ser flexibilizar las regulaciones para abrir más acceso al financiamiento de las empresas emergentes.


Ahorrar en tiempo de vacas gordas también probó ser una muy buena política. Esa práctica se inició a mediados de los ochenta, con la creación Fondo del Cobre. La idea fue rescatada, ampliada y perfeccionada quince años más tarde mediante la regla superávit estructural, y consagrada en 2006, con la Ley de Responsabilidad Fiscal, aprobada en 2006 por la unanimidad de los partidos políticos representados. Bajo la actual administración, el ahorro de los excedentes extraordinarios cobre debió ser celosamente defendido de las voraces presiones políticas. El esfuerzo rindió frutos: con motivo de la crisis, permitió solventar una política fiscal extraordinariamente expansiva sin incrementar la deuda pública. Si hubiéramos sido menos previsores, hoy el debate económico se centraría en la necesidad de subir impuestos para corregir el descalabro fiscal, ya se discute en Estados Unidos, España o Inglaterra.


Aunque ayudó a amortiguar la caída de la demanda, la política fiscal 2009 no ha estado exenta de costos. Elevó el gasto público desde 21% a 25% del PIB. Toleró un déficit fiscal orden de 4%. Exigió la venta de siete mil millones de los dólares acumulados, no porque el cobre hubiese caído anormalmente, sino para financiar las abultadas necesidades fiscales en pesos. El presupuesto 2010, que dificultosamente avanza en el Congreso, no pudo corregir todos estos problemas. Aunque reduce significativamente la expansión gasto y el déficit, mantiene fuertes requerimientos de financiamiento en pesos. Una buena política fiscal exigirá programar cuidadosamente e informar oportunamente la correspondiente estrategia de financiamiento, la cual inevitablemente habrá de descansar en una combinación de colocación de deuda y venta de dólares. Es probable que la tendencia al alza de los intereses de largo plazo y el derrumbe dólar en el mercado local obedezcan, en parte, a las dudas que despierta el financiamiento fiscal año venidero.


Buena política –qué duda cabe- ha sido la ejecutada por el Banco Central para preservar la estabilidad macroeconómica. Su temprana acción para resolver la iliquidez causada en el mercado local por la crisis externa y la enérgica reducción de los intereses evitaron que el Gran Susto provocase acá males mayores. Sin embargo, la caída de la inflación, a valores incluso negativos, y el incremento riesgo de morosidad, significaron una fuerte alza en el costo real crédito. Mirando hacia el 2010, el desafío es graduar el retiro de los estímulos monetarios de modo de evitar efectos perturbadores sobre las expectativas de inflación y los mercados financieros. Así, por ejemplo, evitar que el aumento que ya empieza a advertirse en los intereses provoque una caída artificial en el dólar, retardando las inversiones necesarias -y la correspondiente creación de empleos- en la agricultura y la industria.


El problema con el clima de confianza que comienza a reinar en es que casi inexorablemente fortalece el peso. Eso está bien, siempre que no comprometa la capacidad competitiva de nuestras exportaciones no mineras, cuyo dinamismo es clave para que vuelva a crecer a buen ritmo. Las políticas fiscal y monetaria deben cuidar de no echarle leña a la hoguera de la caída dólar. Pero, lo que más hace falta ahora es una buena política de pro crecimiento, que revierta la preocupante caída que muestra la productividad en los últimos años e impulse por esa vía el dinamismo exportador.


Es cierto que durante los últimos gobiernos no han faltado las buenas iniciativas en el sentido indicado. Las sucesivas reformas al mercado de capitales, el impulso al desarrollo energético, la rebaja de ciertos impuestos perjudiciales, la bonificación tributaria a la innovación tecnológica, la subvención al empleo juvenil, son medidas positivas. Pero, con frecuencia fallan en la “ingeniería de detalle” y no provocan los frutos esperados. El desafío de la buena política en los próximos años será perfeccionar esos y otros instrumentos regulatoriose ha
desatado las iras de la concertación. y tributarios para levantar efectivamente la capacidad competitiva de la economía nacional.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Dos excelentes comentarios.....


Innovación a escala humana, por José Ramón Valente.

Cuando Ud. piensa en innovación, probablemente se le viene a la cabeza Silicon Valley, Apple o Google. Por lo mismo organizar una gira empresarial a España donde el tema central era la innovación fue una apuesta arriesgada para la Fundación País Digital. Tuve el privilegio de ser invitado a dicha gira, que se realizó durante la primera semana de noviembre, junto a un grupo de empresarios, académicos chilenos y representantes del sector público, y la experiencia fue tan iluminadora como una ampolleta, símbolo de la innovación hasta antes de la llegada del Ipod.

Efectivamente, no visitamos en España grandes científicos, ni centros de estudios, ni sofisticados laboratorios, pero sí encontramos un país que simplemente haciendo las cosas mejor día tras día, durante los últimos 30 años, ha sido capaz de triplicar el ingreso per cápita de sus habitantes y desarrollar varias empresas multinacionales que compiten palmo a palmo por el liderazgo mundial en sus respectivas industrias. Es el caso de Telefónica en telecomunicaciones, Banco Santander y BBVA en servicios financieros y Zara en el retail, por nombrar sólo algunas.

Con el ingreso a la Comunidad Económica Europea en 1985, España dio un paso gigante para convertirse en la nación que es hoy. Este país que hace 25 años era uno de los más atrasados de Europa, y que no se contaba entre las naciones del mundo desarrollado, se autoimpuso la necesidad de competir o morir. Hay dos cosas muy características en la experiencia española que son particularmente interesantes como ejemplos a emular en nuestro propio país. La feroz competencia a la que ha sido expuesto tanto el sector publico como el privado y la respuesta de las instituciones españolas a dicha competencia. Durante la gira visitamos cinco regiones de España y cerca de 25 instituciones entre públicas y privadas. Todas experiencias y realidades aparentemente muy diversas, pero con un elemento muy distintivo en común. En cada una de ellas sus líderes indicaron como un punto central de su estrategia competitiva apuntar a ser los mejores, pero no los mejores del barrio, los mejores del mundo. La carismática alcaldesa de Valencia tenía muy claro que su ciudad competía con Barcelona y con Sidney para atraer turistas e inversión extranjera y no contra su propio pasado. El presidente de una importante asociación gremial de empresarios vascos, una comunidad con más del triple de ingreso per cápita que Chile y más de 50% superior a la media española, no tuvo una actitud autocomplaciente. En su presentación no comparó al País Vasco con la región relativamente más atrasada de Andalucía, sino que con las regiones relativamente más avanzadas de Europa como Luxemburgo. Don Amancio Ortega, fundador y controlador de Zara, hoy por hoy la segunda empresa de venta de ropa más grande del mundo, está preocupado de que sus clientes asiáticos puedan recibir mercadería nueva dos veces por semana y no de si su rival español, la también multinacional Mango, abrió otra tienda en Madrid. Competencia global y varas altas son dos bofetadas de humildad que nos propinaron sin quererlo los españoles a los chilenos.

España es un vivo ejemplo de cómo se puede innovar haciendo cosas simples y cómo el impacto de la suma de pequeñas mejoras, cuando se produce en forma continua y en el más variado ámbito de la vida de un país, puede producir un verdadero milagro de crecimiento y mejora en las condiciones de vida de las personas. Pensar que el futuro de chile pasa por la aparición de genios como Steve Jobs (fundador de Apple), o el crecimiento de la web 3.0 en un cluster tecnológico desarrollado por Corfo es a la vez un gran error y una gran desesperanza. Confiar que se puede innovar a escala humana, haciendo las cosas cotidianas un poco mejor todos los días, y que de esa manera cada uno de nosotros puede contribuir al desarrollo de nuestro país, desde mejorar el recorrido para ir a dejar los niños al colegio para liberar cinco minutos en la mañana, hasta reubicar los puestos de trabajo en la oficina para que la gente se comunique mejor, es el camino que muchos países como España han recorrido con éxito y parece ser un modelo a imitar para Chile.

Para dar ese paso de convertirnos en una nación desarrollada, como lo hizo España, tenemos que dejar de mirarnos el ombligo y dejar de compararnos con el Chile del pasado y con los países más atrasados de Latinoamérica. Es importante que ese profesor que hoy está en paro comprenda que en otra parte del mundo hay un profesor haciéndole clases a un niño australiano, que luego va a competir con su alumno chileno vendiéndole vino a un consumidor inglés.


El Ducenti Anniversarium empresarial, por Leonidas Montes.


La reciente Enade 2009, de cara al Bicentenario, fue un evento especial. Antes de partir al Congreso, abrió puntualmente el ministro de Hacienda. Pese a ser vilipendiado por la derecha e izquierda unidas, fue perseverante. Cuando el proyecto de depreciación acelerada se rechazó en abril de 2007 y el ministro asistía a un encuentro con el Centro de Estudios Públicos, próceres de la derecha lo criticaban por “apollerarse” en las faldas de los empresarios. Y el senador Nelson Avila arengaba a las huestes por el profundo daño político que Velasco le infligía a la Concertación. Remató destacando que “el día de mañana, cuando este gobierno termine, el señor ministro Andrés Velasco posiblemente tome sus maletas y regrese a Harvard, pero los chilenos, la inmensa mayoría, quedaremos nadando en un mar de excreciones”. Atacado por ambos flancos, el mismísimo candidato oficialista, quien entonces parecía ser un senador de centro, también se plegaba a la tormenta de críticas. La intervención más memorable de Frei fue en la Junta de la DC, cuando denostaba a Velasco por “dejarle 20 mil millones de dólares a la derecha”. Aunque se equivocó en su propuesta presupuestaria, es muy posible que acierte en su apuesta electoral.


A Velasco le sobra el capital político e intelectual para seducir y provocar a la élite empresarial. Pero su despedida en Enade a ratos encerraba esa dicotomía público versus privado, esa separación eLa constitución de un gobierno de unidad nacional es clave para salir de la crisis política en Honduras, y por ahora ambas partes no han cumplido con ello, declaró este jueves el portavoz del Departamento de Estado, Ian Kelly.

"La formación de este gobierno de unidad nacional es importante, porque parte de todo este proceso tiene que ver con la reconciliación", declaró Kelly.
ntre un nosotros, “los que estamos en el lado de lo público”, y ustedes, “los empresarios del mundo privado”. Aunque existen buenas razones para criticar, se echó de menos una modesta cuota de autocrítica. Nuestro Estado no está de cara al Bicentenario. No todo lo que brilla es oro. Quizá sólo cuando termine esa desconfianza entre un sector privado que critica al sector público por incompetente, y un sector público que asume que los privados sólo persiguen ventajas, este país cambiará. Un gran desafío para el próximo gobierno.


En seguida Ricardo Caballero, nuestro economista top en términos de publicaciones de punta, hizo una notable exposición sobre la crisis. Pero lo que vino después fue lo especial. El segundo panel se inició con la destacada historiadora Sol Serrano. Nos transportó a Camilo Henríquez y la Aurora. Y nos recordó el llamado de Miguel Luis Amunátegui a la educación de los chilenos, ya que entonces “correrán oleadas de tinta, pero no correrá la sangre”. Pero en Chile, gracias al Colegio de Profesores, ha dejado de correr la tinta en las escuelas públicas. Y casi corrieron los puñetes: Mario Waissbluth, motor y espíritu de Educación 2020, tuvo el coraje de enfrentar a un líder gremial que tanto daño le está haciendo a nuestra educación. De la reacción política ante el presupuesto de educación, salvo excepciones —destacando al senador Frei—, sin comentarios.


Roberto Ampuero, con la autoridad de quien vivió en carne propia el romántico fenómeno socialista, hizo sus reflexiones en torno a nuestro relato histórico. Criticó esa carencia de autocrítica tan propia de la izquierda, ese doble estándar cuando se trata de Fidel Castro o Honecker. ¿Se ha fijado que en Alemania cada 9 de noviembre celebran la caída del muro? Nosotros seguimos exaltando el 11 de septiembre. Es como si Alemania siguiera recordando la construcción del muro.


Arturo Fermandois defendió nuestra Constitución. El destacado filósofo Juan de Dios Vial dio una magnífica e inolvidable charla acerca de la libertad y la moral. Un académico de Princeton nos recordó la importancia de la familia y su relación con la empresa. Y, finalmente, Richard von Appen, representando a una nueva generación empresarial, cerró la mañana con una espléndida presentación. Su exposición reflejó ese gran activo tan propio de Chile: los empresarios no sólo persiguen su propio interés, sino que también se preocupan por el futuro y bienestar de nuestro país. Mostrar esta realidad será otro gran desafío para el próximo gobierno.

viernes, 13 de noviembre de 2009

r de las ilusiones perdidas ,El bar de las ilusiones perdidas , por Cristián Warnken .





Yo tenía 21 años, y una mañana de 1982 estaba con mis propias manos tocando el muro que separaba dos ciudades con el mismo nombre. Casi lo acariciaba, como quien recorre la textura de un Dios de piedra.

Había cruzado la frontera que separaba Alemania Oriental de Alemania Occidental, para cruzar otra frontera dentro de la frontera, la de Berlín Occidental con Alemania Oriental. Fronteras dentro de fronteras, unas dentro de otras, como en un juego de mapas dibujados por un loco. Y yo, un joven sudamericano que venía en peregrinación a la vieja Europa a rendir culto a los dioses de mi adolescencia, estaba frente a ese muro que todos creíamos sólido, indestructible.
Un gran alemán, Federico Nietzsche, había dicho que “los grandes cambios vienen con pisadas de palomas”, llegan en “la hora más silenciosa de todas”. Pero nadie lo escuchó en su propia tierra, la Alemania de los grandes abismos y las grandes cimas.

Cierro los ojos: tengo 21 años, todavía creo en Marx y estoy tocando el muro de los muros esa mañana del 82, el muro que me separa de la libertad interior, donde caerán desplomadas dentro de poco todas las estatuas de mi juventud, como muñecos gigantes huecos, ídolos de barro en medio de la tempestad. Hace frío, es un día gris y yo cruzo a Berlín del Este. Mi corazón tiembla en la mochila. Voy a llegar a Utopía, voy a caminar por las calles de un Este mítico y llevo el libro de Lenin “¿Qué hacer?” —como buen y obediente militante de izquierda que era— en el morral de joven sudamericano con la cabeza llena de pájaros y consignas y sueños.

Pero al otro lado no me encontraré con mis dioses, sino con las estatuas de ellos apuntando con sus dedos a un horizonte de edificios grises y monótonos, en un país donde la tristeza había terminado por devastar lo poco que quedaba ahí de vida. Un país para policías y delatores y muertos en vida. Vago por calles iguales, igualitarias, vacías, y me cruzo con fantasmas, con miradas idas. Un vacío se instala en mi pecho, una angustia que todavía no tiene nombre, una duda que empieza a carcomer mis amadas consignas por dentro. Soy un joven sudamericano vagando por el infierno de otros, que se suponía debía ser nuestro paraíso, el paraíso del hombre sobre la tierra.
¿Alguien sabe lo que es perder la fe de golpe, alguien ha visto saltar por el aire, hecho trizas, al dios de su infancia? Tengo 21 años y en la Friedrichstrasse entiendo por primera vez que ese muro que acabo de cruzar no es mi muro, sino el muro de otros.

Quiero llorar, no puedo, entro en el único bar que encuentro en muchas manzanas a la redonda. Desde la barra, dos jóvenes muchachas alemanas de mi edad me miran con curiosidad. Nos comunicaremos con dibujos, palabras en inglés sueltas y mímicas en las pocas horas que tenemos por delante. Me contarán sus vidas en ese “paraíso” fundado en la mentira. Yo soy para ellas la libertad (exótica, lejana, inaccesible), y ellas ya no son para mí la esperanza. Quiero sacarlas de ahí, llevarlas al otro lado del implacable muro. Cae la tarde y debo volver a la frontera. Nos miramos a los ojos.
Nunca tres miradas se cruzaron tanto. Nos hemos comunicado más allá de las palabras. Ellas ya perdieron toda fe. Yo la estoy perdiendo en cada minuto que pasa. ¿Por qué la historia la escriben los que levantan muros y no la gente de mirada limpia, como la de esas dos muchachas que ya no veré nunca más en mi vida?

Pensé mucho en ellas cuando cayó el muro. En esas anónimas que comenzaron a demoler el muro dentro de mí, antes que el otro muro, el exterior, cayera. ¿Cómo se llamaban? ¿Qué fue de sus vidas en estas décadas que nos separan de esa mañana gris de 1982? ¿Qué ha sido de nosotros en todas estas décadas? ¿Cuándo dejamos de ser lo que fuimos, cuándo comienzan los muros a caer y cuál es la hora más silenciosa de todas? ¿Cuántas fronteras quedan por cruzar, y cuántas fes ilusorias perder todavía?

Nota de la Redacción:
Esta columna fue tomada de Diario El Mercurio por considerar que tiene un gran valor didáctico al mostrarnos las feroces diferencias que hay entre las realidades, generalmente muy crudas, y los mundos de fantasía que nos creamos a partir de ideologías y utopías.

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