martes, 3 de febrero de 2009

Analisis de política y economía


Un discurso que nos calza
Margarita María Errázuriz

El discurso de Obama causó expectación, todo el mundo estuvo pendiente de sus palabras. En mi opinión, los chilenos necesitamos mantenerlo vivo, especialmente porque tenemos elecciones ad portas, junto con un desencanto generalizado de la política.

Obama les habló los Estados Unidos, pero fijó la atención del mundo entero en el horizonte que tenemos como humanidad: nuestras reservas espirituales. Sus palabras rebasaron el momento histórico de su país; para mí, ninguna nación queda fuera de su alcance. A partir de ellas y de la actitud de los norteamericanos en estos días, el país del norte ha dado un ejemplo de grandeza. Una nación entera ha dejado de lado sus diferencias, para vibrar con sus ideales y valores, y para unirse y seguir la inspiración de un líder cuyas convicciones políticas están en segundo plano frente a su fe en Dios y en el ser humano.

Quiero destacar tres puntos que me parecen de la mayor relevancia para nuestro propio momento político.
En primer lugar, cabe relevar el énfasis que pone Obama en que los desafíos de un país se superan con el esfuerzo de todos. Desde su perspectiva, se requiere visión en los altos cargos y un pueblo fiel a sus ideales históricos. Ello significa que los gobernantes pongan fin a las quejas mezquinas, a las falsas promesas, a las recriminaciones y a los dogmas. Y que el avance de la nación dependa de la fe, devoción y confianza que depositan los ciudadanos en su país. Junto con estos puntos, plantea tres otras dimensiones que deciden su suerte en esta coyuntura: la bondad con los extraños (migrantes), la abnegación entre trabajadores (aceptar trabajar menos horas a fin de evitar que un compañero pierda el empleo), y el valor y la voluntad de cuidar a los hijos (la protección de la familia). A su juicio, la generosidad en estos campos permite superar el inmovilismo y la protección de intereses limitados, y no aplazar decisiones desagradables. Este diagnóstico está hecho a nuestra medida y nos golpea, dando en el clavo con precisión. Apela a los líderes políticos y a la cultura que tienden a instalar, y a la ciudadanía que opta por la pasividad, la indiferencia y la falta de compromiso.

Obama señala - y éste es el segundo punto - que los recursos para lograr este tipo de conductas no son nuevos, son valores que siempre han estado presentes y constituyen la fuerza silenciosa que ha actuado detrás del progreso alcanzado por su país. Se trata de valores viejos porque son verdaderos y, desde su perspectiva, cada norteamericano debe entregarse por entero a rescatarlos, acogerlos con alegría y concretarlos. Entre éstos, destacan, especialmente, el espíritu de servicio, la voluntad de encontrar sentido a algo más grande que la propia persona, el ser capaces de trabajar duro, jugar limpio, ser tolerantes, honestos, valientes, leales y patriotas. Este llamado nuevamente vale para nosotros, al mostrarnos un camino que, sabemos, debiéramos emprender con audacia y asumiendo riesgos.

El tercer punto que me parece valioso rescatar es la flexibilidad con que propone Obama enfrentar grandes dicotomías que, a ratos, parecen irreconciliables. Es así como destaca que el tema no es si el mercado es una fuerza del bien o del mal, sino la atención que debemos prestar a su desenvolvimiento. Asimismo, para él las grandes preguntas no son si el gobierno es demasiado grande o pequeño, sino si funciona, y tampoco si los tiempos están para ser ambiciosos o restrictivos, sino si existe la capacidad de unir la imaginación con el interés común, y la necesidad con la valentía. Entre nosotros, la crisis ha abierto espacios para repostular viejos dogmas, cuando precisamente requerimos como nunca una mayor reflexión antes de hacer afirmaciones taxativas. La convicción de que los tiempos necesitan de flexibilidad no podemos dejarla pasar.

Si hacemos nuestro el llamado de Obama, también nuestro país podría mostrar su grandeza, y el debate político podría alcanzar otro nivel de profundidad. Esta es una oportunidad real, porque sus palabras apuntan directamente el corazón de cada uno de nosotros.





“Prestar o no prestar... that is the question”.
Alejandro Ferreiro

Al revisar las fortalezas de Chile para enfrentar la crisis, destaca la solvencia de la banca como una de las principales. Esa solvencia no es casualidad. Deriva de una conducta - guiada por la regulación sectorial - basada en la prudencia y rigurosa evaluación del riesgo. Esto no siempre se valora ni es fácil de sostener, especialmente en tiempos de bonanza y exceso de liquidez. Cada cierto tiempo surgen voces de sectores gremiales y políticos que aspiran a que el crédito fluya en mayores volúmenes y con menores tasas y garantías. Ese llamado, desde luego, se asemeja al que el mundo político en EE.UU. le hizo a su sector financiero a mediados de los 90 para que ampliara el acceso al crédito a quienes, bajo los criterios tradicionales, no calificaban para un préstamo. Así los vientos políticos -de modo muy explicable por lo demás - generaron las condiciones para que los llamados deudores “Ninja“ (No INcome, no Job, no Assets) accedieran a los créditos que, al resultar impagos años después, gatillaron la cascada de insolvencias que agobia hoy las finanzas del mundo. Moraleja: la cautela de la banca será impopular, pero es necesaria. No está de más recordar que la banca presta, muy mayoritariamente, el dinero que capta del público. Menos de 1 de cada 10 pesos que presta el banco pertenece a sus accionistas. El resto proviene de los depósitos a la vista (cuentas corrientes) y a plazo de personas como Ud. y yo.

Pero si bien la cautela de la banca puede evitar crisis, también puede ser la causa de su innecesario agravamiento. La prudencia sirve siempre; y así como pudo ayudar más , en su momento, a contrarrestar el optimismo irracional que acompaña y explica toda burbuja de precios, es hoy necesaria para compensar el pesimismo paralizante que puede arrastrar al cierre de empresas promisorias y bien manejadas por falta del financiamiento que merecen.

La compleja distinción entre un buen y un mal riesgo ha sido, desde siempre, el corazón del negocio bancario. Pero quizás nunca antes había sido más complejo, ni más esencial. Complejo, porque todo análisis de riesgo debe incorporar hoy una variable tan clave como escurridiza: la estimación de la evolución futura de la crisis y de su impacto en la actividad en Chile. Ese riesgo, exógeno e indeterminable, pero determinante al fin, explica que el crédito sea hoy más caro y escaso. Esencial, porque incide crucialmente en los afanes reactivadores de una política económica que persigue que el crédito se reactive a niveles y tasas consistentes con la recuperación económica. Pero ello debe lograrse - otra vez la cautela - sin que las políticas crediticias de los bancos sean percibidas por sus depositantes como excesivamente generosas o relajadas. Si ello ocurre, el mercado castigará encareciendo el acceso a fondos para los bancos o, en el caso extremo, mediante una corrida bancaria letal.

La banca, por tanto, en Chile y en el mundo, se encuentra entre la espada y la pared. Una excesiva cautela perjudica su siempre escasa popularidad ante el mundo político y la opinión pública. Pero desatender el mayor riesgo esperable de sus deudores mediante políticas de crédito “reactivadoras” puede ser temerario y, peor aún, presagio de crisis mayores.

Lo que el estrecho margen de maniobra de la banca deja en evidencia es, finalmente, la incapacidad de la política monetaria de jugar el rol reactivador que tradicionalmente se le atribuyó. Para aumentar el volumen y bajar el costo del crédito se necesita mucho más que una reducción de tasas del Banco Central. La intervención del gobierno es esencial. Ya sea como garante, como prestamista directo, o como un ágil regulador que flexibiliza con prudencia las normas aplicables para capear el temporal.

Acierta, pues, el gobierno cuando capitaliza al BancoEstado para permitirle jugar un rol más activo en la concesión de crédito, y también cuando expande las garantías que ofrece Corfo para reducir el riesgo que finalmente asumen los bancos al prestar.
También acertará si se acuerdan modificaciones regulatorias que favorezcan el otorgamiento de créditos mediante, por ejemplo, un mejor manejo de garantías. Después de todo, la regulación también puede y debe ser contracíclica.

En el fondo, cuando el Estado presta o garantiza, reconoce que serán los contribuyentes, más que los depositantes, quienes asuman los mayores riesgos derivados de prestar en tiempos de incertidumbre. Y no puede ser de otra manera. Así como no conviene empujar a la banca a prestar como si nada hubiera pasado, tampoco puede la política económica contentarse con los magros niveles de crédito derivados de la cautela que hoy prevalece. La reactivación es un objetivo principal de la política económica y - como bien lo entiende el nuevo gobierno norteamericano - ello exigirá un fuerte gasto fiscal adicional. Entre nosotros, y a diferencia del dilema que enfrenta Obama, ese mayor gasto no se realizará a costa de agravar el déficit fiscal, sino destinando parte de los ahorros generados para usarlos, precisamente, en tiempos como los actuales. Pero también parece que lo que pase con el crédito en los próximos meses tendrá más que ver con lo que se resuelva y ejecute en Teatinos 120, que con lo que se resuelva en Agustinas con Morandé.

Acount