¿2009, mejor que 2008?
Cristina Bitar
El año que termina ha estado marcado por hechos dolorosos, tragedias que conmovieron el alma del país, como el accidente que enlutó a la comunidad del colegio Cumbres; o casos dramáticos, como el asesinato de María Soledad Lapostol o el del joven ingeniero Diego Schmidt Hebbel. Cada uno de ellos nos impactó por el dolor que ocasionaron y las falencias de nuestra sociedad que se manifestaron en los dos últimos casos.
Si algo nos dejan esos momentos tristes es la constatación de la capacidad del ser humano para llegar a los más altos niveles de grandeza y generosidad, pero también para caer en las peores vilezas. La generosidad de los padres de las nueve niñas fallecidas contrasta dramáticamente con la maldad, expresada en esos otros hechos, de personas cuyos rencores y odiosidades las han llevado a cometer los peores crímenes.
La grandeza y la miseria, la generosidad y la codicia conviven en nuestra sociedad de manera permanente. El desafío que tenemos como país es generarnos los incentivos, las formas de convivencia, que nos lleven a ser mucho más de lo bueno y menos de lo malo. Parece muy soñador, pero estoy convencida de que se puede construir una sociedad más justa, en que se creen las condiciones para sacar lo mejor de las personas.
Obviamente se pueden construir sociedades que estimulen lo contrario. Los totalitarismos del siglo XX fueron una buena muestra de ello: ideologías inspiradas en el odio llevaron a pueblos naturalmente sanos, laboriosos y generosos a cometer las peores atrocidades. En cambio, las sociedades inspiradas en la libertad y la responsabilidad individual fomentaron conductas de respeto por los derechos humanos, la justicia social y la convivencia civilizada entre los pueblos.
La economía y los valores sobre los que se construye la sociedad política son fundamentales a la hora de generar los incentivos en uno u otro sentido. Los países que resuelven el problema económico dan un gran paso, pero por sí mismo insuficiente; también es necesario un sentido de justicia social, de integración, de oportunidades para todos, en un ambiente de respeto y valoración de las personas.
Es en este aspecto donde la política toma un rol fundamental. Es la acción política la que puede generar las bases de este entendimiento social y es el espacio donde todos los chilenos y chilenas potencialmente pueden influir en el desarrollo de su propia sociedad. Si no somos capaces como país de entender la importancia de esta actividad y de darle su relevancia constructiva, más que la destructiva que estamos habituados a ver, entonces este espacio de entendimiento común, de construcción conjunta de nuestro destino se va a hacer mucho más difícil.
2009 será un año de crisis económica y de confrontación electoral. El gran desafío de
Sabemos que en 2009 seremos más pobres, pero tenemos la oportunidad de ser mejores. Una campaña en un ambiente de crisis es una oportunidad para sacar lo mejor o lo peor de los chilenos. No es época para “diabluras”, como reformas laborales demagógicas, o para justificar las dificultades inventando culpables. Estrategias que traen división y odiosidad no serán bienvenidas por la ciudadanía.
2009 puede ser un año que demuestre que Chile se acerca al desarrollo, no sólo en ingreso per cápita, sino que también en cultura política. Así, con crisis y todo, espero que sea un mejor año que este 2008. Como decía Machado, “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. No nos podemos dar por vencidos y creer que estamos destinados a un fracaso en los próximos meses. Esta crisis puede significar una gran oportunidad de crecer como sociedad, de ensanchar el alma de Chile. Creo que esto depende de cada uno de nosotros y de nuestra capacidad de diferenciar, como ciudadanos responsables, entre la buena y la mala política.
Crisis económica, dimensiones y luz al final del túnel (II parte)
José Ramón Valente
Hace 15 días quedamos en que la actual crisis económica probablemente es la consecuencia de un exceso de optimismo en todo el mundo que llevó a aumentos desmedidos en el consumo, la inversión, en el precio de los activos y en el valor de las materias primas a nivel global. La vuelta a la realidad se produjo cuando los cuellos de botella en diversas industrias y en distintos países, tales como el sector inmobiliario en EE.UU., el mercado accionario en China, la demanda por el petróleo de los países árabes, el cobre chileno, la soya argentina o la leche neozelandesa por nombrar sólo algunos, permitieron que la plaga inflacionaria amenazara con asolar al mundo de la misma forma que lo hizo durante los años 70.
Hoy, después del derrumbe de las bolsas mundiales, el colapso del sistema financiero en EE.UU., la vertiginosa caída de los precios de los commodities y los anuncios de que el mundo desarrollado y parte del mundo emergente ya están en recesión, el optimismo del quinquenio 2003-2007 se ha transformado en un oscuro túnel repleto de malas noticias económicas y que no parece tener salida.
No son pocos los que piensan que la desaparición de instituciones centenarias como lo eran Bear Stern y Lehmen Bros. Podría extenderse a muchas otras industrias como parece ser el caso de la industria automotriz de EE.UU. Pero lo realmente preocupante es que dichas personas crean, de verdad, que lo que le ocurrió al sector financiero de EE.UU. les podría también pasar a sus propias empresas y, por añadidura, a sus empleados. Este sentimiento, que se ve reflejado en forma global en el históricamente bajo nivel de las expectativas empresariales y de los consumidores en diversos países del mundo, podría producir, de acuerdo con algunos analistas, un círculo vicioso que acentuaría aun más la crisis. Como consecuencia del pesimismo empresarial, la inversión disminuiría bruscamente y el pesimismo de las personas haría contraer también violentamente el consumo. Esto generaría mayor desempleo, lo que volvería a reducir la demanda por los productos de las empresas, generando así un espiral recesivo en la economía que podría empujarla a una larga y profunda depresión.
Si bien esta visión de las cosas parece de una lógica incontestable, en mi opinión, y gracias a Dios la de muchos otros también, está equivocada. Para que la gente deje de consumir e invertir indefinidamente basado simplemente en el miedo a que las cosas puedan estar peor mañana ese miedo debe tener fundamentos sólidos. Lo natural es que la gente quiera consumir más y que las empresas quieran invertir para crecer. Cuando las decisiones económicas son motivadas por el capricho de algunas personas, esto genera oportunidades de negocios para otras. No es la demanda la que determina el crecimiento económico, es la riqueza que produce el crecimiento la que determina la demanda.
El mundo es hoy menos rico de lo que pensábamos que era hace un año, y el reconocimiento de esta realidad requiere de un doloroso ajuste, que es precisamente lo que estamos presenciando. Pero una vez que se haya producido el ajuste, va reemerger la capacidad creadora de la gente y el mundo comenzará a crecer nuevamente. Las tres megatendencias que fueron responsables del exceso de optimismo económico en el quinquenio de oro siguen plenamente vigentes. Los jóvenes de Silicon Valley siguen siendo tan creativos como hace un año, el capitalismo no ha retrocedido en China, y no hay anuncios importantes que permitan augurar la muerte del proceso de globalización el comercio mundial. Es aquí cuando cobra especial importancia entender las causas del espectacular crecimiento del mundo en el período 2003-2007 y como ellas se conectan directamente con la actual crisis económica, de manera de no caer en un pesimismo exagerado.
Nunca fuimos tan ricos como creíamos hace un año, pero tampoco somos tan pobres como nos quieren hacer creer algunos. La semana pasada Goldman Sacks pronosticó un precio cercano a los US$ 30 para el petróleo durante el 2009. Este es el mismo banco que hace menos de seis meses había pronosticado un valor de US$ 200 para el petróleo para el mismo 2009. Es común que los analistas pronostiquen la situación del momento como una línea recta al infinito. Pero la verdad es que la economía de Adam Smith se explica mejor como una línea ondulante con pendiente positiva. Es decir, un mundo donde hay períodos de boom económico y períodos de recesión económica, pero donde los lapsos de boom son mayores que los de recesión, de manera que a través del tiempo el mundo progresa. Puede que para Ud. sea difícil de apreciar todavía, pero espero haber contribuido con una pizca de optimismo, a que Ud.. crea que, como muchas veces antes, esta vez también habrá luz al final de este túnel.