Parece exagerado que sigamos refiriéndonos al tema de la columna anterior: el estallido incontrolable e incontrolado de ira que tanto en un colaborador de este mismo diario (11 de diciembre), como en el rector/columnista de El Mercurio (14 de diciembre), causaron las palabras condenatorias del Cardenal Medina contra el show de Madonna.
Hubiera podido esperarse de esos caballeros una reacción irónica, o condescendiente, o una crítica fundada... Pero no, lo que produjeron fue una avalancha de epítetos malsonantes. El colaborador de La Segunda habla de que el eclesiástico tuvo un “berrinche”, “nos volvería feliz a la oscuridad de los 80”, a “las tardes televisivas del apagón cultural y la estética uniformada”, ha cometido una “provocación”, y exhibe “desplantes moralistas”. El columnista de El Mercurio, para no ser menos, atribuye a Monseñor Medina —falta común “a tantos religiosos”— “una extraña vocación de control sobre la sexualidad”; la creencia de que “todo lo que huela a sexualidad es ocasión de pecado y merece una férrea vigilancia”; erizarse ante “el menor atisbo de un comportamiento sexual que escape de las reglas”, etc.
¿A qué se debe esta excitación, aparentemente tan desproporcionada?
Por una parte, al fundamentalismo de los neoprogresistas (los ideólogos del Siglo XXI), a la intolerancia de los seudotolerantes. ¿Alguien discrepa de sus ideas éticas sobre la sexualidad humana? Es un “desplante moralista”. Ese mismo desdichado, ¿se atreve a expresar su discrepancia? Es una “provocación” y un “berrinche”, lo mueve una “extraña vocación de control”. Hemos llegado al extremo de que un fulano cualquiera, aunque sea cardenal, no puede hallar inmoralidad en el show de Madonna, justa o injustamente, sin ser arrastrado a la hoguera neoprogresista en medio de toda clase de denuestos y descalificaciones... pero no de argumentos.
Sin embargo, no basta con el fundamentalismo e intolerancia de los neoprogresistas para explicar el fenómeno. Hay algo oculto, y más importante: la diferencia del enfoque que tienen, sobre la sexualidad humana, la Iglesia Católica y el neoprogresismo. Conviene dejarla clara.
1. Para la Iglesia, el sexo es una característica de la totalidad de cada persona humana, que va más allá de lo exclusivamente genital, y que sólo puede ejercitarse por un hombre y una mujer unidos en matrimonio monógamo, fiel e indisoluble y con el fin básico —que no excluye otros— de procrear hijos, criarlos y educarlos. Rechaza por tanto la práctica del homosexualismo, el sexo fuera del matrimonio —antes de éste o durante él—, el divorcio que disuelve el vínculo, y toda interferencia humana en la naturaleza que impida la procreación (anticonceptivos) o el nacimiento (aborto) de los hijos.
Son normas de derecho natural, aplicables a católicos y no católicos. En Chile, inclusive, algunas de ellas se viven con mayor fuerza por algunos sectores protestantes, v.gr., los evangélicos, que entre los mismos católicos. Estos últimos creen además que su capacidad de cumplir y su comprensión de las reglas dichas, se multiplican mediante el sacramento —creencia que obviamente no es lógico que moleste a nadie—, pero nunca negarían sea posible y deseable que adhieran a ellas personas de otras convicciones.
La Iglesia no «controla» nada... ¿cómo podría hacerlo? ¿Qué mecanismo de control posee, salvo su palabra? Declarar lo que se cree verdadero, no es imponerlo a nadie. Y otra vez: ¿cómo podría realizar la Iglesia semejante «imposición»? Ni siquiera asegura que quien se aparte de estas normas sea un «pecador». El pecado exige muchos otros requisitos, cuya concurrencia o no sólo conocen el involucrado y Dios. ¡La propia Iglesia sólo perdona, al absolver, los pecados que el mismo penitente, en forma voluntaria, ha reconocido ser tales!
Durante dos mil años, millones y millones de personas de todas partes han vivido conforme a estas normas, creando en el respeto de ellas mundos individuales y sociales, culturas y civilizaciones de las más altas conocidas en la Historia. ¿Por qué no podrían seguir haciéndolo? ¿Por qué no habría de promoverlo la Iglesia? Los jóvenes que guardan el ejercicio de la sexualidad para el matrimonio; la pareja de cónyuges que se son mutuamente fieles; los niños y muchachos que crecen junto a sus padres que los forman y protegen, y a los cuales aman y respetan... ¿no se hacen un bien recíproco y otro a la sociedad? ¿Por qué, entonces, minusvalorar, despreciar, ridiculizar su conducta? ¿No merece ésta algo más que risitas tontas e ironías fáciles? Es irresponsable y perjudicial.
Si el Cardenal Medina, pues, estima que el show de Madonna ataca la visión católica de la sexualidad, está en su perfecto derecho al sostenerlo. Puede que yerre, puede ser contradicho, pero la técnica de los tapabocas, además de vieja y desacreditada, es racionalmente insostenible.
2. Como es natural, la visión neoprogresista de la sexualidad humana difiere por completo de la católica. El rector/columnista explica la primera claramente. Es “hacer (cada cual) con su cuerpo lo que le plazca, sin que nadie pueda interferir con su voluntad”, formulando quien así actúa, según su solo y exclusivo criterio, lo “correcto y bueno”. “La soberanía sobre el propio cuerpo es, a fin de cuentas, el principio de la libertad”.
Se notará, de partida, que el sexo es sólo un «movimiento» del cuerpo, genitalidad pura y exclusiva, no una característica de la persona. Y que es un movimiento del PROPIO cuerpo... el del OTRO ser humano que participa en casi toda relación sexual, carece aparentemente de importancia. Es una composición de lugar propia del «yoísmo» de los neoprogresistas. “Ande yo caliente/y ríase la gente”. Por eso, quizás, Madonna silabeó a sus extáticos admiradores chilenos, en un castellano lento y torturado: “Yo estoy caliente”.
En seguida, advirtamos que la moral neoprogresista, sexual o en otro campo, es completamente distinta de la que sostenían nuestros antiguos liberales, aquéllos de la tradición «laica» de Chile. Esta, inspirada por el evolucionismo cultural, proclamaba que la moralidad iba cambiando según el tiempo y las circunstancias... era RELATIVA. Pero cada época y sociedad tenía una ética común. El neoprogresista NO TIENE NINGUNA, NUNCA...”hace con su cuerpo lo que le plazca”, dictaminando él mismo a cada momento “lo correcto y bueno” al respecto.
Esto puede ser defendido (no negaremos a los neoprogresistas lo que ellos niegan al Cardenal Medina)... pero presenta dos dificultades:
A) Que ni siquiera quienes lo proclaman, lo creen... creen verdaderamente que es aceptable “hacer con el cuerpo lo que les plazca”. Los mismos que aceptan al homosexualismo, rechazarían espantados (supongo) la permisividad ante otros «ismos» y «filias»... el animalismo, la necrofilia, v.gr. La BBC difundió una serie explicando el primero, incluido el relato de una señora sobre sus relaciones sexuales con un pony. ¿Por qué no? ¿Por qué no “movería el cuerpo” la señora del modo que “le placiera”? ¿Por qué limitarle su “soberanía”, su derecho a tener una moralidad sexual propia y exclusiva?
Curioso es el caso de la pedofilia. El neoprogresismo chileno la execra, y ha apoyado leyes que la persiguen criminalmente con extrema dureza. Los católicos estamos de acuerdo, y es lógico que lo estemos, según nuestros principios. Pero no hay la misma lógica en los neoprogresistas. Según ellos, una niña de 14 años puede rechazar por sí sola un tratamiento médico que quizás le salve la vida; puede recabar del Estado, gratuitamente, la «píldora del día después», sin conocimiento ni menos consentimiento de sus padres, y tiene derecho a que se le proporcionen “desde la adolescencia, formas de desarrollar una vida sexual plena” (subdirectora académica de FLACSO, El Mercurio. 8 de julio de 1999). Pero si la desarrolla, voluntariamente, con un caballero cincuentón... éste va preso. ¿Cómo ajustar esto al “hacer (con el cuerpo) lo que le plazca” del neoprogresismo?
B) Que no se consideran, siquiera, los efectos sociales del neoprogresismo sexual .Aquí, en Chile, hoy... no en un país teórico, nacido de la cabeza y escritorio del ideólogo.
Todo quien se ha asomado a la escolaridad de los jóvenes sin recursos, sabe el efecto mortífero sobre ésta de la «vida sexual plena», recomendación neoprogresista. Asociada de manera inevitable a la promiscuidad, la droga, el alcohol, las enfermedades relacionadas, el embarazo adolescente, etc., significa para sus víctimas, de un modo casi fatal, la pérdida o desaprovechamiento de la enseñanza básica y media... el ÚNICO camino que tienen, en orden a progresar y cambiar de condición.
Peor ha sido el caso de la prostitución. Sus infelices esclavas —explotadas inmisericordemente por individuos y mafias nacionales e internacionales— son para el neoprogresismo «trabajadoras sexuales», que ejercen el sagrado derecho de hacer con su cuerpo lo que quieran.
¿Consecuencias? Las terribles que señala para nuestro país el informe de la OIM (Organización Internacional de Migraciones de las Naciones Unidas), el año 2007 (El Mercurio, 16 de marzo de 2007). Chile, dice, ha sido “terreno fértil” para que funcione “una red de estructuras criminales que (nos) usan... como fuente, destino y país de tránsito para la trata de personas con fines de explotación sexual, servidumbre y esclavitud”. ¿Causas? Carencia de herramientas efectivas para combatir el mal, falta de castigo para la trata interna, y generalizada creencia de que “el delito no existe” en Chile.
Ignorantes, los gringos de la OIM; anticuados, prepotentes y moralistas como el Cardenal Medina. No saben que de veras no tenemos prostitutas... sólo «trabajadoras sexuales» que ejercen “la soberanía sobre el propio cuerpo...principio de la libertad”.