Por Gonzalo Vial
Con el tiempo, los civiles estamos tendiendo —quizás para mantener o recuperar la tranquilidad de conciencia, justificada o injustificada— a considerar lo sucedido el 11 de septiembre de 1973, como un mero «accidente» en el devenir democrático, un «cuartelazo» de los uniformados, que nadie quería sino ellos, y que impidió a los políticos consensuar una salida pacífica y positiva, quizás casi al alcance de la mano... cuando intervinieron los militares, sólo porque se les ocurrió.
Recrear así el pasado es simpático y consolador, pero presenta el peligro de que nos creamos el cuento, olvidemos lo VERDADERAMENTE sucedido, y en alguna forma tengamos que repetirlo. Con la probabilidad de que, entonces, no estén las Fuerzas Armadas para sacarnos del pantano. ¡Han dicho tantas veces: «¡Nunca más!» desde entonces!
El tema ha aflorado al discutirse por la prensa el papel que jugaron
En sus Nºs 2 y 3 —DOCE de las DIECISEIS líneas del acuerdo—, éste decía que los cuatro ministros castrenses del momento —atendida “la naturaleza de las instituciones de las cuales son altos miembros y cuyo nombre se ha invocado para incorporarlas al ministerio”— debieran “poner inmediato término” a las “situaciones de hecho” constitutivas de ese quebrantamiento. De lo contrario, incurrirían en “abierta contradicción” con
Ahora bien, la perentoria exigencia de la mayoría de
Es decir, el golpe... «civilizado» (cubierto púdicamente por alguna hoja de parra jurídica) o brutal, sangriento o indoloro... pero golpe de todos modos.
¿Lo anticipó
a) El presidente del partido —y después primer Presidente de
b) El mismo personaje, al hacerle notar alguien las implicancias golpistas del texto que la colectividad votaría, dispuso que, en
Existen hechos de previo conocimiento, ya completamente indiscutibles, también importantes para terminar de apreciar este asunto y en general la posición de
1. Ningún partido ni parlamentario, ni líder opositor, nacional (derechista) ni democratacristiano, jugó ningún papel de ninguna especie en decidir, planificar ni ejecutar la acción uniformada del 11 de septiembre de 1973. Ni siquiera supieron de ella, sino los rumores que podían escucharse coetáneamente en cualquier café del centro.
Lo mismo vale para los dirigentes de Patria y Libertad, comprometidos con el «tanquetazo» del 29 de junio, pero no con el 11 de septiembre, cuyos ocultos organizadores ignoraban que ocurriría el primero y lo desaprobaron vivamente.
Esto confirma y subraya la inanidad de la «aclaración» secreta de
2. Serían las cúpulas castrenses, en cada rama, o parte de ellas, las que impulsaran el golpe. Hasta el punto que, de los comandantes en Jefe, sólo uno estaba totalmente decidido a darlo antes del 9 de septiembre. El General Director de Carabineros no se halló nunca de acuerdo ni intervino. La resolución definitiva de Ejército y FACH fue tomada ese 9 de septiembre, en la tarde, en la casa del general Pinochet, firmando éste y Leigh el “papelito” que enviara Merino desde el puerto, comprometiéndolos. Con anterioridad, el golpe, aunque planificado —pues su planeamiento era el mismo de la contrainsurgencia— simplemente no tenía existencia concreta.
3. El golpe militar fue, pues, INSTITUCIONAL DE LAS FUERZAS ARMADAS Y DE ORDEN. Y su causa primera y básica: impedir la guerra civil que fatalmente se produciría, dada la polarización política, si ésta entraba a los cuarteles. Como fatalmente entraría en muy poco tiempo más.
La guerra civil representaba para los institutos armados el sumum de sus males posibles: dividirse; muertos y heridos en las filas; perecer la disciplina, la jerarquía y la verticalidad del mando; quedar de antemano indefensos ante cualquier ataque vecinal, en particular de un Perú revanchista y armado hasta los dientes (cuya agresión, sabemos hoy, pudo comenzar ese mismo 11), etc.
Prats se lo había advertido sin tapujos a Allende: “(Si actúan los generales pro golpe), no se producirá hacia abajo el quiebre de la verticalidad del mando, PORQUE HASTA LOS OFICIALES MAS CONSTITUCIONALISTAS ENTIENDEN QUE
Pues bien, los contendores de esta guerra civil en ciernes (que no eran uniformados), los que bordeaban el choque fratricida... ¿exhibían alguna disposición a evitarlo, a buscar un consenso aunque fuese transitorio que impidiera las 500.000 víctimas que Prats calculaba? Ninguna. No se propuso nunca una solución pacífica y común... ésa misma que ahora muchos dicen haber sido viable y hasta fácil. Cabe sostener que una de las partes (cualquiera) acertara al ser tan intransigente, al exigir la “rendición incondicional” del enemigo. Pero eso —de ser efectivo— significaba que no habría acuerdo sino guerra civil, precisamente lo que las Fuerzas Armadas no estaban dispuestas a permitir.
A la verdad, los civiles de ambos bandos habíamos llegado a aceptar la eventualidad de la guerra civil, tan irrenunciables eran, para cada cual, los valores que declaraban en juego y defendían.
Inconscientemente, aun los que propiciaban la transacción de hecho no creían en ella. Así, el general Prats, con su «tregua», y el cardenal Silva con su «diálogo». Pues ambos, representantes de instituciones tan profunda y antiguamente vinculadas a Chile, MARGINABAN de sus respectivas gestiones a
Excluirlos implicaba que lo buscado era no un consenso general de los chilenos, sino el arma para sojuzgar a una parte de ellos.
En este enfrentamiento final, antes de la guerra civil... ¿qué papel representó
Obedecía, como nunca en la historia del partido, a su líder natural, el ex presidente Frei Montalva, cuyo alter ego encabezaba la colectividad... el mismo personaje que después, muerto ya el jefe venerado, sería el caudillo de
No fue
Fracasado el diálogo, el alter ego de Frei y futuro Jefe del Estado, diría: “Restablecer(lo)...es imposible, mientras el gobierno (de Allende) no restablezca la normalidad constitucional que ha quebrantado”.
Y otro DC, importantísimo hasta hoy en
Y otro, senador: “Los políticos ya hemos actuado. Ahora corresponde hacerlo a los militares”.
Es posible, y probable, que la solución militar soñada por