Los problemas ambientales que realmente importan
Gonzalo Blumel, Libertad y Desarrollo
Mucho se ha escrito sobre la renuncia del “gerente del aire” y las que se han suscitado posteriormente. Renuncias más, renuncias menos, lo único claro es que el aire de Santiago seguirá siendo irrespirable, y que probablemente no se solucionará este problema en el corto plazo.
Veamos cuáles son los problemas de fondo que nos aquejan. En primer lugar, el Gobierno debe entender que para mejorar la calidad del aire se debe tomar medidas que impliquen cambios en la conducta de la población, además de exigir tecnologías más limpias. Esto se puede lograr limitando el nivel de emisiones contaminantes en Santiago más la implementación de un sistema de permisos transables (bonos de descontaminación) entre las fuentes, fijas y móviles. Hay evidencia comparada a favor de esta alternativa, especialmente en California.
En segundo lugar, se deben alinear los incentivos de las personas e industria con las metas ambientales. Esto implica corregir algunas distorsiones tributarias que no reflejan el costo real de contaminar —impuesto específico a los combustibles y permisos de circulación—, lo que está definido como principio rector de nuestra ley ambiental.
¿Cuál es el camino que se ha tomado hasta el momento? La reciente actualización del plan de descontaminación se enfoca fundamentalmente en aumentar las exigencias tecnológicas al transporte y la industria, sin avanzar de forma sustancial en la senda señalada. Esto evidentemente aporta, pero no genera cambios relevantes en las conductas de largo plazo. ¿Existen hoy incentivos para no sacar el auto o apagar una caldera en un día de preemergencia?
Aumentar la restricción a los catalíticos en días de preemergencia o mejorar la capacidad predictiva de los modelos no solucionará el problema de fondo. En cambio, en la medida en que se limiten las emisiones y se traspasen adecuadamente los costos de contaminar a los emisores, sean éstos industria o población, podremos resolver de manera eficiente la grave situación que nos aqueja.
El plan estableció el 2011 como plazo para descontaminar la capital. Sin embargo, quedan menos de tres años y las concentraciones siguen siendo inaceptablemente altas.
Basta ya de estar preocupados de cargos y nombramientos, y pongamos la mirada en la gestión. La situación actual representa un alto costo social que terminan pagando, en mayor medida, los más pobres.