Jaime Guzmán E.
Rosario Guzmán Errázuriz
Rosario Guzmán Errázuriz
Ayer, Jaime, fue tu cumpleaños número 62. Se ha hablado de ti en estos días, porque alguien sostuvo por ahí que no eras un “alma bella”. ¿Quién juzga, me pregunto, si somos o no “almas bellas”? Los creyentes dejamos el veredicto en manos de Dios… Yo, que tuve el privilegio de conocer tu alma muy de cerca, con sus pliegues y recovecos, sus ángeles y demonios en disputa, puedo dar fe que llegó a ser bella. Porque las personas no somos: vamos siendo… Hemos conocido hombres buenos convertidos en asesinos; ladrones, prostitutas y homicidas convertidos en santos; comunistas convertidos en liberales, y así…
En tu caso, el Jaime con el que crecí y me crié era irreconocible en la persona que asesinaron el 1º de abril de hace 17 años. Yo siempre te quise tal cual eras, lo que seguro te permitió bajar tus defensas y abrirme las puertas de tu intimidad con gran generosidad. Fue así que a medida que transcurría el tiempo, además de quererte entrañablemente comencé a admirarte. Pocas personas he conocido que hayan evolucionado en su pensamiento y se hayan convertido una y mil veces al Evangelio de Jesucristo de la manera en que tú lo hiciste.
El hombre es él y sus circunstancias, ¡qué duda cabe! Pero ambos aprendimos en nuestra propia historia familiar —¡y cuántas veces lo conversamos!— que también es él y sus genes, su biografía, sus miedos, heridas, carencias. Es desde nuestra experiencia que construimos ideología y, a fin de cuentas, terminamos haciendo lo que podemos y no lo que queremos.
Me tocó ser testigo de cómo fuiste incorporando nuevas ideas que iban modificando tus percepciones de los hechos; de cómo ibas abandonando tus pasiones juveniles para ir abrazando lenta pero persistentemente las bondades de la libertad, la democracia y la economía social de mercado; de cómo comenzaste a valorar las Encíclicas Papales que hablan de justicia social y se despertó tu inquietud por acercarte a los más pobres. Optaste por permanecer y no abandonar el gobierno militar —siendo fiel a tu concepto de lealtad—, intentando atenuar desde adentro los padecimientos de quienes fueron exiliados, torturados y desaparecidos (¡te atreviste incluso contra el jefe de la Dina!), y como nunca te importó la imagen, estuviste dispuesto a pagar el precio de que algunos te tildaran injustamente de lo que nunca fuiste: culpable por omisión.
En tu caso, el Jaime con el que crecí y me crié era irreconocible en la persona que asesinaron el 1º de abril de hace 17 años. Yo siempre te quise tal cual eras, lo que seguro te permitió bajar tus defensas y abrirme las puertas de tu intimidad con gran generosidad. Fue así que a medida que transcurría el tiempo, además de quererte entrañablemente comencé a admirarte. Pocas personas he conocido que hayan evolucionado en su pensamiento y se hayan convertido una y mil veces al Evangelio de Jesucristo de la manera en que tú lo hiciste.
El hombre es él y sus circunstancias, ¡qué duda cabe! Pero ambos aprendimos en nuestra propia historia familiar —¡y cuántas veces lo conversamos!— que también es él y sus genes, su biografía, sus miedos, heridas, carencias. Es desde nuestra experiencia que construimos ideología y, a fin de cuentas, terminamos haciendo lo que podemos y no lo que queremos.
Me tocó ser testigo de cómo fuiste incorporando nuevas ideas que iban modificando tus percepciones de los hechos; de cómo ibas abandonando tus pasiones juveniles para ir abrazando lenta pero persistentemente las bondades de la libertad, la democracia y la economía social de mercado; de cómo comenzaste a valorar las Encíclicas Papales que hablan de justicia social y se despertó tu inquietud por acercarte a los más pobres. Optaste por permanecer y no abandonar el gobierno militar —siendo fiel a tu concepto de lealtad—, intentando atenuar desde adentro los padecimientos de quienes fueron exiliados, torturados y desaparecidos (¡te atreviste incluso contra el jefe de la Dina!), y como nunca te importó la imagen, estuviste dispuesto a pagar el precio de que algunos te tildaran injustamente de lo que nunca fuiste: culpable por omisión.
La energía, tema central en el debate presidencial de EE.UU.
Karin Ebensperger
Karin Ebensperger
Cada generación tiene su afán, decía mi padre, y él estaba convencido de que el desafío de la actual es tratar de recuperar al ser humano integral, en vez de sobrevalorar su aspecto económico de consumidor.
Yo le argumentaba que así sucedería en forma natural en la actual era de la globalización; porque el flujo de información y la innovación tecnológica tienden a ampliar las libertades políticas y a reforzar la sociedad civil, y por ende, la libertad y creatividad de las personas.
Pero debo reconocer cierta desilusión por una actitud predominante en Estados Unidos, la sociedad más conectada con la era de la globalización. Con lo notable que ha sido la evolución histórica de EE.UU. hacia una sociedad de oportunidades, también ostenta -al menos sus autoridades, mal que mal elegidas- una mentalidad irresponsable frente a los principales desafíos de esta generación.
En forma lenta y atrasada, recién sus dirigentes empiezan a dar prioridad al tema clave de las nuevas energías y su combinación con el medio ambiente. Y no lo presentan como un gran objetivo generacional asociado a un mundo menos depredador y más consciente del ahorro como virtud, en vez del consumo como objetivo de la vida. No. Para candidatos y autoridades de EE.UU., es sólo un asunto de seguridad: hay que dejar de depender del petróleo que proviene de países complicados del Medio Oriente, en vez de presentarlo como un acto de responsabilidad individual y colectiva.
Hoy en día ya no se mide el desarrollo de un país por su "consumo" (despilfarro) energético como aparecía en los almanaques, sino que ahora el dato relevante es cuál es la "huella" ambiental, es decir cuán caro en energía es el PIB. Un país desarrollado es sinónimo de eficiencia energética, no de gasto energético, y eso requiere de ciudadanos mucho más conscientes.
Pero se vislumbra un cambio en EE.UU., a pesar de la administración Bush. Mientras hace rato en Europa estos temas tienen prioridad política, por primera vez en EE.UU. todos los candidatos coincidieron en que hay que reducir la dependencia del petróleo.
McCain habla de recompensas a quienes aporten baterías de autos eficientes y no contaminantes, y Obama dijo que invertirá 150 mil millones de dólares en 10 años para impulsar la próxima generación energética.
Son metas complejas, porque implican un cambio de actitud, en la línea del ser humano más integral del que me hablaba mi padre. Los tiempos requieren ciudadanos conscientes en vez de meros "consumidores", como han sido llamadas las personas por ya demasiado tiempo.