Si uno les creyera a los políticos, nuestro drama más grande es el de la desigualdad. Y se ha instalado la idea de que, para reducirla, hay que fortalecer a los sindicatos. Tal es el clima actual, que cuando la Presidenta anunció el 21 de mayo que a los sindicatos se les daría el monopolio de la negociación en la empresa, y que iban a poder acceder a cotizaciones obligatorias, en la oposición y en sectores liberales de la Concertación hubo alivio, porque se había evitado, por el momento, la negociación por sector y el reemplazo en tiempos de huelga.
¿Es tan exigente la demanda popular por una redistribución forzosa de la riqueza, que los políticos no pueden sino acatarla? Todo lo contrario. Para constatar cuán enorme es la brecha entre el país real y el país de los políticos, recomiendo revisar el "Estudio nacional sobre partidos políticos y sistema electoral", una reciente encuesta realizada por el CEP, Cieplan, Libertad y Desarrollo, el PNUD y ProyectAmerica.
Primero, ¿qué piensan los chilenos de las movilizaciones sindicales violentistas? El 90 por ciento "desaprueba totalmente" que se "realicen actos violentos durante manifestaciones callejeras" o "para lograr objetivos políticos". Un 83 por ciento, que se "realicen actos violentos pa-ra obtener mejores salarios"; un 84 por ciento, que se "ocupen terrenos privados, fábricas, oficinas", y un 80 por ciento, que se "participe en bloqueos de calles o carreteras". En cuanto a participación propia, sólo un 13 por ciento ha "asistido a una marcha o manifestación pública", y sólo un ocho por ciento ha participado en una huelga.
Los gobiernos exitosos no ceden ante grupos de presión, porque saben que representan a muy poca gente. Al contrario, apelan directamente a las mayorías. En Chile, eso debería ser fácil. La encuesta muestra un país de gente dedicada a sus proyectos propios. En una escala del 1 al 10, donde el 1 representa la idea de que "los ingresos deberían hacerse más iguales, aunque no se premie el esfuerzo individual", y el 10 que "debería premiarse el esfuerzo individual, aunque se produzcan importantes diferencias de ingresos", el promedio está en 6,55. Lo interesante es que los mismos entrevistados perciben que los políticos no piensan como ellos. Ubican a la Alianza en un 6,09, y a la Concertación en un 4,95. Cuando les preguntan si la responsabilidad por el sustento económico está en las personas o en el Estado, responden que está en las personas, pero creen que los políticos tienden a pensar que está en el Estado.
El chileno que emerge de la encuesta es apolítico e individualista. No les pide favores a instituciones del Estado para resolver sus problemas. No se siente ni de derecha ni de izquierda. No pertenece a partidos, sindicatos, movimientos religiosos u otras asociaciones. Al constatarlo, me acordé de un ensayo de George Orwell, escrito en 1941, en plena guerra contra Hitler, en que explica por qué los ingleses no se dejan llevar por demagogos. "No son intelectuales", dice. "Odian el pensamiento abstracto". Más bien privilegian la vida privada, agrega, conformando "un país de amantes de flores, de coleccionistas de estampillas, de carpinteros de fin de semana, de aficionados a los dardos y a los crucigramas".
Orwell podría haber estado describiendo al Chile de hoy: no el de los desmanes callejeros, sino el Chile real, el Chile en que la gente quiere perseguir sus propios objetivos, solos o en familia o con el grupo de amigos que ellos han escogido, para ser feliz a su manera. Los políticos que logren entenderlo son los que ganarán los votos del futuro.
Es enorme la brecha entre el país real y el país de los políticos. El Chile real de hoy no es el de los desmanes callejeros.