jueves, 2 de octubre de 2008

Dos comentarios de fondo

La receta para la crisis
Hermógenes Pérez de Arce

A comienzos de los años 80 yo tenía unas acciones del Banco de Chile, y como estaba -al igual que ahora- sólo preocupado de los grandes problemas del país, no me di cuenta a tiempo de que la institución estaba quebrada. Lo perdí casi todo.

El Gobierno la intervino y pasó a manos de la Corfo. El Banco Central le compró la cartera vencida para sanearla ("deuda subordinada") y entonces la Corfo, a través del capitalismo popular, reprivatizó el banco. Uno podía comprar acciones del Chile a largo plazo, con incentivos tributarios.

Como yo creía en ese gobierno, lo hice. Las acciones se valorizaron mucho bajo la nueva administración y recuperé lo que había perdido. Los nuevos dueños le fuimos pagando al Central la deuda subordinada. Se dictó una mejor legislación bancaria y financiera para prevenir otras crisis. El fisco ha recuperado su dinero y la economía chilena, gracias a la receta, fue la primera de América Latina en salir de la encrucijada de la deuda y entró en una "década dorada" de alto crecimiento, que se mantuvo hasta que otra crisis y las políticas socialistas hicieron lo suyo. Ahora crecemos a la mitad, pese a contar con un contexto externo infinitamente más favorable.

¿Qué es lo que harán los EE.UU. y Europa ante la crisis actual? Como en tantas otras cosas, imitar a Pinochet: intervendrán instituciones, comprarán carteras vencidas, mejorarán la legislación financiera, reprivatizarán las entidades intervenidas, los gobiernos recuperarán su plata y se iniciará otro período de auge, más sólidamente fundado.

Por supuesto, mucha riqueza cambiará de manos. Los que se atienen a la vieja máxima de "vender al sonido del violín y comprar al ruido del cañón" volverán a beneficiarse. Varias de las mayores fortunas chilenas actuales se forjaron en la crisis de los años 80, comprando cuando todos querían vender. El pánico colectivo sólo sirve para que algunas personas se hagan muy ricas. Warren Buffet, que ha hecho su fortuna así, acaba de adquirir parte de una institución financiera en problemas. Leí hace poco que un señor de apellido Riverwater, o algo así, ganó dos mil millones de dólares comprando acciones petroleras cuando el combustible estaba barato y vendiéndolas cuando el petróleo llegó a su peak, previendo que iba a volver a bajar.

Un amigo me contó que su nana peruana, que vive pendiente del dólar, porque le envía sus ahorros a su familia en Perú, siempre le encarga comprarle dólares cuando ve que el cambio está subiendo mucho, porque se entusiasma, y vendérselos cuando lo ve bajar, porque se asusta. Mi amigo, para no tener que ir a la casa de cambio cada vez, le compra él los dólares con su dinero y después se los vende, al precio del día, y ha descubierto que así él ha salido ganando, sin proponérselo. Y ha pensado que si hubiera invertido sumas mayores haciendo todo lo contrario que la nana peruana, podría haber hecho una fortuna.

El público y la opinología predominante se comportan como la nana y no como Warren Buffet y Riverwater. La gente siempre entra en pánico ante las crisis, olvidándose de que ha habido muchas y se ha salido de todas, en particular desde que Pinochet y sus Chicago Boys le enseñaron al mundo cómo hacerlo.

Tal vez eso explica una experiencia curiosa que he vivido recientemente: el otro día, en "La Segunda", apareció una carta firmada por Carlos De Ferrari F., que decía: "Grandes chilenos. Señora Directora: ¿Habrá alguien que en su sano juicio tenga alguna duda sobre quién es el gran chileno?". Y nada más. La recorté y les he preguntado a muchas personas a quién creen que se refiere De Ferrari en su carta. Invariablemente me han dado el mismo nombre. Tal vez por eso sus recetas tienen validez universal.

Tlatelolco, un sacrificio, un ritual
Gonzalo Rojas Sánchez

Unos 325 universitarios muertos; y varios miles de heridos; y la consiguiente represión a miles de opositores de las más variadas categorías, muchos de ellos muy jóvenes. Esa fue la indesmentible realidad de la matanza de Tlatelolco en Ciudad de México, exactamente 40 años atrás, el 2 de octubre de 1968, a las puertas de los Juegos Olímpicos.

Era la democracia del PRI, que mientras se echaba a México al bolsillo, en Tlatelolco se lo mandó al pecho. Pero como era un gobierno de centroizquierda.

Treinta años antes, acá en Chilito, un 5 de septiembre de 1938, más de 50 jóvenes nacis (que así se denominaban) habían caído bajo las balas, detenidos después de un intento de golpe de estado. Pero como eran nacis y golpistas, tras la condena de los autores, vino el indulto.

Y el año próximo se cumplirán los 20 de la masacre de Tiananmen, crimen alevoso en que hasta 2.600 jóvenes chinos -según la Cruz Roja nacional- perdieron la vida a manos de su gobierno, a lo que hay que sumar entre 7 y 10 mil heridos. Pero como era un país oficialmente comunista.

Así, con un solo standard (las izquierdas nunca son culpables) se ha manejado siempre el tema de los derechos humanos, aquí y en las quebradas del mundo entero. A nivel macro y micro, a nivel matanza y a nivel abandono de la amante.

Sí, porque el mismo Edward Kennedy que abandonó a Mary Jo Kopechne en Chappaquidick, posó siempre como el paladín de los derechos ajenos. Mientras más lejanos y etéreos, eso sí, mejor. Por eso, desde muy apartadas tierras, otra mujer lo premió ahora, en el ocaso de su vida, con la Orden al mérito de Chile.

Sacrificios y ritual, qué paradoja. Frente a la realidad dramática de unos hechos de sangre, el subterfugio y la máscara de unos actos simbólicos.

Fue así como Octavio Paz describió Tlatelolco en El laberinto de la soledad: "Doble realidad del 2 de octubre de 1968: ser un hecho histórico y ser una representación simbólica de nuestra historia subterránea o invisible; y hago mal en hablar de representación pues lo que se desplegó ante nuestros ojos fue un acto ritual: un sacrificio," afirmó.

Y ésa ha sido la realidad en tantos lugares del mundo, tan distintos como los ya mencionados o como Cambodia y Siberia. Para decenas de miles de buenas personas -millones en realidad- el siglo XX implicó el sacrificio de sus vidas, muchas veces perdidas en plena juventud. Pero para quienes los ajusticiaban, era sólo un ritual.
Un ritual en los gestos al que ha seguido el rito de las palabras. Porque dos veces han sido sacrificadas las víctimas de esas masacres: una primera por las balas y a continuación por la demagogia. Ni ellos se lo merecen ni los demagogos tienen mérito alguno.

Acount