La crisis internacional les ha dado una gran oportunidad a algunos socialistas que decían haberse convertido al mercado, y que ahora quieren mostrar sus credenciales anteriores a la conversión, aunque sin retraerse totalmente de ella. Una técnica para lograr el tortuoso objetivo consiste en levantar como culpables a personas que nunca han existido, por lo menos en posiciones de poder: "Los fundamentalistas del mercado", o aquella mítica gente que alberga "una visión neoliberal extrema". Otra técnica es la de postular dicotomías falsas. Por ejemplo, la culpa la tendría el capitalismo estadounidense, que a diferencia del europeo, desestima al Estado, sobre todo bajo el "neoliberalismo extremo" de Bush. Cuando la gente está confundida, no hay nada más fácil que confundirla más levantando mitos. Es lo que hacen estos socialistas que, de alguna manera, por alambicada que sea, quieren ahora estar en contra y a favor de la economía de mercado, para tener bien diversificada la apuesta según lo que ocurra.
Examinemos algunos de esos mitos. ¿De cuándo es la última gran desregulación bancaria en Estados Unidos? Es de 1999, hecha bajo Clinton, cuando se revocó la Ley Glass-Steagall de 1933, para permitir que se integre la banca de inversión con la comercial. La desregulación fue mal hecha: los bancos integrados quedaron regulados por distintas entidades según su origen, por lo que se produjo una peligrosa ambigüedad regulatoria. En cuanto a los préstamos a deudores hipotecarios de alto riesgo, fue el gobierno de Clinton -o sea, una intervención estatal- el que presionó para que éstos comenzaran a propagarse. En cuanto al neoliberalismo extremo de Bush, el gasto del gobierno federal ha subido del 18,4 al 20,8 por ciento del PIB bajo su mandato. El catastrófico déficit fiscal resultante es una de las causas de la crisis. En cuanto a la superioridad del modelo europeo, ¿por qué tantos bancos han caído en Europa? En junio de 2008, los activos totales de los grandes bancos mayoristas europeos ya sumaban más de 43 veces su capital tangible. Muchos bancos europeos han sido igual de "codiciosos" que sus pares estadounidenses, y para qué hablar de la "desidia" de su regulador.
Es defendible un modelo en que se regula mucho a la banca, como lo es uno en que se regula poco. El peor de los mundos es el de la ambigüedad regulatoria, cuando los agentes económicos creen que hay una regulación eficaz y no la hay, por lo cual no se informan sobre el estado de cada banco, y depositan en cualquiera sin discriminar. Es lo que pasó en Europa y Estados Unidos. Me temo que hay ambigüedad regulatoria en muchas otras partes del mundo también. Según algunos de nuestros multifacéticos socialistas, en China, "como en Europa", estarían mirando "con horror" lo ocurrido en Estados Unidos, por lo que detendrían cualquier nefasto plan de liberalización financiera que hayan tenido. Pero, así y todo, ¿cómo estarán los bancos chinos, bajo la orientación del Estado comunista? Mejor no saber, ¿verdad? Mejor que China siga siendo una caja negra: hay un límite a la cantidad de verdad que podemos tolerar en estos tiempos.
Los mitos cómodos seguirán surgiendo. El más notable, el que envuelve a todos los demás, es aquel que se consuela con que la crisis fue provocada por "otros", que fue algo que "ellos nos hicieron a nosotros". Es un mito que se conjuga bien con la cultura de víctima y de inocencia de la izquierda. Pero la crisis debería más bien llevarnos a la autocrítica, a la humildad. Casi todos participamos en la fiesta que se dio gracias al crédito fácil que hubo.
Juan Andrés Fontaine
Alerta roja en los mercados. El estruendoso derrumbe de Wall Street y otras plazas bursátiles no podía sino repercutir en Chile. Pero la virulenta alza del dólar, la caída de las bolsas y la elevación del costo del crédito nos han tomado por sorpresa. ¿Será que se nos viene el huracán? Un análisis frío de las condiciones actuales de la economía nacional debería despejar los temores, pero en tiempos de tormenta hasta las mejores naves pueden naufragar si no son piloteadas con destreza.
Los desaciertos cometidos por la dupla Paulson-Bernanke en el puente de mando de la economía americana han llevado a que un problema bancario peligroso, pero confinado a un segmento del crédito, pueda devenir en un pánico financiero global. Afortunadamente, las medidas necesarias para contener y subsanar la epidemia de desconfianza son abundantemente conocidas y de a poco han comenzado a ser aplicadas en Estados Unidos y Europa. Suponiendo que ellas surten efecto, el Fondo Monetario Internacional vaticina que el crecimiento mundial se desacelera al 3% el próximo año, desde el 4% previsto para el actual y el 5% estimado para el anterior. Aunque se trataría de un escenario negativo para Chile, los hemos conocido peores y no hace mucho. El crecimiento económico mundial fue de poco más de 2% en 2001, 1998 y 1991, alcanzando tan sólo 0,6% en el fatídico 1982. Sólo en dos de esas ocasiones, en 1982 y 1998, Chile en verdad se vio en apuros.
Pero los mercados se mantienen escépticos respecto de la capacidad de los gobiernos de adoptar, en la intensidad y oportunidad correctas, las medidas técnicas necesarias. Chile —víctima inocente de esta crisis de confianza— encara la disminución de los préstamos de comercio exterior, ve elevarse el costo del crédito externo y observa que comienzan a caer sus precios de exportación. La situación está lejos de ser crítica. Todavía el cobre es, en términos reales, más de tres veces superior al que tuvimos en nuestra recesión de 1999 y el costo real del crédito externo es muy inferior al de entonces. Cabe preguntarse, sin embargo, cuán preparados estamos para un escenario verdaderamente malo.
En situaciones de crisis lo que cuenta son las necesidades brutas de financiamiento externo. Para los próximos 12 meses ellas se elevan a alrededor de US$ 35.000 millones, considerando el total de la deuda externa de corto plazo, los vencimientos de la deuda externa de largo plazo y un probable déficit corriente de unos US$ 5.000 millones, calculado a un precio del cobre semejante al actual. En tiempos normales esas necesidades son rutinariamente atendidas por la renovación o refinanciación de los créditos de corto plazo y largo plazo, la reinversión en Chile de las importantes utilidades devengadas por la inversión extranjera y algún ingreso neto de capitales del exterior. En tiempos de crisis algunas de esas fuentes de financiamiento se tornan dudosas, ya sea por la falta de liquidez de los bancos y empresas multinacionales o por el aumento de los intereses en el exterior. Son los temores a una eventual insuficiencia en el financiamiento externo los que se han hecho sentir con fuerza sobre nuestros mercados en los últimos días.
Desde luego, es en la adversidad cuando se aprecian con claridad las ventajas de la precavida estrategia fiscal y cambiaria seguida por Chile. Si nuestras autoridades hubiesen cedido a las tentaciones y presiones por gastar las rentas extraordinarias del cobre, hoy las necesidades de financiamiento externo serían muy superiores. En cambio, ahora enfrentamos un eventual faltante financiero apertrechados con un alto de nivel de reservas internacionales en el Banco Central y la Tesorería. Todo ello es muy tranquilizador, pero, cuidado, ese blindaje está lejos de hacernos invencibles.
Los ahorros fiscales acumulados y las reservas internacionales totalizarán más de US$ 50.000 millones hacia fines de año: impresionante suma, aunque semejante a la que, en relación ya sea a las importaciones o a la deuda externa de corto plazo teníamos en 1997, en la antesala de la crisis asiática. Las autoridades de entonces se ufanaban del grosor del blindaje y, bien sabemos, éste no fue suficiente para prevenir el naufragio económico de 1998-99.
Esa experiencia es aleccionadora. El gobierno de entonces sintió que la protección conferida por las reservas le permitía expandir el gasto público y elevar fuertemente los salarios mínimos. Eran tiempos electorales. El Banco Central pensó que el alza del dólar era una tonta reacción del mercado y defendió la banda cambiaria vendiendo reservas a destajo y elevando la tasa de política monetaria a 14% real. Aunque el vuelco externo hacía ineludible una desaceleración, la recesión de 1999 y su elevado costo social habrían sido evitados con una mejor estrategia macroeconómica.
A juzgar por la reacción de las autoridades en los últimos días, esa lección está bien asimilada. Han hecho muy bien el Banco Central y el Fisco en contener el alza del costo del crédito proveyendo la necesaria liquidez en pesos y dólares. Nada hay más devastador para la actividad económica que la sequía crediticia. Han hecho muy bien en mantener la cabeza fría y dejar al dólar subir al ritmo de la incertidumbre. El alza del tipo de cambio transmite una señal positiva hacia el grueso del sector productivo y estimula el ingreso de capitales al país.
En verdad, la verdadera fortaleza de la economía nacional para afrontar la tormenta está en la confianza que despierta una economía bien manejada, abierta y flexible. En los últimos ocho años, la libertad cambiaria y la apertura del mercado de capitales han permitido al sector privado acumular importantes ahorros en el exterior. De acuerdo a las estimaciones del Banco Central, las inversiones financieras y otros activos de corto plazo del sector privado en el exterior —AFPs incluidas— alcanzaban a casi US$ 90.000 millones a junio pasado, un monto 10 veces superiores al de 1997 y casi el doble del mantenido por el Fisco y el Banco Central. En un mercado libre, la incertidumbre sobre el financiamiento externo eleva el precio de dólar. Esa es la señal necesaria para estimular el regreso al país de alguna parte de los ahorros mantenidos afuera y ponerlos a trabajar en la industria exportadora. Aunque suele asustar, el alza reciente del dólar es saludable. Con un tipo de cambio real 40% más alto que al inicio de la crisis asiática, contamos con un sector exportador más potente y competitivo. La mitad de sus ventas se destinan a las economías emergentes, hoy más dinámicas y seguras que el mundo desarrollado.
Es cierto que el alza del dólar puede dificultar el control de la inflación, pero está siendo parcialmente neutralizada por la caída del petróleo y los alimentos. El peligro inflacionario sigue presente, pero el muy probable enfriamiento de la actividad económica la ha de hacer batirse en retirada. El Banco Central ha hecho bien en mantener en 8,25% la tasa de interés en el día de ayer. Pero debe perfeccionar sus operaciones monetarias para asegurar que ella realmente sea la referencia clave para el costo del crédito en Chile
Los desaciertos cometidos por la dupla Paulson-Bernanke en el puente de mando de la economía americana han llevado a que un problema bancario peligroso, pero confinado a un segmento del crédito, pueda devenir en un pánico financiero global. Afortunadamente, las medidas necesarias para contener y subsanar la epidemia de desconfianza son abundantemente conocidas y de a poco han comenzado a ser aplicadas en Estados Unidos y Europa. Suponiendo que ellas surten efecto, el Fondo Monetario Internacional vaticina que el crecimiento mundial se desacelera al 3% el próximo año, desde el 4% previsto para el actual y el 5% estimado para el anterior. Aunque se trataría de un escenario negativo para Chile, los hemos conocido peores y no hace mucho. El crecimiento económico mundial fue de poco más de 2% en 2001, 1998 y 1991, alcanzando tan sólo 0,6% en el fatídico 1982. Sólo en dos de esas ocasiones, en 1982 y 1998, Chile en verdad se vio en apuros.
Pero los mercados se mantienen escépticos respecto de la capacidad de los gobiernos de adoptar, en la intensidad y oportunidad correctas, las medidas técnicas necesarias. Chile —víctima inocente de esta crisis de confianza— encara la disminución de los préstamos de comercio exterior, ve elevarse el costo del crédito externo y observa que comienzan a caer sus precios de exportación. La situación está lejos de ser crítica. Todavía el cobre es, en términos reales, más de tres veces superior al que tuvimos en nuestra recesión de 1999 y el costo real del crédito externo es muy inferior al de entonces. Cabe preguntarse, sin embargo, cuán preparados estamos para un escenario verdaderamente malo.
En situaciones de crisis lo que cuenta son las necesidades brutas de financiamiento externo. Para los próximos 12 meses ellas se elevan a alrededor de US$ 35.000 millones, considerando el total de la deuda externa de corto plazo, los vencimientos de la deuda externa de largo plazo y un probable déficit corriente de unos US$ 5.000 millones, calculado a un precio del cobre semejante al actual. En tiempos normales esas necesidades son rutinariamente atendidas por la renovación o refinanciación de los créditos de corto plazo y largo plazo, la reinversión en Chile de las importantes utilidades devengadas por la inversión extranjera y algún ingreso neto de capitales del exterior. En tiempos de crisis algunas de esas fuentes de financiamiento se tornan dudosas, ya sea por la falta de liquidez de los bancos y empresas multinacionales o por el aumento de los intereses en el exterior. Son los temores a una eventual insuficiencia en el financiamiento externo los que se han hecho sentir con fuerza sobre nuestros mercados en los últimos días.
Desde luego, es en la adversidad cuando se aprecian con claridad las ventajas de la precavida estrategia fiscal y cambiaria seguida por Chile. Si nuestras autoridades hubiesen cedido a las tentaciones y presiones por gastar las rentas extraordinarias del cobre, hoy las necesidades de financiamiento externo serían muy superiores. En cambio, ahora enfrentamos un eventual faltante financiero apertrechados con un alto de nivel de reservas internacionales en el Banco Central y la Tesorería. Todo ello es muy tranquilizador, pero, cuidado, ese blindaje está lejos de hacernos invencibles.
Los ahorros fiscales acumulados y las reservas internacionales totalizarán más de US$ 50.000 millones hacia fines de año: impresionante suma, aunque semejante a la que, en relación ya sea a las importaciones o a la deuda externa de corto plazo teníamos en 1997, en la antesala de la crisis asiática. Las autoridades de entonces se ufanaban del grosor del blindaje y, bien sabemos, éste no fue suficiente para prevenir el naufragio económico de 1998-99.
Esa experiencia es aleccionadora. El gobierno de entonces sintió que la protección conferida por las reservas le permitía expandir el gasto público y elevar fuertemente los salarios mínimos. Eran tiempos electorales. El Banco Central pensó que el alza del dólar era una tonta reacción del mercado y defendió la banda cambiaria vendiendo reservas a destajo y elevando la tasa de política monetaria a 14% real. Aunque el vuelco externo hacía ineludible una desaceleración, la recesión de 1999 y su elevado costo social habrían sido evitados con una mejor estrategia macroeconómica.
A juzgar por la reacción de las autoridades en los últimos días, esa lección está bien asimilada. Han hecho muy bien el Banco Central y el Fisco en contener el alza del costo del crédito proveyendo la necesaria liquidez en pesos y dólares. Nada hay más devastador para la actividad económica que la sequía crediticia. Han hecho muy bien en mantener la cabeza fría y dejar al dólar subir al ritmo de la incertidumbre. El alza del tipo de cambio transmite una señal positiva hacia el grueso del sector productivo y estimula el ingreso de capitales al país.
En verdad, la verdadera fortaleza de la economía nacional para afrontar la tormenta está en la confianza que despierta una economía bien manejada, abierta y flexible. En los últimos ocho años, la libertad cambiaria y la apertura del mercado de capitales han permitido al sector privado acumular importantes ahorros en el exterior. De acuerdo a las estimaciones del Banco Central, las inversiones financieras y otros activos de corto plazo del sector privado en el exterior —AFPs incluidas— alcanzaban a casi US$ 90.000 millones a junio pasado, un monto 10 veces superiores al de 1997 y casi el doble del mantenido por el Fisco y el Banco Central. En un mercado libre, la incertidumbre sobre el financiamiento externo eleva el precio de dólar. Esa es la señal necesaria para estimular el regreso al país de alguna parte de los ahorros mantenidos afuera y ponerlos a trabajar en la industria exportadora. Aunque suele asustar, el alza reciente del dólar es saludable. Con un tipo de cambio real 40% más alto que al inicio de la crisis asiática, contamos con un sector exportador más potente y competitivo. La mitad de sus ventas se destinan a las economías emergentes, hoy más dinámicas y seguras que el mundo desarrollado.
Es cierto que el alza del dólar puede dificultar el control de la inflación, pero está siendo parcialmente neutralizada por la caída del petróleo y los alimentos. El peligro inflacionario sigue presente, pero el muy probable enfriamiento de la actividad económica la ha de hacer batirse en retirada. El Banco Central ha hecho bien en mantener en 8,25% la tasa de interés en el día de ayer. Pero debe perfeccionar sus operaciones monetarias para asegurar que ella realmente sea la referencia clave para el costo del crédito en Chile