Nunca como en este tiempo de candidaturas presidenciales en EE.UU. había recordado con mayor nitidez la idea que Karl Popper tuvo de la democracia: un método para sustituir gobernantes ineptos sin derramamiento de sangre. Está claro cuál es el gobernante de ese tipo que los norteamericanos se aprestan a reemplazar, como evidentes son los dos mayores desastres imputables a su administración.
El primero y más grave de los desastres es Irak, donde sólo el fracaso político y militar -y no las razones jurídicas y morales que desde un primer momento desaconsejaron una acción bélica que no contaba con la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU- ha terminado por convencer a los propios partidarios de Bush -incluido McCain- de que se trató de un gravísimo error.
La economía es el otro desastre de un Presidente que se ha mostrado particularmente incompetente. Como todos los fundamentalistas del mercado -entre los cuales ya no se sabe si lo que predomina es la ingenuidad o el cinismo-, Bush creyó a pie juntillas en la desregulación de los mercados financieros y en la inconveniencia de fiscalizar las escasas regulaciones que les concernían, con los efectos que su país y el mundo sufren en este momento. Su idea del Estado bombero, recluido en el cuartel a la espera de que los codiciosos que juegan con fuego provoquen una catástrofe, es la que explica que hoy sea el más entusiasta partidario de intervenir los mercados, que es mucho más que regularlos y fiscalizarlos.
Porque si usted no regula ni fiscaliza los mercados, tendrá que hacer luego algo peor: intervenirlos. Algo parecido a lo que acontece con la salud: si usted no previene, tendrá más tarde que curar. Y curar tiene siempre un costo mayor que prevenir, como mayor lo tiene la guerra que la diplomacia.
Algo que sorprende de la actual situación es la escasa indignación que muestra la mayoría de los analistas, algunos de los cuales parecen estar más preocupados de que al gobierno norteamericano se le haya ido ahora la mano a favor de las regulaciones que del efecto que la crisis está teniendo en millones de contribuyentes, accionistas y cotizantes previsionales. Como para pensar que esos analistas no sacarán lecciones de la crisis y continuarán machacando con su discurso a favor de un Estado que observa desde lejos la voraz y desigual privatización de las ganancias, pero que corre a socializar las pérdidas cada vez que éstas se producen a gran escala.
Joseph Stiglitz afirmó que lo acontecido en Wall Street es al fundamentalismo de mercado lo que la caída del muro para el comunismo. La comparación, además de pronosticar una nueva era para los mercados financieros -Dios lo oiga (y los neoliberales lo entiendan)-, tiene esta otra lectura: así como el mundo comunista vio caer el muro de Berlín como consecuencia del mal modelo que administraba y de su total falta de autocrítica, el mundo de las finanzas y los gobiernos que le permiten actuar salvajemente en la oscuridad han visto caer ahora, por las mismas causas, el castillo de naipes que presentaron como si se tratara de una sólida fortaleza.
Washington y Wall Street: el problema fue la actitud
Karin Ebensperger
Los líderes fallaron. En EE.UU. se dio una fatal suma de malos conductores. El Presidente Bush gastó como país en guerra (artificial) en Irak y además condujo mal las políticas económicas, y el ex presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan estimuló una política irresponsablemente expansiva. Las personas fueron inducidas a endeudarse, desde el gobierno y la Reserva Federal. Y se alteró el mercado hipotecario y la economía en general.
EE.UU. vive una peligrosa falta de líderes, no hay una conducción respetada. Bush es un Presidente fallido que tres de cuatro norteamericanos desaprueba. McCain no logró siquiera entusiasmar a los propios republicanos, que en alto porcentaje rechazaron en el Congreso el paquete de medidas de salvataje que él apoyó. Y Obama ha sido un avestruz, no ha marcado futuro, no ha demostrado liderazgo de peso en un momento crucial.
El aparato estatal estadounidense creó incentivos perversos. En una economía de libre mercado, el principal rol del Estado para favorecer la libre competencia es regular poco y bien, para evitar distorsiones, monopolios, abusos, falta de transparencia. Todo esto no ocurrió en EE.UU. por mucho tiempo. Y en esta columna dijimos varias veces lo peligrosamente endeudado que estaba EE.UU. y cómo China indirectamente le prestaba dinero comprando bonos.
La distorsión partió desde el Estado con el Presidente Bill Clinton, quien presionó para la entrega de populares créditos de alto riesgo; continuó con la administración Bush, quien siguió forzando la demanda y se distrajo en Irak, y el gran director de desaciertos fue Alan Greenspan: alteró todo al impulsar la excesiva liquidez; promovió y hasta premió un mal comportamiento de los norteamericanos, que estaban siendo seducidos hasta el extremo a endeudarse.
Se otorgaban préstamos irrisorios de instituciones garantizadas por el propio Estado como Fannie Mae y Freddie Mac, que entregaron recursos por más de ¡50 veces su patrimonio!
Se sumó la mala conducta del sector privado: no el de la economía real, sino el de Wall Street. El management no actuó en interés de los accionistas -base del sistema-, sino que con el criterio de que las ganancias eran para los banqueros, y las pérdidas para los pequeños. Todos los distorsionadores se fueron con suculentas indemnizaciones.
Por eso hay una sensación de fastidio tan grande en EE.UU. La gente percibe cómo le alteraron el sistema.
La buena noticia es, paradójicamente, esa desconfianza: es mala para la coyuntura económica, pero habla bien de los norteamericanos. Están furiosos con Bush, Greenspan, Wall Street. Los que trabajan, los que se arremangan y los que innovan y han creado los avances tecnológicos que impulsan al mundo, están reaccionando. EE.UU. nació como nación declarando la responsabilidad personal y la mínima injerencia del Estado, el cual debía generar el marco para el desarrollo individual. Si no recupera esa actitud, y se blinda de autoridades como Greenspan, EE.UU. habrá perdido su esencia.