martes, 7 de octubre de 2008

Dos comentarios para meditar

¿Estamos blindados?
José Ramón Valente

La semana pasada el mercado financiero chileno tuvo su propia crisis de liquidez. Siguiendo la moda impuesta por el mercado financiero internacional en los últimos meses, los bancos nacionales entraron en pánico y restringieron fuertemente las líneas de créditos que otorgan a las empresas y también las que se otorgan mutuamente. Esta verdadera psicosis generó una fuerte alza en el dólar y en las tasas de interés.

En este contexto, a pesar de que las autoridades económicas han repetido hasta el cansancio que Chile está blindado de las turbulencias de los mercados internacionales, los eventos de la semana pasada sugerirían lo contrario. ¿Podemos realmente decir que los chilenos no vamos a ser afectados por la crisis financiera internacional? Mi opinión es que no.

Chile es un país que importa y exporta miles de millones de dólares al año de decenas de países en todo el mundo. Además recibe cuantiosas cantidades de inversión extranjera al mismo tiempo que nuestras empresas e inversionistas compran empresas, acciones y bonos en los cinco continentes.

¿Cómo podría Chile quedar inmune a una recesión mundial, si tenemos que vender nuestro cobre, nuestro vino, nuestros salmones y nuestras uvas en dicho mercado? ¿Cómo podría no afectarnos la crisis financiera internacional, cuando nuestros bancos requieren líneas de crédito de bancos internacionales para soportar las operaciones de comercio exterior de importadores y exportadores? ¿Dónde van a obtener el financiamiento las multinacionales que quieran invertir en Chile si la banca mundial está en crisis?

Lo cierto es que al igual que el resto de los países latinoamericanos, entre el 2003 y el 2007, Chile se favoreció por una bonanza sin precedentes de la economía mundial y ese escenario sin duda cambió. La economía mundial se encamina hacia una recesión, por lo que al menos el trienio 2008-2010 va a ser mucho más malo que el quinquenio 2003-2007. El financiamiento va a ser más escaso y la demanda y los precios del cobre y de la mayoría de nuestros productos de exportación van a ser más bajos. En otras palabras, nuestros ingresos como países van a ser significativamente menores.

El blindaje de que hablan las autoridades consiste básicamente en haber ahorrado parte de los excedentes del cobre durante el período de bonanza, de manera que las finanzas del sector público están muy sanas. Tenemos más de US$ 20 mil millones en caja. Pero como bien saben las empresas y las familias, la plata en disponible en la cuenta corriente es sólo un paliativo para cuando los negocios andan mal o cuando se pierde el empleo.

El gobierno chileno aprovechó de ahorrar mientras las vacas eran gordas, no cabe duda de eso. Pero al mismo tiempo no se preocupó de fortalecer realmente su economía para que ésta pudiera sobrellevar bien un período de crisis mundial. Nuestros jóvenes no están mejor educados, nuestras empresas no son más competitivas, no tenemos un mercado del trabajo más flexible y nuestro Estado es igualmente burocrático que hace seis años. Estamos igualmente vulnerables, si no más, ante una situación de estrechez de la economía mundial que lo que estábamos el 2002 antes de empezar el período de vacas gordas. Nuestras empresas pueden perder sus mercados y su capacidad de generar utilidades y nuestros trabajadores sus fuentes de trabajo si la situación mundial se complica. En ese contexto, y aunque el gobierno abriera las arcas fiscales para repartir el botín de los ahorros del cobre, entregando subsidios por doquier, dicho esfuerzo se puede llegar a sentir como una aspirina para sanar una bronconeumonía si la situación mundial sigue empeorando

Otro Chile
Margarita María Errázuriz

No sé si nos hemos dado cuenta del cambio que ha vivido el país en este último tiempo. En muchos de sus rincones se observa un desarrollo con calidad de vida y rostro humano.

Hacía tiempo que no visitaba Chiloé. Junto con pisar la isla noté que todo era distinto: Pargua, los caminos pavimentados, el paisaje, las casas. No podía dejar de sorprenderme. Cierto que era un día de comienzos de primavera, asoleado y con el campo muy verde; lo justo y necesario para que todo se viera bonito.

Fui hasta Chonchi. Mientras recorría su centro urbano, su escuela, el liceo y el internado —estos dos últimos dan formación técnica profesional—, preguntas e ideas sueltas me asaltaban a cada paso. Hay algunas que me gustaría compartir.

A juzgar por lo que allí vi, las escuelas y liceos que está construyendo el Ministerio de Educación son de antología: obras de arquitectura que vale la pena conocer. Vigas de madera en anchos corredores que sirven de patio cuando llueve, calefacción geotérmica, aulas equipadas con tecnología de punta. En el liceo entré a una sala donde los alumnos tenían abierta la página web del Servicio de Impuestos Internos. A mí me gustaría estar tan familiarizada con ese sitio como ellos están; estudian para ser contadores. En el internado, la especialidad es la acuicultura.

En la escuela —es municipal; vale decir, a ella asisten los hijos de las familias más vulnerables del lugar— participé en una ceremonia donde estaban todos los alumnos presentes. Me encontré con niñas y niños educados, tranquilos; algunos forman parte de un conjunto de instrumentos de cuerdas, y otros de un grupo de cueca huasa. Hacía tiempo que no veía bailarines tan bien plantados: huasos chicos con espuelas que sabían hacer sonar, huasitas con enaguas almidonadas —al sentarse, se las levantaban para no achatarlas— y zapatos negros con taco y la punta redondeada, como corresponde...

No lo podía creer. Tres establecimientos educacionales de primera categoría, con una matrícula para alrededor de 600 alumnos cada uno, en una comuna cuya población no pasa de los 14 mil habitantes, en su mayoría rural. Un pueblo relativamente pequeño, donde las escuelas y la iglesia —patrimonio nacional— son el centro de la vida de la comunidad. Sus habitantes merecen todo mi respeto. Todo un pueblo volcado a la educación e interesado en adquirir conocimientos sobre el salmón. Ese lugar trasunta sinergia y dignidad, fuerzas que se reflejaban en la cara de esos niños, en su orquesta, en sus bailes. En esos lugares se está gestando otro Chile, que mira de frente, seguro de su valía.

Volví llena de esperanza y tan impresionada que quise saber más de Chonchi. Su porcentaje de pobreza total es semejante al de Santiago y La Reina; la mitad de la pobreza de Macul y menos de la mitad de Viña del Mar.

Al recordar Chonchi no puedo dejar de pensar en el rol de la escuela y de la Iglesia en la vida de una comunidad. Muchas veces no valorizamos lo suficiente la función de ambas instituciones como ejes sociales que proyectan símbolos, ofrecen espacios de encuentro, transmiten valores que le dan un tremendo sentido a la vida y una calidad que vitaliza su quehacer.

De ahora en adelante miraré con otros ojos las decisiones públicas que atañen al interior del país y la información sobre situaciones que afectan su actividad económica. No me limitaré a encogerme de hombros cuando oiga sobre problemas como el del salmón. Hay una enorme cantidad de personas a las que esta industria les ha cambiado la vida. También, mi mirada será otra cuando se evalúen acciones públicas que inciden en poblaciones distantes o cercanas, cuya importancia no alcanzo a dimensionar.

No somos capaces de calibrar el mundo que está más allá del nuestro, que también es Chile y que depende de las acciones que se toman desde el nivel central. Para opinar, hay que estar en contacto directo con esas realidades. En mi caso, no soy la llamada a juzgar sus prioridades. Espero haber aprendido esta lección.

Y me gustaría vivir en esas tierras; uno se encariña con ellas y su gente

Acount