Se condena a funcionarios judiciales menores por liberar a culpables con certificados que alteran los hechos, pero no a jueces superiores por condenar a inocentes con sentencias que también desfiguran los hechos. Los altos magistrados se reúnen a "reflexionar" sobre las tropelías de los inferiores. ¿Cuándo se juntarán a "reflexionar" sobre las propias?
Así, la mayoría judicial sentencia a seis años de presidio, sin beneficios, al general (r) Sergio Arellano, de 88 años, enfermo e imposibilitado, por cuatro fusilamientos que no ordenó y que están, por añadidura, amnistiados y prescritos. Ocurrieron el 2 de octubre de 1973 en San Javier. Arellano ni siquiera se encontraba allí. Nadie en el proceso acreditó que diera orden de fusilar. Al contrario, dos testimonios fundados prueban que no lo hizo: el del fiscal militar Carlos Romero, que consumó el fusilamiento, y el del comandante del regimiento, Gabriel del Río.
Por cierto, el consabido abogado querellante comunista llevó una legión de testigos, parientes y amigos de los fusilados, que aseguraron recordar ese día de 1973 al helicóptero de Arellano y haber oído decir, sin precisar a quién, que éste ordenó las muertes. Repiten lo que el lavado cerebral masivo oficialista divulga desde hace 18 años.
Lo notable es que los tribunales absolvieron al coronel (r) Del Río, de quien el autor directo y confeso del hecho (Romero) dice haber re-cibido la orden. En cambio, conde-naron a Arellano, que no estaba ahí y a quien nadie vio u oyó darla. Es preciso decir que una minoría de ministros probos votó por absolver a Arellano, pero la mayoría po-litizada se impuso.
Es que el "caso Caravana" es la piedra angular de la campaña izquierdista de desprestigio del gobierno militar y de Pinochet. El es-labón principal de la cadena de la mentira. Al delegado de éste "hay que" culparlo. Si los hechos no lo hacen, peor para los hechos, como decía Lenin. ¿Y la oposición? Mira para otro lado. "Toma distancia". O peor: Piñera, como senador, dio un voto decisivo para destituir a un ministro de la Suprema, acusado constitucionalmente por la izquierda en castigo por aplicar la amnistía.
Pero la verdad, ya que no la justicia, prevalece. En el regimiento había en 1973 un joven capitán, Humberto Julio, ayudante del comandante Del Río. Con los años ascendió a general y, ya retirado, escribió un libro, "Hablan los militares" (Biblioteca Americana, 2006). Refiere (p. 118) que Del Río lo contactó hace pocos años y le dijo que "el ministro Guzmán le había ofrecido absolverlo si le declaraba que la orden de fusilamiento había provenido del general Sergio Arellano, pero, como ello no era efectivo, él no podía hacerlo". Le pidió a Julio declarar que la comitiva de Arellano "había infiltrado" al regimiento, pero aquél se negó, porque no le constaba.
¿Cómo protesta un ciudadano común contra el escándalo impu-ne? Los hombres de bien no ponemos bombas. Sólo tenemos nuestro voto. Por suerte, en mi comuna va de candidata una hija de Pinochet, que estuvo presa sin fundamento, como su padre y Arellano, y ha sido perseguida ilegalmente por los jueces de izquierda. Votaré por ella. Ésa será una bomba.
Y pondré otra: respaldo a la senadora Evelyn Matthei (UDI), quien, sin el derrotismo de los varones de su partido, reivindica su derecho a competir por la Presidencia. ¡Por fin alguien del "Sí" en la contienda! Esgrime el mismo argumento que Piñera en 2005, cuando no "cerró filas" tras Lavín, siendo que éste lideraba las encuestas.
"¡Aún tenemos el voto, ciudadanos!". Y mujeres con coraje que lo merecen.
Con humor, un candidato por Vitacura llamaba a anular su propia postulación, sugiriendo con línea punteada el trozo de cabeza que debían cortar los depredadores de su propaganda.
Sin humor, con la gravedad de los frívolos, los dos principales candidatos por Santiago llaman a anular sus propias candidaturas, ofreciéndose generosamente a repartir la píldora del día después, con tal o cual restricción.
Listo, nos quedamos sin candidatos.
Tanto uno como otro dicen pertenecer al mundo cristiano. Uno, porque milita en el partido que une democracia y cristianismo en su nombre. El otro, porque, reconoce filas en una colectividad de inspiración cristiana y en la que aún quedan inconsecuentes.
Pero, penosa realidad, ninguno de los dos recibió formación básica en un principio moral que el cristianismo siempre ha promovido y defendido: en la duda, abstente. Hay que suponer, para ser bienpensados, que ninguno de los dos, nunca jamás, oyó hablar de cosa igual, que obviamente nadie les explicó ese principio, que ésta es la primera oportunidad -un poco tarde- en la que se preguntarán qué cosa puede significar esa obligatoria máxima.
La otra posibilidad es que hayan descartado por improcedente la aplicación de ese principio, es decir que estén completamente seguros de que la píldora no es abortiva. Eso, sin duda, los coloca al margen de toda la discusión científica en curso, y es tan inhabilitante para personas que dicen estar cualificadas para gobernar un municipio, como si afirmaran que hay seguridad completa sobre las mejores terapias para el Alzheimer o sobre los métodos para el control de la contaminación, materias de obvia confrontación científica.
Y, finalmente, ¿ignoran estos candidatos que respecto de la píldora hay un fallo del Tribunal Constitucional? ¿Se van a comportar respecto de las sentencias que resuelven litigios, siempre a la pinta suya, apoyando la medida de mayor aparente popularidad aunque sea contraria al ordenamiento legítimo?
La cuestión es grave. Quienes están dispuestos a anular una vida indefensa, han anulado éticamente sus propias candidaturas. Que no les extrañe ser rechazados por los consiguientes votos nulos. En Santiago, en La Florida y en todo Chile.