miércoles, 8 de octubre de 2008

Hay otros temas

Hay otros temas
Gonzalo Vial

No nos preocupemos de la crisis, fiel lector, que no la entendemos Ud. ni yo, ni menos los economistas, y además —si pensamos mucho en ella— nos puede dar miedo e insomnio. Hay otros temas.

MINISTERIO DEL INTERIOR Y FARC. El ministerio es el campeón mundial de la prestidigitación comunicacional. Ahora, ante los posibles contactos chilenos con las FARC —subversivas, antidemocráticas, violentas, secuestradoras y narcotraficantes— el ministerio intenta llevar el asunto al terreno que sigue: si hizo bien o mal Colombia cuando entregó a políticos de la oposición chilena antecedentes sobre dicho tema, y si hicieron bien o mal esos políticos al utilizarlos públicamente.

Pero estas dudas son sólo formales y secundarias. Lo importante es otra cosa. Indiscutidamente, existía en La Moneda un funcionario de rango medio, pero de buenos contactos concertacionistas, y mejores en el círculo asesor más próximo a la Presidenta, y que este funcionario tenía también vínculos con las FARC. Hasta el punto que los colombianos: a) quisieron enseñarle cómo despacharles y recibir de ellas mensajes en clave; es decir, indescifrables para quienes no conocieran ésta (afortunadamente el alumno resultó poco aventajado: no aprendió); b) comunicaron todo lo relativo al amigo chileno, funcionario de La Moneda, al segundo jefe de las FARC, entonces vivo y oculto en un campamento clandestino de Ecuador. Debe entenderse que esta comunicación no era de carácter social, sino útil al manejo político/militar de las FARC.

Pues bien, la autoridad chilena lo supo cuatro meses antes de la entrega de antecedentes a los políticos opositores, y no hizo nada. Y ahora se ha limitado a «degradar» (!) al funcionario de marras a otro puesto de menor rango. Esperemos que, en estos meses, no se haya aprendido la clave de las FARC.

Aquí está es el verdadero y peligroso problema, si las FARC han de tener amigos con clave propia dentro del Gobierno de Chile, y una benevolencia tan grande dentro de éste.

HUMAN RIGHTS WATCH (HRW). La expulsión de Venezuela del director de esta entidad pro derechos humanos, un chileno, ha provocado polémica.

Pero seguimos sin saber quiénes están detrás de la institución, quiénes la manejan. El director expulsado, aparentemente muy eficaz, es sólo un funcionario de HRW: estará ahí mientras sus superiores no lo reemplacen. Mas, ¿quiénes son los superiores? ¿Por qué detentan esa calidad? ¿La tienen «de derecho divino», o a su vez han sido elegidos, y en este caso por quiénes y cómo? ¿Es democrática una entidad que se preocupa tanto de la democracia a nivel mundial? Y si lo es... ¿ cómo concibe y practica la democracia?

El director dice que su financiamiento es múltiple. Pero una cosa es financiar una institución, y otra manejarla. Y no pesa tanto en el manejo quien le aporta 1 dólar, y quien le aporta 1 millón de dólares.

El asunto no es baladí. Hay muchas «organizaciones no gubernamentales» en el mundo, bien montadas, bien dirigidas en lo funcionario, bien «comunicadas» mediáticamente, defensoras de causas «simpáticas» y con fondos cuantiosos... pero que es un misterio quiénes las financian, controlan y deciden sus a veces secretos propósitos y estrategias. En los años ’50 del siglo pasado, una institución aparentemente irreprochable en sus objetivos y miembros, el Congreso por la Libertad de la Cultura, era instrumento de la CIA, que la financiaba. No digo que sea el caso de la HRW... pero conviene, siempre, la claridad.

CANAL DEL ESTADO. Ayer caí casualmente en el Canal 7 o «Nacional», propiedad del Estado, y anunciaba para la noche un programa completo sobre un hijo violador de su madre.

Me entretuve recordando las últimas iniciativas del mismo canal que han provocado «impacto»:

-La teleserie sobre un terrateniente del siglo que pasó, explotador y (¡otra vez!) violador. Tema viejo y resobado, pero que han podido tratar con dignidad la novela (Gran Señor y Rajadiablos, de Eduardo Barrios... hace sesenta años justos) y el cine (Julio comienza en Julio... hace treinta). De la teleserie del 7, como de cualquier teleserie, nada era rescatable, salvo quizás la filmación. «Argumento» de radioteatro de los años 40. Personajes planos e inverosímiles, de sentimientos huachacas y diálogos ridículos. Música, o sentimentaloide o efectista. Actuación... ¿qué actuación cabe, con los elementos anteriores, y teniendo además que cerrar cada libreto diario alguna truculencia que deje a su protagonista en foto fija y con una mirada de espanto? Y por fin —es el Estado el que nos entretiene— sexo, mucho sexo explícito y ahora además brutal, y una violencia récord: siete personajes muertos a mano armada en el último capítulo.

-La «elección» del «mejor chileno», ganada estrechamente por Salvador Allende sobre Arturo Prat. No ha sido esto lo importante. De ser inverso el resultado, los vicios de la «elección» hubieran sido exactamente los mismos. A saber: la ninguna seriedad del programa —copiado de un modelo extranjero, por supuesto... NINGUN «éxito» de nuestra TV deja de ser copia—; la forma irregular y manipulable de la selección de los candidatos, y de las votaciones; y —sobre todo— el nivel no primario, sino parvulario, de la presentación, defensa y crítica de las distintas postulaciones. Tan bajo, que en un desayuno con los participantes el Canal les sugirió mediante un memo los «cargos» contra los respectivos candidatos, alrededor de los cuales giraría el debate de TV. Y así se discutiría si Allende era ebrio y «ñoña» la poesía de Gabriela Mistral; si el heroísmo de Prat fue un montaje propagandístico, etc.

Es cierto que algunos de los presentadores de candidaturas superaron (no era difícil) el nivel propuesto por Canal 7, pero no pudieron alterar la disparatada estructura global del programa. De este modo, se convirtió en una chacota lo que hubiese podido ser un análisis serio y pluralista, sin «competencia» ni farándula, de quiénes han sido los mejores chilenos. Algo propio del Bicentenario y del canal que dice ser de todos nosotros.

De estos recuerdos inmediatos pasé al de otros «impactos» anteriores del mismo canal: una cárcel de mujeres (a la cual se le anuncia segunda parte) donde todas las presas y las gendarmes eran sádicas, o lesbianas, o ambas cosas... un señor que cortaba en pedazos a la gente con una motosierra... unos caballeros y damas de «treinta» (años) que se acostaban indiscriminadamente unos con otros, hasta que se agotaron los cruces posibles y terminó la serie...

¿Quién se acuerda de nada de esto? ¿Quién se acordará mañana del «mejor chileno» y del perverso hacendado? ¿Qué valor social, cultural o aun de entretención razonable han tenido tantos esperpentos?

Al obvio daño de formación que ellos producen en niños y adolescentes el Canal responde, muy serio, que transmite sus engendros en horario de adultos, siendo de responsabilidad paterna que —a esa hora— no los vean los menores de edad. ¿Nos hemos detenido a sopesar la insensatez de este argumento? «Reparto cocaína gratis —dirá mañana el Estado—, pero sólo en la calle y después de las diez de la noche. Si la reciben menores, culpa es de los padres por no tenerlos acostados en su casa».

El Canal se jacta, también, de sus transmisiones culturales. Son mínimas y, salvo honrosas pero pocas y espaciadas excepciones —los programas del cineasta Ruiz, por ejemplo—, irrelevantes. Viajes exóticos con comentarios superficiales, o programas «envasados» de las mismas características, y una preferencia por el escándalo y (sorprendentemente) por la irreligiosidad anticatólica.

¿Noticiarios? Los mismos de los otros canales: política menuda, crímenes y en general violencia, fútbol y un paupérrimo servicio exterior.

Hay que repetir la reflexión de siempre. La culpa de todo lo que precede no la tienen quienes producen el Canal 7. Se les exige autofinanciarse, y para ello tienen que ser comerciales, ganar avisos, obtener el «rating» que atrae éstos. Para lo cual hacen lo que hacen todos, en todo el mundo: TV/chatarra. La pregunta, entonces, es otra: ¿para qué necesita el Estado de Chile hacer TV/chatarra? La obvia respuesta: para nada. Y la conclusión, la de siempre: si el Estado de Chile requiere (lo que es muy discutible) una TV propia, «pública», «nacional», auténticamente cultural, etc., ésta no puede ser a la vez TV comercial: debe ser subsidiada. O subsidiarla, o venderla y gastar la plata en algo útil.

Acount