Argentina decide estatizar las pensiones. La promesa previsional vigente hasta ahora les decía a nuestros vecinos que su pensión dependería, en lo esencial, de su capacidad y disciplina de ahorro, unida a la rentabilidad de sus fondos administrados por las AFJP. Si la estatización prospera, la pensión futura dependerá de la capacidad y voluntad del Estado argentino de cumplir sus obligaciones. Dada la consistente tradición de incumplimientos, las dificultades fiscales estructurales del gobierno argentino y su riesgo país casi crónicamente alto, cuesta creer que los futuros jubilados argentinos vayan a quedar en buenas manos. Pero ellos no parecen darse cuenta.
Siete años atrás, al decretarse el corralito de los depósitos bancarios, los argentinos salieron a las calles a protestar con fuerza. Sentían que se les estaba expropiando su dinero. Hoy no lo sienten así. El carácter futuro de las pensiones, la iliquidez actual de los ahorros y —necesario es advertirlo— la falta de confianza social en el sistema privado le ofrecieron al gobierno argentino la paradójica oportunidad de expropiar ahorros previsionales ante la relativa indiferencia de los afectados.
Es la miopía y cortoplacismo de las personas lo que justifica la decisión estatal de establecer sistemas de cotizaciones obligatorias. Pero cuando el miope mayor es el gobierno —así merece calificarse a quien decide usar los ahorros previsionales para entonar las aproblemadas arcas fiscales— no se ve cómo podrán financiarse bien las necesidades de quienes ya no puedan seguir trabajando. Hay olor a pan... para hoy, y riesgo de hambre para mañana.
Ningún sistema previsional funciona en la incertidumbre. Nadie sacrificará consumo presente a cambio de mayor consumo futuro cuando cambios radicales o frecuentes en las reglas del juego amenazan ese futuro. Por eso la solidez institucional es fundamental: disciplina y mirada de largo plazo, resistencia al populismo y a los atajos inconducentes. Legitimidad democrática, por cierto, porque allí reside la verdadera solidez institucional (mucho más que en leyes de alto quórum aprobadas inicialmente sin debate alguno).
Ayer votamos de nuevo. Pero votamos menos. Cada vez menos. Un padrón electoral congelado por la indiferencia cívica de quienes prefieren no inscribirse puede afectar la solidez de nuestras instituciones. Es cierto, fue ejemplar la elección de ayer, como siempre. Y como siempre, sobran vencedores y explicaciones. Pero al momento de contar los votos y especular sobre los resultados, debemos preguntarnos, y preocuparnos, por los ausentes. ¿Dónde están?, ¿quiénes son?, ¿por qué no votan? Es posible que la flojera y el ánimo de eludir la obligatoriedad del voto expliquen la omisión de muchos. Pero otros hacen de su indiferencia política una verdadera declaración de principios de rechazo a las instituciones básicas de la democracia. Ambos grupos serán siempre una amenaza latente para la democracia, puesto que al negarnos su voz en las urnas se hacen invisibles y despreciables para la oferta de candidatos y partidos. Y ello agrava el problema: los no inscritos no existen en el mercado de la democracia, así como las necesidades insolventes no existen para un mercado de bienes.
Argentina es uno de los pocos casos que se conocen de un país que fue potencia mundial y que dejó de serlo. Chile tiene hoy un ingreso per cápita superior al argentino, algo impensable medio siglo atrás. ¿Qué explica la tendencia inversa de los vecinos andinos? A mi juicio, la respuesta es una y clara: la creciente brecha en la calidad de las instituciones y políticas públicas. Por tanto, y porque se nota, y mucho, cuando las instituciones funcionan, no nos puede ser indiferente lo que ocurre con la participación electoral, fundamento esencial de la legitimidad democrática y poderoso predictor de la solidez institucional. Ayer faltaron casi 3 millones de votos que no pudimos escrutar. De ellos, una gran parte ha preferido no inscribirse.
Mucho más al norte, algo similar pasaba hasta hace un par de años. Pero el fenómeno Obama ha generado un entusiasmo inédito en jóvenes y grupos que ven en el candidato demócrata una razón para volver a creer en la política. El creciente y erosivo escepticismo cívico de los ausentes se combate, en definitiva, con ofertas políticas frescas y renovadas. Obama y su masiva legión de voluntarios lo demuestran. Entre nosotros, también ayer pudimos ver candidatos jóvenes que movilizan, entusiasman y ganan. Algunos de ellos son, también, candidatos a despertar entusiasmos.
Anoche partió la carrera presidencial. No porque se hayan definido los candidatos en la Concertación o porque la UDI haya apoyado a Sebastián Piñera, sino porque anoche se vivieron hechos y se vieron tendencias claves que vislumbran el escenario que viviremos en los próximos meses. Como en todas las elecciones municipales, cada bloque y casi todos los partidos se sienten ganadores, pero hay algunos elementos que son imposibles de evitar enfatizar como señales que marcarán la presidencial.
La primera es el triunfo de Pablo Zalaquett en Santiago. Esta fue una demostración de que la gente no quiere más de lo mismo. Que la política del futuro le ganó a la del pasado. Que los chilenos se atreven a apostar por candidatos jóvenes, de futuro, de terreno y con buenas ideas. En definitiva, que hay voluntad de cambio. La verdad es que Zalaquett no sólo ganó, sino que lo hizo con una diferencia enorme que ninguna encuesta anticipó. Lo más importante es que, a partir de esta comuna tan representativa del país, se puede deducir que soplan nuevos aires en la política chilena.
Segundo, aunque no podemos desconocer que en la elección de concejales la Concertación conserva una distancia importante frente a la Alianza, es clave destacar que en la medición por los sillones alcaldicios la Concertación sufrió su peor derrota desde que existe como coalición. Esto es importante, porque la elección de concejales marca mucho más la adhesión a las marcas políticas. Los candidatos a concejales son mucho más desconocidos y, por lo tanto, las personas terminan votando por los partidos o pactos que más los identifican en abstracto. La elección de alcalde, en cambio, es mucho más personalizada, la gente se fija menos en el partido porque conoce a los candidatos y sus propuestas. En ese sentido, la elección de alcaldes se parece más a la elección presidencial y el resultado de anoche augura buenos resultados para la Alianza el 2009.
En otro ámbito, es importante destacar que la relación UDI-RN se convirtió en la de dos partidos exactamente equivalentes. Ese es un dato que Sebastián Piñera y Renovación Nacional no pueden dejar de considerar a la hora de consolidar la coalición que pretende gobernar. A pesar de que RN cuenta con el candidato presidencial, la UDI sigue siendo una fuerza política fundamental y sólo una Alianza que reconozca este dato básico puede levantarse con la unidad necesaria para enfrentar con posibilidades de triunfo los desafíos electorales del 2009.
Asimismo, otro factor clave es el hecho de que se alzó en la política chilena una nueva fuerza que es el PRI, con Adolfo Zaldívar a la cabeza. Sin duda, su resultado en concejales es muy importante y proyecta al senador Zaldívar como una figura que las dos grandes coaliciones deberán considerar a la hora de definir sus estrategias presidenciales.
Todo esto muestra que esta elección municipal fue positiva para la Alianza. Sin embargo, esto no es suficiente como para cantar victoria anticipada. Aunque la Concertación ha recibido un duro golpe y la Democracia Cristiana su peor resultado, la Alianza, aunque ganadora en alcaldes con éxitos resonantes, tampoco lo tiene todo ganado pues no logró acortar mucho la distancia en la votación de concejales.
Lo clave para la Alianza en los meses que vienen, además de aclarar el tema presidencial entre la UDI y RN, es construir una lista parlamentaria sólida con caras nuevas, que esté dispuesta a jugársela y sudar la gota gorda para ganar la mayor cantidad de senadores y diputados, y que sume y no reste a la opción presidencial de ese sector.
La tarea también es construir un proyecto de unidad, con nuevas ideas, un relato que motive a los chilenos y una promesa de futuro que arda en los corazones de los votantes. Si esto se logra, lo que se vivió anoche puede transformarse en un capital sólido para que la Alianza triunfe el próximo año.
La señal más clara, con miras a la presidencial, es que la Concertación es ganable. Es lo que demuestra no sólo el ejemplo de Santiago, sino también Valparaíso, Cerro Navia, San Bernardo, Estación Central, Iquique, Rancagua, Talca, Linares, Chillán, Los Angeles, Temuco, y muchas otras comunas a lo largo de Chile en las que la Alianza se impuso y conquistó el gobierno comunal. Creo que anoche comenzaron a soplar vientos de cambio en la política chilena.
Por primera vez la Alianza le gana una elección a la Concertación. Si bien es verdad que el conglomerado oficialista sacó más alcaldes y más votos en concejales, ésta es una victoria con sabor a derrota. Las elecciones no se ganan sólo en comparación con los resultados anteriores, sino que también respecto de las expectativas.
En 2000, la Alianza había tenido un buen desempeño y esperaba uno mejor en 2004. Sin embargo, el resultado no sólo fue malo, sino que mucho peor de lo esperado. En tanto, el bloque oficialista obtuvo un triunfo inesperado y por lo mismo espectacular. La consecuencia fue que después de las municipales de 2004 la Alianza entró en una fase de recuperación, mientras la Concertación incrementó su ánimo de cara a las presidenciales.
Este año el fenómeno fue a la inversa. Inesperadamente, la Alianza ganó en votos de alcaldes, y, adicionalmente, si la Concertación gobernaba en nueve capitales regionales, hoy sólo le quedan dos, mientras que la Alianza tenía cuatro y hoy gobierna nueve. Pero lo más impactante fueron las derrotas oficialistas inesperadas en comunas emblemáticas: Valparaíso, Santiago, Cerro Navia.
Así, pese a las victorias de la Concertación, la sorpresa estuvo en la Alianza. Por lo tanto, el desconcierto reina hoy en el oficialismo.
El escenario no es fácil para ese conglomerado, porque tiene que definir su candidato presidencial, y el resultado de las municipales no ayudó en esta tarea. Por otra parte, la Presidenta Michelle Bachelet planteó la necesidad de ampliar la Concertación hacia la izquierda. Sin embargo, fue la DC, todavía el partido más grande de la coalición gobernante, la que se opuso a esta estrategia en las municipales. Adicionalmente, a diferencia de 2004, la Concertación no logró evitar un gran número de descolgados. Esto muestra un desorden que aún no está claro cómo se va a resolver. Es decir, se avecinan por lo menos tres tormentas al interior de la coalición. Por lo tanto, la Concertación entra en fase de recuperación.
Por el lado de la Alianza, el resultado de concejales muestra el camino que aún queda por recorrer. Por otra parte, este año la coalición logró negociar una lista a alcaldes ordenada: casi sin descolgados. Pero la unidad será puesta a prueba en la determinación del candidato presidencial. Sin embargo, la capacidad de gobernabilidad mostrada y el resultado inesperadamente bueno en alcaldes alimentan el ánimo de este conglomerado respecto de las próximas elecciones.