Ya me resultaba imposible de soportar que la televisión estatal, bajo la apariencia de una votación popular, hubiera designado al peor Presidente de la historia del país como el "más grande chileno de todos los tiempos". Todavía estaba insuficientemente repuesto del shock, cuando abro el diario y me encuentro con que la señora Bachelet va a condecorar al individuo que más daño hizo al país en los años 70 (con la única posible excepción del mismo Salvador Allende): al autor de la Enmienda Kennedy, el senador estadounidense Ted Kennedy. Le impondrá la Orden al Mérito en el grado de Gran Cruz.
Es que, simplemente, no puede ser. Cuando nuestro país se encontraba ante una triple amenaza externa inminente, y sabiéndose que siempre nos habíamos pertrechado para nuestra defensa en los Estados Unidos, Kennedy discurrió una "enmienda" o disposición obligatoria que impidiera a su gobierno vendernos armamentos.
Su iniciativa dejó a Chile en la mayor indefensión frente a potenciales e inminentes agresores externos. Pues estuvimos a pocas horas de ser atacados, en una guerra cuyas consecuencias pudieron ser devastadoras. Y ahora vamos a condecorar al propio sujeto que les prestó un servicio invaluable a las potencias que amenazaban a Chile.
En la antigua Constitución, esa prestación de servicios al enemigo era causal suficiente de pérdida de la nacionalidad para el chileno que incurriera en ella, aparte de tipificar claramente una traición a la Patria. Y ahora resulta que vamos a premiar al extranjero que, con gran aplauso de quienes entonces y siempre antepusieron sus afanes totalitarios por sobre el interés nacional, se alió con el potencial enemigo en el momento más crítico de la amenaza de éste.
Es que acá la izquierda ha llegado a tal extremo de control del poder, que puede hacer cualquier cosa. Ya no sólo en el ámbito del Gobierno, cuyos monstruosos disparates sufrimos crónicamente. A los anteriores se suman dilapidaciones sin límite y sin término, ya bien conocidas por la opinión pública. A ellas se añaden en estos días las evidencias de otro proyecto fracasado, el del Centro de Justicia, "el edificio público más grande del país", inaugurado por la Concertación con bombos y platillos a un costo multimillonario. Pero el edificio no puede funcionar cabalmente, por fallas estructurales irremediables. Éstas obligan al Poder Judicial a arrendar otros inmuebles, con enorme perjuicio económico, para albergar a los tribunales orales y de garantía. ¡Miles de millones despilfarrados!
Elija el aspecto que usted quiera. ¿Le preocupa la salud, por ejemplo? Echémosle un vistazo: los ciudadanos, por una parte, han pagado, vía impuestos, ingentes sumas para multiplicar por más de tres veces, en estos 18 años, el gasto público en salud. Ya alcanza a los cuatro billones de pesos anuales. ¿Y cuál es el resultado? Nos lo resume un senador gobiernista, Girardi, quien declara: en 1985 (bajo el Gobierno Militar) había tres camas hospitalarias por cada mil habitantes; en 2006 había sólo 2,3 camas ("La Segunda", 16.09.08). Han multiplicado el gasto y disminuido las camas. Es decir, el pueblo paga más, pero lo atienden peor.
¿Y ellos, los dueños del país? Ellos no sufren. Están felices. Al revés de los santiaguinos, se movilizan de manera cada vez más cómoda. La Presidenta hasta tiene un avión nuevo. Lo recorrió completo antes de partir a condecorar a Kennedy. Uno de los salones tiene "cuatro butacas clase ejecutiva, con una mesa al medio". Al lado hay un cómodo gabinete de trabajo. "Y tiene la cocina más grande", comentó ella.
¿Anarquistas en Chile?
Gonzalo Rojas Sánchez
Los anarquistas clásicos fueron -no podía ser de otro modo dada su opción de vida- tipos inclasificables. Todo intento por someterlos a categorías ha fracasado y quienes mejor los han estudiado -Woodcock, Kedward, Brenan- terminan por reconocer que es mejor analizarlos individualmente, conocerlos a cada uno con sus cadaunadas.
Proudhon, Bakunin, Kropotkin, mundos diversos en la teoría anarquista; Malatesta, Ravachol, Durruti, opciones diferentes en la acción ácrata; anarquismo comunal, anarquismo de acción, anarcosindicalismo, modos contradictorios entre sí del gran proyecto antipoder.
Lindo tema para los investigadores y también apasionante materia para los observadores de la realidad chilena. Sí, porque cada una de esas tendencias se asoma hoy en la vida pública nacional. Hay que saber reconocerlas.
"Lee a Bakunin", grita un grafitti en el centro de Santiago, como si hubiera alguien a quien pudiera sonarle el apellido del enorme gordo ruso y al ver su nombre, pudiera sentirse llamado a profundizar en su conocimiento. Lo más probable es que los lectores del letrero piensen que se trata, más bien, de un comic neogótico.
Pero lo interesante es que un tipo (sí, uno, y eso le basta al anarquismo) se ha dado el trabajo de usar el spray para difundir a su ídolo. Y, con toda seguridad, ese sujeto está pensando (o ya ejecutando) sus próximos pasos. Porque así son algunos anarquistas: unas pequeñas pulgas molestosas que espontánea e imprevisiblemente pican y sacan ronchas, o chupan y dejan heridas abiertas. Basta uno.
O las portadas del periódico aquél, casi todas antiautoridad, antiestado, antipoder, antimoral, antireligión, anti, anti. Al interior de sus páginas, conviven varios tipos metidos en una empresa caótica en su imagen, en su lenguaje, en sus propósitos, en sus medios, pero perfectamente integrable por el observador en una de las líneas del desarrollo conceptual del anarquismo. Y el periódico ése, se vende mucho y se lee mucho.
Ah y ciertas asambleas universitarias, ésas las del diálogo perpetuo, ésas las de una continua rearticulación de posiciones, ésas las que caída la tarde devienen en amor libre y barra libre, como lo practicaban los anarquistas clásicos, especialmente los hispánicos aquéllos de los años 30, hombres y mujeres de verborrea y sexualidad incontinentes.
Y vaya uno a saber cuáles otras manifestaciones aún no descubiertas. Porque cuando en una sociedad las estructuras facilitan el aburguesamiento y la corrupción, cuando las costumbres devienen en mediocridad y conformismo, por cierto aparecen los santos que procuran remecerlas.
Pero también actúan, y a veces con terrible eficacia, los muy variados anarquistas.