Obama, 47 años, escogió como su vice a Joe Biden, 65 años, experimentado senador, ácido polemista, más a su izquierda, y que dicen que servirá para atacar a su oponente y dar solvencia a la rutilante personalidad de Obama. Años atrás, Biden renunció a la precandidatura presidencial por plagiar un discurso del líder laborista británico Kinnock.
Mc Cain, 72 años, escogió a Sarah Palin, 44 años, más a su derecha, gobernadora de Alaska y casada con un descendiente de esquimal. Su reconocida integridad, eficiencia, género y relativa juventud le podrían sumar votos.
Los VPs son importantes en las campañas. Lo que sigue es frustrante. Los candidatos presidenciales les prometen consideración. Luego de elegidos, no saben qué hacer con ellos. Hay excepciones: el actual, Dick Cheney.
Aunque con voto dirimente en caso de empate en el Senado, se dice que los vicepresidentes están conectados a la fatalidad, a sólo un latido del corazón del titular para asumir la jefatura de la primera potencia. Ni Nelson Rockefeller logró notoriedad en este cargo. El Presidente Lyndon B. Johnson decía que los vicepresidentes son los escupitines de los mandatarios, reciben sus desechos. Y Johnson sabía lo que decía. Fue Vicepresidente ignorado por John F. Kennedy, y se negó a que se le designara uno durante su sucesión a Kennedy.
En Chile, nuestros vicepresidentes son numerosos, anecdóticos o aun más irrelevantes, salvo en la sucesión presidencial. Desde la Constitución de 1833, no se eligen por votación. El último elegido fue Diego Portales, que prefería ser llamado ministro. Aun así hemos tenido cerca de un centenar, varios cada año. Es por la absurda subrogancia cuando el Jefe de Estado sale al exterior. La práctica se inició llena de fatalidades con el Presidente Pedro Montt, el primer Mandatario que viajó al extranjero, a celebrar el centenario de la independencia argentina. Allí murió parte de su comitiva por falla del ascensor en la Casa Rosada, el primero de Sudamérica. Al poco tiempo realizó su segundo viaje para tratar su delicada salud en Alemania, donde falleció, tras larga navegación. Ni él ni su Vicepresidente celebraron nuestro primer centenario: murieron en sus cargos ese año. Esos traumáticos viajes y los miles de políticos que aspiran a la Presidencia, aunque sea por un día, podrían ser la causa de nuestras anacrónicas vicepresidencias itinerantes. Un absurdo que no se condice con los aparatosos aviones presidenciales y avances de las ubicuas e instantáneas comunicaciones.
Un país que envejece
Fernando Zegers
Fuimos fundados en 1541 y estamos a punto de celebrar el bicentenario de nuestra independencia. Somos parte de ese pueblo joven sobre el que meditaba Ortega, con mucha historia por delante, con amplio espacio para crear y construir. Sin embargo, las estadísticas y los estudios sociológicos nos traen a la realidad de un envejecimiento prematuro.
En 15 años, los mayores de 65 años igualarán a los menores de 15. Estamos en camino de ser viejos. Nuestra tasa de natalidad por familia, por mujer fértil, ha caído en 40 años de 3,5 a 1,9, según las encuestas Casen. De mantenerse entre 1,7 y 1,8 podemos o no alcanzar a los niveles de sustitución.
Con más de dos millones de km{+2} de superficie, si incluimos a la Antártica, y más del doble de la misma en el mar, seguiremos teniendo 16 millones de habitantes, y cada vez mayores. Chile es de los países menos poblados de América Latina, y su magra tasa de natalidad es superior sólo a las de Cuba y Uruguay. Todos nuestros vecinos inmediatos crecen más, y también los que superan los cien millones de habitantes, como Brasil y México. Nuestra natalidad se asemeja a la europea, con tasas de país desarrollado, sin ser desarrollado.
Es situación grave para el país. No está, desde luego, suficientemente poblado para dominar el territorio. Hay consecuencias económicas, de mercado, políticas y estratégicas, de insuficiencia poblacional. El aumento de los viejos tiene efectos negativos en los costos, la salud, la previsión. La falta de renovación generacional podría inhibir la iniciativa, el seguir el ritmo de la vertiginosa modernidad. El fenómeno preocupa en el mundo desarrollado, desde los tiempos de De Gaulle y hasta los recientes ensayos sobre la deseuropeización de Europa o la pérdida de identidad posible en EE.UU.
El cuadro se agrava con su proyección a la familia. Más de la mitad de los nacimientos se producen fuera del matrimonio y ellos son menos en los más acomodados. Matrimonio y familia necesitan estímulos no sólo por las correspondientes disposiciones constitucionales, sino por mera necesidad de supervivencia, sólido sentido común.
¿Causas? Las hay, desde luego, originadas en nuestro desarrollo, en la mayor instrucción, en la incorporación de la mitad de la población femenina al mercado laboral, en rebotes de la globalización. Pero, sin duda, ha influido e influye una política antinatalista largamente mantenida y progresivamente agudizada. Los niños han sido caracterizados no como un bien, sino como un problema. No sólo hay difusión de anticonceptivos (incluida la generalización de la más que discutible píldora del día después), esterilizaciones promovidas, programas televisivos propiciando para toda circunstancia los preservativos, sino una política consciente y constante de los principales órganos públicos, alentados por ONG internacionales. Se necesita otro acento, una distinta prioridad, pro familia y matrimonio, alentadora de los nacimientos.
Francia ha sido un país exitoso en revertir su caída de natalidad. Desde la era gaullista se aplican políticas pro crecimiento: subsidios al tercer hijo, guarderías infantiles, alicientes tributarios, "carte de la famille" para facilitar la vida de la misma, llamados a crecer. En España, hay un subsidio de dos mil euros por hijo. Los países nórdicos, cada uno con su receta, alientan los nacimientos. En el mundo hicieron crisis el neomalthusianismo y las incumplidas profecías del Club de Roma. Se está volviendo a valorar la natalidad y la familia recupera prestigio, su evidente necesidad.
Es imperativa una política poblacional positiva, que estimule la natalidad con facilidades, subsidios y normas tributarias. Muy especialmente, hace falta una política familiar que favorezca el matrimonio y la familia e hijos. Debería ser tema importante en la elección presidencial que se avecina.