El fantasma de septiembre
Gonzalo Vial
Gonzalo Vial
Un fantasma recorre el mes de septiembre... todos los septiembres, hace dieciocho años. Es el fantasma del 11... el 11 criollo, de 1973, no el norteamericano de las torres gemelas.
Pero el fantasma chileno del 11 ya no es el del golpe militar, sino el de Pinochet. Pinochet ha muerto, pero no exorcizamos, no podemos exorcizar su memoria. Veamos algunos hechos, grandes y pequeños, que lo demuestran:
—Un caballero a quien no conozco, pero seguramente respetable, me manda un libro que ha escrito y cuya tapa lleva la fotografía de... Pinochet. Es una colección de las cartas anónimas que el autor escribió al general el año de las protestas, completo, a razón de una misiva diaria. Lo hizo, relata, gastando enormes precauciones: manejaba los sobres con guantes de goma, para no dejar huellas digitales, y los hacía despachar por correos distintos.
Ahora bien, las cartas ahora publicadas están correctamente escritas y aunque críticas, no son injuriosas, pero... carecen de interés el 2008. No aportan nada nuevo sobre las «protestas» —más complejas que su solo nombre— ni respecto de cómo las enfrentó Pinochet, ni de Pinochet mismo... Tampoco podemos creer que el general haya leído estas cartas. Son de las que llegan por decenas si no por centenares, todo el tiempo, a cualquier gobernante, y no pasan del escritorio de un tercer secretario.
¿Por qué, entonces, las da a la luz el autor? La única explicación que se me ocurre es la ya dicha: que el fenómeno Pinochet nos sigue persiguiendo: un muerto que no dejamos morir, que continúa obsesionando al autor de los anónimos, un cuarto de siglo después de mandarlos.
—Un diputado que fue funcionario del régimen militar —refiriéndose a las relaciones inexplicadas entre un periodista de La Moneda y las FARC— formula una crítica al Gobierno.
El vocero oficial del Ejecutivo dice que no le contestará a un ex subsecretario de Pinochet.
Es un exabrupto de escolar, sí, pero además otra señal de que el fantasma de Pinochet nos continúa persiguiendo. Más importante que el mandato popular del diputado, es su subsecretaría —veinte años atrás— bajo el general. La figura de éste sigue “penando”, gigantesca: un homenaje involuntario que le rinden incluso aquellos que la juzgan maléfica.
—Igualmente significativo en cuanto a la pertinacia del fantasma de Augusto Pinochet, es la ya un poco ridícula pero invariable costumbre de culparlo por todos los problemas no resueltos de nuestra sociedad. Hace dieciocho años que nos gobiernan sus enemigos —justamente los que se concertaron para decirle “no”—, pero ellos rehúsan responder de esos problemas sin solución. He leído que Pinochet y su “micros amarillas” son la causa del Transantiago, y que dejó nuestra enseñanza pública “en el subterráneo”... por eso sería tan mala. HOY. ¡Le quitamos hasta su Constitución, la de 1980! Ahora —un tanto absurdamente, pero indicativo del terror pánico que nos causa el fantasma— es la Constitución “de Lagos” y del 2005...
—Pero el signo más patente del fenómeno que comentamos lo proporcionan los inevitables “festejos” anuales del 11 de septiembre, cuya versión 2008 terminamos de vivir.
Reaparecen tal cual, cada año y en cada población humilde, las “protestas” contra Pinochet de los años ’80. Barricadas, fogatas, luchas a piedra limpia —y últimamente a balazos— contra Carabineros, cortes de luz (fin de fiesta), saqueos y vandalismo... todo idéntico. Luego, la inevitable declaración oficial: este año, los disturbios y las víctimas han sido menos que el anterior. ¿Una mujer embarazada que recibe un tiro? ¿Un vecino malherido, hospitalizado y conectado al ventilador mecánico, castigo por desarmar la barricada cuyo humo agravaba el asma de un niño suyo?.. Bagatelas.
No creo que el mundo conozca otro país, como el nuestro, en el cual los críticos de un hecho ocurrido hace un tercio de siglo y más —críticos que hoy día y ya por veinte años han recuperado el poder—, reclamen contra aquel hecho destruyendo propiedad pública y privada, saqueando comercios y malhiriendo inocentes. Ni otro país cuyas autoridades, corrido el mismo tercio de siglo, simplemente NO PUEDAN poner término a este “vandalismo protestatario”.
Nos hemos acostumbrado a él, tal cual durante más de un siglo nos “acostumbramos” a la inflación alta y permanente.
Y la sombra del general también recorre las protestas de 11 de septiembre. ¿Por qué continúan, si ya no existe “represión” de ninguna “dictadura”? ¿No hay nada actual de qué protestar? ¿Por qué en tiempos de Pinochet eran actos patrióticos, y hoy (dice la autoridad... lo mismo que decía la de entonces) son desbordes del “lumpen” y los “delincuentes”? Los pobladores pacíficos, en la oscuridad del “cadenazo”; los comerciantes vejados, asaltados y robados: los automovilistas impotentes, que ven hechos pedazos los vidrios de sus vehículos... ¿en quién piensan?
En Pinochet, es probable. Igual que —sin conocerlo todavía— pensaban muchos el año ’73, como aquel paradigma democrático y democratacristiano de hoy, que entonces declaraba:
“Las Fuerzas Armadas chilenas son las grandes reservas morales de nuestro país, y pueden ser ellas quienes en un momento dado estén llamadas a solucionar las cosas. De eso no hay que tener tapujos, y lo demás es ser un hipócrita”.
Pero ¡ay!, inútil pensar en Pinochet, para bien o para mal. Está muerto. Su fantasma es el que nos persigue, porque no hemos sabido, como país, exorcizarlo, a fin de que descanse y descansemos. Y eso exige de nosotros, los chilenos, no de él, que ya en nada puede ayudar:
—Reconocer que el 11 de septiembre fue culpa colectiva de los civiles, que no supimos conciliar nuestras diferencias y estuvimos dispuestos a dirimirlas por la fuerza bruta, aunque derivase en guerra civil.
—Reconocer que nos sacaron de ese trance los institutos armados, cuando y como ellos solos podían hacerlo.
—Reconocer que el régimen surgido del 11 de septiembre fue, por desgracia, culpable de las más graves violaciones a los derechos humanos cometidas en nuestra historia.
—Reconocer que el mismo régimen instauró un sistema económico que ha sido y es la base de la estabilidad y relativa prosperidad imperantes.
—Reconocer que el mismo régimen nos devolvió voluntaria y pacíficamente la democracia —habiendo podido de hecho no hacerlo— el año 1990, cumpliendo al detalle y al minuto el itinerario y procedimientos prometidos por las Fuerzas Armadas diez años antes, en la Carta de 1980.
—Reconocer que esa Carta nos devolvió sustancialmente la democracia —incluida la posibilidad y mecanismos para modificarla—, en la cual el año 1973 vastos sectores políticos, fundamentalmente de izquierda, habían dejado de creer.
Únicamente el conjunto de estos “reconocimientos” podrá enterrar definitivamente a Pinochet; librarnos de su fantasma; dejar la discusión de su personalidad, méritos y errores —que será interminable— a la historia, y liberarnos para construir más y mejores consensos.
Nota de la Redacción:
Aunque no concordamos con todo lo expresado por Don Gonzalo Vial, creemos que su análisis y diagnostico son impecables, clarificando el único camino de futuro que tiene el país.