Periódicamente, desde esta tribuna, comento los acontecimientos de la actualidad nacional, la implementación de políticas públicas o, en general, los temas que interesan al mundo público. Hoy no puedo hacerlo. La política, las candidaturas, las peleas, que se apruebe o se rechace el proyecto del Transantiago, parecen pequeños e irrelevantes comparados con el impacto que nos ha provocado la trágica partida de nueve niñas que comenzaban su vida y a las que Dios ha llamado tempranamente a su presencia.
La muerte tiene el efecto de recordarnos cada cierto tiempo que la vida sólo vale la pena cuando se le da un sentido superior y eso ocurre cuando somos capaces de entregarnos a los demás, dejando en otro una huella que nos trasciende y sobrevive.
André Maurois escribió un libro maravilloso llamado “Carta abierta a la juventud”, que resume este concepto magistralmente: “Todo ser que vive para los otros, para su país, para una mujer, para los desheredados, para los perseguidos, olvida de manera maravillosa sus angustias y sus mediocres preocupaciones. El verdadero mundo exterior es el verdadero mundo interior”.
Bernardita, Elisa, María de los Ángeles, María Trinidad, Magdalena, Valentina, Eloísa, Magdalena y Bernardita sólo alcanzaron a vivir esa etapa maravillosa de la vida en que se vive para otros. Fueron y existieron para su familia, sus padres, sus hermanos, sus amigos, su colegio, todos a quienes les entregaron su amor desinteresado y puro. En sus cortos años fueron capaces de dejar una huella imborrable, un testimonio de vida que los que quedamos tenemos que recoger y hacer nuestro.
No las conocí, pero con su trágica partida ellas me enseñaron a ver a mis hijos de otra manera. Ellas me recordaron, una vez más, que no somos dueños de nuestra existencia. Que mucho más importante que los años que alcanzamos a convivir con quienes queremos es la capacidad que tenemos de entregarnos a ellos, de manera que cuando llegue la hora de partida no quede pendiente una palabra que no se haya dicho, una caricia que no se haya dado o una alegría que no se haya compartido.
Con su vida hicieron bien y dieron felicidad a los suyos. Con su muerte entregaron un mensaje a todos los chilenos: nos recordaron que, a veces, perdemos esa capacidad de entregarnos a los otros y nos quedamos enredados en ambiciones grandes que sólo construyen almas pequeñas.
Hay también otro mensaje que a mí me llega fuerte y profundo en el corazón. Hemos ido construyendo un mundo sin Dios y lo grave de eso es que cuando prescindimos de un ser superior se pierde la trascendencia y, con ella, el sentido último de la existencia. Con fe, la vida es distinta. Sin fe, la vida se vuelve una carrera hedonista y vacía por alcanzar a tener placer en esta corta existencia.
Si la vida no se ordena a un camino trascendente junto a Dios, sólo queda la angustia ante la muerte, todo carece de sentido y la sociedad pierde todo aquello que nos hace ser mejores. Es, finalmente, un camino más largo o más breve, pero vacío.
Por eso el testimonio del dolor y fe de esas nueve familias no es sólo un asunto privado, es también un tema de reflexión, de solidaridad y de sentido social. Uno de los padres de esas nueve niñas dijo, con el dolor reflejado en su expresión, que Chile había dado nueve ángeles. ¡Qué hermoso es ser capaz de dejar ese legado, a pesar de partir tan pronto! Ellas vivieron intensamente, puramente y con alegría. Ellas son un testimonio de lo mejor, y recordarlas debe ser siempre un canto a la vida.
Puertos para un Chile global
Alejandro Ferreiro
Uno de los rasgos más claros del modelo económico chileno es su apertura al mundo. No hay otro país que tenga simultáneamente tratados de libre comercio con Japón, China, Corea del Sur, Estados Unidos y un acuerdo de asociación económica con la Unión Europea. Mercados que representan más del 85% del comercio mundial se encuentran legalmente abiertos a la creatividad de nuestros exportadores, lo que se transforma en una importante ventaja competitiva de Chile en tiempos en que la expansión del libre comercio de la mano de la OMC enfrenta las trabas del fracaso de la Ronda de Doha. Los tratados le darán a Chile lo que la OMC parece no poder garantizar a todos.
La decisión de abrir nuestra economía se ha desarrollado con transversal consenso político y notable éxito diplomático. Cumplida, en lo esencial, la tarea de celebrar tratados de libre comercio, debemos poner empeño semejante en aprovecharlos al máximo. Y en este plano, todavía queda mucho por hacer.
Desde luego, la institucionalidad pública que tanto hizo para abrir mercados debe ahora aprovechar la anunciada reforma a la Cancillería para ajustarse a tiempos en que importa cumplir con las condiciones exigidas por los mercados de destino y evitar la aplicación de sanciones o restricciones al acceso a mercados. ProChile tiene desafíos de mayor escala, especialmente en lo relativo a la promoción de pymes exportadoras. Como nunca, en este contexto, la construcción y difusión de una imagen país que sirva a la diversidad de nuestros exportadores pasa a ser prioridad. No es razonable que los kiwis de Nueva Zelandia o los salmones de Noruega se vendan más caros que sus equivalentes chilenos. Igual cosa con el vino. Hay muchos dólares que se dejan de obtener cuando la marca Chile compite en desventaja con productos provenientes de otras latitudes.
Las propuestas del Consejo Nacional de Innovación, cuya difusión y aplicación también deben reforzarse, identifican un conjunto de sectores de la actividad económica en los que Chile puede, con un esfuerzo adicional a nuestro alcance, convertirse en jugador de clase mundial. En todos ellos (acuicultura, fruticultura, turismo de intereses especiales, cluster minero, offshoring, entre otros) el destino es el mundo.
En ese contexto, la logística y, en especial, la velocidad y costo del transporte de carga a través de nuestros puertos es esencial. Entre el año 1990 y el 2008 el valor de las exportaciones chilenas se ha multiplicado por 10. En los últimos cinco años, el transporte de contenedores en los puertos de la zona central ha aumentado a tasas superiores al 12% anual. A ese ritmo, y de no generarse ampliaciones a la capacidad portuaria nacional, el comercio exterior podría enfrentar estrecheces portuarias en torno al año 2012. Por ello resulta imprescindible avanzar en el proceso de licitación de terminales adicionales tanto en Valparaíso (ya cerca de la congestión) como en San Antonio. Chile no puede darse el lujo de demorar la expansión de su capacidad portuaria. Dado que el plazo requerido para el proceso de licitación, sumado al necesario para realizar las inversiones y hacerlas operativas es de aproximadamente 4 años, éste es el momento para actuar. Por ello, las empresas portuarias estatales de Valparaíso y San Antonio ya están avanzando en el proceso con miras a licitar a comienzos del 2009. El interés demostrado por diversos inversionistas y operadores portuarios nacionales y extranjeros permite pronosticar un alto interés para invertir en los 5 o 6 sitios adicionales que debieran ampliar las capacidades de nuestros principales puertos de la zona central.
Las licitaciones realizadas el año 1999 en Valparaíso y San Antonio han sido exitosas. Los operadores privados han funcionado bajo un ambiente de competencia inter-portuaria que ha permitido que la velocidad y costo de las operaciones de carga y descarga se comparen muy favorablemente con otros puertos de la región. Las licitaciones futuras deberán tener a la vista la necesidad de expandir la infraestructura portuaria potenciando la competencia. En lo posible, debieran concitar el interés de operadores internacionales de probada experiencia y capacidad tecnológica. No debiera haber obstáculos en este camino. Es de esperar que ningún interés gremial, empresarial o político se interponga en el propósito de ampliar la capacidad de nuestros puertos a los niveles que nuestra opción estratégica de desarrollo económico exige.
En los próximos meses, las licitaciones debieran entrar en tierra derecha. Escucharemos opiniones diversas y se harán presentes los intereses de diversos grupos. Cuando ello ocurra, será esencial recordar que la única opción coherente con la estrategia nacional exportadora reflejada en la más amplia red de tratados de libre comercio es la de expandir nuestra capacidad portuaria al ritmo que exigen nuestros exportadores.
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