La Presidenta Bachelet pudo literalmente haber calcinado el futuro político de Lagos, cancelando el peor fracaso de las políticas públicas de muchas décadas en Chile, y haber salvado así a su propio gobierno. Pero fue noble, le prestó ropa y de paso se hizo cómplice en el desastre, que ahora es tan de ella como del padre.
A esa nobleza, Lagos responde a cornadas. El mismo que apuntó el dedo contra Pinochet, ahora esconde la mano y le echa la culpa a este gobierno. Más aún, increíblemente, ha llegado a sostener que su «diseño» es alabado internacionalmente, pero que fue muy mal implementado. Se olvidó de que él mismo inauguró los buses verdes que se atoraban en los pasos bajo nivel y ni podían dar vuelta en las esquinas de Santiago. Que él mismo firmó los contratos que estaban mal hechos. Que la tarifa estaba mal calculada. Que la infraestructura de apoyo no estaba diseñada. Que la velocidad y el número de buses estaban horrendamente mal calculados. Que los recorridos estaban mal diseñados. Que el BancoEstado es el que encabeza el AFT —tema decidido bajo su mandato— y para qué seguir. ¿Alabado internacionalmente? Se pasó.
Y ahí aparece Cortázar, el gran redentor. Su currículo nada decía de transportes. Parece que sabía del mercado del trabajo, quizás de televisión, ciertamente de academia, o de bancos, pero obviamente no de transporte. Pero qué importa. A Bachelet le da más o menos lo mismo. El subsecretario de Previsión reconoció públicamente que no entendía nada del tema y que incluso se lo advirtió a la Presidenta. Pero vamos Chile. Hay que ganar las elecciones como sea, como reconoció el mismo subsecretario.
Lo peor de Cortázar es que se olvidó de que era economista. De hecho, quizás uno de los economistas top del país. Gran profesor, pero que se olvidó de lo que enseñaba. Se transformó en político, porque parece que ésa es una especie de conocimiento mágico que todo lo resuelve. Como buen político, partió ofreciendo un rápido arreglo del tema, en pocos meses. Incluso, ofreció renuncia si no lo lograba. Por cierto, ni lo logró ni tampoco renunció. Dijo que el déficit sería de 10 y fue 50, y tampoco le importó. Renegoció los contratos como el gatopardo: cambió todas las cosas para que todo quedara más o menos igual. El desastre de los transbordos, por ejemplo, sigue exactamente igual.
Al mejor estilo político, incluso trató de cambiarle el nombre a la guagua, como si eso alterara los genes. Dijo, increíblemente, que ahora éste era “otro sistema de transporte”. De no creerlo. Siguió chupando recursos como país en guerra. El Congreso le dijo que no, y simplemente pasó por el lado, al mejor estilo de los resquicios legales de antaño.
Para tapar lo que ahora ha sido declarado una calamidad pública, congeló erróneamente la tarifa, haciendo irreal el valor y escasez del servicio. El rezago tarifario es cada vez mayor, y será imposible corregirlo alguna vez. Eso mismo, obviamente, desordenó la equidad regional, por lo que ahora hay que subsidiar el transporte a nivel nacional, distorsionando aúmn más la cosa. Una mentira tapa a la otra, pero al final siempre se pilla.
El peor de todos los subsidios es normalmente a la oferta, algo que alguna vez lo supo como economista, pero se le olvidó. La oferta subsidiada beneficia por igual a ricos y pobres, así es que, de hecho, se está subsidiando a mucha gente que no lo necesita. El fisco chileno quedará sobrecargado para siempre. Argumenta, livianamente, que este subsidio tiene “enormes beneficios sociales”. Pero jamás ha entregado una sola cifra sobre la rentabilidad social de este increíble proyecto, que antes, con mejor servicio al público, costaba cero al erario. La pregunta correcta de un economista serio no es si da muchos beneficios, sino si éstos son superiores al uso de esos recursos en vivienda, seguridad, educación, salud, infraestructura, tercera edad, medio ambiente, energía limpia, etc. No tengo alguna duda de que si medimos la rentabilidad social de esos proyectos, el Transantiago llega coleando, sin contendor.
El ministro Cortázar simplemente ha fracasado, tanto como técnico que como político amateur. Perdió su prestigio de buen economista, porque ya sabemos que, dependiendo de las circunstancias, se olvida de lo que sabe y defiende lo indefendible. Como político, sigue siendo un buen economista, y como economista es ahora un mal político, padrino de una calamidad nacional.
Empresas estatales: Enigmático y cuestionable atractivo
Rafael Aldunate
Existen innumerables evidencias internacionales como nacionales que las empresas estatales comparadas a empresas análogas privadas quedan en una muy desmejorada posición tanto en gestión como calidad de sus productos y servicios como en el veredicto final del mercado, que representan sus utilidades.
Aun así, si uno realizara un plebiscito si privatizar o nacionalizar una determinada empresa, en amplias regiones del mundo, incluyendo a países altamente desarrollados, es altamente probable que los votantes se inclinarían por la estatización y, lo más paradójico, es que tal veredicto se puede dar pese a una mala gestión integral de esa hipotética empresa pública.
En Chile hay claras evidencias que la mayoría de las empresas públicas están deficientemente administradas, con casos bien extremos, y paradójicamente se ha alejado el impulso privatizador de la propia Concertación. Eso es prueba de un sesgado dogmatismo
Pareciera que los ciudadanos prefieren que la empresa pública sea etéreamente de todos a que tenga un dueño próspero y exitoso. Un estudio realizado en Inglaterra de las famosas privatizaciones de la administración Thatcher, publicado en The Economist (que se iniciaron posteriormente a las de la administración Pinochet), pese a su exitosa gestión, revelaba un importante grado de disconformidad, y no por sus precios o falta de probidad, sino que lo que más inducía a su cuestionable mala evaluación eran ¡los altos sueldos, bonos y stock options de sus altos ejecutivos!
Así es la naturaleza humana; en vez de valorar lo que le aportaba a sí mismo —buena relación de precio/calidad— y lo que incorporaba al país en dinamismo, inversiones, empleo y competitividad, prevalecía la sesgada sensación de enriquecimiento de unos pocos a costa de la empresa.
¿Cuáles son los factores más gravitantes que conspiran contra los buenos resultados económicos y sociales de las empresas públicas?
1. Al ser de todos, genérica o colectivamente se alejan del sentido de pertenencia y pasa ser de nadie en la práctica, más bien del administrador de turno (gobierno ocasional) y se transforma en patrimonio de sus trabajadores al pasar los años, y sin alternancia de gobierno se acentúa esta perversa condición.
2. En las empresas públicas, prevalece una dicotomía o visión “ híbrida”: quieren ser rentables y simultáneamente cumplir un rol social, y ahí se pierde el norte y comienzan las justificaciones… y la pérdida de una estrategia definida.
3. Como no son sociedades anónimas y menos abiertas tienen un deficiente gobierno corporativo con un deslavado directorio, con fines y mandos marcadamente dispersos (operadores) que influyen sobre sus normas de control afectando su transparencia y accountability.
4. Sumada a otras vulnerabilidades, como que los órganos supervisores son de una misma corriente política, pese a su naturaleza tecnocrática y que el gobierno absorbe sus utilidades por proyectos de cuestionable mayor rentabilidad social.
Todo este mix de circunstancias políticas y económicas entrelazadas afecta una y otra vez —efectivamente comprobado— la eficiencia de la empresa, que en definitiva es una forma solapada de expresarse la corrupción.
Por ello, hay que seguir avanzando en que estas empresas públicas se transformen en sociedades anónimas abiertas o frente a determinadas limitaciones, al menos en una estructura corporativa “espejo”, a una empresa privada, con todo el rigor en sus prácticas de información, de gestión, sumado al imprescindible celo y conciencia de una empresa que “exactamente” no es de quienes la administran…
El colegio no es suficiente
María Paz Lagos (*)
Aunque fundamental, pensar que el acceso a un buen colegio es garantía de éxito puede llevarnos a grandes frustraciones y a olvidar otros aspectos necesarios para desempeñarse en el mundo de hoy.
La llamada sociedad del conocimiento está demandando innovación, creatividad, emprendimiento y una fuerte dosis de inteligencia emocional. Así, la adquisición de habilidades cognitivas es importante, pero no suficiente. Todos conocemos ejemplos de “lumbreras” que después de salidos del colegio nunca llegaron a ninguna parte, y de “flojos” que, cuando empezaron a trabajar, encontraron su vocación. ¿Qué puede diferenciar a uno de otro? Tal vez esas mal llamadas habilidades blandas o no cognitivas, que tienen que ver con perseverancia, motivación y autoestima. En esto, la familia juega un rol clave. Investigaciones del Premio Nobel de Economía James Heckman nos dicen que las habilidades que se le imparten al niño por parte de los padres tienen un papel importante y que es un error pensar que la formación de capital humano debe limitarse a la escuela: familia y colegio son complementarios. Sin embargo, para que existan padres involucrados y para que la familia pueda ser formadora de capital humano, se necesita tiempo para compartir y eso no se da solo, sino que requiere de ciertas condiciones en el entorno social, laboral, institucional y también personal.
Entonces, ¿es Chile una sociedad que facilita los encuentros familiares?
Los datos nos dicen que no.
El 45% de las personas que trabajan lo hace más de 8 horas al día (Minsal, 2006), a lo que debemos agregar los costos de desplazamiento trabajo-casa: entre una y dos horas diarias en la Región Metropolitana. El diseño urbano, con déficit de áreas verdes, plazas y parques, hace que ciudades como Santiago resulten poco amigables para la recreación familiar y los momentos de encuentro entre padres e hijos sean de baja calidad, al pasar parte importante del tiempo juntos viendo televisión o adentro de un mall.
Hoy más que nunca el mundo laboral requiere de personas motivadas, flexibles, con capacidad de trabajar en equipo, todas cualidades específicamente humanas potenciadas en ambientes con vínculos incondicionales, como suele ser la familia.
Sólo a modo ejemplo, los departamentos de RR.HH. invierten año a año grandes sumas en capacitación en liderazgo y trabajo en equipo. La apuesta va en la dirección correcta, pero si las empresas y las políticas públicas estuvieran enfocadas en facilitar y reforzar la vida familiar, tendríamos un capital humano mejor preparado para enfrentar los desafíos del mundo de hoy.
(*)Directora Programa Políticas Públicas y Familia Facultad de Gobierno Universidad del Desarrollo.