jueves, 29 de enero de 2009

Dos comentarios de lujo

Los adolescentes de la Concertación
Gonzalo Rojas (*)

Obsesionados, así son los adolescentes. Mientras la Falange fue un partido juvenil, vivió obsesionada con el alma. Política y espíritu, ésa era su divisa quinceañera. Después envejeció y se quedó con la política no más.

Hoy, cuando la Concertación se arruga y toda ella se encoge, despuntan todavía algunos espinilludos que tratan de mantenerla fresca y lozana, juvenil. Pero no es la fuerza verdadera de la juventud la que en ellos se aprecia, no. Los Rossi y los Girardi, los Gómez, las Tohá y las Saa, son simples adolescentes. Por eso se pelean con los carabineros o tienen amigos que intrusean sin remilgos en la cartera estatal, porque la creen suya.

Y como buenos adolescentes, tienen sus propias obsesiones. Pero no se trata del alma precisamente, sino más bien del cuerpo: todo tema que tenga que ver con hormonas y secreciones, con abortos, condones e intercambios, con píldoras, nudismos y eutanasias, simplemente les fascina. Brillan sus ojitos, tal como sucedía con esos jóvenes a los que Keating les resumía la vida como el tránsito desde las hormonas juveniles a la sepultura bajo tierra, para que desde ella fertilizaran geranios. Noble destino, altruista visión. Sociedad de puros poetas muertos.

La mejor señal de cuán obsesivo es el interés corpóreo de los mencionados, es el eslogan que ellos prenden y apagan, la consigna que difunden sonrientes y con luces de neón: Que cada uno haga lo que quiera con su cuerpo. Suena progre, suena choris. Pero cuando otros abren para ti todas las opciones sobre tu cuerpo, y al abrirlas las validan, y al validarlas las promueven, y al promoverlas las consolidan, y al consolidarlas las financian, y al financiarlas te las imponen, eso suena a nazi, suena a staliniano. Y una vez impuesto, ya será muy tarde para reaccionar: tu cuerpo será de los ministerios, será del Estado.

Y como los adolescentes aquellos creen que seguirán al mando de la cartera estatal, sí, esos mismos que desde los 90 vienen promoviendo cuanta insensatez pueden copiar de Europa, prepárate para la nueva ofensiva de plásticos y químicos.

Notable es que en estos meses el cuerpo sea una moneda de cambio en los programas presidenciales, que el cuerpo sea sometido a la prostitución más sutil. Págale, le dicen Gómez y Girardi a Frei, si quieres que te apoyemos. Le exigen satisfacciones para el cuerpo, como genuinos adolescentes, impetuosos, maximalistas. Cuando Dostoievski caracteriza al asesino Raskolnikov, simplemente dice que era joven, impulsivo y dado a las abstracciones.

Por ahora, desde sus socios democratacristianos los adolescentes del PPD, el PS y el PRSD parecen estar recibiendo un parelé consistente: antes de tomar esas decisiones, lo humano es discutir sobre el cuerpo, mientras que lo tontón es dejarse llevar por excitaciones disfrazadas de razones.
Porque en la DC todavía hay gente madura, mira que no. Gente que quiere revalorar al espíritu en la política, gente que ha logrado ordenar su sistema hormonal desde la cabeza y, por lo tanto, tiene claridad sobre los desastres que acarrea el desmadre de las secreciones.

Gente que sabe que cuando le dices a un país que todo vale, después la nación entera paga. Y paga caro: cientos de miles de ciudadanos no nacidos en pocos años (muchos, asesinados); generaciones enteras de jóvenes chorreando babas, sin capacidad de ideales, suicidándose; una carga tributaria mucho más pesada sobre el trabajo de los adultos; miles de viejitos acercándose a la muerte con el pavor de que alguien los asista para eliminarlos.

Gente en la DC que, por cierto, ha leído Historia y lee los diarios. Justo lo que no hacen los adolescentes, tengan la edad que tengan.

(*) Rojas es un connotado Abogado, historiador y columnista de prensa.

La transformación del Estado
Jorge Marshall (*)

El debate sobre el Estado se ha vuelto a agitar. Hace décadas seguimos las recomendaciones desarrollistas, en que el Estado dirigía sin contrapeso la vida económica. Sin embargo, la experiencia mostró que este enfoque sobreestimó las capacidades de las burocracias y subestimó el potencial de las interacciones sociales autónomas en el proceso de desarrollo. Luego vino la moda del Estado mínimo, caracterizada por una confianza excesiva en los mercados, la cual está en revisión a partir de la crisis internacional.

La idea del Estado mínimo será reemplazada por una mirada institucional, que no se queda en el objetivo de dar más poder a los mercados, sino en cómo generar un buen entorno de incentivos (normas, valores, reglas) para las relaciones sociales.

Así, la demanda por más Estado debe ser entendida como un reclamo a las deficiencias de las reglas del juego: insuficiente competencia, falta de meritocracia, tendencia al paternalismo, poca integración social, excesiva desventaja por el origen socioeconómico de los hogares y restricciones en el acceso a mercados claves. El principal bien público que debe aportar el Estado a la vida económica de la sociedad es un marco que sea eficiente e integrador. En este ámbito tenemos una enorme brecha que recorrer.

Un entorno económico y social estable, y que nos incorpore a todos, requiere de una transformación del Estado, desde un actor que enmascara una neutralidad obsoleta, a otro que genera sistemas de incentivos alineados con el bien común, coherentes con una protección social bien diseñada. Algunos requisitos para ello son: separar las funciones de elaboración y de ejecución de políticas; crear organismos especializados que perfeccionan el entorno en que se desenvuelven sectores específicos, bancos centrales independientes, reguladores financieros, de energía, etc.; dotar de mecanismos de contrapesos dentro del Estado, rendición de cuentas, revisión de políticas, apelación de las decisiones, y cambiar el enfoque de gestión basado en las determinaciones administrativas y en la discrecionalidad por otro de reglas para las políticas económicas y sociales.

Esta transformación pone especial énfasis en los procedimientos y en las relaciones sociales. El mejor entorno de incentivos no es aquel que presenta todo definido desde arriba, en la forma de una norma o de una ley, sino que se apoya en las interacciones entre las personas.


(*) Marshall es el Director del Instituto de Políticas Públicas Expansiva - Universidad Diego Portales.

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