Las recientes resoluciones judiciales que han dejado en prisión preventiva a un ex comandante en jefe de la Fuerza Aérea y a otros ex altos oficiales por haber, presuntamente, recibido comisiones en la adquisición de aviones Mirage, comprados por Chile a Bélgica, remecen al país. Una vez más, este caso nos muestra que tenemos que asumir que la corrupción es un tema que se instaló en Chile y que no derrotaremos si no se toman medidas políticas de fondo.
A los chilenos nos gustaba pensar que éramos distintos en esta materia, que nuestra clase dirigente era más proba que la del resto de América Latina y que aquí no se veían los escándalos que cada cierto tiempo se conocían en otros países de nuestro continente. Eso ya no es así. Esa era una ilusión que quedó en el pasado y, mientras antes nos enfrentemos a esta realidad, antes podremos revertir la tendencia. Son pan de cada día los casos y las investigaciones de corrupción en curso.
Políticamente, la principal afectada con cada nuevo escándalo es, sin duda, la Concertación, porque lleva casi veinte años en el poder y una de las mayores expresiones de desgaste de un equipo de gobierno es precisamente la aparición de problemas de este tipo. Es muy difícil sostener que este nuevo caso se focaliza exclusivamente en los mandos institucionales de la Fuerza Aérea. De hecho, se equivoca el ex presidente Aylwin cuando acusa al general Vega de ser el único que ha querido implicar al ministro de Defensa de la época, pues son documentos de los mismos belgas que participaron en la operación los que tendieron este manto de duda, documentos que hemos conocido por los medios de comunicación.
La pregunta aquí es cómo enfrentamos el problema de la corrupción como país. Pienso que hay tres elementos que son claves. Primero, la alternancia en el poder, porque éste es el más eficaz medio de fiscalización que entrega la democracia. Más allá de las competencias o las mejores o peores ideas de cada uno de los grandes bloques —Concertación y Alianza— es claro que, después de veinte años, ya está siendo necesario que lleguen nuevas personas a hacer una revisión completa de lo que se ha hecho. Nuevas personas que no tengan compromisos creados y que no sean vulnerables a presiones y actos ilícitos. En su momento lo hizo la Concertación respecto de los diecisiete años anteriores, y fue muy sano para el país.
Otro factor es repensar muchas de nuestras políticas públicas que en los últimos años han generado una trama más frondosa de regulaciones. A estas alturas está suficientemente demostrado que entre las regulaciones y la discrecionalidad de la autoridad hay una relación directa con las posibilidades de corrupción. La pregunta que surge, entonces, es si la solución va por crear más y más regulaciones preventivas de la corrupción, o desregular y confiar en la ética, en las personas, y apostar por una democracia activa que permita cambio de coalición cada cierto tiempo.
Por último, necesitamos darles espacio a los jóvenes; ellos tienen que alzarse contra estas conductas, ellos pueden traer de vuelta la mística al servicio público. Si los jóvenes no participan en mayor medida, no limpiaremos lo que anda mal en nuestro país. Nuevas generaciones, nueva sangre, nuevas conductas, nueva manera de hacer política y servir al país es buena receta.
El general Vega ha dicho “que salgan todos al baile”; es una buena frase que, aunque dicha en el contexto del caso Mirage, representa bien lo que los chilenos tenemos que hacer en esta materia. Que salgan todos al baile: Registro Civil, MOP, Ferrocarriles, sobresueldos, Mirage y todos los demás.
No miremos más para el lado, dejemos el discurso hipócrita de que son sólo casos aislados, no sigamos con el “caiga quien caiga” que ya no lo cree nadie. Enfrentemos la corrupción con decisión y hagamos los cambios que hay que hacer. Si no lo hacemos, uno de estos días estaremos lamentando casos y cosas mucho peores por no haber reaccionado a tiempo.