lunes, 12 de enero de 2009

No le echemos la culpa al «empresario»

No le echemos la culpa al «empresario»
Por Cristina Bitar

Alguna vez escuché a alguien decir que en política lo importante no eran los problemas, sino a quién le echábamos la culpa de ellos. Recuerdo esta frase un tanto cínica, pero ingeniosa, porque estamos comenzando un año de elecciones acompañado de una crisis económica. Los expertos predicen que hacia el tercer trimestre el desempleo se empinará por los dos dígitos, muchas familias lo estarán pasando mal y me temo que la campaña será el catalizador que falta para que se despliegue, a toda vela, una agenda antiempresarial que ya se percibe en buena parte del espectro político.

En la última década se ha dejado caer una ola regulatoria que ahoga el emprendimiento y que se justifica con juicios o percepciones sobre el mundo privado cargados de sesgos, que incluso llegan a la descalificación ética o valórica de los empresarios. La crisis financiera proveniente de Estados Unidos ha sido aprovechada para hacer una crítica ideologizada al mercado, y se ha pretendido establecer un paralelo de ella con lo que fue para el socialismo la caída del muro de Berlín. Por eso, me parece cada vez más necesario defender con fuerza y sin complejos tres ideas fundamentales.

Primero, no se conoce un sistema mejor para crear riqueza y sacar a los países del subdesarrollo que la economía de mercado. Después de la gran depresión de 1929, América Latina pensó que la estrategia correcta era cerrar sus economías; en cambio, otros países hicieron exactamente lo contrario, se abrieron al mundo y apostaron por la libertad. Cincuenta años después, nuestro continente se debatía en la pobreza, mientras esos otros países se habían convertido en el mundo desarrollado.

Es verdad que la economía tiene ciclos y cada cierto tiempo enfrentamos períodos recesivos, pero también es verdad que, mientras más desregulada es una economía, ésta es más flexible y más rápido se recupera, volviendo a crecer, con los beneficios y la prosperidad que ello conlleva. Cuando comenzó esta recesión, los defensores del estatismo creyeron ver una Europa más regulada que Estados Unidos y, por eso, a salvo de la crisis. La realidad les ha demostrado que ello no es así. Incluso se dice que la economía norteamericana y las asiáticas serán las primeras en salir adelante y retomar la senda del crecimiento y generación de empleo.

Segundo, los emprendedores son personas valiosas, que crean valor, generan empleo, asumen riesgos, trabajan mucho y son, por lo mismo, el motor de desarrollo de los países. Chile aspira a ser el primer país latinoamericano que alcanza el desarrollo. Tener este objetivo y, al mismo tiempo, gobernar y legislar con la disposición mental de que los empresarios y emprendedores son una especie de «chupasangres» es altamente contradictorio. Actualmente se tramita en el Congreso un proyecto de ley que entrega a la Fiscalía Nacional Económica más atribuciones para investigar a empresarios y gerentes. Si bien impedir acciones ilícitas en el funcionamiento de las empresas es importantísimo para el bienestar de los consumidores, las facultades que se le entregarían a la FNE son mayores que las que tiene el Ministerio Público para investigar a las mafias de narcotraficantes. Algo no anda bien en nuestra escala de valores. Así no creo que llegaremos al desarrollo.

Por último, la Concertación, y especialmente Eduardo Frei, tienen un gran desafío por delante: demostrarle al país que no están dispuestos a hacer cualquier cosa para ganar y mantenerse en el poder. Es de esperar que el discurso que prevalezca sea uno de propuestas de desarrollo, de flexibilidad y de crecimiento. Todo esto, desde luego, con un criterio de justicia social.

Espero que como país seamos capaces de enfrentar esta campaña con ánimo de construir y no de retroceder hacia una discusión trasnochada, propia de los sesenta. Esto lo único que hizo en el pasado fue dejarnos fuera del club de los países que progresan. No les podemos echar la culpa a los empresarios y emprendedores cuando son en muchos casos ellos mismos, y no el Estado, los que le dan el impulso al desarrollo, generan empleo y sacan adelante la economía. Eso sería lo más cercano al cojo que le echa la culpa al empedrado, o al empresario, por su caída.

Acount