George W. Bush ha vuelto a la vida privada, rodeado por universal execración. Entre los estadounidenses, este desprestigio tiene un doble y razonable motivo:
a) La aguda crisis económica. Un malestar así hiere siempre la popularidad de quien gobierna, sea o no culpa suya. Recordemos el caso de Bush padre, el año 1992, al tocarle reelección. Un año antes, ésta parecía inatajable, aureolado el Mandatario por el prestigio de la triunfal Guerra del Golfo. Pero la economía le jugó una mala pasada —aunque infinitamente menor que la de hoy—, y fue derrotado por Bill Clinton.
b) La invasión de Irak, cuyos fundamentos, proporcionados por los servicios de seguridad —la posesión por Sadam Hussein de armas biológicas y otras de tipo genocida—, resultaron falsos. Nadie puede sorprenderse de que los votantes cobraran esta cuenta a Bush.
Pero sí es singular la exitosa destrucción de la imagen del ex presidente en el resto del globo, Chile incluido. Pues el mundo debe señalados servicios a George W. Bush. A saber:
l. Puso a su país de pie tras el atentado de las torres gemelas (2001), desterrando la amenaza de que los EE.UU. y el mundo cayeran bajo el dominio de un terrorismo, el de Bin Laden, provisto de cuantioso financiamiento y avanzada tecnología. La espectacularidad, táctica impecable y monstruoso éxito del golpe —2.500 muertos en el corazón de Nueva York— hicieron que los EE.UU. y Occidente (fenómeno hoy olvidado) experimentaran con fuerza devastadora el desánimo, la impotencia y la sensación de hallarse a la merced de una fuerza tan malvada como poderosa e incontrarrestable... ¿invencible?
Fue Bush quien lideró la victoriosa reacción de su patria y connacionales.
2. Esa reacción y la subsiguiente contraofensiva de los EE.UU. pusieron fin a la tiranía de los talibanes sobre Afganistán, santuario de Osama Bin Laden. Es curioso que hayamos podido olvidar lo que significaba esa tiranía para todo el pueblo afgano... un conjunto de opresiones insanas, que difícilmente discurre la imaginación más torcida. Sobre todo en cuanto concierne a las mujeres, víctimas de una serie de prohibiciones y vejámenes ideológico/religiosos: imposibilitadas —y castigadas brutalmente si lo hacían— para estudiar, leer, cantar o tocar instrumentos, cruzar una palabra con hombres que no fueran los maridos respectivos, vestirse dejando al descubierto cualquier parte del cuerpo, salvo los ojos... ¡incluso reírse!
Los EE.UU., el Presidente Bush a la cabeza, apagaron este infierno. Nadie —especialmente nadie entre las feministas— lo agradeció entonces ni lo recuerda hoy.
3. Pero hoy, eso sí, sabemos que el neoterrorismo de Bin Laden, fundamentalmente, ha sido derrotado. Podrá dar otros zarpazos, como el de Madrid, pero no continuar o revivir el que pudo ser histórico «momento» de 2001 ni sus posibilidades. El líder de la pesadilla, oculto en alguna cueva ignota, ya no dirige la ofensiva del extremismo islámico, limitándose a emitir periódicamente comunicados que rozan la demencia... y que ni siquiera se sabe a ciencia cierta sean suyos.
¿A qué país y líder debemos este resultado?
4. Ya hemos dicho ser muy explicable que los estadounidenses reprochen a su ex mandatario la invasión de Irak.
Mas para el mundo significó un beneficio neto... el final del régimen más abusivo de la Tierra en ese momento, tanto respecto de sus nacionales como de otros pueblos: el régimen de Sadam Hussein. No debiéramos olvidar que éste mató a decenas de miles de iraníes y kurdos mediante el uso de armas prohibidas, biológicas o químicas. Que robó, para beneficio personal y de su clique, sumas astronómicas de dinero... incluso de los retornos del petróleo que, no obstante el bloqueo de guerra, se le permitía vender para adquirir alimentos esenciales. Que la vida interna de su «corte» era una película de miedo, una sucesión interminable de intrigas y asesinatos, comprendidos los de dos yernos, cometidos con alevosía.
Régimen semejante ha sido reemplazado por uno democrático que eligieron los propios iraquíes en comicios cuya limpieza certificaron las Naciones Unidas.
Evidentemente, la subsistencia de este régimen no es segura. No han faltado académicos «progresistas» de Occidente que pongan en duda la conveniencia de la democracia para Irak... ¿Preferible, entonces, un nuevo Sadam?
El tiempo podrá confirmar que Bush fue un mal presidente para los problemas internos de los EE.UU., pero sin lugar a dudas, en cambio (estoy cierto), confirmará que fue el adecuado líder mundial para un momento difícil.
Falta explicarse por qué el ex mandatario yanqui es tan vilipendiado EN CHILE, que (por los motivos expuestos) sólo le debe beneficios. No tengo una respuesta clara, pero insinúo algunos motivos posibles:
—La malevolencia de la gran prensa internacional, escrita y televisiva, cuyos dueños son capitalistas casi de caricatura, pero que “dejan hacer, dejan pasar” a sus hombres de prensa, sesgados a la izquierda por lo común, falseadores sistemáticos de cuanto concierna a Bush. V.gr., cuando hablan de la “resistencia de Irak” contra los EE.UU., la cual consiste sólo en ciegos atentados terroristas de minorías fanáticas, cuyas víctimas inocentes son casi todas hombres, mujeres y niños... iraquíes. Otro ejemplo: el frenesí informativo sobre los abusos de soldados estadounidenses contra los prisioneros de guerra. ¿Que esos abusos han costado a sus autores expulsión de las filas, juicios militares y largos años de cárcel? Ud. sólo podrá saberlo buscando con mucho cuidado la letra chica de los diarios. Porque, desgraciadamente, la prensa chilena se alimenta sólo de la información sesgada que recibe de las grandes cadenas.
—La proverbial irritación de los intelectuales, particularmente académicos, contra los gobernantes que no son una ni otra cosa... por fortuna, pues la Historia cuenta con los dedos de la mano a los estadistas destacados que han sido hombres de pensamiento abstracto.
—La vulgar y silvestre envidia, por la cual criticamos a los norteamericanos junto con imitarlos servilmente.
Cualesquiera sean las razones, es el hecho que la ingratitud rodea —aquí como en todo el mundo— a los EE.UU. Reflejo de esa ingratitud es la que tenemos respecto de Bush (a quien, probablemente, no le importa). Sólo así se explica que un columnista mercurial de gran pluma y nobles sentimientos haya escrito sobre el pueblo americano que “olvidó hace mucho... sus orígenes y fuentes... mastica chicle, engorda y devora todo lo que le dice la televisión” (22 de enero). Somos nosotros, a la verdad, quienes “olvidamos” que esos gordos consumidores de chicle y entontecidos por la TV, durante los últimos sesenta años prestaron al mundo (Chile comprendido, obviamente) una serie de servicios inavaluables .Que gracias a ellos pereció el nazismo; existe una Surcorea civilizada,
desarrollada y democrática, a salvo del yugo estrafalario y hereditario de los Kim norteños; murieron las tiranías múltiples de la URSS sobre tantos pueblos infelices, hoy autónomos; concluyeron el genocidio de Kosovo, la brutal violación de Kuwait por Irak, la pesadilla talibana, la de Hussein, etc., etc., etc. Y que todo eso, que en rigor no les concernía, lo hicieron los estadounidenses derramando su sangre a torrentes... y sin que corriera una gota de sangre chilena. Si después de todo esto, creemos justo tratarlos como los tratamos, ¿qué podía esperar Bush?
DETENIDOS/DESAPARECIDOS.
La columna de la semana anterior sobre este tema ha merecido la respuesta de una abogada de larga y distinguida consagración a los derechos humanos. Me cuesta discutir el tema con ella, víctima directa de aquella malvada catástrofe, y más habiendo sido yo partidario y funcionario del régimen durante el cual se dio. Pero los hechos son los hechos y conviene conocer todas sus dimensiones.
Como indica la carta, el quid del problema radica en que las asociaciones de familiares de detenidos/desaparecidos, y las colectividades políticas que apoyan a las primeras, eligieron —como método de búsqueda de los restos ocultados— la acción judicial. Agreguemos que descartaron conceder a los comprometidos en los hechos, CUALESQUIERA QUE FUESEN SU RANGO Y GRADO DE PARTICIPACION, no ya la impunidad (inaceptable) sino el más mínimo beneficio o incentivo que los estimulara a aportar noticias relevantes sobre el paradero de los detenidos/desaparecidos.
Los tres primeros mandatarios concertacionistas propusieron públicamente, en su respectivo momento, legislaciones que seguían ese camino. Las asociaciones y partidos citados las rechazaron sin apelación. Ello —por supuesto— hizo fracasar dichas iniciativas.
Significativo, también, fue lo vivido en la Mesa de Diálogo (1999/2000). Se plantearon distintos mecanismos que atenuaban las penas de quienes ayudaran efectivamente a ubicar los restos perdidos, junto con castigar suplementariamente a quienes no lo hicieran (el «delito de no informar»). No hubo ambiente y, para disimular el fracaso, la Mesa cerró adoptando un acuerdo sin otro destino que ser causa de nuevas y amargas pugnas.
Ahora bien, el inflexible camino judicial que eligieron las asociaciones y los partidos señalados es perfectamente legítimo. Pero está a la vista su inutilidad para encontrar los centenares de detenidos/desaparecidos que continúan inubicables. Situación, me temo, ya irreversible. Es por eso que la búsqueda se ha hecho secundaria y desmayada... ilusoria o, como en los sucesos recientes que motivaban mi columna, mero e insultante pretexto político. Coronando este descuido el intolerable episodio de la «identificación oficial» (y errónea), y entrega a las familias, de los restos habidos en el Patio 29.
Son conclusiones tristes, pero peor sería silenciarlas.