Más que la ausencia de la Presidenta a la inauguración del memorial de Jaime Guzmán, interesan (y preocupan) los argumentos hechos valer para justificar su actitud.
Advirtamos que la Presidenta no necesitaba para nada validar esa decisión. Obviamente, entiende que nada la une a Guzmán ni a los chilenos —pocos o muchos— que respetan y estiman el recuerdo del difunto senador, incluso sin compartir todas sus ideas o actuaciones. Respecto de ellos, pues, la Presidenta no es Presidenta, y resulta positivo que lo haya manifestado cándidamente, como en su momento lo hizo Salvador Allende refiriéndose a los compatriotas que no pertenecían a la Unidad Popular.
Pero si salimos de tan honesta claridad, los otros argumentos para apoyar la inasistencia presidencial son débiles. Todos apuntan a que Guzmán no merecería el «homenaje republicano» por diversos motivos, ninguno muy robusto y uno de ellos, además, peligroso.
Entre los primeros, sigue sorprendiéndome aquel que califica a Jaime Guzmán como «ideólogo de la dictadura». Si aceptamos que el régimen militar fue simplemente una dictadura, sobre lo cual hay opiniones contradictorias, debemos convenir también en que: a) esa misma dictadura diseñó un sistema e itinerario para, a plazo fijo y no muy largo, dejar el poder si el pueblo, en votación universal y libre, se lo demandaba; b) los opositores todos, sin excepción significativa, terminaron aceptando dicho sistema e itinerario; c) el pueblo, del modo y en el tiempo así preestablecidos, dictaminó que la dictadura se fuera... y se fue; d) Jaime Guzmán sería fundamental para diseñar esta ruta, convencer de ella al Presidente, la Junta de Gobierno y las Fuerzas Armadas, y defenderla una vez acordada, hasta verla cumplida.
Se convendrá en que es un curioso «ideólogo de la dictadura» aquel que traza el camino para hacerla desaparecer, y aporta su influencia (contra muchos, gobiernistas y opositores de entonces) para que este camino sea recorrido hasta el final.
Pero, al fin y al cabo, lo anterior es susceptible de discutirse y discutirlo no entraña ningún peligro. Sí lo hay cuando se dogmatiza qué es democracia, y quién ha ajustado su conducta al dogma y merece, por tanto, el «homenaje republicano», y quién se ha apartado de la fórmula y consiguientemente no lo merece.
Esto es ideologismo puro y extremo. El ideólogo se hace una visión propia, teórica, del mundo, visión que está en su cerebro mas no en la realidad. Tropieza, por ende, con ésta, pero no importa... peor para la realidad.
Chile ha sido un país de ideólogos inteligentes, buenos argumentadores, que convencen... pero cuyas elucubraciones mentales nunca se materializan, por lo cual terminan frustrados, furiosos, y sin entender nada de lo que les ha sucedido. Ideólogos así fueron Bilbao y Lastarria, el Siglo XIX; y el XX, los teóricos de la República Socialista, los años ’30, o de los «cien vietnams» revolucionarios, los años ’70.
Estos días hemos visto un diluvio de columnas y «cartas al director», escritas por eruditos politólogos y constitucionalistas, sosteniendo el sufragio universal sin limitaciones («un chileno, un voto») para todo... ¡incluso para dictar o reformar constituciones, o leyes importantes! Si no, no hay democracia. Tampoco, si alguien ha justificado el golpe militar de 1973, en vez de abrazarse a las urnas electorales: ¡cae sin apelación al infierno antidemocrático! Allí estaría Guzmán, por golpista y por defender la democracia y el sufragio «protegidos». Es inútil decirles a los ideólogos que nunca ha existido en nuestro país, ni existe hoy, el «un chileno, un voto (del mismo valor)». Ni hacerles ver que NINGUNA de las cartas fundamentales chilenas de larga vigencia —ni la de 1833, ni la de 1925, ni la de 1980— tuvo el origen que ellos exigen. Ni observarles que, de los tres caballeros coetáneos del 11 de Septiembre de 1973 con actual estatua en la Plaza de la Constitución, dos fueron abiertos y públicos partidarios de aquel golpe... que derribó al tercero. Para el ideólogo, la realidad no cuenta nada.
Por eso quiere encontrar en las figuras públicas una pureza y continuidad rectilínea de principios, desde la cuna hasta el sepulcro, que no se da nunca. Pues aquellas figuras, como todo ser humano —manteniendo una dirección y pensamiento fundamentales—, suelen cambiar de parecer en cuanto a los medios, y a lo que es o no es viable de lograr durante el momento determinado que viven. Los ideólogos, no. Eternamente jóvenes, nunca cambian ni necesitan cambiar nada, porque todo lo que hacen sucede sólo en sus escritorios y dentro de sus cabezas.
En razón de esto es que hemos visto también exhumar trocitos selectos de cosas dichas por Guzmán a lo largo de su carrera intelectual y política —¡incluso a los quince años de edad!— y que pudieran sustentar que la Presidenta le quitara el «homenaje republicano». Este juego absurdo, non plus ultra del ideologismo, se puede hacer CON CUALQUIER FIGURA IMPORTANTE DE NUESTRO PASADO. Así, propongo los acertijos que siguen. Su solución, al final de la columna:
1.FRANQUISTA Y POR TANTO FASCISTA. El sacerdote que en 1951 dijo: “El cristianismo, la rectitud de intenciones, los grandes servicios que el Generalísimo (Franco) ha prestado a la Iglesia y a su patria, nos son sobradamente conocidos, como también su falta total de ambiciones personales”.
2. REACCIONARIO. Aquel joven falangista que en 1937/1938, contra la opinión de su partido, y de la centroizquierda e izquierda chilenas, adhería a la satanizada candidatura presidencial derechista de Gustavo Ross, y no a la que levantaba el Frente Popular: Pedro Aguirre Cerda. Ross, decía ese reaccionario, mostraba “vigor, decisión, voluntad de mando”. “No haría nada o casi nada” para resolver los problemas espirituales de Chile, “pero resolvería muchos de nuestros problemas materiales, que hoy son de aterradora urgencia”.
3.ANTIDEMOCRATICOS. Otros jóvenes de futuro público —uno de los pilares de la posterior Falange, y el que luego, los años ’50, sería el más importante líder sindical de izquierda— en 1932 auspiciaban reemplazar el «Estado democrático y liberal» por el «Estado corporativo y sindical». ¿Sufragio popular? “Nada de elecciones agitadas a largos períodos —decían—, a base de programas nebulosos y llenos de frases, con listas de eminencias de partidos, políticos habilidosos y favoritos, sino SELECCION EN UN CIRCULO REDUCIDO, el de un trabajo vivo realizado en común en el seno de la corporación”. ¡Qué antidemocrática suena esta «selección en un círculo reducido»!
4. ANTISEMITA. Candidato radical a senador, derrotado el año 1937: “Se debió exclusivamente a los cuantiosos capitales allegados (a su adversario) por el judaísmo internacional y a la más vergonzosa e irritante intervención”.
5. ESTERILIZADOR DE DEMENTES. Ministro de Salubridad en 1940, auspiciaba la esterilización forzada de los alienados. Quienes comisionó para redactar el proyecto respectivo, le entregaron un borrador inspirado en las leyes nazis al respecto.
¿Es posible caracterizar a un hombre público de larga trayectoria y pensamiento coherente, buscando «con pinzas» lo que conviene al prejuicio que se tiene contra él, y sacándolo del contexto de su bastante amplia obra escrita, y de su movida existencia política de un cuarto de siglo? No. Pero es lo que ha querido hacerse con Jaime Guzmán, no de mala fe (estoy seguro), sino obedeciendo, al reduccionismo, simplificación y visión maniquea, de blanco/negro, que caracterizan a los ideólogos.
La verdad es que Jaime Guzmán, en la universidad, y por influjo de Osvaldo Lira, era proclive a las ideas políticas del tradicionalismo español (Vásquez de Mella, Donoso Cortés). Pero luego —bajo la influencia de Jorge Alessandri y los Chicago— derivó hacia el modelo de la Carta de 1980, de corte tradicional y liberal, con mecanismos «protectores». Es legítimo pensar hoy que éstos no eran necesarios, pero también era legítimo sostener los años ’80 que no debíamos regresar, así como así, al esquema político caído el ’73, manejado en forma tan desastrosa por los hombres públicos de aquella época... incluso por quien sería Presidente cuando «volviera la alegría».
SOLUCIÓN A LOS «ACERTIJOS»: 1. San Alberto Hurtado; 2. Radomiro Tomic; 3. Ignacio Palma y Clotario Blest; 4. Gabriel González Videla; 5. Salvador Allende
Ya el daño que ha producido el proyecto de estatización de las AFJP argentinas supera por largo sus costos, a sus muy hipotéticos beneficios. Si buscaban simultánea y solapadamente recursos fiscales (vencen US$ 20 mil millones el 2009) y resguardar cierta rentabilidad a las pensiones, están perdiendo radicalmente en ambos frentes.
Con un manifiesto sobregiro del principio de autoridad y de las confianzas de los mercados; en definitiva, de las personas y de la valorización de todos sus activos, como de los principios rectores de los poderes del Estado. La Corte Suprema tiene su propia jurisprudencia y un predecible antagónico veredicto respecto de esta estatización.
La crisis financiera internacional otorgó a los Kirchner la oportunidad perfecta y el pretexto ideal. Si el modelo de libertad económica de Norteamérica se permitía la licencia de intervenir masivamente sus sistemas financieros, la lectura antojadiza de Cristina Fernández era cautelar estos recursos por US$ 31 mil millones del “saqueo”, literalmente, de los capitalistas y oportunistas ¿? de la crisis global.
Con su extemporánea acción y decisión de estatización de los fondos individuales y personificados de 9 millones de trabajadores activos, sólo logró un efecto “bomba racimo” expresada un su desplome bursátil y traspasar vertiginosamente al podium del ranking de los países de mayor grado de riesgo e insolvencia a escala mundial. De un país que aún no superaba ni había dado solución al último gran default financiero pre crisis subprime, se desprende que no estaba exactamente en condiciones para darse esta nueva licencia o más precisamente un salto en el vacío.
Riesgo país que le amplifica el costo de sus deudas y le entrampa todo tipo de financiamiento y, en consecuencia, el “corralito” incendia al propio gobierno, con alambres de púas, encabezado con una fuga de capitales que supera la crisis del 2001.
La doctrina y principios peronistas son extraordinariamente complejos de definir y predecir, por cuanto dependen del caudillo de turno, que se amparan en distintas poco ortodoxas escuelas económicas. La actual, el reverso de las coordenadas de Menem, precursor de privatizaciones, con un claro sesgo clientista. Sin embargo, coinciden todos sus líderes en un acentuado populismo y arbitrariedad para afianzar prioritariamente, y con el menor contrapeso, la entronización de su poder personal, subordinando la estrategia y visión de país.
Siempre un Estado voraz y subordinado al poder político alimenta sesgos y distorsiones, desencadenando hiperinflaciones y distorsiones impositivas y cambiarias que alteran radicalmente el escenario a los afligidos empresarios argentinos y de sus contribuyentes.
El voluntarismo expropiatorio de las AFJP ya se había vislumbrado recientemente, cuando se aprobó una ley que permite a los afiliados volver al antiguo sistema de reparto. Y el veredicto fue rotundo: más del 80% prefirió mantenerse en el sistema de capitalización individual, nítida demostración de su desconfianza hacia el Estado. Paradójicamente, para Cristina y Néstor… aquello no era una demostración de voluntad popular. ¿Dónde estaba su vocación y ejercicio democrático para su última arbitraria decisión?
Y está demostrado una y otra vez que los gobiernos populistas no llegan a puerto y siempre pagan la factura los más pobres. Y, por el contrario, el rigor y consistencia cosechan bienestar. El Presidente Lula lo ha demostrado. Un obrero que conoce la escuela del sacrificio y privaciones, hijo del rigor, la disciplina y el esfuerzo personal.
Modelo y escuela de conducta que la aplicó desde los inicios de su administración, ordenó las finanzas públicas, comprendió y aceptó las señales del mercado y asimiló la realidad de la globalización, Hoy su país es parte gravitante de las naciones denominadas Nicks y BRIC. Lo más destacable es que su sólido gobierno ha permitido salir de la extrema pobreza a un 22% de la población, demostrado fehacientemente con el mejor y más preciado testimonio: un 70% de apoyo en su último mandato presidencial.