Los seres humanos se dividen en dos: los que entienden qué son los comunistas y los que no comprenden su realidad. Un siglo largo llevamos en ésa.
Esas dos especies, a su vez, generan los tres tercios que han operado tanto en la política chilena como en muy variados escenarios occidentales: en primer lugar existen quienes, entendiendo bien a los comunistas, los apoyan; un segundo grupo está conformado por los que comprenden a cabalidad su esencia y, por eso mismo, los combaten; una tercera categoría la integran los que viven pensando que los comunistas están equivocados, pero, como son unas personas bien intencionadas, no hay que enfrentarlos, sino comprenderlos.
El comité central del Partido Comunista de Chile cuenta siempre con esa información básica como punto de partida de todos sus análisis. Y Claudina, esa mezcla contemporánea de contundente francesa revolucionaria y de musculosa combatiente bolchevique, apeló magistralmente a ese dato básico, cuando, desde Pedro Aguirre Cerda y para el mundo, pontificó sobre el modo en que debe conducirse la política chilena en los próximos 18 meses.
Fortalecer la izquierda, converger con la Concertación y derrotar a la derecha, ésas fueron las tres coordenadas que marcó la nueva alcaldesa. Ella acababa de practicarlo: los socialistas la habían apoyado, la DC se había resignado omitiéndose (pobrecitos comunistas, siempre solitos, fue su argumento) y la derecha, efectivamente, perdió esa elección.
De ahí a todo Chile, el esquema puede -debe- ampliarse, vociferaba Claudina, con un retablo de los más altos dirigentes de su partido, cerrando a sus espaldas los planos de las tomas televisivas, desproporcionadamente generosas en minutos, por cierto.
Quizás Lenin habría pedido más cautela, menos sobreexposición de intenciones, más discreción, menos anuncio de negociaciones. Pero, esa misma noche, la decisión mediática del PC quedaba refrendada con la presencia de Teillier en La Moneda. ¿Aparecía respaldando a un gobierno que no es el suyo? No, simplemente figuraba celebrando un triunfo que sí es suyo y abriendo, desde dentro, una puerta amplia y generosa para la participación comunista en el poder.
Y nadie, nadie, en el Gobierno preguntó por qué se había colado el caballero ése: invitado estaba entonces, a la nueva repartición del poder. La Presidenta, integrante coherente de aquel primer grupo que entiende bien a los comunistas y los apoya, refrendó esta percepción con sus palabras; y Viera-Gallo (que un viejo amor, no se olvida ni se deja) sugirió la posibilidad de un puesto en el gabinete para quienes gobernaron con Allende.
Ahí los conoció, ahí comenzó a admirarlos.
¿Estamos a las puertas de la Unidad Popular 2.0? No, lo que se viene es la Concertación convergente: una astuta conformación de fuerzas que, superando las dos listas autodenominadas progresista y democrática, encuentre una nueva palabra para hacerse inclusiva y exitosa. Hace rato que todos vienen pidiendo una reinvención del conglomerado gobernante. ¿Cuál mejor? ¿Cuál más eventualmente eficaz?
La opción se abrirá paso con sobresaltos, qué duda cabe.
Primero, tendrá que superar las pocas fuerzas resistentes que puedan aún permanecer dentro de la DC. Alvear no lo hizo, y ya no está. Frei medirá en votos su conveniencia, porque sabe sumar y restar. La tarea analítica les corresponde entonces a los dirigentes que asoman con un nuevo liderazgo. Pero ¿alguno de ellos levantó fuerte y claro su voz para evitar los pactos por omisión que generaron esta situación? ¿Orrego, Undurraga, Walker se opusieron a omitirse para favorecer a los comunistas? No, no lo hicieron. Ahora, enfrentados a un escenario electoral (presidencial y parlamentario) mucho más político que asistencial, mucho más sensible para los pocos votantes que aún los apoyan, les quedará la última opción en su lucha por definirse.
Pero no será la DC la única tironeada por la nueva estrategia de la convergencia. También el PPD sufrirá, y mucho, frente a este escenario. Los elementos más liberales (casi todos) de esa amalgama inconsistente de intenciones de cambio, que es el PPD, si algo de historia saben, no tendrían por qué mirar con simpatía el dogmatismo comunista. Pero, claro, el PPD también piensa que los PC son buenas personas, que ya se corregirán...
Los radicales, bueno, ellos ya pasaron por este proceso hace 40 años y, después de sus rupturas, se alinearon sin traumas con el comunismo.
Para los socialistas tampoco hay problema: Escalona sabe negociar, Escalona entiende a los comunistas, Escalona simplemente medirá distrito a distrito los apoyos, pragmático él, sin rollos. Con el PS de eje, la Concertación convergente tiene piso asegurado.
¿Un candidato presidencial en vez de tres? ¿Tres, dos o una lista parlamentaria? Todo eso es negociable, es parte del diseño táctico que se irá ajustando semana a semana, día a día, en los próximos meses.
Porque lo que está cuajando en muchas mentes concertacionistas, lo que se abre paso como una opción estratégica notable, es mucho más amplio y generoso que un carguito por aquí o una peguita por allá. Es la Concertación convergente. Y ese diseño es posible, porque hasta ahora siempre han sido más los que entienden a los comunistas y los apoyan, cuando se les suman los que no los entienden, pero fraternalmente los comprenden.
El gobierno de los Kirchner lo hizo de nuevo. Cuando ya se pensaba que el matrimonio gobernante había agotado todos los anacronismos económicos posibles, como financiar su enorme gasto público con impuestos a las exportaciones, encubrir la alta inflación con cifras irreales, y mantener precios populistas de servicios públicos, ahora anuncia la guinda de la torta: la nacionalización del sistema de pensiones.
No hay nada que afecte más al Estado de Derecho que la falta de respeto a la propiedad privada. Los fondos de pensiones pertenecen a los aportantes, no al gobierno de turno. Estatizar los dineros que los trabajadores han ahorrado para tener una vejez digna es grave e irrespetuoso, más aún si se hace para compensar con esas jubilaciones el elevado gasto público del kirchnerismo.
La medida, además de agravar el descrédito de ese gobierno ante las instituciones internacionales, contribuye a crear desconfianza en nuestra región en medio de una grave crisis financiera.
Con el anuncio, la Bolsa de Buenos Aires cayó estrepitosamente. La lectura de los mercados es que la nacionalización es una forma de sencillamente apropiarse de los activos de las Administradoras de Fondos de Jubilación y Pensión (AFJP). Nadie cree la explicación oficial de evitar que los fondos se descapitalicen. La sospecha es que el gobierno no tiene dinero para pagar los vencimientos de la deuda y sus compromisos internacionales, y que los fondos de los 10 millones de afiliados podrían destinarse a ese propósito.
El gobierno argentino no tiene la seriedad ni la confianza de la gente para poder argumentar que cuidará bien esos fondos. Y no es culpa de los jubilados que los Kirchner no hayan ahorrado durante las vacas gordas, para compensar ahora la bajada de precios de las exportaciones. Los Kirchner no sólo no ahorraron: les impusieron nuevas "retenciones" a las exportaciones para cubrir con ese dinero sus ineficiencias estatales. Ahora pretenden usar los 30.000 millones de dólares de los jubilados sin consultar a los propios afectados, ni al Parlamento, ni a nadie. Simplemente arriesgan las reservas de quienes ya no tendrán oportunidad de rehacer sus vidas y de ahorrar en otra forma.
Los Kirchner, fieles a su estilo, sólo están cambiando el origen de los recursos a que echan mano: de las "retenciones" -ya no tan cuantiosas por los menores precios de exportación- se pasan a las jubilaciones. Y así como la reciente prosperidad del mundo benefició a marido y mujer y les permitió un nuevo gobierno populista con precios artificiales, ahora van a culpar a la crisis mundial por sus desaciertos económicos y sus gastos irresponsables.