Ha terminado un capítulo especial del drama de los secuestros en Colombia. Pendientes están aún las soluciones para tantos otros casos, menos llamativos quizás, pero igualmente criminales.
Y pendientes están también las respuestas de fondo a las preguntas fundamentales.
La primera interrogante, la que interpela por igual a la conciencia y a la acción, es simplemente ésta: ¿cómo llega a corromperse un ser humano hasta el punto de tratar como mercancía a otro? Ciertamente no son los marxistas los llamados a ofrecer respuestas a partir de su teoría sobre la plusvalía. No lo son, porque justamente ha sido desde las tesis leninistas inspiradas en Marx, que el secuestro devino en acto revolucionario. Fue con los decretos del Terror Rojo, de septiembre de 1918 después del atentado contra Lenin, que se autorizó a la Cheka a tomar rehenes en previsión de posibles ataques contra otros líderes del partido.
Y Stalin, oh Stalin. Ese Stalin de quien Neruda diría que "el mundo y su patria no le dan reposo; otros héroes han dado a luz una patria, él además ayudó a concebir la suya; a edificarla; y defenderla; su inmensa patria es, pues, parte de él mismo; y no puede descansar porque ella no descansa", ciertamente secuestró a esa patria casi completa: en total, pasaron unos 7 millones de personas por el Gulag entre 1934 y 1941, y a la muerte de papito Stalin quedaban unos 2.750.000 secuestrados en unas 500 colonias y campos. En paralelo, por esos días, ya operaban importantes movimientos de guerrilleros secuestradores en Iberoamérica.
Y más cerca aún, en agosto de 1978, Pol Pot anunció que en Camboya no existían cárceles y que incluso se había suprimido la palabra del léxico camboyano. Obvio: toda la población había sido tomada como rehén por el Khmer Rojo; un 26% de ella sería aniquilida en el terrible proceso de su secuestro. Por esos días, ya las FARC operaban con criminal eficacia en Colombia.
Está claro: sólo secuestra el que primero ha sido secuestrado por una ideología. Nadie lo expresó mejor que Jorge Millas, ese mismo año 78: "Elegida la revolución como fin, quien se decidió por ella cerró la puerta de su propia trampa; a partir de ese momento se halla secuestrado por el poder de una decisión que quizás -aunque éste no es siempre el caso- haya sido un acto libre en su origen, pero que, dado su carácter -hacer la revolución, sin más- lo sujeta a su implacable automatismo; en vano podría invocar el secuestrado, o quien hiciera la apología de su misión violenta, su propósito de servir los intereses de la Humanidad".
Capturado por su ideología, el secuestrador practica con sus rehenes un microproyecto perverso, el secuestro, en el que ensaya su macrodiseño: el Estado totalitario, el futuro secuestro de toda una sociedad.
Pero, segunda pregunta, ¿de nada de eso tendríamos que preocuparnos dentro de Chile, no?
En mayo pasado moría Marulanda. Oportunidad excelente para que el presidente del PC, Guillermo Teillier, aclarara el punto. Notables fueron sus palabras: el deceso de Tirofijo, aseguró, era una fuerte pérdida para el movimiento revolucionario latinoamericano, porque Marulanda había sido un dirigente que se había dedicado a luchar por lo que él creía justo.
Por esos días, en lógica coherencia, se informaba sobre dos jóvenes chilenos vinculados a las Juventudes Comunistas, quienes se encontraban haciendo una pasantía en secuestros junto a sus camaradas de las FARC. La revelación de su presencia en la selva, con trajecito verdeoliva y todo, no pasó de escandalillo, como si esa vinculación no fuera equivalente a la matrícula de un par de muchachos en cursos avanzados de pedofilia o violación, obviamente financiados por una beca de su organización en Chile. ¿Exageración? No. Ya Hernández Norambuena demostró en Brasil cuán avanzados son los conocimientos de los comunistas chilenos en la teoría y práctica del secuestro.
Entonces, ¿no hay nada de qué preocuparse en Chile? ¿Resulta lógico ofrecerles asientos negociados en el futuro Congreso a los que, invocando la exclusión, practican o defienden simultáneamente el secuestro?
Por cierto, el secuestro es hoy un tema jurídico clave en Chile. Mientras en Colombia se vive el drama del secuestro real, acá reina la ficción: nunca se logra probar que los desaparecidos continúen bajo control de sus supuestos captores (que a su vez están detenidos o ya condenados), ni que ese delito sea aplicable a funcionarios públicos.
Reina la ficción. Lógico, sus promotores son los mismos que un día fueron secuestrados por la ideología.
Y pendientes están también las respuestas de fondo a las preguntas fundamentales.
La primera interrogante, la que interpela por igual a la conciencia y a la acción, es simplemente ésta: ¿cómo llega a corromperse un ser humano hasta el punto de tratar como mercancía a otro? Ciertamente no son los marxistas los llamados a ofrecer respuestas a partir de su teoría sobre la plusvalía. No lo son, porque justamente ha sido desde las tesis leninistas inspiradas en Marx, que el secuestro devino en acto revolucionario. Fue con los decretos del Terror Rojo, de septiembre de 1918 después del atentado contra Lenin, que se autorizó a la Cheka a tomar rehenes en previsión de posibles ataques contra otros líderes del partido.
Y Stalin, oh Stalin. Ese Stalin de quien Neruda diría que "el mundo y su patria no le dan reposo; otros héroes han dado a luz una patria, él además ayudó a concebir la suya; a edificarla; y defenderla; su inmensa patria es, pues, parte de él mismo; y no puede descansar porque ella no descansa", ciertamente secuestró a esa patria casi completa: en total, pasaron unos 7 millones de personas por el Gulag entre 1934 y 1941, y a la muerte de papito Stalin quedaban unos 2.750.000 secuestrados en unas 500 colonias y campos. En paralelo, por esos días, ya operaban importantes movimientos de guerrilleros secuestradores en Iberoamérica.
Y más cerca aún, en agosto de 1978, Pol Pot anunció que en Camboya no existían cárceles y que incluso se había suprimido la palabra del léxico camboyano. Obvio: toda la población había sido tomada como rehén por el Khmer Rojo; un 26% de ella sería aniquilida en el terrible proceso de su secuestro. Por esos días, ya las FARC operaban con criminal eficacia en Colombia.
Está claro: sólo secuestra el que primero ha sido secuestrado por una ideología. Nadie lo expresó mejor que Jorge Millas, ese mismo año 78: "Elegida la revolución como fin, quien se decidió por ella cerró la puerta de su propia trampa; a partir de ese momento se halla secuestrado por el poder de una decisión que quizás -aunque éste no es siempre el caso- haya sido un acto libre en su origen, pero que, dado su carácter -hacer la revolución, sin más- lo sujeta a su implacable automatismo; en vano podría invocar el secuestrado, o quien hiciera la apología de su misión violenta, su propósito de servir los intereses de la Humanidad".
Capturado por su ideología, el secuestrador practica con sus rehenes un microproyecto perverso, el secuestro, en el que ensaya su macrodiseño: el Estado totalitario, el futuro secuestro de toda una sociedad.
Pero, segunda pregunta, ¿de nada de eso tendríamos que preocuparnos dentro de Chile, no?
En mayo pasado moría Marulanda. Oportunidad excelente para que el presidente del PC, Guillermo Teillier, aclarara el punto. Notables fueron sus palabras: el deceso de Tirofijo, aseguró, era una fuerte pérdida para el movimiento revolucionario latinoamericano, porque Marulanda había sido un dirigente que se había dedicado a luchar por lo que él creía justo.
Por esos días, en lógica coherencia, se informaba sobre dos jóvenes chilenos vinculados a las Juventudes Comunistas, quienes se encontraban haciendo una pasantía en secuestros junto a sus camaradas de las FARC. La revelación de su presencia en la selva, con trajecito verdeoliva y todo, no pasó de escandalillo, como si esa vinculación no fuera equivalente a la matrícula de un par de muchachos en cursos avanzados de pedofilia o violación, obviamente financiados por una beca de su organización en Chile. ¿Exageración? No. Ya Hernández Norambuena demostró en Brasil cuán avanzados son los conocimientos de los comunistas chilenos en la teoría y práctica del secuestro.
Entonces, ¿no hay nada de qué preocuparse en Chile? ¿Resulta lógico ofrecerles asientos negociados en el futuro Congreso a los que, invocando la exclusión, practican o defienden simultáneamente el secuestro?
Por cierto, el secuestro es hoy un tema jurídico clave en Chile. Mientras en Colombia se vive el drama del secuestro real, acá reina la ficción: nunca se logra probar que los desaparecidos continúen bajo control de sus supuestos captores (que a su vez están detenidos o ya condenados), ni que ese delito sea aplicable a funcionarios públicos.
Reina la ficción. Lógico, sus promotores son los mismos que un día fueron secuestrados por la ideología.
Líos ajenos
Hernán Felipe Errázuriz
Es bueno que se aclarara que no vamos a mediar entre los presidentes del Perú y de Bolivia. Los redentores suelen ser crucificados y, en América Latina, ridiculizados. Que digan lo contrario Hugo Chávez, Néstor Kirchner y otros próceres regionales, considerando sus bochornosas intervenciones para liberar a Ingrid Betancourt, al niño Emanuel y a otros secuestrados por las FARC.
Entre los presidentes del norte parece que no hay química. Abuenarlos es una misión imposible y sin beneficios para Chile. Habríamos tenido que reconocer que Alan García tiene la razón. El Presidente Morales sigue a su mentor Hugo Chávez, está enfrentado con su pueblo y con el mundo. En el último mes se enemistó con la Unión Europea, volvió a desarticular la Comunidad Andina de Naciones, insultó al Mandatario peruano, apoyó manifestaciones violentas en contra de la embajada de los Estados Unidos en La Paz, objetó la presidencia de Colombia en la Unasur y, a la menor frustración, atacará a Chile. Además, aunque nos hagan creer lo contrario, Bolivia no tiene relaciones diplomáticas con Chile y se niega a reanudarlas.
Las malas experiencias en nuestras intervenciones a favor de otros países son ejemplarizadoras. En la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, contribuimos a la liberación del Perú. Chile no obtuvo beneficios y costó la vida a soldados chilenos. Cuando apoyamos al Perú en la guerra con España, sufrimos sólo perjuicios, incluido el bombardeo de Valparaíso. Más adelante, en el siglo pasado, intervenimos para la pacificación en la guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay, y en el conflicto entre Ecuador y Perú. En ambas oportunidades fuimos recriminados. En la del Chaco, el Presidente Arturo Alessandri y su canciller Miguel Cruchaga fueron decisivos para el tratado de paz y poco reconocidos. Entonces se dictó la Ley N° 5.178, que castiga a los chilenos que participen en conflictos en los que somos neutrales. Esa ley no fue observada: hasta un ex ministro del Presidente Ibáñez dirigió tropas bolivianas, y varios chilenos, entre ellos un ex diplomático, combatieron por Paraguay. Parecía que habíamos aprendido, pero no lo hicimos. A continuación nos matriculamos como garantes de la paz entre Ecuador y Perú, en 1942. Inicialmente fuimos rechazados, terminamos inmiscuidos en el tratado de paz, expuestos a la desconfianza de ambos estados y con secuelas muy recientes. De poco sirvió la garantía: en 1995 volvieron a enfrentarse.
No hay que tomar partido en las peleas entre vecinos, y menos entre los nuestros: hemos tenido suficientes lecciones.
Entre los presidentes del norte parece que no hay química. Abuenarlos es una misión imposible y sin beneficios para Chile. Habríamos tenido que reconocer que Alan García tiene la razón. El Presidente Morales sigue a su mentor Hugo Chávez, está enfrentado con su pueblo y con el mundo. En el último mes se enemistó con la Unión Europea, volvió a desarticular la Comunidad Andina de Naciones, insultó al Mandatario peruano, apoyó manifestaciones violentas en contra de la embajada de los Estados Unidos en La Paz, objetó la presidencia de Colombia en la Unasur y, a la menor frustración, atacará a Chile. Además, aunque nos hagan creer lo contrario, Bolivia no tiene relaciones diplomáticas con Chile y se niega a reanudarlas.
Las malas experiencias en nuestras intervenciones a favor de otros países son ejemplarizadoras. En la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, contribuimos a la liberación del Perú. Chile no obtuvo beneficios y costó la vida a soldados chilenos. Cuando apoyamos al Perú en la guerra con España, sufrimos sólo perjuicios, incluido el bombardeo de Valparaíso. Más adelante, en el siglo pasado, intervenimos para la pacificación en la guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay, y en el conflicto entre Ecuador y Perú. En ambas oportunidades fuimos recriminados. En la del Chaco, el Presidente Arturo Alessandri y su canciller Miguel Cruchaga fueron decisivos para el tratado de paz y poco reconocidos. Entonces se dictó la Ley N° 5.178, que castiga a los chilenos que participen en conflictos en los que somos neutrales. Esa ley no fue observada: hasta un ex ministro del Presidente Ibáñez dirigió tropas bolivianas, y varios chilenos, entre ellos un ex diplomático, combatieron por Paraguay. Parecía que habíamos aprendido, pero no lo hicimos. A continuación nos matriculamos como garantes de la paz entre Ecuador y Perú, en 1942. Inicialmente fuimos rechazados, terminamos inmiscuidos en el tratado de paz, expuestos a la desconfianza de ambos estados y con secuelas muy recientes. De poco sirvió la garantía: en 1995 volvieron a enfrentarse.
No hay que tomar partido en las peleas entre vecinos, y menos entre los nuestros: hemos tenido suficientes lecciones.