Dos de sus frases recogen el espíritu de esa revolución. La más conocida de ellas -"no importa el color del gato, lo importante es que cace ratones"- muestra lo peligroso que es amarrarse a visiones ideológicas alejadas de la realidad. Al ver cómo habían progresado Hong Kong, Singapur y Taiwán, mayormente poblados por chinos, este líder decide emprender caminos similares en lo económico aún manteniendo el régimen comunista.
Su otra frase, con la que inicio este artículo, rompe con la ideología de la "Banda de los Cuatro" que tantas vidas cobrara durante la llamada "revolución cultural" y refleja la idea que para salir de la pobreza hay que crear riqueza, terminando con la tradición comunista, socialista y populista que cree que el progreso social es una lucha de suma cero, esto es, sólo redistributiva.
Desgraciadamente, la visión ideologizada de nuestros líderes hace difícil aceptar esos principios; sin embargo, por un breve suspiro en nuestra historia esto fue distinto y hasta mediados de los 90, gracias a las políticas aprobadas en años anteriores, tuvimos los 15 años más prósperos, durante los que millones de chilenos salieron de la pobreza. Por ello, más allá de la alta inflación y el bajo crecimiento actual de Chile -y las medidas macro que debieran adoptarse-, para elevar el crecimiento de tendencia un aspecto esencial haría la diferencia: apreciar que si queremos salir de la pobreza la creación de riqueza es, además de un imperativo moral, una condición necesaria.
Aun cuando el espíritu de facilitar la creación de riqueza debiera primar en todos los ámbitos para tener un mayor efecto en el ritmo de progreso, en esta oportunidad sólo ejemplificaré con tres casos esenciales.
En materia laboral comienza en nuestro país una estrategia de la China pre Deng. El empleador es el enemigo, los trabajadores sólo progresan si se le sacan recursos a la fuerza y las normas legales están lejos de lo que necesita Chile para tener empresas competitivas; en definitiva, para salir de la pobreza. Es tanta la retórica que hasta los mismos empleadores caen en el juego para sobrevivir socialmente, provocando como resultado que los grupos más vulnerables no encuentren un espacio en la economía para salir de sus dificultades y de paso darle un impulso adicional de crecimiento a Chile.
El camino a seguir en el siglo XXI es a la inversa: contar con la mayor flexibilidad para tener empresas competitivas a nivel mundial, lo que es consistente con proveer un fuerte apoyo a los pobres a través de una vasta red social que, sin destruir los incentivos para trabajar, permita ayudarlos mientras encuentran una fuente genuina de satisfacción de sus necesidades.
En el tema ambiental es donde han encontrado refugio quienes hoy buscan un mayor Estado, manteniendo como enemigo épico a los emprendedores. Es el mismo tipo de espíritu que veía en el comunismo el modelo para ayudar a los pobres, olvidándose que a ellos sólo se les ayuda creando riqueza tal como mostró la historia con el estrepitoso fracaso de ese sistema. Que el hombre modifica a la naturaleza es un hecho y sin ello nuestra sociedad no existiría. La energía de los combustibles fósiles es lo que ha permitido a la humanidad salir de la miseria y no podemos cambiarla en un día por molinos de viento que de naturales no tienen nada.
El dilema es balancear los efectos positivos y negativos de la tecnología y el progreso. Hoy sólo vemos los aspectos negativos y se olvidan las externalidades positivas generadas en cada inversión; si en cambio siguiéramos la visión de Deng, debiéramos respetar los derechos de propiedad, invirtiendo el peso de la prueba en las políticas ambientales y en última instancia aplicar la expropiación o indemnización si se quiere impedir un desarrollo.
En materia tributaria los políticos han logrado usar al Estado para sacarle recursos forzadamente a la sociedad, en lugar de tener que conseguir la voluntad del otro como nos sucede al resto de los ciudadanos. Peor aún, mediante los sistemas de retención de impuestos vigentes, obligan a las empresas a reemplazarlos en su tarea de recolección de impuestos, penalizándolas si no cumplen este rol. La recaudación es un tema complejo y relevante pero si el espíritu fuera que los que generan riqueza son los que invierten arriesgando su patrimonio, el Estado debería reasumir su rol recaudador y correr con los costos de enfrentar a la sociedad para convencerla de que pague.
Reitero que sólo he ilustrado algunos aspectos que sería importante modificar. Ojalá seamos capaces, como China a partir de 1978, de cambiar cabalmente de paradigma: de la destrucción a la creación de la riqueza. Esto requiere pragmatismo y el convencimiento de que el progreso resulta un juego de suma positiva. Dada nuestra posición privilegiada, un pequeño cambio en esa dirección podría hacer la diferencia.
Regalo para candidatos
Gonzalo Rojas Sánchez
Más de 12 mil postulantes a concejales y alcaldes se han inscrito pocas horas atrás. De la vida y milagros de cada uno de ellos en los próximos tres meses -campaña se llama, es decir esfuerzo en descampado- depende en buena medida el resultado de sus aspiraciones frente al electorado.
Pero está en juego también otra cosa: la consolidación en esas personas de unos hábitos sanos, de servicio, constructivos, o por el contrario, la ratificación en algunos candidatos de modos de procederes turbios, deshonestos e incluso perversos.
Dime qué tipo de candidato fuiste y te diré que laya de concejal o alcalde serás; eso de que lo importante es ganar, de cualquier modo, para llegar al poder y hacer entonces el bien, es una simple falacia psicológica, moral y conceptual: el que miente y roba buscando votos, después miente y roba gobernando comunas.
Ciertamente hay tipos que en esta campaña no van a modificar sus corruptos procederes anteriores, esas actitudes con las que han desarrollado la tarea municipal que se les encomendó años atrás o con las que han emprendido actividades privadas de dudosa reputación. Esos sujetos están en todos los partidos y son los sospechosos de siempre: hay tres meses para desenmascarar su doblez, cosa que en algunos casos está ya en manos administrativas o judiciales; en otros, le corresponderá al público y a la prensa sacar los billetitos al sol.
Pero, afortunadamente, son pocos, ya que existe esa otra enorme masa de personas simples y buenas que son candidatos porque realmente quieren servir. A ellos, la admiración, la gratitud -el apoyo electoral si es que nos convencen como los mejores- y, desde ya, un regalo: cinco consejos para que practiquen la prudencia, virtud rectora de todo el actuar humano y, muy especialmente, de la acción pública.
Si quieren ser candidatos prudentes, le pedirán consejo a personas de experiencia en su comuna.
Si quieren ser candidatos prudentes, estudiarán en serio los problemas comunales y sus eventuales soluciones.
Si quieren ser candidatos prudentes, buscarán para sus equipos de campaña a gente sana y limpia, que combine un 5% de marketing, con un 20% de sacrificio, con un 25% de creatividad y con un 50% de convicciones fundamentales.
Si quieren ser candidatos prudentes, recordarán cada noche al acostarse que el fin de su campaña es el servicio y se preguntarán en qué pudieron desviarse de esa noble aspiración en el día que termina.
Si quieren ser candidatos prudentes, pedirán perdón muchas veces durante estos tres meses, darán las gracias sinceramente y corregirán con perseverancia, hasta el último día, lo que pudiera significarles una victoria en las urnas y una derrota en sus almas.
Si quiere, regale estos cinco consejos, para que el candidato los ponga en la primera página de su manual de campaña.
Llamado de la ministra de Salud
Gonzalo Vial.
En la población Los Robles, de Colina, una madre de extrema pobreza, de veintiséis años, enceguecida por la ira, dio una golpiza a su hija de diez, y le causó la muerte.
Con tan trágico motivo, la ministra de Salud hizo un llamado público “a ver qué nos está pasando como sociedad. Tres de cada cuatro niños sufren violencia” (La Segunda, 22 de julio).
Son raras las veces en que me hallo de acuerdo con la ministra de Salud, pero la presente es una.
LA CULPA DE LA SOCIEDAD. Lo que “nos está pasando como sociedad” es que ella —sobre todo en el medio popular— se disuelve acelerada y totalmente a nuestros ojos, y nada hacemos para impedirlo. La disolución social afecta principalmente a los pobres, y dentro de los pobres, a los niños. El caso de Colina es así simbólico: la madre victimaria es pobre, y la víctima también, y además una niñita, una impúber.
La sociedad, vale decir, los privilegiados dentro de ella —o sea, todos quienes jugamos algún papel en conducirla; todos los que estamos decididamente fuera de la extrema pobreza—, debemos hacer la reflexión que nos pide la ministra: ¿de qué modo y en qué medida los privilegiados somos responsables de que la sociedad chilena se esté disolviendo, y de que al disolverse cause la violencia contra los niños que denuncia la ministra, y su ejemplo más terrible: la golpiza y muerte de Colina?
La respuesta es sencilla: somos responsables porque asistimos impávidos a la disolución de la sociedad entre los pobres. No nos importa, salvo excepciones no muy numerosas de personas y entidades. Y la prueba de esta insensibilidad es que no hacemos nada para atajar el atroz fenómeno. Respecto de los temas más difíciles de negar o esconder, hablamos, hablamos, hablamos incesantemente... pero no actuamos. E incluso nuestro interminable disertar sobre ellos, muchas veces tiene por solo objeto disimular su gravedad, inflando progresos mínimos, o mediante predicciones optimistas a plazos largos o vagos.
Por ejemplo: 1. Hace aproximadamente cuarenta años que medimos la extrema pobreza, la estudiamos, reflexionamos sobre ella y sus posibles remedios... pero el número de pobres extremos es prácticamente el mismo, si no mayor, oculto bajo “porcentajes” que disfrazan el mal pero no lo solucionan. 2. Hace igual tiempo que damos a los pobres una educación infame, inútil para la vida. No podemos, siquiera, enseñarles a leer y escribir, y las cuatro operaciones, ni menos todavía darles una mínima formación moral ni cívica. Nos acercamos, entre fanfarrias celebratorias, a la cobertura 100% de todos los niveles educativos, y a una ignorancia también universal e igualmente 100%.
Hemos perdido la capacidad de asombro ante nuestra propia disolución social... sobre todo, reitero, ante la que afecta al sector más pobre de los chilenos y agrava su miseria. Cotidianamente vemos, oímos o leemos hechos que inciden de modo directo en la desintegración social de ese sector. Los matrimonios son cada vez menos, y cada vez, en cambio, aumentan las “convivencias” sin plazo ni compromiso. Los resultados son los de siempre, pero progresivamente de mayor gravedad, a medida que se intensifica el fenómeno: más hijos que nacen fuera del matrimonio (62% el último año conocido); más hijos de mujeres adolescentes, y éstas cada año menores; más mujeres solas, “jefas del hogar” (léase, víctimas del abandono); más mujeres que trabajan, subpagadas, y en condiciones de explotación que las fuerzan a descuidar los hijos... Todos estos datos confluyen a una sola, gran realidad de hoy, que guarda relación ya directa con la tragedia de la niñita muerta por su madre: la destrucción de la familia popular y de su ética. Algunos tontos, y encima ignorantes, creen que éstas eran “católicas” y “conservadoras”. Pero la familia “de libreta”, la familia civil (católica o no), fue una estructura jurídica, creación laica, radical, arreligiosa y de progreso cívico, que desde fines del Siglo XIX generó un gran avance de nuestra sociedad, y que originó una parte importante de la clase media. Han bastado menos de veinte años de insensato “progresismo” para prácticamente aniquilar esa institución y sus frutos. Y hemos visto sin parpadear este aniquilamiento.
LA CULPA DE LOS GOBERNANTES. Pero el llamado de la ministra es incompleto. Convoca a “ver lo que nos está pasando como sociedad”.Tan o más importante es convocar a que hagan igual meditación QUIENES HAN SIDO NUESTROS GOBERNANTES LOS ULTIMOS VEINTE AÑOS. Ellos han facilitado cuando no provocado, administrativa y legislativamente, la muerte de la familia popular, y por eso están en la raíz de la tragedia de Colina —aunque les indigne oírlo—, y en la raíz de esos abusos y violencias con niños que muy justamente preocupan a la ministra, y de muchos, muchos más abusos, violencias y tragedias que vendrán.
Recordemos, ejemplos de los últimos veinte años: a) el decreto que permite a una mujer casada, sin hijos, de dieciocho años, exigir a los Servicios de Salud ser esterilizada quirúrgicamente, y ello no habiendo ni aun pretexto médico para la mutilación, ni permiso ¡ni siquiera conocimiento! del marido; b) otra ley, la de divorcio, que hace del crimen moral de abandonar a la mujer —pasados tres años de cometido— un DERECHO del culpable... el derecho disolver ese matrimonio; c) cómo se ha quitado a la escuela su posibilidad de ayudar a la familia, despojando a aquélla de toda autoridad sobre los alumnos. Me reí cuando, en un acceso de justificada indignación, el alcalde de Santiago ordenó fuera expulsada de su liceo la alumna que había cometido el incalificable vejamen del “jarro de agua” contra la ministra de Educación. Y me reí porque nadie, ni el alcalde ni la ministra, pueden EXPULSAR a la pequeña energúmeno... sólo REUBICARLA, ¡traspasar la niña-problema y sus conductas mediáticas, a otro liceo y otro director o directora de la comuna!
Y la misma secretaria de Salud, ¿no debería examinar si algunos actos suyos no han cooperado y cooperan a destruir la familia popular? ¿Cuando los servicios de salud, por ejemplo, ocultan deliberadamente a los padres, que la hija de 14 años consume un fármaco —la píldora del día después— indicativo de un desorden en la conducta sexual? Cuando el Ministerio desafía la prohibición de reparto por los servicios públicos del mismo fármaco, declarada inconstitucional como riesgosa de abortiva por el organismo calificado para hacerlo? ¿Cuando hace campañas contra el SIDA, y de educación sexual, que promueven el sexo de alumnos en edad escolar, con una falsa promesa de inmunidad a las venéreas... y todo sin consulta ni participación de los padres? ¿Dónde queda la autoridad —y consiguientemente la institución misma— de la familia? Hoy es peor ser matrimonio que ser “pareja”, para pagar impuesto a la renta u obtener subsidio habitacional.
Más al hablar de “gobernantes” no hablamos del concertacionismo, solamente. Todas las leyes destructoras de la familia que hemos señalado contaron con respaldo de parlamentarios opositores. La norma de divorcio por repudio unilateral después de tres años de abandono, v.gr.—enormidad sin paralelo— fue ley gracias a un voto decisivo, que la desempató en el Senado... voto de derecha.
LA TRAGEDIA DE COLINA. Por el espanto del hecho en sí mismo, no debemos olvidar —relacionados con lo que venimos diciendo— algunos antecedentes que lo rodean:
—La “familia” en que tuvo lugar. La mujer y su hija, la niñita muerta, de padre biológico desaparecido. El conviviente, con tres hijos propios habidos en otra mujer... que tampoco figura. Esta “familia” es para algunos sociólogos, y hasta sociólogos-columnistas de la gran prensa, tan digna de estímulo y protección como la matrimonial.
—La mujer (que es posible sufra un trastorno síquico) habría maltratado con anterioridad a los hijos de su conviviente, por lo cual éste puso una denuncia a la justicia de familia (El Mercurio, 23 de julio). Después se desistió.
¡El pobre hombre creía en la justicia de familia chilena, colapsada, desfinanciada y “sin ley sustantiva” que la regule! Una magistrada distinguida de esos tribunales acaba de renunciar porque —dice la prensa— “toda su preparación y experiencia no eran suficientes para dar solución jurídica a situaciones muy complejas, QUE EXCEDEN EL MARCO LEGAL” (El Mercurio, 25 de julio). Típico del “progresismo” chileno: en vez de ayudar a que no haya estos problemas, fomentando la familia legal, los “judicializa” una vez producidos.
—La mujer creía en nuestra educación pública. “Muy obsesiva (dice su profesora-jefe). Le exigía (a la niña) buen rendimiento y siempre preguntaba cómo le estaba yendo”. La mató “por no cumplir la tarea escolar de leer el libro «La Porota»...” (El Mercurio, 23 de julio).
¡Desdichada filicida! ¿Cómo iba a saber ella que el Estado de Chile la engañaba, que su hija no aprendía nada útil, y que tenía razón al rechazar las “lecturas obligatorias”, que matan cualquier interés posible por leer?