El debate parlamentario de las retenciones ha puesto en el tapete la lucha por defender las convicciones. Los románticos debates de la política hacen que muchos puedan decir en las tribunas casi cualquier cosa.
Es que en la política, como en la vida, uno puede manifestar libremente su visión sobre el asunto que fuera. Lo hacemos a diario, en el café, en el trabajo, en ronda de amigos. Los políticos y dirigentes, agregan a esa nómina la oportunidad que les ofrecen los medios de comunicación y la trinchera partidaria o sectorial.
Pero el problema no es lo que se dice. La prueba de fuego se presenta cuando hay que sostener con hechos concretos aquello que se ha dicho con apasionada espontaneidad en cada oportunidad que se presentó. Una cosa es discursear, y otra distinta es demostrar que somos capaces de sostener esas ideas.
Muchos políticos prometen en campaña en base a sus convicciones. No es que mientan. Realmente lo piensan así. Creen firmemente en lo que dicen. Les pasa lo mismo a los dirigentes sectoriales. Buscan representar a los intereses de muchos cuando declaman sus ideales. Y obviamente consiguen adhesiones por ello.
Pero la oportunidad de ponerlos a prueba, no siempre se presenta con tanta claridad. Así, muchos, logran pasar desapercibidos sin poseer verdaderas convicciones, sino solo diciendo lo que quieren los demás. Se trata de este juego de representar a las mayorías, de ser aceptado, elogiado, admirado por decir lo que todos pretenden escuchar, de la mejor manera posible.
La ajustada votación en el Congreso Nacional sobre el tema de las retenciones ha enfrentado a muchos legisladores con esta situación. Se han encontrado en el dilema de elegir entre sus convicciones y una tormenta de presiones de distinto tenor.
La opinión pública, o la percepción que se tenga de ella, hicieron lo suyo. También jugaron su parte, las lealtades partidarias, los favores recibidos y porque no los privilegios que se pudieran obtener en el futuro en esa carrera política que subyace en situaciones como estas. Se juegan muchos intereses, incluidos los económicos. Algunos de los protagonistas apuestan su porvenir político.
Es de imaginar que las presiones estuvieron a la orden del día. Tanto de un lado, como del otro. Se ha conversado mucho. Se han intercambiado llamados telefónicos, algunos de ellos, rozando la intromisión de otros poderes de la República. Algunos manifestaron desde el principio su posición y fueron consistentes a la hora de la votación. Se puede acordar o no con ellos, pero fueron leales a lo que manifestaron públicamente desde los inicios del conflicto.
Otros fueron, premeditadamente, más imprecisos. Dejaron algunas puertas abiertas para lo que llamarían luego "deliberar a libro abierto". Se trata de una importante cantidad de legisladores, que escudaron sus indefiniciones en frases ambiguas como "lograr lo mejor para nuestra Nación", "buscar consensos", y "abrir el debate".
En realidad, fue el escenario ideal para esa negociación donde se combinaron cuestiones patrióticas con asuntos más banales, como lo han sido determinadas ventajas personales y promesas de oportunidades políticas futuras.
Con una votación tan ajustada en números, no es difícil imaginar la magnitud de las presiones que unos y otros intentaron ejercer. Es bastante probable que las convicciones hayan quedado, en muchos casos, en el camino. Para lavar sus propias culpas, mas de uno de ellos, habrá encontrando argumentos tan contundentes como seductores para convencerse, a si mismo y a otros, de haber hecho lo correcto.
No importa si esa posición fue la que se sostuvo siempre. En todo caso, la política es el arte de lo posible. Con esa frase se suele justificar, con bastante eficiencia, la forma en la que ciertos políticos resignan sus ideales a manos de los manipuladores profesionales que deciden ponerlos entre la espada y la pared. De esta manera, los verdaderos titiriteros del poder, establecen falsas opciones, para quebrar la dignidad de los que llegan a sus bancas con convicciones, pero en el camino deciden abandonarlas.
Hemos escuchado muchas claudicaciones en los últimos días. No solo en el oficialismo, sino también desde la gente del campo. El tan mentado pragmatismo ha ganado el lugar de los principios. En el camino quedaron las creencias mas profundas, los ideales tantas veces recitados y defendidos hasta el cansancio.
Los favores recibidos seguramente intentarán compensar la indigna actitud de dejar atrás los valores por los que durante mucho tiempo se ha luchado.
La votación tuvo un resultado en los números y una consecuencia en lo político. Pero más allá de eso, cada legislador ha pasado por la prueba de las convicciones. Algunos seguramente han superado con creces esa situación. No importa que posición hubieran defendido. Finalmente hicieron lo que tantas veces pregonaron. Lo hicieron de acuerdo a sus principios, siendo leales a ellos.
Otros, deben estar aún hurgando entre sus históricos discursos, para ver cuando defendieron estas posiciones que finalmente pusieron sello a su voto. El examen de conciencia es un territorio privativo de cada legislador. Cada uno de ellos sabrá cuanto debió resignar de sus ideales para ceder a las presiones, cualesquiera sean ellas. La votación tuvo un resultado. Una vez más se pusieron a prueba los principios. Fue la hora de las convicciones.
Leonidas Montes
Al cierre de una Convención Constitucional en 1787, donde se discutía cuánto poder debía tener el naciente gobierno norteamericano, una mujer se acerca a Benjamin Franklin, quien ya tenía 81 años, y le pregunta: “¿Tenemos una república o una monarquía?”. Franklin responde: “A republic, if you can keep it”.
Los ritos y las ceremonias representan importantes símbolos políticos y sociales. Toda la pompa y la seriedad de los actos de la república no son en vano. Ricardo Lagos lo sabía muy bien. Y si todo era simple “hojarasca” frente a esa solemnidad republicana, lo cierto es que a Bachelet le tocó descubrir algo de barro mojado. Hemos avanzado en términos de transparencia, pero se ha descuidado nuestra dignidad republicana.
Recordemos el primer cambio de gabinete de Bachelet. A Andrés Zaldívar le avisaron a última hora de su renuncia. Naturalmente estaba dolido. Pero asistió dignamente a la ceremonia de cambio. Y después mantuvo un largo silencio. En cambio una ministra ni siquiera se presentó a la ceremonia. Más que un resfrío, como se argumentó, pareció una pataleta. Y en esa oleada de informalidades, nuestro embajador en Venezuela se dio el lujo de decir lo que algunos intuíamos. Fiel a la verdad, rompió un canon fundamental de la diplomacia, contando lo que no debía contar: Bachelet le habría confesado su eventual apoyo a Chávez.
Lagos W. fue el vocero del primer tiempo de Bachelet. Si su padre representó al republicanismo en una versión autoritaria, su hijo fue una brisa de la buena onda. Esa informalidad era novedosa, ya que traía nuevos aires. Pero junto a la buena onda se fueron gestando, a nivel de Gobierno, signos de descoordinación. Lo reemplazó Francisco Vidal. El nuevo vocero, bajo el férreo liderazgo de Ricardo Lagos y la ágil muñeca de Insulza, había hecho un buen papel. El gabinete de Lagos parecía un ente coordinado y organizado.
Pero Vidal entró al segundo tiempo de Bachelet con ímpetus de goleador. Nuestro vocero corrió tan rápido, que lo vimos literalmente desbocado. Su excesivo entusiasmo no sólo dio señales de descoordinación y desavenencias internas, sino que contribuyó a socavar las buenas formas propias de una república. Cómo olvidar su reacción ante el viaje de la Presidenta con su hija a China: “Definamos una güeá. Quien decide esto y corta el queque es la Presidenta. Yo les respondo con la mejor buena voluntad, pero hay un límite. Para ser clarito, esto lo decide la Presidenta. Punto, sin discusión. No van a estar preguntando quién la acompaña. ¿De adónde la han visto?” (sic). Aunque en el fondo el ministro tenía razón, su descuido por las formas atenta contra la dignidad republicana. Ahora se lo ve más reposado. Bien por nuestra república
El reciente caso del jarrón de agua es otro ejemplo. Nuestra actual ministra Jiménez fue dignamente estoica. (Y a propósito de dignidad, Yasna Provoste, esa joven promesa de la DC, aprovechó de volver a la palestra. Declaró que a su sucesora “le faltó diálogo” (sic.). Tal vez Provoste no hubiera sido tan estoica. Bien erguida, posiblemente hubiera celebrado el golpe de agua.) Es cierto que un cargo público está expuesto a estos inconvenientes, pero la dignidad republicana debe respetarse y protegerse. Me pregunto cómo hubiera reaccionado Lagos si su ministra Mariana Aylwin hubiera sido la víctima.
Y por si fuera poco, vimos al Colegio de Profesores, presidido por Jaime Gajardo, apoyando y celebrando a la joven María Música. Aunque Gajardo continuó solidarizando con la causa de la joven estudiante, calificó el jarrazo de bochornoso. Mucho más bochornosa fue su primera reacción y las “instrucciones” de esta banda de caudillos para que los profesores no se evalúen. Triste para nuestros abnegados profesores, para nuestros estudiantes y para nuestra república.
Para Benjamin Franklin cuidar la república es un gran desafío. Y en esta tarea las formas también importan.