Te informaste de que la Presidenta estuvo en Copiapó, junto a familiares de tres detenidos-desaparecidos, Maguindo Castillo, Benito Tapia y Ricardo García, secuestrados en octubre de 1973 por la "Caravana de la Muerte". El paradero de sus cuerpos lo reveló un informante a un sacerdote. La Presidenta abrazó a una de las viudas. El ministro del Interior declaró: "Hay familias que quedan más tranquilas... Por fin saben qué pasó con sus deudos".
Satisfecho del desayuno, creyéndote informado y contento de que se vaya "sabiendo la verdad", te vas a trabajar. Pero ¡lástima! Lo único verdadero de lo anterior fue el desayuno. El resto no. ¡Cerebro Lavado, te siguen lavando el ídem!
En el proceso iniciado ante Juanito Guzmán y que ahora lleva Víctor Montiglio, está probado que Maguindo Castillo, Benito Tapia y Ricardo García fueron condenados por un Consejo de Guerra, formado por orden del jefe de Zona, general Joaquín Lagos Osorio, a raíz de atentados subversivos en el mineral de El Salvador. El tribunal lo integraron el teniente coronel Óscar Haag, el mayor Carlos Enriotti y el auditor Daniel Rojas. Los acusados tuvieron derecho a defensa, pero por dos votos contra uno (el del auditor) fueron condenados a muerte. Cumplió la sentencia el teniente Fernando Castillo Cruz, que ofició describiendo los pormenores del fusilamiento. Y el 31 de octubre, Lagos Osorio lo comunicó a la superioridad. El administrador del cementerio de Copiapó, Leonardo Meza Meza, declaró que las sepulturas de los fusilados quedaron en el patio 16 "y hasta mi retiro del cargo de administrador del camposanto no tuve conocimiento de que las hayan sacado de ese lugar".
Es decir, no hubo "detenidos-desaparecidos", la "Caravana de la Muerte" no tuvo nada que ver con las ejecuciones, ni Pinochet las ordenó. Pero Juanito Guzmán se hizo mundialmente famoso por pedir el desafuero del general Pinochet como senador vitalicio y procesarlo por esas muertes y otras, en las cuales tampoco tuvo nada que ver. Por supuesto, nunca procesó a Lagos Osorio, que se convirtió en su testigo de cargo favorito contra la "Caravana" y el ex Presidente. El "red set" no ha agradecido a Juanito. Ni siquiera le dio un "tenure" (cátedra vitalicia) en Harvard. Hoy es decano en una universidad local.
Dos precisiones. Una: es posible que años después, por no pago de derechos en el cementerio de Copiapó, los restos de los tres fusilados hayan sido cambiados a una fosa común. La otra: lo que sí desapareció sin remedio, y de los archivos del Ejército, institución que no ha podido explicarlo hasta hoy, fue el expediente del Consejo de Guerra referido (junto con todos los demás de 1973). Pero hasta 1986 estaban ahí.
Cerebro Lavado, si no me crees, pídele al ministro Montiglio que te deje ver las piezas del proceso, probatorias de lo antes dicho. No, esto es sólo una broma. Pues son miles de miles de fojas y decenas de tomos. Pero otros han hecho el trabajo por ti: lee las páginas 40 a 50 de mi libro "La verdad del juicio a Pinochet", y, con más detalle aún, lee el capítulo XXVII de "De conspiraciones y justicia", de Sergio Arellano Iturriaga.
En fin, el hecho es que te siguen lavando el cerebro. Pero no te preocupes: al resto de los chilenos también. Y para qué decir al resto del mundo. Entonces, aprende, como yo, a vivir con "aquello", como diría Ricardo I.
Una pausa, por favor.
Gonzalo Rojas Sánchez
La capital vive días más tranquilos. En las cercanías de la fiesta de Santiago apóstol, pareciera que todo contribuye a valorar más la noción de pausa, el concepto de intervalo: vacaciones escolares y universitarias, una pequeña brecha en la nube contaminante, la circulación automotriz notoriamente menor, una que otra lluvia breve cada tres días.
Desde regiones, a los santiaguinos nos miran con algo de compasión, pero como hemos logrado exportarles parte de nuestra trepidación, estas consideraciones valen también para esas privilegiadas ciudades de provincias.
Necesitamos recuperar, a diario y semanalmente, el sentido de la pausa, del cambio de ritmo, la importancia del intervalo.
Pausa, ante todo para cortar el día en trozos razonables; intervalo para almorzar, breve pero sereno; intervalo entre el trabajo y el sueño, intenso en dedicación a la familia. Y después, por cierto, el corte fundamental: un sueño reparador (una vez más aparece la exigencia ardua: hay que apagar pronto la tele en el dormitorio o expulsar a la intrusa de esos dominios, de una vez por todas).
Pausa, en el trabajo mismo, para preparar cada cosa: el día completo, con una adecuada revisión matutina de la agenda, y cada una de las principales actividades, para que la improvisación, la tincada, el olfato y la ocurrencia genial de última hora, cedan su lugar a la ponderación y al criterio.
Pausa para leer bien el diario, para entrar a internet sólo a las páginas imprescindibles en información, para asistir a eventos que agreguen comprensión de la realidad y no inserción en la banalidad.
Pausa de fin de semana: tiempos de contemplación artística, para oír música (y nada más que oírla) para leer literatura clásica (y nada más que leer) para caminar por parques, montañas o calles de renovada arquitectura, y apreciar las formas de la naturaleza y los aportes humanos (y de paso, ahora sí, para conversar con parientes y amigos).
Pausa para un deporte intenso o laxo, competitivo o recreativo, individual o colectivo, pero que permite captar la fugacidad de las capacidades corporales y, al mismo tiempo, lo importante que es cuidarlas.
Intervalos más largos y tranquilos, para pensar en serio el porqué de las cosas fundamentales. "Todo el mundo debe tener períodos de su vida y momentos en su día, que sean partes constitutivas y permanentes de ellos, en que se calla, se concentra y -con un corazón vivo- se hace alguna de las innumerables preguntas que suprime durante un día ocupado," recomendaba el gran O'Malley. Un tiempo fijo todos los días, otro quizás mensual y, por cierto, unos pocos días al año, donde uno se toma en serio a sí mismo y a Dios.
Todo lo anterior exige un esfuerzo (pausado), porque cuesta. Hay que saber perder tiempos para ganar en calidad de tiempo total. Eso cuesta. Esta misma columna fue escrita en 34 minutos, sin pausa. Perdón.
En los últimos 10 años, la concentración de material particulado respirable (PM10) ha disminuido en un 28%, y la de ozono (O3) en un 14%. Para cumplir las normas de calidad ambiental al 2011, en los próximos 5 años se requiere una disminución adicional de un 30% para ambos. La tarea no parece fácil.
La reformulación del Plan de Prevención y Descontaminación de la Región Metropolitana se centra en las emisiones vehiculares, sector que emite el 37% del PM10 (sin incluir polvo en suspensión), el 90% del monóxido de carbono y el 73% de los óxidos de nitrógeno. Las nuevas medidas aumentan los requerimientos a vehículos nuevos, exigen la incorporación de filtros de partículas a los vehículos diésel y la fiscalización de los catalizadores de los bencineros. Sin embargo, no consideran sistemas de incentivos adecuados para reducir las emisiones al mínimo costo y en el menor plazo, aunque sí programas de incentivos para la incorporación de vehículos de baja o cero emisión y para el retiro de vehículos sin sello verde, pero éstos se limitan a casos particulares, y se prohíbe en forma explícita la compensación de PM10 entre fuentes fijas y móviles.
Estas restricciones limitan el cumplimiento del plan. La creación de incentivos que permitan a los dueños de las distintas fuentes alcanzar las metas de reducción de emisiones sin limitar el tipo de tecnología o combustible a usar —en su propia fuente o en la de un tercero, lo que resulte más barato— ayudará a lograr las metas en un menor tiempo y costo.
La solución está en el Congreso desde 2003: el proyecto de ley de bonos de descontaminación, considerado por la propia Conama como “elemento básico para permitir la operación de un sistema integrado de compensación de emisiones”. Con este sistema, las fuentes industriales podrían reducir emisiones sacando de circulación parte del parque vehicular catalítico más antiguo; los importadores podrían adelantar el cumplimiento de las normas exigidas para vehículos nuevos, generando un crédito en su cupo de emisiones, transable en el mercado, y los dueños de buses del Transantiago tendrían los incentivos para incorporar filtros y renovar flota.
Por otra parte, la reducción del 50% de los no catalíticos (135.000 vehículos) implicaría la disminución permanente de al menos un 15% de las emisiones de NOx y un 33% del CO del parque vehicular, con un costo de US$ 135 millones: el déficit de 3 meses del Transantiago.