Por supuesto, sería exageración decir que esta columna es un "samiszdat" o que acá no hay libertad de prensa, cuando acabo de presentar un libro terrible contra la corriente dominante o, mejor dicho, contra casi todos (cerebros lavados).
Pero si me comparo con un autor oficialista, cuyo libro, igualmente político que el mío, se lanza en los mismos días, veo que el suyo es anunciado en primera plana y ampliamente comentado en páginas interiores, y el mío no. A su presentación concurren personalidades oficiales y los tres comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas. Pero se justifica la importancia que se da al evento: constituye un impulso a la campaña presidencial de Ricardo Lagos.
Claro que si algún uniformado de las mismas ideas mías (¿quedará alguno?) las exteriorizara de esa manera, sería inmediatamente separado de las filas. Pues habría deliberado. Recordemos cuando el general Hargreaves dijo que el gobierno militar había sido positivo para el país y lo exoneraron. En cambio, el comandante en jefe de su arma puede concurrir a la presentación de un libro político, en un acto de promoción a una candidatura política, y todo ello sin haber deliberado.
Por supuesto, no por eso los excluidos de esas garantías estamos en un "gulag". Menos yo mismo, que lo paso bien y hago y digo lo que se me ocurre. Sería un malagradecido si me considerara viviendo en un "gulag". Pero no estoy en el mismo lugar ni tengo el mismo estatus que los de la corriente dominante. Y si yo fuera uniformado y dijera lo que pienso, me echarían de las filas. En cambio, si dijera lo contrario, que es lo que piensa la corriente dominante, no me echarían. O sea, discrepar del Gobierno es deliberar. Concordar con él no es deliberar. Entonces, fuera de este lugar, sea cual fuere su nombre, hay otro con más garantías.
Y la Jefa del Estado, en el entierro del fallecido Presidente de la Cámara, dijo que él había sido "decisivo para derribar el muro de la impunidad". Es que en vida discurrió una fórmula para no aplicar las leyes extintivas de la responsabilidad de uniformados que cometieron delitos en la tarea antiterrorista. Hay centenares de ellos procesados o presos por eso. Entonces, la Presidenta celebra. Ella es contraria a esa impunidad. Pero sólo a ésa.
Pues en "La Nación" de 30 de septiembre de 2006, la Presidenta aparece departiendo con César Bunster, que encabezó el atentado contra la comitiva del Presidente Pinochet en 1986, a dos años de que se iniciara la transición a la plena democracia. El atentado casi parecía dirigido contra la transición. En él fueron asesinados cinco uniformados. Y su principal autor goza de impunidad total. Hasta ha publicado un libro sobre su "hazaña" y fue homenajeado en el Congreso. Ahora va de candidato en las próximas elecciones municipales. ¿Y la Presidenta dice que no hay impunidad? ¿Dónde? En un lugar, el "gulag" donde están los muertos-vivos, a quienes no se les aplican las leyes que los perdonan, sino sólo las que los condenan. A los residentes fuera del "gulag", en cambio, no se les aplican las leyes que los condenan, sino sólo las que los perdonan.
Pocos se dan cuenta. Sólo los que leen este "samiszdat".
"¿Crees en el samiszdat o en el gulag, Garay? No, pero de haberlos, los hay".
Gonzalo Rojas Sánchez
Para encontrar hoy un cura metido en política, entregado en alma, corazón y vida a la sociología, totalmente psicologizado o lamentablemente desviado en sus tendencias personales, hay que buscarlo con lupa o rastrearlo en muy determinados y minoritarios ambientes y en extraños medios de comunicación.
Casi no nos damos cuenta, pero es una gran noticia. El clero católico de Chile -digan lo que digan sus enemigos secularizadores- está sanito, activo y se entrega heroicamente, sin publicidad. Y ninguna campaña podrá mostrar más que un caso en mil que desvirtúe esa afirmación.
Sí, casi nos parece lo obvio. Pero si recordamos que justo hace 40 años, el 11 de agosto de 1968, nueve sacerdotes, tres religiosas y doscientos laicos, se tomaron la catedral de Santiago, parece casi un milagro la actual fidelidad.
¿Motivos de la ocupación? Teresa Donoso Loero, en su imprescindible obra Los cristianos por el socialismo en Chile, los enumera con claridad: protestar por el viaje del papa Paulo VI al Congreso Eucarístico de Bogotá (obvio: la mayoría de los ocupantes no creía ya en la presencia real de Jesucristo en la Hostia santa); protestar por la prohibición vaticana de la píldora anticonceptiva (lógico: los ocupantes habían desligado ya la sexualidad del amor); protestar por la construcción del templo votivo de Maipú (coherente: para ellos la Virgen no se había asociado suficientemente a las luchas revolucionarias).
Estuvieron todo un día dentro de la catedral, cantaron bajo la conducción de Angel e Isabel Parra el Oratorio para el Pueblo, mientras sobre el altar colgaban posters de sus santos -así los proclamaron- el Ché Guervara y Camilo Torres. Por fuera, la catedral aparecía coronada, de torre a torre, con un lienzo: "Por una Iglesia junto al pueblo y su lucha."
El cardenal Silva Henríquez reaccionó con energía calificando la toma como "uno de los actos más tristes de la historia eclesiástica de Chile", condenó los hechos y determinó que "los sacerdotes que han intervenido en ellos se han separado de la comunión con sus obispos." Pero los curitas, ni lerdos ni tontos, sino astutamente marxistas, se apresuraron a pedir perdón: "Solicitamos poder continuar en el ejercicio de nuestro apostolado." (Léase: pedimos que nos dejen seguir infiltrando la Iglesia a vista y paciencia de todo Chile).
Y el cardenal Silva dejó sin efecto la sanción. Fue una de las primeras victorias de Antonio Gramsci en la historia de Chile. Vendrían muchas más después.
Sergio Melnick.
Si hay algo que nadie puede discutir, es la calidad y articulación del discurso de la Concertación. Salvo el gran bufón, son en general muy buenos intelectuales, expertos en la dialéctica, reyes del sofisma. En fin, tienen explicaciones para todo, pero no las soluciones. Así, a pesar de que es evidente que muchas cosas simplemente no funcionan, siempre hay, primero, una explicación al respecto, y luego, alguna forma ingeniosa de dar vuelta los temas, para terminar culpando a la oposición, a los empresarios, al modelo, al capitalismo o a alguien, pero nunca a ellos, que son los únicos responsables. Son francamente malos en la gestión. No les gusta el tema, quizás hasta la aborrecen, probablemente porque tiene un aire de capitalismo, de empresa, de rigor.
Veamos algunos ejemplos. La inflación, para el gobierno, es externa, así que no hay nada o poco que hacer. Falso. Tiene un evidente componente externo, pero otro, local, enorme y creciente. Se hacen parafernálicos anuncios de ahorro fiscal, en que “los ministros van a viajar con las patitas apretadas” y les van a bajar los viáticos, lo que genera un ahorro eventual de unos 20 millones de dólares al año: menos de medio mes de déficit del Transantiago. El chocolate del loro. El efecto es irrelevante, pero da la sensación de esfuerzo. El fisco debe bajar al menos unos mil millones de dólares de gasto, y ahí empecemos a hablar. Ciertamente no hay que bajar el gasto social, quizás incluso aumentarlo. Hay que cortar la grasa y los miles de gastos irrelevantes que se hacen.
Cuando el crecimiento de un mes es bajo, para el ministro es sólo una cifra aislada. Cuando es más alto, es tendencia. Cuando los economistas dicen que el mercado laboral es rígido, tienen millones de explicaciones de por qué no lo es, y el desempleo sube igual. Juan Andrés Fontaine le ha dado una clase de economía básica al ministro, pero para éste son descalificaciones de la UDI. ¿Cómo hizo la conexión? Es un misterio de su enredado esquema mental.
En el año 1997 la culpa era de la crisis asiática. Curiosamente, el mundo se mejoró rapidito de esa enfermedad, pero en Chile duró una década. La causa, sabemos, fue el pésimo manejo que tuvo el Banco Central, administrado entonces por un político más que un técnico, y que pulverizó a las pymes con la tasa de interés.
Para la delincuencia, están llenos de discursos y explicaciones, pero no hay soluciones. La famosa «comuna segura» era pura intención y buen discurso, pero hubo que cerrarla... claro, después de gastar miles de millones de pesos. La drogadicción, el narcotráfico y todas esas cosas son “analizadas” en profundidad con sesudos discursos, y por supuesto sigue rampante como siempre. Explicaciones, no soluciones. Y las propuestas son siempre de más gasto, como si en sí mismo resolviera los problemas.
El Transantiago, nos “explican”, ahora es “otro” sistema, y no el mismo de 2007. Asombroso, quizás hasta ellos mismos se lo creen. Una explicación y no una solución. Nunca hemos visto una sola cifra de la rentabilidad social de ese gasto evidentemente desmedido. Y para agravar el problema, ahora literalmente compran votos parlamentarios, con más gastos sin justificación ni evaluación social adecuadas.
La Concertación es la reina de los “hay que”, pero raramente se dice el cómo. La gran diferencia, en esta época de la historia, es que desde hace nada menos que 20 años la Concertación ha estado a cargo de implementar ejecutivamente los “hay que”, y no parece haber habido gran aprendizaje en la gestión.
La economía, que es la madre de todas las batallas en el desarrollo, viene rengueando desde hace una década. De manera paralela se ha ido aumentando los gastos fijos. No cuesta mucho darse cuenta de que esas dos tendencias no convergen. Si a ello agregamos la inflación, la mala gestión y las peloteras políticas de los partidos, la mezcla es realmente explosiva, porque la pobreza empezará a aumentar de manera acelerada. Hemos vuelto a los ’60.
Por eso, un elemento clave en la solución es la necesidad de renovar drásticamente las élites y los líderes. Aún tenemos a muchos de los mismos viejos tercios de los ’70 en los principales cargos públicos del país. Necesitamos dar paso a una nueva generación, menos ideológica, más ejecutiva, libre de esas pugnas, más libre para pensar y “ver” las nuevas oportunidades. Démosle el espacio.
Karin Ebensperger
EE.UU. aplica tanto el "soft power" -su influencia indirecta y suave- como el "hard power" -la fuerza militar, como en Irak- según sus objetivos. Y el nuevo presidente de Rusia, Dimitri Medvedev, tal como su antecesor Vladimir Putin y todos los anteriores a él, actuará según los intereses rusos.
En la república de Georgia, hoy independiente pero que formaba parte de la ex URSS, Moscú apoya a los separatistas de Osetia del Sur y Abjasia, regiones georgianas que quieren independizarse. La razón principal es que Rusia no acepta la idea de una Georgia fuerte y unida que se integre a la OTAN, por lo clave de ese territorio caucásico por donde pasan oleoductos estratégicos. Por eso apoya a los separatistas.
Forma de actuar
Es interesante observar cómo todos los gobernantes del Kremlin han manifestado en su forma de actuar las dos almas rusas. Desde hace siglos existen en Rusia dos corrientes de pensamiento: una es la que mira hacia Occidente, como el propio zar Pedro el Grande, que fundó San Petersburgo mirando hacia el mar Báltico y la hizo su capital, para comunicarse y comerciar en forma expedita con Europa; esa corriente se manifestó también cuando Gorbachov decidió hacer las reformas económicas o perestroika, o cuando Putin se acercó a Europa y EE.UU.
Pero también existe la segunda corriente, la de la Rusia profunda y religiosa, la que exacerba el nacionalismo en la toma de decisiones y exige una Rusia potente y defensiva, en vez de abierta y receptiva a la influencia exterior. Esa corriente se nota cuando Medvedev en Georgia o anteriormente Putin en Chechenia usan la fuerza para advertir que no aceptarán perder influencia en sus ex territorios ni poder en los actuales.
Acaba de morir Alexander Solzhenitsyn, el Premio Nobel que con sus libros combatió el comunismo soviético. Pero su alma rusa profunda tampoco aceptó lo que vino después de la caída de la ex URSS. Decía que Rusia no se comprende sin Ucrania, Bielorrusia y Kazajstán, hoy países independientes. Murió triste por el desmembramiento de un territorio que sus antepasados cosacos habían ayudado a construir, y por el debilitamiento de las tradiciones rusas.
Esos sentimientos están en la mente de muchos rusos, también en la de Putin y Medvedev. Por eso, la historia de Rusia y sus vecinos se está recién escribiendo, y aún faltan muchos capítulos
Hernán Cheyre
El desencanto por el mediocre desempeño económico de Chile durante los últimos años -no obstante haberse beneficiado de un entorno internacional inesperadamente favorable- ya cruza transversalmente el espectro político. Frente a eso, el Gobierno no ha seguido una línea clara, y se lo suele ver titubeando entre posturas de uno y otro signo, reflejo de una falta de convicción respecto de los verdaderos pilares de un esquema que tiene su esencia en el libre funcionamiento de los mercados.
Parece que los buenos resul-tados obtenidos en las décadas pasadas no han sido un argumento suficiente pa-ra continuar transitando por esta ruta y, así, los gobiernos de la Concertación, en for-ma progresiva, han ido abandonando la línea de modernización basada en la puesta en marcha de reformas liberalizadoras.
Una excepción ha sido la actitud que se ha tenido respecto del mercado de capitales, y en esta línea se inscriben los anuncios que la semana pasada realizó el ministro de Hacienda para impulsar un tercer conjunto de iniciativas modernizadoras en este sector. "Yo los invito a que repitamos lo que fue esa verdadera revolución del comercio internacional en bienes que hicimos en las últimas décadas... Chile puede y debe constituirse en una fuente mucho más potente de exportaciones de servicios financieros", señaló un entusiasta Andrés Velasco.
Las medidas anunciadas, en su gran mayoría, apuntan a aumentar los grados de libertad con que puede operar el sector privado. Sin perjuicio de la ausencia de determinados temas -especialmente en el ámbito tributario-, es reconfortante que, al menos para modernizar este sector, se haya escogido un enfoque "pro mercado". ¿Por qué en este caso se ha optado por continuar el camino de la liberalización, y en otros sectores las reformas tienen un paralizante sello estatista, que intenta resolver los problemas introduciendo regulaciones adicionales? ¿Por qué no seguir el mismo enfoque liberalizador en los otros ámbitos de la economía donde se está echando de menos un mayor dinamismo? Probablemente, hay una mezcla entre falta de convicción y visiones contrapuestas en el interior de la coalición gobernante.
Es de esperar que se continúe por el camino de la liberalización, soltando amarras en todos los sectores que hoy están inmovilizados por un exceso de regulaciones. Ojalá este proyecto de modernización del mercado de capitales no siga el mismo camino de la reforma ("revolución") del Estado anunciada hace algunos meses por el ministro del Interior en un foro similar, y que, no obstante haberse declarado la imperiosa necesidad de cambios, no ha recibido la prioridad requerida.
En todo caso, la preocupación por las señales de fatiga que muestra la economía chilena en cuanto a potencial de crecimiento de nuestro país ha llevado a muchos a cuestionarse las causas de este agotamiento.
En el ala más izquierdista, las respuestas suelen concentrarse en culpar al "modelo" de todos nuestros males, solicitando medidas que se traduzcan en "más Estado". En el otro lado se advierten marcadas preferencias por la opción "más mercado", con un clamor bastante generalizado a favor de eliminar amarras y crear mayores espacios para que las personas puedan desplegar todo su potencial emprendedor.
Las mejoras en productividad como fuente de crecimiento económico han virtualmente desaparecido, desaprovechándose así un importante potencial del país.
Y, mientras tanto, Chile deja de crecer. Lamentable.