La encuesta del CEP de hace poco mas de un mes, en la cual —para sorpresa de muchos— la inflación apareció como una de las principales preocupaciones de los chilenos, es probablemente el suceso político-económico más importante del año. Hasta antes de la encuesta, cualquier propuesta de austeridad habría sido cuesta arriba para el ministro de Hacienda y que rebajara los impuestos podría incluso haberle costado el puesto. Simplemente, los controladores políticos de la coalición de gobierno no se lo habrían permitido.
A partir de la encuesta CEP, bajar la inflación se transformó en prioridad para los políticos, y de ahí el poder de Andrés Velasco para proponer soluciones, por ortodoxas que éstas parezcan, aumentó significativamente. El ministro no sólo tiene ahora “piso político” para proponer un presupuesto más austero para el 2009, el viernes pasado sorprendió con un paquete de medidas que incluye, entre otras, varias rebajas tributarias. Como el mismo ministro lo señaló, estas rebajas de impuestos permiten traspasarle a la gente parte de los excedentes producidos con los altos precios del cobre y, a la vez, fomentar el crecimiento económico. La rebaja de impuestos propuesta por el ministro incluye, reducción de impuestos a las utilidades para las empresas, eliminación de impuestos a las transacciones financieras y disminuciones al impuesto específico de las combustibles. A mi juicio, todas son medidas muy positivas.
Estas medidas, y otras muchas más que van en la misma dirección, habían sido propuestas varias veces en los últimos años por técnicos de todos colores políticos sin mayor resultado. El ministro Velasco argumenta que el momento para estas medidas es el presente y no antes, porque ahora están los recursos. En mi opinión, el momento es ahora porque ahora están los votos, los recursos para tomar buenas medidas económicas están siempre disponibles ahora y antes. Así que aproveche el vuelito, ministro; explíqueles a sus correligionarios que una forma de disminuir la inflación es aumentando la productividad, y una forma de incrementarla es teniendo un mercado del trabajo más flexible y un país que entregue educación de calidad a sus jóvenes. Con un poco de viento de cola, es decir, con algunos meses más de inflación alta, capaz que podamos finalmente reformar nuestro mercado del trabajo y cambiar el Estatuto Docente.
El mundo es uno, pero todavía ajeno
Margarita María Errázuriz.
En estos días hablar sobre las Olimpíadas, sobre el espectáculo que fue su inauguración, sobre China misma, es un tema obligado. Para mí, el tema más potente es el de su cultura. Lo que he escuchado me ha quedado resonando, tengo grandes inquietudes y ganas de saber más. No sé si a los demás les ha pasado lo mismo.
Mi interés por reflexionar sobre este tema aumentó cuando escuché a varias personas coincidir en su impresión sobre la puesta en escena del día de la inauguración. Palabras como “pavor” y “espanto” fueron usadas por gente que, en mi opinión, no suele ser muy exagerada. Lo que les asustó fue la perfección alcanzada por un grupo tan grande de personas y lo que imaginaban necesario para lograrla: obediencia, disciplina, autoridad. Algunas de esas personas vieron en escena a un ejército en lugar de artistas. Lo que les generaba rechazo era imaginar cómo se sentirían si se encontraran siendo parte de esa actuación.
Tengo que confesar que, en lo personal, el espectáculo me pareció tan impresionante y de tanta belleza, que no fui capaz, en ese momento, de hacer una reflexión con más alcance.
Días después, leí en un diario que la bailarina que tenía que actuar en un momento cumbre de la ceremonia inicial se cayó en uno de los ensayos finales y quedó paralizada de por vida. Cuando se dio a conocer la noticia, se agregaba que ella dijo no lamentar lo ocurrido porque “caí por los Juegos”. Para nuestra cultura, la respuesta no puede ser más sorprendente.
La lectura de esta noticia en combinación con las opiniones anteriormente comentadas me dio mucho que pensar. El punto es a qué se debe esa capacidad de mover miles de personas al unísono, con la misma flexibilidad y precisión en cada uno de sus movimientos. Pensándolo bien, lo que uno teme son los métodos empleados para alcanzarlo. Pero, por sobre todo, en lo que a mí respecta, me apabulla pensar que se dispone de tiempo, recursos humanos e imaginación —todo junto— para mover masas humanas sin límites, e imaginar a actores entregados sin derecho ni a voz ni a voto, y a creativos con el mundo en sus manos.
Los Juegos Olímpicos nos han presentado a un gigante. El intercambio comercial con China nos es relativamente familiar, pero su cultura nos es desconocida; nos va a costar mucho sentirla cercana y sintonizar con ella. La historia de ese país es tan distinta, ha permanecido tan aislado y ajeno, que no sabemos descifrar sus códigos. Hemos visto un espíritu de cuerpo fascinante que no somos capaces y, a lo mejor, no queremos alcanzar. Nos maravilla, pero lo asociamos con menor individualidad, libertad y expresión personal, condiciones que valoramos. Tenemos la pretensión de creernos más felices con nuestra manera de ser.
El surgimiento de China como potencia mundial nos enfrenta a una experiencia nueva. En mi imaginación, ésta se asemeja a una ola que se encuentra en ese momento preciso en que el agua del mar, al replegarse, forma una nueva —en este caso, gigante como China—, la que está esperando su momento para reventar y avanzar sobre el mundo occidental. Así presumo que la cultura de China va a salir de sí. Las olas, al formarse, generan un minuto de silencio y tensión, luego caen. Dudo de que estemos preparados para nadar en sus aguas, cuya realidad profunda se nos escapa bajo una carta de presentación cuyo lenguaje no entendemos.
Llegado ese momento, una de las cosas que más me impresionan de esa ola es que, con seguridad, va a depositar sobre nuestra playa a muchos hombres que buscan pareja para casarse. No nos olvidemos de que en China hay cuarenta millones de hombres más que mujeres, más de dos veces nuestra población total. Cuando hace años visité ese país, no pude dejar de pensar que talvez una de mis nietas o bisnietas se casaría con un chino. Por eso, la cultura de este país me interesa y me inquieta. Es más, considero que conocerla es casi un asunto de sobrevivencia.
Juan Carlos Altamirano.
Nuevamente Canal 13 intenta corregir su rumbo. Esta vez le corresponde a Patricio del Sol, presidente de Consejo, entregar los nuevos lineamientos que regirán a UC-TV. Sin embargo, en este proyecto no hay nada nuevo bajo el sol. Desde el fallecimiento de don Eliodoro Rodríguez en 1998, los sucesivos directores ejecutivos han planteado los mismos objetivos. Si bien los términos y lenguaje han ido cambiando, en lo sustantivo se mantiene el mismo discurso.
Por cierto, todos los directores han reafirmado la misión y la línea editorial: promover y ser más coherentes con los valores de la Iglesia Católica. También, todos los directores se han propuesto establecer una relación más estrecha y fluida con la universidad. El objetivo siempre ha sido que ésta juegue un papel más activo, tanto en el desarrollo estratégico como en la supervisión del canal.
Cada nueva administración se ha propuesto restablecer las confianzas y el espíritu de equipo. Todas han buscado, por diferentes caminos, crear el liderazgo que tanto se echa de menos. Y, dada la caída de los ingresos, cada nuevo director se ha planteado revertir la situación y transformar nuevamente al 13 en una empresa rentable. Todos se han propuesto tener una programación masiva —que obtenga buenos rating, pero sin sacrificar la línea editorial— junto con desarrollar programas de calidad. Han contado con múltiples asesores para conseguir estos objetivos, han aplicado diversas reingenierías intentando introducir los últimos modelos de gestión, además de recoger la experiencia de grandes cadenas internacionales, como la BBC, etc.
A pesar de estos esfuerzos y buenas intenciones, el hecho concreto es que Canal 13 no ha logrado superar sus estados continuos de crisis. Sería injusto no reconocer que cada administración ha realizado cambios, unos más relevantes que otros. La actual resalta las utilidades conseguidas el año pasado después de varios años en rojo. No obstante, todos los canales tuvieron resultados positivos, y lo normal es que toda empresa aspire a lo menos a autofinanciarse. La triste verdad es que Canal 13 ocupa el tercer lugar en los rating y está muy lejos de tener una programación de calidad. No está conectándose bien con las audiencias, y eso es grave, pues, entonces difícilmente podrá cumplir con su misión.
El tema de fondo, a mi juicio, es que no se ha podido resolver una contradicción vital: ser un canal de televisión universitario, con una misión católica, que a su vez debe ser comercial, con vocación masiva y popular. Esta dicotomía se ha expresado a través del tiempo. Para poner un ejemplo actual, la telenovela «Lola» ha sido alargada más de una vez por razones comerciales. Sin embargo, pocas veces se ha visto un contenido que transgreda tan profundamente los valores que promueve la Iglesia. El tema de una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre no es tan inocuo como parece. Cuando los niños ven a diario y durante meses a un personaje que cambia de género una y otra vez, terminan por naturalizar en sus mentes esta ambivalencia sexual. Al punto, de que Lola/Lalo se ha convertido en un personaje bastante patética/patético. Dado que esta ambigüedad sexual es asumida por la historia en forma natural, desde el punto de vista de la Iglesia estamos frente a una de sus peores pesadillas: el relativismo moral. Aun más, aparentemente este tema no ha molestado a la universidad. En cambio, sí condenó una publicidad en que el personaje principal aparece embarazado. ¿Quién entiende?
El tema de fondo es que contenidos como “Lola”, al igual que otras representaciones que cuestionan la línea editorial de Canal 13, deben ser incluidos en su programación, pues de otra forma quedaría sin rating y desfinanciado. Sin embargo, la actual administración pretende reforzar el control editorial con el objeto de ser más consecuente con la moral que defiende la Iglesia. Me temo que esta vieja estrategia terminará siendo un búmeran, como suele ocurrir con este tipo de medidas.
La verdad es que la televisión abierta y comercial es un animal indomable. Los telespectadores y el mercado terminan siempre teniendo la última palabra. O bien, como dice la Biblia, no se puede servir al mismo tiempo a Dios y al dinero. No al menos con la estructura presente que tiene UC-TV. Quizá lo más sabio sería seguir el ejemplo de la Universidad de Chile: vender o arrendar la concesión.