-Una pelota decisiva rozó la raqueta de González y se fue afuera. El árbitro no advirtió el roce y le dio el punto al chileno. Blake reclamó, pero González se hizo el desentendido. El americano perdió los puntos posteriores y el partido, pero yo quedé muy incómodo -me confesó el tenista.
Luego otro chileno, en carta al diario, también manifestó su in-comodidad con nuestro tenista, "quien se hizo olímpicamente el leso con una pelota que le pegó en su raqueta y que no reconoció".
El resto del país no parece estar incómodo, sino feliz. Una medalla de plata es un logro meritorio y escaso en nuestro medio.
Y si González hubiera reconocido que la pelota tocó su raqueta y hubiese perdido por eso la opción a la medalla de plata, ¿qué estaríamos diciendo? A lo mejor el gesto habría resultado más valioso que la medalla. Y el ejemplo habría sido muy motivador.
Nos hace falta. Entre un tercio y el 40 por ciento de los pasajeros evade el pago de la tarifa en el Transantiago. El "robo hormiga" en tiendas y supermercados es gigantesco. Los rateros chilenos son famosos en Europa. Pagan justos por pecadores, porque los chilenos honestos sufren un trato vejatorio, particularmente en España, a raíz de las sospechas que recaen sobre ellos debido a los compatriotas manilargos. Y en una tienda sueca el canal de la UC filmó, hace unos tres años, un letrero que decía: "Si sorprende a un chileno robando, no lo denuncie, porque esa conducta es parte de su naturaleza".
Nuestra naturaleza. No puedo lanzar la primera piedra. Hace muchos años, un sacerdote norteamericano de mi colegio, llegado hacía poco, el father Teal, salió de la sala durante una prueba. Yo vi que todos sacaban entonces el libro para copiar, e hice lo mismo. Pero hubo uno que no. Se llamaba Juan Domínguez Marchant. Falleció no hace mucho y toda la vida lo admiré por ese ejemplo de integridad que nos dio. El resto del curso obtuvo 6 o 7 y él sólo un 5, la peor nota, pero legítima. (A lo mejor algún otro tampoco copió, pero yo no lo vi). El father Teal, por supuesto, jamás sospechó ni habría concebido que alguien hubiera copiado. En su país impera otro nivel ético. Lo revela un libro impresionante, "Cómo la gente buena hace elecciones difíciles", de Rushworth M. Kidder. Uno lo lee y piensa que los estándares de allá nada tienen que ver con los nuestros. Refiere una licitación naval multimillonaria, en que a uno de los gerentes se le quedó olvidado un documento con todos los datos de su propuesta. Un gerente de la competencia lo recogió y consultó al presidente de su empresa qué debía hacer. El directorio, por unanimidad, le pidió la renuncia inmediata al gerente por siquiera consultar y no haber devuelto el documento sin mirarlo.
Una gran tienda norteamericana se instaló en el mall Alto Las Condes al inaugurarse éste. Pocos años después leí que había decidido abandonar el país porque -explicaba- carecía de la tecnología para impedir los hurtos masivos de los clientes, en la cual sí eran expertas las tiendas locales. Por supuesto, el costo de tanto hurto lo pagan los compradores honrados a través de más altos precios.
Los chilenos estamos felices con la medalla de plata de Fernando González. Yo, sin autoridad moral para lanzar la primera piedra, me limito a añadirme a la menguada lista de los felices, aunque incómodos.
En Praga y en Santiago
Gonzalo Rojas Sánchez
El 20 y 21 de agosto de 1968 -40 años atrás exactamente- no son sólo días de ignominia para la Unión Soviética y los restantes países del pacto de Varsovia que invadieron Checoeslovaquia. Lo son también, y con especial gravedad, para el Partido Comunista de Chile y sus actuales aliados.
El PC criollo siguió con gran interés todos los acontecimientos de Checoslovaquia, dedicándoles -antes y después de la invasión- amplia y continua atención a través de su órgano de prensa, El Siglo, por la importancia de los aspectos doctrinales y estratégicos que estaban en juego. Inicialmente, el Partido chileno vio con simpatía el proceso de cambios llevados a cabo en Checoslovaquia, ya que, a su juicio, había que superar los errores cometidos y quienes debían hacerlo eran los propios checos. Pero, al conocer la entidad concreta de esos cambios, los comunistas chilenos calificaron la realización de algunos de ellos como una amenaza al socialismo, provocada por el "imperialismo" y "los reaccionarios dentro de la propia Checoslovaquia".
En todo caso los comunistas chilenos consideraron, hasta el día de la invasión, que quienes debían conjurar la amenaza eran los propios comunistas checoslovacos, en unión "fraternal" con el Partido Comunista de la URSS. El PC de Chile apreció siempre el caso checo como un problema que afectaba en sus resultados a todo el mundo socialista. De ahí su insistencia en la necesidad de conducir el proceso en el marco de la "unidad internacional-proletaria" y de los principios del marxismo-leninismo.
Producida la invasión, la adhesión del PC de Chile a la medida adoptada por la URSS y los demás firmantes del Pacto de Varsovia, fue rotunda. El Partido chileno consideró imprescindible dejar de lado matices y centrarse en un hecho fundamental: el socialismo estaba amenazado en Checoeslovaquia y, por lo tanto, había que tomar las medidas para protegerlo; correspondía al Partido Comunista de la URSS determinar las acciones concretas que había que adoptar, optándose en el caso checo por la invasión militar. La fidelidad del comunismo chileno a la doctrina Brezhnev fue, entonces, absoluta, aunque manifestó ciertos reparos por los procedimientos concretos empleados.
Ante los ataques que sufrió su postura -diferente de la de muchos otros Partidos comunistas del mundo, que rechazaron la invasión- el Partido Comunista de Chile montó toda una campaña destinada a difundir su posición y a rechazar las críticas que los demás sectores, también los de la izquierda chilena, hicieron con enérgicos argumentos.
La adhesión de los comunistas chilenos a la doctrina Brezhnev ponía -al menos desde un punto de vista teórico- en grave riesgo la seguridad nacional de Chile, puesto que en el caso de producirse el acceso del Partido chileno al poder, la defensa del socialismo constituiría un valor superior a la misma soberanía nacional. En 1968 los comunistas chilenos habrían estado dispuestos a llamar y recibir a las tropas de la URSS con tal de mantener un régimen socialista en Chile, si las circunstancias políticas la hubiesen exigido, y las condiciones militares lo hubiesen permitido. Quizás estas últimas fueron las que faltaron en 1973.
Hoy, -dicen los DC- una supuesta exclusión justifica los pactos por omisión. Que cada uno cargue con sus vergüenzas históricas.
Un satélite sin agencia espacial
Guillermo Pattillo, Tomás Duval, Instituto Libertad
La Agencia Chilena del Espacio, institución destinada a identificar, formular y ejecutar políticas, planes, programas, y demás actividades relativas a materias espaciales, no existe: no es más que una Comisión Asesora Presidencial, como lo señala el Decreto 338, de agosto de 2001. Aunque la comunidad científica nacional y la opinión pública informada recibieron favorablemente la creación de la comisión, lamentaron su carácter virtual, pues esperaban, desde hacía tiempo, una verdadera agencia; una capaz de elaborar la política espacial nacional. Su creación respondía a una larga aspiración nacional, dado el progreso de esta ciencia en el mundo. Era un paso esperado tras el desarrollo económico alcanzado por nuestro país y su necesaria correlación científico-técnica que, en materia espacial, se supone ya había comenzado con los lanzamientos realizados por la Fuerza Aérea en 1995 y en 1998.
El 27 de diciembre de 2001, a sólo meses de la creación de la comisión, el Presidente Lagos convocó a sus integrantes, alentándolos a avanzar en los trabajos propuestos por el decreto constitutivo, tal de ganar tiempo para cuando el Ejecutivo estuviese en condiciones de enviar al Congreso el proyecto de ley que crearía la agencia. La comisión trabajó entre esas fechas en dos ámbitos, uno de tipo técnico-científico y otro de carácter jurídico, trazando ciertas líneas en lo que podría, por una parte, llegar a constituir una política nacional espacial y, por la otra, proponiendo algunas iniciativas que pudiesen concluir con la creación de la esperada agencia.
Han transcurrido siete años desde la constitución de la Comisión Asesora y pronto se cumplirá el mismo tiempo desde que tuvo lugar la reunión en La Moneda. A partir de ese momento sólo se ha sabido de la eventual compra de un satélite en 2006, proyecto dejado sin efecto en esa oportunidad, y de la adquisición ahora a la empresa francesa Astrium de un satélite que se lanzaría en 2010. Su compra y lanzamiento, sin que se haya creado con anterioridad una Agencia Chilena del Espacio, pero, más aun, sin que se haya conocido la formulación, planificación y ejecución de una política nacional en materia espacial, con toda razón hace surgir dudas. Poe ejemplo, ¿para qué se compra el satélite? ¿Quién lo manejará? ¿Cuál es su utilidad? Y la principal de ellas: ¿por qué no se ha seguido el proceso lógico, creando una Agencia del Espacio que elaborara y planificara una política espacial cuyo resultado fuese la adquisición de un satélite?