Que la información es poder, no hay duda. Y cuando no está en el público, el poder es superior. Es una ventaja formidable para los negocios del titular, que puede provocar enriquecimientos ilícitos.
El mayor esfuerzo para evitar estos abusos debe ser atacar la cultura del secretismo, la raíz del uso indebido de la información reservada. La realidad es que, muchas veces, en las compañías prevalece la tendencia a dilatar la publicidad de hechos y negocios con probabilidades de materializarse, capaces de alterar su valor y el de sus acciones. Cuanto más dilatan sus administradores y directorios la entrega de esas informaciones, más posibilidades de lograr ganancias suculentas y rápidas tienen los que restringidamente acceden a ellas. Siempre habrá un vértigo y excusas por el secreto. Se dirá que la transacción o el hecho provisoriamente oculto tienen un riesgo de improbabilidad, que el negocio está en ciernes, o que la pérdida o ganancia es reversible. En algunos casos esos argumentos pueden ser válidos, pero también hay velados intereses y temores exagerados, que conducen a postergar la difusión pública de información relevante.
El fiscalizador de las sociedades anónimas está decidido a investigar y sancionar a las personas que, en razón de sus cargos, han adquirido conocimientos anticipados de ciertos hechos sobre los que deberían guardar reserva y sin utilizarlos en beneficio propio o de sus relaciones.
Este loable cometido no debería significar distracción de otro más importante: vigilar, aplicando sanciones cuando proceda, para que las compañías actúen eficazmente en las obligaciones de transparencia, y limiten al máximo las informaciones privilegiadas.
Hay que reconocer que es difícil descubrir las verdaderas infracciones a las obligaciones de inhibirse y guardar reserva. Más complejo aún es probarlas. De allí que no sepamos cuántas quedan impunes. Además, hay riesgos de injusticia. Las normas son imprecisas, cabe la discrecionalidad en su interpretación, las sanciones se basan en escalamientos de presunciones, en tanto los funcionarios que las aplican no son jueces y tienen el doble papel de investigar y juzgar. Sus fallos son influyentes en las apelaciones ante la justicia ordinaria, que carece de experiencia y conocimiento sobre estas intrincadas transacciones.
Más fácil debería ser combatir preventiva y sancionatoriamente el secretismo. La transparencia instantánea podría perjudicar algunos negocios, pero también evitaría abusos, enriquecimientos indebidos y desconfianzas en el mercado. Siempre ha sido mejor prevenir que curar.
En vez de "top secret", "full disclosure" -apertura total.
El mayor esfuerzo para evitar estos abusos debe ser atacar la cultura del secretismo, la raíz del uso indebido de la información reservada. La realidad es que, muchas veces, en las compañías prevalece la tendencia a dilatar la publicidad de hechos y negocios con probabilidades de materializarse, capaces de alterar su valor y el de sus acciones. Cuanto más dilatan sus administradores y directorios la entrega de esas informaciones, más posibilidades de lograr ganancias suculentas y rápidas tienen los que restringidamente acceden a ellas. Siempre habrá un vértigo y excusas por el secreto. Se dirá que la transacción o el hecho provisoriamente oculto tienen un riesgo de improbabilidad, que el negocio está en ciernes, o que la pérdida o ganancia es reversible. En algunos casos esos argumentos pueden ser válidos, pero también hay velados intereses y temores exagerados, que conducen a postergar la difusión pública de información relevante.
El fiscalizador de las sociedades anónimas está decidido a investigar y sancionar a las personas que, en razón de sus cargos, han adquirido conocimientos anticipados de ciertos hechos sobre los que deberían guardar reserva y sin utilizarlos en beneficio propio o de sus relaciones.
Este loable cometido no debería significar distracción de otro más importante: vigilar, aplicando sanciones cuando proceda, para que las compañías actúen eficazmente en las obligaciones de transparencia, y limiten al máximo las informaciones privilegiadas.
Hay que reconocer que es difícil descubrir las verdaderas infracciones a las obligaciones de inhibirse y guardar reserva. Más complejo aún es probarlas. De allí que no sepamos cuántas quedan impunes. Además, hay riesgos de injusticia. Las normas son imprecisas, cabe la discrecionalidad en su interpretación, las sanciones se basan en escalamientos de presunciones, en tanto los funcionarios que las aplican no son jueces y tienen el doble papel de investigar y juzgar. Sus fallos son influyentes en las apelaciones ante la justicia ordinaria, que carece de experiencia y conocimiento sobre estas intrincadas transacciones.
Más fácil debería ser combatir preventiva y sancionatoriamente el secretismo. La transparencia instantánea podría perjudicar algunos negocios, pero también evitaría abusos, enriquecimientos indebidos y desconfianzas en el mercado. Siempre ha sido mejor prevenir que curar.
En vez de "top secret", "full disclosure" -apertura total.
El planeta China
Karin Ebensperger
Los chinos saben que la Historia es lenta. Por algo China es el imperio más antiguo de la Tierra; se remonta a las épocas de Babilonia, de la Roma republicana y de la Persia ancestral. Todas esas civilizaciones desaparecieron, mientras China ha prevalecido como entidad política y cultural.Karin Ebensperger
Tener eso en mente ayuda a dimensionar que si bien las reformas que inició Deng Xiaoping están alterando la economía china, aún no se sabe cuán hondo han calado en el alma de ese pueblo. Es un misterio hacia qué síntesis se encamina la sociedad china tras el encuentro con Occidente, después de permanecer por milenios en un relativo aislamiento autárquico.
Conceptos distintos
Los periodistas que han llegado a reportear los JJ.OO. están molestos por el control de la prensa y la censura que observan en internet dentro de ese país. Y es que los conceptos de libertad y DD.HH. son muy distintos allá, partiendo por lo que se considera el rol del individuo en la sociedad. En Occidente, el fin es que el individuo alcance su plenitud y su felicidad en libertad.
En China, el individuo sólo se siente realizado cuando toma conciencia de su dimensión social. La persona se considera subordinada a la sociedad; ir en contra del interés colectivo es perturbar la armonía. Para el chino es un deber aspirar a esa integración colectiva. Como lo refleja la pintura clásica china, las personas son minúsculos seres en la inmensidad del paisaje y de la armonía natural.
La tradición confuciana enseña que el hombre está naturalmente inclinado hacia la rectitud. Lo que lo distingue del animal es su sentido espontáneo de la moralidad, que supera el deseo individual. Por eso, mientras la educación en Occidente intenta desarrollar la personalidad del niño y prepararlo para la libertad, en China el deber moral de los padres y educadores es que no cometa faltas que alteren el objetivo que es la armonía social.
De ahí derivan formas políticas muy distintas. La democracia tal como la entendemos en Occidente no es valorada en China de igual modo, no tiene una raigambre cultural. Siempre hubo un cierto autoritarismo histórico benevolente, pues a esa sociedad le interesa lograr la Armonía Universal. Mao deformó esa tradición y usó el marxismo como una forma extrema de imponerla en forma desvirtuada.
La actual globalización es un desafío que probará cuánta de esa subordinación es parte del alma china, y qué porcentaje es una obligación impuesta. Por el momento, las reformas han sido impartidas desde arriba, como ha sido siempre, como ha sido por milenios en el Planeta China.