sábado, 2 de agosto de 2008

¿Se viene la “estanflación”?

¿Se viene la “estanflación”?
Juan Andrés Fontaine


El fantasma que ahora recorre el mundo responde al espeluznante nombre de “estanflación”, indigesto cóctel de estancamiento, desempleo e inflación. Cunde la alarma por el alza del costo de la vida y la caída de las expectativas, en Chile y en el mundo entero. Pero es en estas circunstancias donde se prueba la pericia de los pilotos de la política económica. La incertidumbre es alta, pero el peligro es evitable.

Los signos del despertar de la inflación ya son evidentes: el IPC avanza a un ritmo de 5% en EE.UU. y 4% en Europa, ambos superiores al 2% al que aspira el mundo desarrollado. El problema es más agudo en las economías emergentes. En China e India, las alzas son de 7 y 8%, respectivamente. La epidemia alcista está llegando también a América Latina, cuya historia le enseña a tratar ese mal con extremo cuidado. En Brasil, Colombia y Perú –que habían mostrado una envidiable combinación de dinamismo y estabilidad– la inflación ya ha trepado al 6%, aunque todavía no alcanzan nuestro ignominioso 9,5%.

El detonante inflacionario ha sido, como es bien sabido, el alza de los combustibles y de los alimentos, originado en la bonanza mundial del último cuatrienio. La anterior ocasión en la que el mundo atravesó por algo similar fue hacia fines de los sesenta y no tuvo un final feliz. La presión de costos dio lugar a la temida estanflación. ¿Cuán probable es que la historia se repita?

En la oportunidad anterior, las políticas fiscal y monetaria de EE.UU. eran expansivas, lo cual alimentó el crecimiento de la demanda y facilitó el traspaso al consumidor de las alzas de costos. El régimen de tipos de cambio fijos respecto del dólar, prevaleciente hasta 1971, permitió que el virus inflacionario se propagara al mundo entero. Las condiciones actuales guardan algunas inquietantes similitudes. EE.UU. y Europa, aunque atentos al riesgo inflacionario, lidian también contra el peligro de una crisis financiera y no pueden tirar de las riendas monetarias con energía. El mundo emergente, con China a la cabeza, parece poco proclive a dar un giro restrictivo oportuno, con la consiguiente alza de intereses y caída del dólar, porque se ha acostumbrado a cosechar demasiados dividendos de un crecimiento exportador que es alentado por un tipo de cambio artificialmente alto.

Pero la lección del pasado no ha sido del todo olvidada. Los mercados, hoy más abiertos y flexibles que antes, están reaccionando. Ante el riesgo de inflación, castigan los precios de los bonos y las acciones, porque ellos presagian alza de intereses y enfriamiento económico. Los bancos centrales –muchos de los cuales hoy son autónomos– saben que más les vale actuar tempranamente. Las autoridades fiscales saben que a punta de gasto público y subsidios no es posible parar la inflación, que ello equivale a echar bencina a la hoguera. Los políticos de izquierda y de derecha saben que el alza del costo de vida mina la popularidad de los gobiernos, que muchos de sus votantes son también sufridos deudores y detestan la inflación.

En Chile, por ejemplo, más del 60% de los hogares tienen préstamos, ya sea en crueles UF o a tasa nominal, cuyo refinanciamiento se vuelve crecientemente oneroso. Por eso, en paralelo con el alza del costo de vida, se desploman las expectativas. Según encuesta de la Universidad de Chile, éstas están aun más deprimidas que en los difíciles comienzos de la década y ahora la inflación es la segunda mayor preocupación nacional, luego de la inseguridad ciudadana.

No debe extrañar entonces que los bancos centrales hayan comenzado a pisar el freno antes que la inflación tome gran altura. EE.UU. todavía espera que amaine su crisis financiera, pero Europa ya sorprendió al mercado con una prematura alza de intereses. Más cerca nuestro, México ha elevado su tasa de interés oficial a 8%, y Brasil a 13%. Chile, que ya va en 7,25% se está poniendo al día rápido. Si las autoridades monetarias se lo proponen, serán capaces de doblegar la inflación. Los directivos del Banco Central han hablado fuerte y claro: la dosis restrictiva tendrá que ser intensificada si dicho mal no retrocede pronto.

En el combate contra la inflación, las expectativas juegan un rol crucial y una política fiscal congruente permite evitar un alza excesiva de los intereses y el consiguiente sacrificio de empleos. Políticamente hablando, más vale complementar la dieta monetaria con una dosis de austeridad fiscal. Por eso es una buena noticia que hoy se advierta creciente acuerdo entre técnicos y políticos respecto de la necesidad de que el presupuesto fiscal del 2009 modere la expansión del gasto público.

Un giro restrictivo, oportuno y enérgico, puede erradicar el virus inflacionario. Pero, ¿cómo nos salvamos de la estanflación?

La lección que nos deja la experiencia de los años setenta es que cuando las alzas del costo de la vida contaminan a los reajustes de salarios, la inflación se perpetúa y su curación exige un tratamiento más largo y más doloroso. Entonces, el poder de los sindicatos era más fuerte que hoy en día y los mercados laborales fuertemente intervenidos por los gobiernos. Unos y otros intentaron eludir la pérdida de poder adquisitivo que provoca el alza de los combustibles y de los alimentos. Por un tiempo los salarios reales defendieron su valor, pero al costo de desalentar las inversiones y el empleo, con el consiguiente estancamiento productivo y aumento de la cesantía.

Hoy el mundo es distinto. Los mercados laborales son más flexibles y la globalización ha impuesto realismo en las aspiraciones salariales. Aunque la inflación ha aumentado en los más variados países, en general los costos laborales mantienen una trayectoria prudente.

Desgraciadamente, en Chile el alza salarial ya se ha elevado al 10% anual. Aunque los reajustes reflejen plenamente la alta inflación pasada, auguran una lucha ardua para controlar el IPC futuro. El incremento de 10,5 % en el salario mínimo fue una mala señal. La reciente modificación legal que eleva el salario base de los trabajadores con remuneración variable es perturbadora, porque exige la renegociación de los contratos vigentes a fin de evitar una contraproducente alza en los costos laborales. Luego viene la definición del reajuste de la administración pública, y en el próximo año, las negociaciones colectivas en Codelco. Mientras tanto, ya iniciada la temporada electoral, la tentación de promover iniciativas legales para fortalecer a los sindicatos o de azuzar peticiones salariales desmedidas entre los trabajadores del sector privado sigue viva.

Ya en 1999, con motivo del bajón ocasionado por la crisis asiática, los aumentos del salario mínimo y las reformas laborales impulsadas por el gobierno de entonces contribuyeron a que nuestro mercado laboral se demostrase rígido ante las rebajas de sueldos y proclive a hacer descansar el grueso del ajuste en los despidos. El drástico aumento del desempleo impuso un sacrificio humano y social que era evitable. Ojalá hayamos aprendido la lección.

Acount