sábado, 21 de noviembre de 2009

La buena política, por Juan Andrés Fontaine.

La buena política, por Juan Andrés Fontaine.

Un clima de satisfacción y confianza reinaba el martes pasado en el importante Encuentro Nacional de la Empresa. De acuerdo al economista Ricardo Caballero, académico del MIT, una de las mejores universidades mundo, la crisis internacional fue en verdad sólo un Gran Susto, por fortuna, ya superado. De acuerdo al ministro sorteó bien la prueba porque supo hacer las cosas bien. Así fue reconocido también por la Presidenta, los dos candidatos presidenciales asistentes (los otros dos presentaron justificativo) y los dirigentes empresariales. ¿Es tiempo entonces de pisar el acelerador a fondo? ¿Hora de apostar por Chile?


Lo que el ministro acertadamente denominó “la buena política” es de capital importancia. A propósito de la gestación y tratamiento de la crisis financiera internacional, ello ha quedado meridianamente claro en todo el mundo. Más allá de la charlatanería sobre los excesos libre mercado, lo que la crisis probó una vez más es que son realmente desastrosos los errores que pueden cometerse en política monetaria, regulación financiera y rescate de bancos fallidos. El gran mérito del actual timonel del Banco de la Reserva Federal en Estados Unidos ha sido que, tras algunos pasos en falso, enmendó rumbos, aplicó resueltamente la receta monetaria contra las depresiones y permitió a la economía mundial –también a - evitar el barranco. Así y todo, la economía mundial parece haber caído cerca de 1%, en tanto que lo haría en algo menos de 2%.


En muchos aspectos, buena política hemos tenido en . Contamos con un sistema financiero sólido y un mercado de capitales amplio. Aunque inicialmente la crisis se hizo sentir con fuerza en el costo crédito y el valor de las inversiones, el efecto fue pasajero. Ayudó contar con los Fondos de Pensiones y otros inversionistas institucionales que –acertadamente- optaron por comprar en cantidades los bonos y acciones de las empresas chilenas, justo cuando la crisis hacía a los inversionistas internacionales especialmente renuentes. En lo esencial, las normas y prácticas que regulan a nuestro mercado financiero probaron ser prudentes. El desafío hoy vuelve a ser flexibilizar las regulaciones para abrir más acceso al financiamiento de las empresas emergentes.


Ahorrar en tiempo de vacas gordas también probó ser una muy buena política. Esa práctica se inició a mediados de los ochenta, con la creación Fondo del Cobre. La idea fue rescatada, ampliada y perfeccionada quince años más tarde mediante la regla superávit estructural, y consagrada en 2006, con la Ley de Responsabilidad Fiscal, aprobada en 2006 por la unanimidad de los partidos políticos representados. Bajo la actual administración, el ahorro de los excedentes extraordinarios cobre debió ser celosamente defendido de las voraces presiones políticas. El esfuerzo rindió frutos: con motivo de la crisis, permitió solventar una política fiscal extraordinariamente expansiva sin incrementar la deuda pública. Si hubiéramos sido menos previsores, hoy el debate económico se centraría en la necesidad de subir impuestos para corregir el descalabro fiscal, ya se discute en Estados Unidos, España o Inglaterra.


Aunque ayudó a amortiguar la caída de la demanda, la política fiscal 2009 no ha estado exenta de costos. Elevó el gasto público desde 21% a 25% del PIB. Toleró un déficit fiscal orden de 4%. Exigió la venta de siete mil millones de los dólares acumulados, no porque el cobre hubiese caído anormalmente, sino para financiar las abultadas necesidades fiscales en pesos. El presupuesto 2010, que dificultosamente avanza en el Congreso, no pudo corregir todos estos problemas. Aunque reduce significativamente la expansión gasto y el déficit, mantiene fuertes requerimientos de financiamiento en pesos. Una buena política fiscal exigirá programar cuidadosamente e informar oportunamente la correspondiente estrategia de financiamiento, la cual inevitablemente habrá de descansar en una combinación de colocación de deuda y venta de dólares. Es probable que la tendencia al alza de los intereses de largo plazo y el derrumbe dólar en el mercado local obedezcan, en parte, a las dudas que despierta el financiamiento fiscal año venidero.


Buena política –qué duda cabe- ha sido la ejecutada por el Banco Central para preservar la estabilidad macroeconómica. Su temprana acción para resolver la iliquidez causada en el mercado local por la crisis externa y la enérgica reducción de los intereses evitaron que el Gran Susto provocase acá males mayores. Sin embargo, la caída de la inflación, a valores incluso negativos, y el incremento riesgo de morosidad, significaron una fuerte alza en el costo real crédito. Mirando hacia el 2010, el desafío es graduar el retiro de los estímulos monetarios de modo de evitar efectos perturbadores sobre las expectativas de inflación y los mercados financieros. Así, por ejemplo, evitar que el aumento que ya empieza a advertirse en los intereses provoque una caída artificial en el dólar, retardando las inversiones necesarias -y la correspondiente creación de empleos- en la agricultura y la industria.


El problema con el clima de confianza que comienza a reinar en es que casi inexorablemente fortalece el peso. Eso está bien, siempre que no comprometa la capacidad competitiva de nuestras exportaciones no mineras, cuyo dinamismo es clave para que vuelva a crecer a buen ritmo. Las políticas fiscal y monetaria deben cuidar de no echarle leña a la hoguera de la caída dólar. Pero, lo que más hace falta ahora es una buena política de pro crecimiento, que revierta la preocupante caída que muestra la productividad en los últimos años e impulse por esa vía el dinamismo exportador.


Es cierto que durante los últimos gobiernos no han faltado las buenas iniciativas en el sentido indicado. Las sucesivas reformas al mercado de capitales, el impulso al desarrollo energético, la rebaja de ciertos impuestos perjudiciales, la bonificación tributaria a la innovación tecnológica, la subvención al empleo juvenil, son medidas positivas. Pero, con frecuencia fallan en la “ingeniería de detalle” y no provocan los frutos esperados. El desafío de la buena política en los próximos años será perfeccionar esos y otros instrumentos regulatoriose ha
desatado las iras de la concertación. y tributarios para levantar efectivamente la capacidad competitiva de la economía nacional.

No hay comentarios:

Acount