sábado, 28 de noviembre de 2009

Dos excelentes comentarios......

Desesperanza y ternura,

por Agustín Squella

Cada vez que debatimos sobre asuntos morales aparecen en un extremo los absolutistas y los fanáticos, y en el otro, los indiferentes y los desinteresados. Y si bien un absolutista es siempre preferible a un fanático, mientras que un desinteresado lo es a un indiferente, lo cierto es que resulta difícil simpatizar con cualquiera de esos cuatro temperamentos morales.

Llamo indiferente a aquel que frente a una cuestión moral relevante —por ejemplo, si debe o no despenalizarse el aborto en ciertas circunstancias—, se encoge de hombros y dice que le da lo mismo tanto lo uno como lo otro, y considero desinteresado a aquel que, sin darle lo mismo una u otra de las alternativas en juego, declara que el asunto moral del cual se trata carece de suficiente interés para él. Por otra parte, absolutista es el que, teniendo una posición moral firme que considera verdadera, no admite la posibilidad de estar equivocado y se acerca a sus semejantes para convertirlos, mientras que fanático es aquel que cree lo mismo que el absolutista, aunque con una diferencia espeluznante: si busca a los que piensan distinto, no es para convertirlos, sino para eliminarlos.

Pero hay más posibilidades que las cuatro antes indicadas. Un temperamento moral que yo aprecio bastante, por ejemplo, es el de los falibles, que corresponde a quienes tienen una posición moral que consideran verdadera, aunque admiten la posibilidad de estar equivocados, motivo por el cual se acercan a sus semejantes no para convertirlos, sino para dialogar con ellos y oír los argumentos que puedan darles personas que piensan distinto acerca del asunto moral en discusión.

Hay también los escépticos y los relativistas, que no son lo mismo, puesto que mientras éstos tienen y expresan apreciaciones morales, pero consideran que de todos los juicios en pugna ninguno, ni siquiera el propio, tiene más valor que otro desde un punto de vista racional, aquéllos prefieren su propio parecer moral al de los demás y están dispuestos a ofrecer algún tipo de argumentación a favor del que tienen, aunque reconocen que, a fin de cuentas, ni ellos ni nadie cuenta con métodos racionales y concluyentes que permitan probar con certeza la verdad de uno cualquiera de los juicios morales que puedan hallarse en conflicto en un momento dado.

Cada uno sabe a cuál de esas distintas categorías corresponde su propio temperamento moral, aunque lo más seguro es que en esto nadie sea de una sola pieza y que, según la importancia que damos a los diferentes asuntos morales y a las circunstancias de cada caso, nos desplacemos, incluso inadvertidamente, de una a otra de tales alternativas.

En cualquier caso, y siguiendo en esto a Kant, la base moral mínima que todos deberíamos compartir consiste en el imperativo de tratarnos unos a otros no como medios, sino como fines, y donde tratar a otro como un fin significa varias cosas: considerar que los seres humanos no están a nuestra disposición, o sea, que son sujetos, no objetos; que cada individuo es capaz de adoptar libremente sus fines y que no necesita tutores para ello; que nadie debe subordinar los fines de otro a sus particulares fines; y, por último, que es preciso respetar los fines que se proponen los demás como si se tratara de nuestros propios fines. Y si el fin supremo que todo individuo quiere alcanzar es la felicidad como un estado —y no como uno que otro acontecimiento feliz, puesto que una golondrina no hace verano—, resulta forzoso aceptar que cada persona elija su verano y que vuele hacia él sin interferencia y contando con que los demás serán capaces de apreciar ese vuelo ajeno como si se tratara de su propio vuelo.

Según expresión de Roger Scruton, tal es la “desesperanzada ternura” que tendríamos que practicar ante la insalvable imperfección del mundo y la irrenunciable perfección de nuestros sueños sobre el mundo.



GÁRGAMEL Y LA INOCENTE ESPERANZA DE SUS DETRACTORES,

por Matias Carozzi.

No tengo la más remota idea de dónde sacaron esperanzas los diputados socialistas, señores Fidel Espinoza y Marcelo Díaz, representantes de Puerto Varas y La serena respectivamente, para creer que enviándole una carta al supremo señor Camilo Escalona, así tan simple, éste deje la presidencia del partido del hacha; es decir, si no fueron capaces de derrocarlo Carlos Ominami, Isabel Allende, Jorge Arrate, Jaime Gazmuri y tantos otros próceres del socialismo chileno, ¿qué les hace pensar que Gárgamel dará un paso al costado?.

Este hombre, blindado al extremo por La Moneda, no sólo sorteó con éxito los anteriores embates de la disidencia, sino que además logró convertirse en el Fulgencio Batista de la Concertación, imponiendo sus términos a los demás partidos del conglomerado oficialista tanto en la forma de enfrentar la elección presidencial como en el diseño de la intervención gubernamental para apuntalar la candidatura de Eduardo Frei. Escalona es un tipo duro muchachos e intentar hacer con él lo que se hizo en su oportunidad con Soledad Alvear y Adolfo Zaldívar es a mi juicio una perdida de tiempo. El rottweiler de Michelle Bachelet no le teme a las críticas, al desprestigio y mucho menos a los golpes de mesa. Su influencia en la Presidente es tal que es poco probable que una sublevación a favor de los insolentes detractores prospere.

Así como la Yihad, Escalona hará lo que sea para mantener sus privilegios, incluso si eso contribuye a la derrota de su partido y del conglomerado oficialista en esta elección presidencial y congresista. Dicho de otra manera. ¿Cómo esperas razonar con un tipo que prefiere que gane Sebastián Piñera antes de renunciar a la hegemonía política obtenida al interior de la Concertación después de que Bachelet le encomendara la gerencia de los partidos?. No puedes. Camilo no le teme a la muerte. Ni un paso atrás compañeros.

En definitiva muchachos, aquí hay dos opciones: uno, que lo dejen en paz hasta que muera estrellando su caza bombardero contra el buque invasor o, dos, que Bachelet le quite el piso públicamente. ¿Cuál opción les parece más asequible?.

Para el Senador por la Región de Los Lagos excelente es que Frei pase a segunda vuelta, no por convicción política por cierto o especial amor por el personaje, más bien porque si éste hace la hazaña de ganarle a Sebastián Piñera, Gárgamel mantendrá sus inmunidades y podrá dedicarse a cazar despiadadamente a los meistas y asfixiar a los traidores condenándolos al ostracismo o, en el mejor de los casos, a la subordinación política.

Ahora, si finalmente el oráculo CEP le atina y gana Piñera la elección, Camilo Escalona (con cuatro años más en el Senado) tendrá la oportunidad de competir con los líderes que queden vivos en la labor de reconstruir (resucitar, reinventar, da igual) el conglomerado de izquierda y encabezar la oposición política a la administración de la derecha.

Pucha, ¿y si gana el buque invasor?, bueno, ahí Gárgamel pasará cuatro años... a ver, como decirlo... penitentes, quizás hasta plantando lechuguitas en los jardines del Congreso, soportando la indiferencia de Marco Enríquez-Ominami y sus secuaces.

En fin, cartas más, berrinches menos, nadie podrá negar que los acontecimientos al interior de los partidos de la Concertación ponen una cuota de entretención gloriosa al debate. Entre este episodio, la degradación Eugenio Tironi, la destitución de Pablo Halpern, la rebeldía de Agustín Figueroa, las insolencias de Jorge Pizarro, el enfrentamiento con la curia, la censura a Bowen y la tristeza de Océanos Azules, me declaro en éxtasis.

Tiembla Coco Legrand.



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