sábado, 5 de diciembre de 2009

Chile, Polonia y un brindis por Stalin y Hitler, por Víctor Farías.

Chile, Polonia y un brindis por Stalin y Hitler,

por Víctor Farías.

Dos acontecimientos trágicos me trajeron a la memoria lo que quiero compartir hoy con mis lectores: la aparición reciente de otra enorme fosa común con cientos de cadáveres en territorios de la ex Unión Soviética con el sello criminal inconfundible de Stalin y una muy notable exposición en el Instituto Cultural de Providencia sobre Katyn y el asesinato de miles de soldados polacos a manos de los comunistas rusos.

En 1987 investigué en el archivo del Document Center de Berlín Occidental tratando de reconstruir las relaciones entre Martin Heidegger y Hans Frank, el ministro de Justicia de Hitler. Encontré allí un documento notable y revelador. Era el manuscrito del discurso con el que Frank saludaba a los generales rusos en el momento en que el ejército nazi y el soviético se encontraron en la simultánea ocupación de Polonia. Era el broche de oro tras el pacto en que se prometían en 1939 paz y respeto, y repartirse ese país como un asno muerto. El pacto tenía, sin embargo, antecedentes. Como el Tratado de Versalles prohibía a Alemania sobrevolar militarmente otros territorios, la Unión Soviética abrió sus cielos para que la Luftwaffe pudiera entrenar sus pilotos ya desde 1936. Fue entonces desde allí de donde partieron los aviones nazis a bombardear e incendiar Gernika. Las academias militares nazis formaron oficiales soviéticos hasta 1940 en Berlín y otros centros. Los partidos comunistas de todo el mundo, por cierto también el de Chile, suspendieron a partir de 1939, todas las denuncias de lo que hasta hacía poco denominaban “la bestia fascista”. Abrieron la boca recién cuando Hitler les cayó encima en 1941. Entre tanto, Polonia tuvo casi 6 millones de víctimas y el 80% de sus ciudades destruidas. El heroísmo de quienes defendían su patria, entre los que contaba a Karol Wojtyla, no sirvió de nada. El brindis de Hans Frank para agasajar a los generales soviéticos es alucinante: “Tengo el gran privilegio y el alto honor de levantar mi copa por nuestros guías. Por el visionario y preclaro Conductor de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Josef Stalin, y por nuestro gran Führer, Adolf Hitler. Juntos daremos forma y ley a estos eslavos incapaces de gobernarse en una nación”.

Las sombras de esta ignominia llegan, adoptando raras combinaciones, hasta nuestros días. Guerrilleros disfrazados de empresarios, cristianos que funden sus cruces y flechas fascistas entrecruzando hoz y martillo, políticos rapaces y de mente insuficiente incluso para darse cuenta de la diferencia entre lo moral y lo inmoral. Todas combinaciones que surgen del pantano fétido del que surgió la más terrible tragedia que conoció la humanidad.



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