martes, 19 de enero de 2010

Dos comentarios para un triunfo histórico.....

Cambio, futuro y unidad

Cristina Bitar.

Son casi las dos de la madrugada y recién me siento a escribir esta columna, porque no he parado de celebrar el triunfo de Sebastián Piñera. El es ya el próximo Presidente de Chile. Es un hecho histórico. Después de 20 años, la Concertación deja el poder y se cierra un ciclo en Chile. Para muchos, éste es el verdadero fin de la transición: las heridas se han cerrado, el pasado ha quedado atrás y el Chile del Sí y el No es un recuerdo lejano. De hecho, la centroderecha llega al gobierno liderada precisamente por alguien que votó No en 1988.

La democracia es sabia. Nuestro país necesita un cambio; la Concertación, que por 20 años ha gobernado, perdió su frescura, su vitalidad y su capacidad de interpretar a un nuevo Chile. Pero eso es un proceso normal, ocurre a todos los grupos políticos del mundo. No podemos olvidar que, durante cuatro períodos presidenciales, esa Concertación convocó a la mayoría del país; tuvo la madurez de conservar un modelo de desarrollo basado en la economía social de mercado; tuvo la inteligencia para buscar acuerdos, y ayer tuvo la grandeza de reconocer su derrota, sin demorar un minuto el recuento de los votos. La Presidenta Bachelet llamó al Presidente electo, lo saludó y le deseó lo mejor; el senador Eduardo Frei concurrió al hotel Crowne Plaza, y con su familia reconoció su derrota y abrazó al ganador. La Concertación ha sido un grupo político positivo para Chile: merece el respeto de todos y nuestra democracia es un ejemplo para el mundo.

Legítimamente, el nuevo gobierno pondrá nuevos énfasis. Seguramente combatirá la delincuencia con otra visión, promoverá el desarrollo económico con un empeño diferente, y la pequeña y mediana empresa puede esperar políticas que fomenten el emprendimiento. Un equipo nuevo significa nueva mística, un nuevo impulso y seguramente nueva generación. Qué bien le hará esto a Chile. Pero también será un gobierno de continuidad: las políticas sociales se mantendrán y se profundizarán, la red social se afianzará, el aparato del Estado continuará trabajando con un equipo de funcionarios públicos profesionales, que seguirán tranquilamente en sus tareas. Ese es el signo de la madurez que ha alcanzado Chile. Probablemente en el futuro no tendremos gobiernos de 20 años, la alternancia será la norma, las campañas del terror ya serán cosa del pasado.

Escuché al Presidente electo Sebastián Piñera con alegría y emoción. No hubo en su discurso del triunfo una palabra que no fuera de reconocimiento y generosidad para quienes no votaron por él. Se comprometió con todos a trabajar por los más necesitados, por la tercera edad, por la clase media, por los jóvenes. Llamó a la oposición a ser fuerte, pero constructiva; llamó a sus partidarios a trabajar sin descanso; invitó a los mejores a sumarse, sin importar su color político.

Con Sebastián Piñera se viene un cambio profundo, qué duda cabe, y el futuro se muestra abierto como una página en blanco. Pero a diferencia de tantas otras veces, éste es un futuro de cambio y unidad. Esta es la gran promesa de Sebastián Piñera y, si la cumple, entrará a la historia por la puerta ancha. Piñera nos invita a enterrar para siempre las divisiones: le ha dado un sentido al cambio que no lo convierte en exclusión. Este no es un cambio de un grupo de personas por otras. En televisión escuché a alguien decir que ahora “nos toca a nosotros”. Esa persona está profundamente equivocada. Se viene un cambio en las prioridades: allí donde había desgaste, habrá renovación; donde había máquinas políticas, habrá entusiasmo y mística. Pero lo bueno se mantendrá y se profundizará.

Viva el cambio, bienvenido el futuro. Ha llegado la hora de la unidad, de la mano de un gran líder, de nuestro Presidente electo: Sebastián Piñera.


Un triunfo holgado

David Gallager.

Hemos tenido una jornada emocionante. Se ha dado un hito en la historia del país. A pesar de la intervención electoral, y a pesar de las leyes enviadas en los últimos días al Congreso, con una premura tan infantil que tiene que haber ultrajado el sentir republicano de la ciudadanía, Piñera ganó con holgura. Nos habían dicho que habría un "empate técnico". Lo dijo la Presidenta Bachelet, después de la publicación de una tardía encuesta. Un "estudio" hecho por La Moneda incluso indicaba que Frei ganaba por nariz. Tal vez fue mejor el suspenso que se dio: contribuyó a que el día fuera aún más memorable. Electoralmente, el más memorable desde el plebiscito.

La holgura del triunfo de Piñera es especialmente oportuna porque la rabia de algunos oficialistas frente a una inminente pérdida de poder empezó a ser alarmante. Ellos parecían creerse los cortesanos de una monarquía absoluta, con el derecho de ejercer el poder para siempre. Hacía falta que el pueblo hiciera ver que es suya, y sólo suya, la soberanía.

Con el triunfo de Piñera queda vindicada la forma magistral en que él ha reformulado la centroderecha chilena, para convertirla en una nueva mayoría política y cultural. A esa nueva mayoría ojalá se sumen, ahora, muchos más. Es lo que debería ocurrir, porque esta nueva mayoría nos convoca a todos, sin exclusión. No está constituida en contra de nadie. No necesita enemigos, no necesita un mundo ajeno a ella para nutrirse. Es una nueva mayoría de mirada universal, construida nada más que para lograr un país más próspero, más abierto y más libre. Ése es el gran logro de Piñera.

Su triunfo, además, rompe un mito, repetido al infinito, de que Chile es "un país de izquierda". Frei perdió por creérselo. Perdió por no entender que Chile no es ya ni de izquierda ni de derecha. No es encapsulable en categorías binarias, porque es un país heterogéneo, diverso, múltiple, de gente libre. Eso lo entendía la Concertación antes, con su arco iris, y por eso ganaba. Ahora es la Coalición por el Cambio la que lo entiende, gracias a Piñera y su estrella multicolor.

Desde que se anunció el resultado me han llamado amigos de otros países latinoamericanos, aliviados de que en Chile se dé alternancia. Nos ven como el referente a seguir, si la región ha de superar de una vez la pobreza y la demagogia. Por eso la jornada de ayer fue un hito en la historia no sólo de Chile, sino en la de América Latina entera.



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