miércoles, 23 de julio de 2008

Lecciones de medio siglo

Lecciones de medio siglo
Gonzalo Vial

Este año se cumplirán cincuenta años desde que asumió como Presidente de la República Jorge Alessandri. Es el único mandatario que —durante el mismo medio siglo— podemos llamar netamente «de derecha política» (si bien él no se calificaba así), pues ella lo eligió y fue su soporte fundamental durante todo el sexenio 1958/1964.

Hoy existe la posibilidad de que la derecha o centro/derecha política llegue a la Presidencia el año 2010, lo cual ha renovado el interés por el mandato Alessandri, los motivos del triunfo que obtuvo en 1958, y sus éxitos y fracasos de gobernante.

Los éxitos fueron muchos y de importancia: la masiva edificación de viviendas, especialmente para la clase media pero también populares, a través del actuar directo del Estado y de mecanismos como el DFL 2 y el Sistema Nacional de Ahorro y Préstamos; las obras públicas, destacando la carretera longitudinal sur hasta Puerto Montt; la rápida y perfecta reconstrucción del territorio inimaginablemente destruido por los feroces terremotos de 1960; la paz social vivida sin recurrir a las facultades excepcionales de la Constitución, y alterada solamente por uno o dos episodios desgraciados e imprevisibles, etc. Que no quede en el anonimato de los «etc.» la habilidad de Alessandri para reunir un equipo de apoyo cuyas características fueron la capacidad, el desinterés, el sacrificio personal por el bien público y la devoción hacia el Presidente. Los nombres de Sótero del Río, Enrique Ortúzar, Julio Philippi, Eduardo Gomien, Ernesto Pinto, Carlos Martínez, vienen inmediatamente a la memoria.

Los fracasos de Alessandri asimismo fueron importantes. El primero, no haber podido dominar la inflación, la cual —de contrario— recrudeció en la segunda mitad de su período. Y el segundo, desde su punto de vista, no haber tenido continuador, debiendo entregar el mando a quienes políticamente más detestaba, considerándolos el non plus ultra de la charlatanería y la demagogia: Eduardo Frei y la Democracia Cristiana.

La eventualidad de un segundo triunfo y mandato presidencial de la derecha, o (más púdicamente) centro/derecha política, renueva el interés por la presidencia Jorge Alessandri. Así se ha visto en la «sección cartas» de El Mercurio los últimos días, y en otras publicaciones recientes. Conviene por eso recordar algunas circunstancias de tan lejano pero quizás pedagógico período.

1. ¿CUAL FUE EL SECRETO DEL TRIUNFO DE JORGE ALESSANDRI? La respuesta, a mi juicio, es triple: la crisis del sistema político, la personalidad e imagen del candidato y... el azar.

La crisis del sistema consistía en su rotundo desprestigio ante la opinión pública, la cual —con o sin justicia— estaba harta de él, y especialmente de los partidos políticos, atribuyéndoles toda suerte de vicios: búsqueda desvergonzada del poder, por sí mismo y por las «pegas» anexas; falta de principios y de ofertas novedosas; corrupción; ineficiencia ante los grandes problemas del país, etc.

Este desprestigio se había manifestado en la elección presidencial anterior (1952), que dio el triunfo a Carlos Ibáñez, candidato sin partido y anti/partidos, con una suma de votos casi igual a la de todas las colectividades políticas juntas, de izquierda, centro y derecha.

El gobierno de Ibáñez no estuvo a la altura de las expectativas que había despertado, y el ibañismo murió en su mismo sexenio, pero no la crisis política ni el sentimiento antipartidista, el cual —aminorada, eso sí, su virulencia— siguió manifestándose en las elecciones presidenciales siguientes, hasta la última, la de 1970, inclusive.

La personalidad de Alessandri, a la cual nos referiremos en el Nº 2, calzó exactamente con la crisis política y el desprestigio partidario, y los aprovechó.

Por último, no debe olvidarse que la victoria electoral de don Jorge fue estrechísima, menos de 40.000 votos sobre Allende, y que no hubiera existido de no ser por la candidatura pintoresca y populista de Antonio Zamorano, ex cura párroco de Catapilco, que obtuvo un número parecido de sufragios. Se discute si estos votos, de no ser por Zamorano, hubiesen ido o no a Allende, pero parece la alternativa más probable. Sin la «casualidad» del ex párroco candidato, entonces, quizás Alessandri no habría sido presidente... «casualidad» que el alessandrismo, por supuesto, alentó y financió.

2.¿POR QUE ALESSANDRI NO TUVO "HEREDERO"? Por fallas propias, y por fallas de la derecha política que lo apoyó.

Alessandri conservó intacta, hasta el fin, una gran popularidad personal, estimable en más del 50% de la opinión pública. Ella lo vio siempre como un hombre sabio, laborioso, austero, incorruptible, por encima de intereses económicos y banderías políticas, y a quien éstas dificultaban gobernar. Es decir, la clásica imagen «ideal» del Mandatario para el chileno medio. Sus errores, aparentemente, no deslucieron demasiado dicha imagen.

Sin embargo, no tuvo la menor influencia en la propuesta de sus partidarios, respecto a quién había de sucederle.

Ello, primero que nada, fue culpa suya. O si se quiere, no culpa sino consecuencia de algo que le era natural y sincero: su completo desprecio por los políticos y los partidos, a los cuales tachaba de ignorantes, frívolos, demagogos, volubles, etc. Ello lo hizo sintonizar con la opinión del momento y fue, anticipamos, una de las causas de su triunfo.

Sorprendentemente, extendió el antipartidismo a aquellas colectividades que lo habían apoyado como candidato y siguieron haciéndolo como mandatario. No los excluyó (sino con escasas y cortas palabras de buena crianza) de la acerba crítica que hacía a los políticos.

Más aún, accedió al poder con la idea firme de que el país no necesitaba de éstos, ni de reformas al régimen institucional, sino y sólo requería una «buena administración», como la suya en la Papelera. Es decir, la administración de una empresa por sus ejecutivos. Incluso se acuñó el término «gobierno de gerentes», para caracterizar el que haría Alessandri.

Después cambió de parecer, pero ya era demasiado tarde. No pudo traspasar la popularidad propia a la derecha política, pues su discurso la había incorporado a la «manada» partidista que denostaba. ¡Los éxitos del Presidente eran suyos, los tropiezos, culpa de los «políticos»... aquellos que lo apoyaban inclusive!

Así se explica que los partidos de derecha, que lo respaldaron hasta el fin, no lo tomaran en cuenta a la hora de buscarle «heredero» para 1964/1970. Peor todavía, una recomendación o sugerencia de don Jorge al respecto, era una lápida; así sucedió con las que hizo de Jorge Prat y Ernesto Pinto.

Estas circunstancias sólo tendrían valor histórico, de no ser porque iluminan una verdad paradojal, casi inexplicable, pero (me parece) indiscutible; que la opinión pública de Chile puede hablar pestes de los partidos, y castigarlos de diversas maneras, pero que forman parte de su «imaginario» político y democrático, y siempre vuelve a ellos.

Por supuesto, el régimen militar dio un ejemplo sin paralelo de esto. Durante diecisiete años, hizo todo lo que pudo —sin pararse en medios— para aniquilar a los partidos políticos, o reducirlos a expresiones mínimas y sin trascendencia. Sin embargo, inmediatamente de retornada la democracia, volvieron en gloria y majestad, más grandes, más chicos ¡pero los mismos de siempre! Derecha, radicales, socialistas, democratacristianos, comunistas. Las «novedades» añadidas a la lista suman... una, el PPD.

Los candidatos en campaña suelen airear su suprapartidismo, pero no deben olvidar que tendrán que gobernar con los partidos. Triste realidad, es posible, pero realidad inevitable.



La derecha política de los cincuenta, por su lado, no estuvo libre de culpa en que ella y don Jorge entregaran el poder, el ’64, a la DC y Frei. Lo que les sucedió a esos partidos —y les venía sucediendo progresivamente durante dos décadas— era carecer de «imagen», de principios (aunque fueran pocos) que los distinguieran de las demás colectividades políticas y los hiciesen preferibles a éstas. Habían practicado una guerra defensiva, de repliegue constante, pero lento, basado en sucesivas y continuas transacciones. Esto pudo ser útil y hasta beneficioso en la defensa de intereses (no todos los intereses son ilegítimos). Pero a la hora de mostrar una meta, un futuro, cuando menos alguna valla inclaudicable de doctrina... era cero. Ello no entusiasmaba a nadie. Y los votos lo fueron reflejando.

También esto puede servir hoy como materia de reflexión. Los partidos son gobernados más y más por el marketing político, y su reina: la encuesta. Proponen lo que ésta indique como deseo mayoritario, no lo que racionalmente cada colectividad juzgue mejor. No hay vallas inclaudicables para los «acuerdos». El candidato mejor es el que no remueve el peligroso fondo de los principios, que puede dañar el «consenso», y se muestra en cambio «cosista», empático, alegre, acogedor. El valor político de nadar ¡alguna vez!, contra la corriente, de poder mostrarse antipático cuando corresponde (pregúntenle a Uribe), es desconocido. Y ello afecta principalmente a la hoy esperanzada derecha política.

Acount