miércoles, 20 de agosto de 2008

Comentarios imperdibles.

Ayudamemoria para un precandidato
Gonzalo Vial

El último ex presidente de la República y hoy precandidato al mismo cargo para 2009 —nos informa El Mercurio, el 10 de agosto— no está preocupado “de la «hojarasca» de la pequeñez política”, sino “pensando en 50 años más”, del “proyecto país” a ese plazo. Y con miras tan elevadas, uno de los problemas que lo inquieta y motiva “sobremanera”, es la desgracia de que Chile sea “un país con poca gente, en especial considerando el envejecimiento creciente y cómo ha aumentado el número de habitantes en Perú, Argentina y Bolivia”.

Me felicito ante esta conversión, tan satisfactoria para quienes HACE MUCHO TIEMPO venimos señalando el problema que ahora denuncia el precandidato, y su gravedad. Actitud, por otra parte, tan valerosa como sorprendente en el precandidato mismo. Pues éste es fundador, alma y motor de la Concertación que nos gobierna hace dieciocho años; ha sido ministro influyente o jefe del Estado durante TODA ella hasta 2006, y aspira a continuar representándola en 2010/20014. Y nunca él u otro personero de la Concertación había manifestado, durante estas casi dos décadas, NI SIQUIERA QUE EXISTIESE UNA POBLACION DEMASIADO PEQUEÑA Y EN TRANCE DE DISMINUIR.

Pero... más vale tarde que nunca. Y para ayudamemoria del precandidato y sus expertos, vaya la minuta que sigue, simple, elemental si se quiere, pero quizás útil para quienes entran a considerar el problema en tal estado de virginidad.

1. EL COMIENZO. Esto partió hacia 1967, por una exigencia que hizo la Alianza para el Progreso al Presidente Frei Montalva, si quería que Chile recibiera préstamos de ese organismo: reducir drásticamente nuestro crecimiento poblacional, controlando de modo masivo la natalidad mediante programas anticonceptivos. Tres reuniones de la Alianza (abril a septiembre de 1967) formularon este úkase. Y el Gobierno de Chile lo aceptó. El único en protestar fue Radomiro Tomic. Pronosticó ¡a treinta años plazo! la caída poblacional que vivimos. Irónicamente, dijo que la Alianza había discutido a fondo la reducción de la población... y nada la reducción de los armamentos.

2. APROFA, rama de la IPPF (Federación Internacional de la Planificación de la Familia). Este organismo mundial de control de la natalidad ha sido el alma y el instrumento técnico de la despoblación chilena. Ha trabajado infatigablemente por ella durante más de cuarenta años, celebrando convenios con el ministerio y los servicios de salud. El régimen militar la mantuvo relativamente —sólo relativamente— a raya pero, según ella misma se jactaba hacia 1989, sin lograr romper su coyunda con los organismos de salubridad. Sólo uno que otro golpe demasiado audaz le ha fracasado. Por ejemplo su propuesta de los años ’70, financiada por la IPFF, de esterilizar 8.000 chilenas al año.

3. LA “PANDILLA”. APROFA ha logrado colonizar mentalmente a un grupo relativamente pequeño, pero fanático y resuelto, de funcionarios de los organismos estatales de salud (la “Pandilla”), para los cuales limitar la natalidad ha sido una religión, haciéndola efectiva por todos los medios (algunos ilegítimos, como implantar la T intrauterina a adolescentes sin conocimiento de sus padres) y con el mayor desprecio por sus superiores, ministros inclusive, que no compartieran sus ideas. Y desprecio asimismo por las mujeres pobres, a las cuales prácticamente se ha impuesto la anticoncepción en hospitales, policlínicos y consultorios.

4. La Pandilla y APROFA jamás han discutido con nadie sus objetivos y procedimientos. Partidos de gobierno, sociedades científicas, universidades, ¡aún los consejos de gabinete!... todos en ayunas. Pandilla/APROFA son un poder secreto, un Estado dentro del Estado.

5. Lo único que no previeron APROFA ni la Pandilla fue que su “trabajo” conduciría a la despoblación. Todavía en 1989, APROFA aseguraba: “el crecimiento natural (de la población chilena) es aún muy alto”. El decenio siguiente se derrumbó sin que nadie se diera cuenta. En mayo de 1999 el INE anunció que los chilenos habíamos alcanzado los 15 millones. No era cierto. Sólo logramos esa cifra en 2002. Según los estudios más optimistas (CEPAL), subiremos a gatas hasta los 20 millones (2035), y desde el 2050 BAJAREMOS DE POBLACION. Otro estudio (Adimark) afirma que el 2050 sólo seremos 11 millones. En 1992, el promedio de hijos por mujer chilena era 2,6. El 2003, 1,9. Hoy es entre l,2 y 1,8.según el estrato socioeconómico.

6. Recomendaciones para que los expertos del precandidato estudien el problema poblacional:

A) Que su solución sea nacional, ojalá consensuada, y por lo menos discutida y resuelta a la luz del día, y no en los sótanos de la Pandilla.

B) Alejar a los teóricos febriles, por ejemplo a quienes quieren convertirnos en una nueva Finlandia, “país pequeño, ultratecnologizado y con un alto estándar de vida” (El Mercurio, crónica citada). Lo malo, entre varias cosas, es que Finlandia tiene una superficie inferior a la mitad de la chilena. ¿Qué haremos con el resto? ¿Arrendarlo?

C) Alejar también a los fanáticos de la anticoncepción. Por ejemplo, a la alta funcionaria actual que, en este mismo diario, recomendaba que las mujeres casadas exigieran a sus maridos el uso regular del condón. Medida, por cierto, poco positiva para el auge poblacional.

D) Reestudiar el dogma anticoncepcionista, de que las familias reducidas son más prósperas. No parece calzar con la experiencia de quienes conocen el medio popular, ni con el hecho de que los dos millones de indigentes y pobres extremos de la encuesta CASEN 2006, pertenezcan a hogares con menos de dos hijos promedio.

E) Proteger y estimular a la familia “con libreta”, la que viene de matrimonio. Ella conduce a que haya más chilenos, adicionalmente mejor criados y formados. Llamar “familia” a cualquier apareamiento, no, aunque denote intensa sensibilidad emocional.

F) Por lo menos no tratar, legal y administrativamente, PEOR a la pareja casada que a la conviviente, como sucede hoy en materia tributaria, habitacional, etc.

G) Desincentivar el sexo adolescente o promiscuo, que desvalorizan o dificultan el matrimonio. A lo menos, no declararlos normales, inocuos y con una falsa garantía de seguridad, como en las campañas oficiales de educación sexual y prevención del SIDA y del embarazo juvenil.

H) Reestudiar las normas legales y administrativas que son abiertamente negativas para el aumento de la población, como el divorcio-repudio por abandono del hogar de tres años, o la esterilización de mujeres casadas y analfabetas, desde los 18 años, sin razón médica, a su sola petición, sin siquiera conocimiento del marido, y obligatoria de ejecutar para los servicios de salud.

Estas recomendaciones coinciden en mucho con las que hacen los “reaccionarios”... pero no es a los reaccionarios que se les ha caído la población.

¿Qué? ¿Creo oír un “muchas gracias” de los expertos poblacionales del precandidato? De nada.

EL COLUMNISTA MERCURIAL DEL “MIEDO”, al cual se refería mi columna anterior, responde a ese comentario. Reconoce que “cae de maduro” que “el miedo no siempre es malo”.

Quedo sorprendido, pues toda su censura a la “Derecha” ha sido la de proceder sólo por miedo respecto a lo que propone la “Izquierda”. Suponiendo que sea efectivo —aunque no lo demuestra hasta la fecha el columnista—, le quedaría una segunda demostración: que ese miedo era “malo”. Tampoco la hace.

No es razonable pedir que le creamos todo bajo palabra.

Podríamos partir por lo que explica detalladamente esta columna el 12 de agosto .A saber, que los años ’60 y comienzos de los ’70 la “Izquierda” nos propuso mayoritariamente una economía basada en la propiedad colectiva, y políticamente la abolición de la democracia tradicional, para remplazarla por una revolucionaria, marxista-leninista, estilo Cuba. Obviamente se equivocaba, ya que ahora la “Izquierda” rechaza lo que ayer defendía. El domingo un ex GAP y actual “diputado designado” conforme a la Constitución de Pinochet, declara a El Mercurio las diferencias entre “el PS de hoy y el de los años 70”: “Abandonar el marxismo leninismo... Reivindicar la democracia como valor en sí”. Eso sostenía la “Derecha” en aquel tiempo. Tenía razón: su contraria lo reconoce. ¿Fue oposición “por miedo”? ¿Qué importa? La “Derecha” —como dice el columnista— “pronosticaba (entonces) las peores catástrofes” y no “se produjo ningún colapso”. Pero el columnista parece haber olvidado por qué no hubo colapso; se le ha borrado de la mente el 11 de Septiembre de 1973.

Esa maldita inflación
Felipe Morandé
La inflación anual en julio alcanzó 9,5%, igual que en junio, la cifra más alta desde septiembre de 1994 y más de tres veces mayor que la meta del Banco Central (BC). Los indicadores subyacentes, calculado uno por el INE -el IPCX, que resta los productos perecibles y los combustibles- y el otro por el propio BC -el IPCX1, que resta al IPCX los precios regulados- mostraron en julio variaciones en doce meses entre 8,5 y 9%. La inflación de los bienes llamados "no transables" (es decir, aquellos que no son susceptibles de ser exportados o importados y que dan cuenta del 52% de la canasta del IPC) ya está en los dos dígitos desde abril pasado. Y aun si aceptamos que el impulso a la inflación local vino desde afuera por los aumentos en los precios del petróleo y los alimentos (maíz, trigo, arroz, etc.) y, por tanto, descontamos estos dos ítems del IPC total, la inflación anual a julio casi alcanza el 6%, esto es, dos veces la meta del BC.

Así las cosas, la alta inflación nos tiene a todos muy molestos, a muchos angustiados y a algunos hasta avergonzados. Aquellos que viven de un sueldo o salario, ven cómo la creciente inflación carcome con mucha celeridad su poder adquisitivo, especialmente si son de los primeros quintiles de ingreso y su consumo de alimentos representa una proporción mayor de su presupuesto. De hecho, para ellos la inflación supera el 11% a estas alturas, sin considerar que los santiaguinos no han visto subir el valor del transporte urbano desde hace más de un año: si el boleto del Transantiago subiera hoy según el polinomio que se usaba para ajustar el valor del pasaje de las micros amarillas, la inflación sería 10,5% en vez del 9,5% registrado en julio (hay que recordar que el IPC actual se mide para Santiago únicamente).

Los salarios se ajustan mucho más lento que la inflación y esos ajustes hasta ahora con suerte compensan la inflación pasada. Además, el aumento en las tasas de interés de los créditos de corto plazo y de las tarjetas de crédito, sumado a mayores dificultades para acceder a crédito, no hace sino que el problema sea aún más doloroso.

Las autoridades del Banco Central deben estar algo avergonzadas, porque su compromiso es mantener la estabilidad de precios, definida por el mismo ente emisor como una tasa anual de inflación de 3% dentro de un margen de tolerancia de +/- 1%, y eso no se está cumpliendo ni de lejos. Es cierto que fuimos todos sorprendidos por la persistencia de los altos precios de los commodities a nivel global, y por la segunda ola de aumentos de estos precios en marzo del presente año. Pero también es cierto que esperaron demasiado para endurecer el discurso y la política monetaria. Esperaron hasta que las expectativas estaban desancladas y el mercado pedía a gritos una postura más dura para enfrentar la inflación. Giraron demasiado a cuenta de la alta credibilidad conseguida en los dieciocho años previos, de una eventual menor desindización de la economía y de la reversión de los precios de los commodities a nivel internacional. Desde hace tres meses, el Banco Central está lanzado en una política mucho más clara para enfrentar la inflación, con el principal propósito de convencer al mercado de que está dispuesto a hacer lo necesario para reducir la inflación. Sin embargo, una de las lecciones que dicha entidad puede sacar es que, en el marco de un esquema de metas de inflación, cuando se está en presencia de aumentos de precios externos, puede ser prudente jugársela por una política monetaria preventiva un poco más dura. Esto haría más creíble que la inflación se acercará a la meta en el horizonte de veinticuatro meses, aun cuando los aumentos de precios externos sean persistentes; y si no es así y los precios externos revierten su trayectoria rápidamente, entonces el BC puede cambiar flexiblemente la orientación de su política monetaria.

Una segunda lección es que los impulsos de costos que acarrean los aumentos de precios externos encuentran un terreno fértil para ser traspasados a precios internos cuando la economía local se encuentra con una demanda creciendo fuerte. Desde 2004 hasta este año (proyectado), el consumo privado habrá crecido 39,5% en total, mientras el gasto fiscal lo habrá hecho en 40% (todo ello a precios constantes), en tanto el PIB habrá crecido un mucho más bajo 27,5% acumulado. Es efectivo que buena parte de este exceso de demanda se ha traducido en que las importaciones están creciendo a un ritmo muy elevado, pero no se puede olvidar que los precios al por menor de los bienes importados contemplan un no despreciable componente de servicios que es muy sensible también a las presiones de demanda. En otras palabras, una demanda creciendo fuerte puede validar los aumentos de costos y hacer su efecto más persistente (segunda vuelta), y eso es exactamente lo que ha estado ocurriendo en Chile este año.

Por eso, es bueno que no sólo la política monetaria siga endureciéndose, sino que además se requiere de un importante ajuste en el crecimiento del gasto fiscal. Pero que sea de verdad y no sólo retórica. El anuncio hecho recientemente por Hacienda en cuanto a que el aumento real del gasto este año será de 6,8% (después de haber crecido 10,5% el primer semestre) no representa un ajuste relevante toda vez que es lo que de todas maneras tenía que hacer para cumplir con un superávit estructural de 0,5% del PIB. El problema de Hacienda es que sobre ejecutó el gasto en el primer semestre y que la inflación efectiva ha sido mucho mayor a la contemplada en el presupuesto. Ahora tiene que afrontar las consecuencias. La prueba de la "blancura" para Hacienda estará dada por el proyecto de ley de presupuesto 2009. Cualquier aumento mayor a un 4 o 4,5% no parecerá muy colaborador con el propósito de reducir la inflación y puede forzar al Banco Central a seguir una política monetaria más restrictiva, afectando eventualmente la inversión privada y apreciando el peso en términos relativos.

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