miércoles, 13 de agosto de 2008

El miedo no siempre es malo
Gonzalo Vial

Un columnista de El Mercurio polemiza con algunos lectores por haber él sostenido (8 de agosto) que al «sector de derecha» lo caracteriza el «miedo».

Lo primero que este tipo de discusiones requiere para que no sean livianas es definir los términos. ¿Quién es de izquierda en Chile? ¿Quién de derecha?


No hay derecha sin izquierda. Pero... ¿qué son?

A la verdad, como comprobaremos de inmediato, no son (cuando menos la izquierda) sectores de ideas y modos de actuar fijos. De manera que edificar —sobre los conceptos de «derecha» e «izquierda» chilenas— modelos políticos o históricos que no contemplen esa mutabilidad, es un simplismo. Y los simplismos, en política como en historia, siempre inducen a error.

Más discutible aún es la creencia de que actuar «por miedo» frente a los cambios o innovaciones que alguien propone, es siempre reprobable. ¿Por qué habría de ser así? Lo nuevo puede ser conveniente, en cuyo caso tenerle miedo es negativo. Pero también puede ser inconveniente, y entonces tenerle miedo —y como consecuencia rechazarlo y combatirlo— es positivo.

La idea de que el «cambio» es SIEMPRE positivo oculta la creencia en el «progreso indefinido», es decir, la convicción de que el hombre y la sociedad SIEMPRE están mejorando. Parafraseando las palabras de un célebre charlatán médico, a inicios del siglo XX: “Mejoramos de modo constante, todos los días y en todos los aspectos”. Después, precisamente, de los horrores del siglo pasado, nadie defiende el progreso indefinido. Mas muchos todavía lo sienten, aunque no puedan darle un sustento racional, y por lo mismo generalmente lo callen.

De allí la defensa del «cambio por el cambio», corriente en la izquierda y que empobrece mucho el debate sobre las innovaciones concretas. El divorcio, v.gr., nunca se discutió aquí racionalmente, nunca se pesaron y debatieron los pros y los contras de su conveniencia social. “Ya existía en todas partes, Chile exceptuado”... y punto. ¿Como contradecir y ponernos al margen del progreso indefinido?

Veremos que el columnista mercurial, con su teoría de los «miedos», es sin decirlo el campeón de este sistema argumentativo... sin argumentos.

Y no debiera serlo pues —miembro de la izquierda chilena (supongo)— recordará sin duda las veces que ésta, en un pasado no muy lejano, se jugó mayoritariamente por cambios que resultaron dañinos... tan dañinos que ella misma hoy los ha abandonado, en giros de pensamiento auténticamente copernicanos. Por ejemplo:

1. Nuestra izquierda de la segunda mitad del siglo pasado, hasta la Concertación exclusive, rechazaba perentoriamente el capitalismo y sus hombres-símbolos, los empresarios particulares, así como la propiedad privada. Eligiendo en cambio formas diversas de propiedad colectiva: comunista, socialista, «comunitaria», etc. Modificar el capitalismo era despreciado. «un parche reformista». Agregarle edulcorantes —«social de mercado», «con equidad», etc.—, en el pre 1990 (y qué decir en el pre 1973) hacía reír con burla a la izquierda nacional.

Su exponente más distinguido de 2008 —el último ex presidente concertacionista, y precandidato a repetirse el plato en 2010— preconizaba en un libro suyo de los años 50, muy comentado, nada menos que la sustitución total de la propiedad privada por la colectiva.
A los jóvenes de derecha de aquellos años, nos daba mucho miedo esta sustitución, porque la considerábamos un dañino disparate. Nuestros pares de izquierda y sus mayores, al revés, aplaudían entusiasmados. ¡Era «el cambio»!

Mas parece que el miedo derechista, contrariando el refrán, era buen consejero. ¿Qué concertacionista defiende hoy la propiedad colectiva como sustituto de la privada?

¡Y qué decir de los empresarios! Es abismante y a veces hilarante la lista de ex izquierdistas de los años 60 y 70, algunos energuménicos, hoy «reconvertidos» al libre empresariado. Pensemos en el agua corrida desde aquellos años. El entonces jefe de la facción extremo-revolucionaria del MAPU ha presidido y preside a partir de 1990 las sociedades anónimas chilenas y extranjeras más poderosas del país. El entonces apedreador insigne de carabineros y jefe de los GAP, y el entonces jefe del MIR y cerebro de asaltos a bancos con muertos y heridos, son hoy prósperos exportadores. Todos capitalistas hechos y derechos.

2. Igual giro de 180 grados acusan las ideas políticas de la vieja izquierda. La revolución cubana trasladó aquí su rechazo a la «democracia formal»; al voto, reemplazado por «el fusil»; al Parlamento «burgués», «tigre de papel»; a la alternancia en el poder, según el veredicto de las urnas; a las Fuerzas Armadas, brazo coactivo de los explotadores. Y también trajo a Chile su proclamación de la «vía violenta», armada —la de Fidel Castro y Guevara—, como único camino verdadero hacia la victoria de los oprimidos.

Una parte importante (mayoritaria es probable) de nuestra izquierda de entonces adoptó entusiasta este ideario: el PS (el más numeroso de la Unidad Popular, y al cual pertenecía el entonces Jefe del Estado), el MAPU oficial, la Izquierda Cristiana, los jóvenes radicales «revolucionarios», el MIR. Incluso los izquierdistas moderados, en su mayoría, no negaban el credo termocefálico del «guevarismo», sino su oportunidad: “no se puede aplicar aquí... todavía”.

Entre todos le hicieron la vida imposible a Salvador Allende. Era un tímido ¿cobarde? «reformista». Rechazaba «avanzar sin transar». Había «capitulado» ante los militares, acusó oficialmente el MIR... el 8 de septiembre de 1973.

Los derechistas del momento, ya no tan jóvenes, teníamos —es cierto— mucho miedo... miedo de tanta lesera y sus previsibles consecuencias.

¿Qué queda de toda esta gruesa veta izquierdista/ revolucionaria, en el concertacionismo de hoy? Absolutamente nada. Los empresarios de izquierda que he citado, por ejemplo, la archivaron junto con su pasión anticapitalista. La flor y nata del termocefalismo de entonces, los jóvenes del MAPU y del MIR, son hoy altos funcionarios, demócratas perfectos, que cultivan apasionadamente —como el jardinero de Rabindranath Tagore su jardín— los acuerdos Gobierno/Oposición.

Concluyamos: el miedo a un «cambio» no es necesariamente malo. Hay que examinar sus motivos.

El progresista no lo hace. ¿«Cambio», de moda, aceptado por la generalidad? Necesariamente bueno... inútil discutirlo, hacer distinciones. Ejemplos:
A) Los «sectores de derecha», opuestos por miedo a la Corte Penal Internacional, “en circunstancias de que ya lo han hecho (aprobarla) todos los países latinoamericanos”, salvo Cuba.

¿Qué argumento racional es éste? Ninguno. En 1793, todos los países occidentales a ambos lados del Atlántico tenían por legítima y hacían cumplir forzadamente la esclavitud de africanos... salvo uno, la Francia Revolucionaria. ¿Quién se equivocaba? ¿Ella o los demás?

B) Los «sectores de derecha» tienen “temor a que hombres y mujeres conduzcan su vida sexual, reproductiva y familiar del modo que les parezca más adecuado”.

Y esto... ¿sin ningún límite? El «modo que parezca más adecuado», en la «vida reproductiva»... ¿incluye el aborto? Y en la «vida sexual»... ¿incluye la pedofilia, la necrofilia y el animalismo?

C) Los «sectores de derecha» tienen miedo “a que los chilenos que viven en el extranjero puedan votar en nuestras elecciones”.

¿Es lógico que se tengan los derechos de ciudadano y no las cargas de ciudadano (v.gr., impuestos)? ¿Es lógico que elijan a un funcionario quienes no lo van a sufrir? ¿Cómo se garantizarán el secreto, y la libertad y corrección del voto, sin funcionarios del Servicio Electoral en todos los puntos del globo terráqueo?

Por supuesto, los temas que preceden son discutibles. Pero el progresista no discute, no quiere ni necesita discutir... Sigue, iluminado y feliz, las ideas «de cambio» y a los hombres que las preconizan: ayer, el Che; anteayer, el padrecito Stalin. ¿Los demás? Retrógrados que tienen miedo.

Acount