jueves, 6 de noviembre de 2008

3 colosos en comentarios espectaculares.

Preveo algunas lágrimas hoy
Hermógenes Pérez de Arce

Cuando escribo, todas las encuestas dicen que va a ganar Barack Hussein Obama, así es que me apresto para recibir con pesadumbre, en la noche, la noticia oficial. Increíble que los estadounidenses, cuyos principales enemigos recientes se llamaron Hussein y Osama, elijan Presidente a un Hussein Obama. Cabalístico.

Soy, como más de alguien sospechará, partidario de McCain, en quien lo que más admiro es la edad. Tiene la precisa para alcanzar la sabiduría. Me encantó su frase final de la campaña: "Soy más viejo que el polvo y tengo más cicatrices que Frankenstein, pero he aprendido algunas cosas en el camino". Por cierto, también celebro a Bush, contra la opinión de casi todos los que conozco. Le agradezco su fidelidad a principios que comparto y el haber ganado la guerra contra el terrorismo en Afganistán e Irak. Gracias a él, ambos son hoy países democráticos, y Osama vive oculto e inofensivo en un hoyo montañés.

Bush ha sido víctima de una campaña mundial de desprestigio izquierdista casi tan odiosa como la que sufrió Pinochet. A propósito de lo cual me llama la atención que Obama haya anunciado explícitamente que va a matar a Osama ("Time", 20.10.08), sin ningún de-bido proceso ni respeto a sus derechos humanos. Clinton había pro-curado matarlo de igual modo, y lamentaba no haberlo logrado. ¡Pero los demócratas norteamericanos (M. Albright) celebraban los juicios contra Pinochet por -alegaban- (lo que era falso) ordenar matar terroristas sin debido proceso! Es el mundo en que vivimos.

Obama va a ganar gracias al racismo de casi todos los negros y de una mayoría de hispanos, que votan por él por motivos raciales. Eso le da el margen de ventaja que tiene. Allá los blancos son menos racistas, si bien entre ellos gana McCain. Pues, ¿creen ustedes, acaso, que Colin Powell, ex secretario de Estado negro de Bush y hombre clave en la guerra contra Afganistán e Irak, apoyó a Obama por motivos ideológicos? ¡Por favor!

El rechazo mundial a Bush nace de que la izquierda lo ha demonizado. Ella sabe quiénes son sus reales enemigos. Y en medio de mi pesadumbre actual recuerdo con agrado cuando, hace cuatro años, todos pronosticaban el triunfo de Kerry. Una señora, muy de derecha, en una comida me dijo entonces que cómo podía yo ser partidario de Bush. Le habían lavado el cerebro, como a tanta gente de su sector. Además, estaba influida por las encuestas y los inefables y siempre "políticamente correctos" grandes diarios norteamericanos, que apoyaban a Kerry. ¡Qué agradable resultó, entonces, cuando ganó Bush, contra todos los pronósticos! Las cadenas periodísticas se tuvieron que tragar sus titulares anteriores a la elección. Pero ahora todo indica, por la amplitud del margen de las encuestas, que no deberán hacerlo otra vez. Lástima.

Y también recuerdo que, tras la elección de Bush, cuando vino la de nuevo Papa, la izquierda se lanzó con todo contra Ratzinger. Una querida amiga de derecha, también propensa al lavado cerebral mundial, me llamó por teléfono y me dijo, con tono de advertencia: "¡Supongo que no estarás con Ratzinger!". Le dije que, por supuesto, sí lo estaba. No lo podía creer. Por eso fue tan agradable cuando, contra todos los pronósticos "políticamente correctos", resultó elegido Ratzinger. Un jesuita de acá dijo entonces que "el Espíritu Santo no había estado ahí". "¡Ay, Jesús, qué Compañía!".

Bueno, supongo que debo aprestarme a derramar algunas lágrimas hoy. Y sobre todo cuando acá ni siquiera tenemos un candidato presidencial de derecha. Pero ése es otro tema, sin perjuicio de lo cual deberé soportar a todos los que hay, aplaudiendo el triunfo de Obama. Otro desagrado.

Un memorial, una ausencia
Gonzalo Rojas Sánchez
Este domingo 9, con o sin la asistencia de la Presidenta, se inaugurará el Memorial a Jaime Guzmán.

Importa sin duda que ella diga sí o no a las presiones de que ha sido objeto; su decisión importa, pero no mueve ni en un milímetro dos percepciones fundamentales: la que se tenga sobre la vida y muerte de Jaime Guzmán y la que produce la presidencia Bachelet.
Hoy, sólo vale detenerse en lo primero.

La ausencia repentina de Guzmán es la más célebre que la vida pública chilena haya experimentado en su Historia. La falta de su magisterio y de su gestión no tienen comparación con otras carencias anticipadas.

Cuando Portales murió asesinado, a los 44, Manuel Montt tenía apenas 28 años, pero muy pronto se hizo cargo del legado del fundador de la república y llenó el vacío con la más notable gestión presidencial del siglo.

Cuando Manuel Antonio Tocornal murió, a los 50 y en la plenitud de sus facultades, siendo el líder del conservantismo (entre tantas otras cosas), Manuel José Yrarrázaval tenía ya 31 años y estaba en condiciones de tomar el relevo, aunque le costara aún una década larga concretarlo.

Y así, otros casos análogos muestran que el vacío fue reparado, que la ausencia fue suplida e incluso, en algunos casos, superada.

Con Guzmán no ha sido posible.

Pero antes que mostrar las dramáticas consecuencias que eso ha tenido, vale resaltar una paradoja: nunca nadie antes, tampoco, se había empeñado tanto en formar a tanta gente, artesanalmente, persona a persona, como lo hizo Guzmán. Y a pesar de eso, no aparece nítida la sucesión, el heredero. ¿Aventurar una explicación? No, sólo apuntar a esta misteriosa paradoja que quizás algún día sea motivo de tesis doctoral.

Lo que sí resulta claro es que después de la muerte de Guzmán, cada vez que ha habido que marcar un punto con inteligencia y fortaleza complementarias, o ha faltado la primera (y en eso puede no haber culpabilidad) o se ha claudicado en la segunda (y ahí sí ha habido muchos responsables). Se ha fallado; muchas veces, se ha fallado.

Este domingo, cientos, miles, de sus admiradores contemplarán a Guzmán en piedra, de cerca. Bastaría con que unos dos o tres muy concretos (ellos saben que son los llamados a sucederlo, y con plena consecuencia) volvieran a mirarlo en alma, y aún más de cerca, para que se corrija en parte el vacío en el que aún estamos.

Persevera y triunfarás.
Alberto Medina Méndez
Corrientes, Argentina
Definitivamente la lucha aislada no sirve, al menos no alcanza. Ellos, los que están en el poder saben que estas espasmódicas reacciones populares se ponen de moda y luego caen por su propio peso. La gente se desanima pronto y todo queda en la nada, renovando nuevamente la desilusión. Ellos lo saben, solo deben tener algo de paciencia. La historia dice que 'ya se les va a pasar'.

Nadie parece recordar el 'que se vayan todos'. Tampoco el 'no se olviden de Cabezas' o cada una de las numerosas marchas pidiendo justicia para esclarecer cada aberrante crimen. Donde quedó aquella convocatoria para hacerle frente a la inseguridad que llenó una plaza con miles de ciudadanos que decían BASTA ?. Que sabemos hoy de la movilización provocada por la indignación que produjeron los hechos de Cromagnon o mas recientemente, por donde anda la causa del campo ?.

Los argentinos decimos querer cambiar la historia, pero para eso deberemos aprender antes, que esta es una lucha dispar. Eso no hace imposible ganarla. Pero si implica, la imprescindible necesidad de entender que para triunfar habrá que desarrollar una habilidad, una virtud, de la que, al menos hasta a hoy, hemos mostrado poco y nada. Las causas nobles siempre ganan, pero precisan de importantes esfuerzos y de una perseverancia que solo es propia de aquellos que entienden y están comprometidos con esa lucha.

Debemos dejar de ser tan REACTIVOS. Hasta ahora nos hemos comportado como simples espejos que refractamos la situación del momento. Ellos, establecen la agenda de discusión. Plantean el tema, el como y el cuando. La sociedad mientras tanto solo atina a vociferar críticas, quejarse hasta el cansancio y bailar la danza que propone el poder. Antes fue la preocupación por la inseguridad, luego lo del campo, hoy el tema previsional. Pero no venimos ganando batallas, solo hemos conseguido postergar cada problema importante para darle paso al nuevo asunto que propone la agenda oficial.

Es bastante probable que dentro de unos pocos meses estemos hablando de la crisis económica, de la institucional, o mucho peor aun, de alguna otra causa más frívola o irrelevante que la actual. Para ese entonces, las actuales luchas habrán quedado en el olvido, como tantas otras veces en el pasado.

Es en esa falta de perseverancia donde perdemos territorio, es allí donde nos aplastan, y ellos lo saben. Lo más grave es que lo saben, conocen nuestro comportamiento social y conocen también con bastante certeza que nos volverán a derrotar, como lo hacen casi siempre. Salvo que esta vez, lo hagamos de un modo diferente.

El mensaje no pretende ser negativo, ni pesimista. Muy por el contrario, lo afirmado pasa por recordar que si simplemente REACCIONAMOS no iremos demasiado lejos. Ganaremos pequeñas contiendas, pero solo harán que el adversario se repliegue para buscar una nueva y mas refinada estrategia para terminar torciéndonos el brazo.

Ellos, las minorías organizadas siguen triunfando. Nosotros, las mayorías desorganizadas seguimos acumulando derrotas. Tal vez sea tiempo de parar la pelota y organizarnos, para asumir determinados roles. Necesitamos gente que sea capaz de dar lucha desde su lugar, desde la política o el arte, desde la tribuna académica o las organizaciones sociales, desde el deporte o el periodismo. NO sirve que todos hagamos de todo. Es inconducente. Abundan pruebas sobre ello.

Precisamos bastante más que bronca para cambiar la historia. NO alcanza con encontrar un nuevo Mesías que reemplace al que nos viene desilusionando en el presente. Esas historias ya las conocemos, De hecho hoy convivimos con esos personajes que nos vinieron a rescatar de la corrupción y de la impunidad.

Argentina parpadea. Pasa de la resignación a la impotencia, para luego envalentonarse y confrontar con el poder por espacio de algunas semanas, llevando como bandera el circunstancial tema del momento

Es que la resignación es parte de la estrategia de los oficialismos de turno. Ellos saben que pueden hacernos sentir a los ciudadanos, esa sensación de que no vale la pena, que mas vale plegarse a la realidad y entregarse mansamente.

Trabajan a diario para que esa resignación se desarrolle y para que creamos que no esta a nuestro alcance cambiar el rumbo. MUCHOS trabajan para ello, para que tengamos esa sensación de que nada podemos hacer.

Al éxito se llega con buenas ideas, con creatividad, siguiendo a veces el menos convencional de los caminos. Pero ninguna buena idea, se logra, sin perseverancia, sin tenacidad, sin convicciones. Creer que las grandes batallas se ganan sin superar previamente escollos en el camino, es no haber tenido sueños.

La concreción de las ilusiones, solo se consigue después de haber saltado vallas, muchas por cierto, y de haber tropezado varias veces en el proceso. No existe tal cosa como el éxito sin inconvenientes.

Por eso, la lucha, el premio, el éxito, valen la pena en tanto uno está dispuesto a perseverar. Los intentos solitarios, la falta de determinación, la inconstancia, solo pueden conducirnos nuevamente al fracaso. Y con ello llega la frustración. Ya lo dice aquella famosa cita. El camino al infierno esta plagado de buenas intenciones.

Se trata pues de no quedarse en el discurso bonito y llevarlo a la acción. La retórica es un excelente recurso, pero resulta insuficiente sin una consecuente acción.

Los hombres que cambiaron la historia, los que dejaron algo positivo en esta vida terrenal, los que legaron a sus hijos alguna lección, son aquellos que tuvieron un sueño, pero apostaron por él con cada centímetro de su ser, arriesgando todo por ello.

Cuando miramos con admiración lo que han logrado otras sociedades, o nuestros antepasados en otros tiempos, debemos entender que no llegaron alli con un simple chasquido de dedos. Lo lograron con esfuerzo, tenacidad, y hasta alguna cuota de tozudez

Para los que dicen que no se puede cambiar la historia de nuestro pais, de nuestra provincia, de nuestra ciudad, de nuestro barrio, solo hay que recordarles que el éxito tiene un costo. El esfuerzo debe encontrar soporte en las convicciones, y estas requieren de tiempo, perseverancia, tenacidad para plasmarse. Si no estemos dispuestos a ello, tal vez sea tiempo de que aceptemos que no podemos cambiar la realidad. Pero a no quejarse. La batalla se gana solo con esfuerzo, lo otro es solo impotencia e ingenuidad.

Los poderosos están equivocados pero, hay que reconocerlo, han sido tenaces. A su evidente perversidad le han agregado una importante dosis de insistencia. Todos ellos llegaron luego de importantes historias de intentarlo hasta el cansancio.

Es tiempo de aceptarlo, los profesionales de la crítica solo muestran retórica, pero la historia no se cambia solo con eso.

Estamos en caída libre hace ya bastante tiempo. Cambiar esa fuerza inercial depende de nosotros, pero no será con voluntarismo que lo lograremos. Para salir de ese camino circular, hace falta mucho más que un ampuloso discurso e impulsivas reacciones sociales. Necesitamos objetivos claros y férreas convicciones. Será la única forma de hacer historia, recordando eso que tantas veces les decimos a quienes nos rodean: PERSEVERA Y TRIUNFARAS.


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