miércoles, 5 de noviembre de 2008

El “progresista” divorcio, en la vida real

Gonzalo Vial
A veces un solo caso, de sólo exponerlo, dice más que muchos argumentos y disquisiciones.

Pronto harán cuatro años de vigencia de la Ley de Divorcio, complementada con la posterior Ley de Tribunales de Familia. ¿Cuál ha sido la eficacia de ambas para solucionar el problema de las mujeres pobres, casadas, abandonadas, divorciadas, y a cargo de los hijos que tuvieron con los respectivos maridos frescolines?¿Cuánto deben pagar éstos por alimentos, cuánto efectivamente pagan, cómo asegura el pago el Estado que permitió y pronunció el divorcio, y los Tribunales de Familia establecidos ex profeso para proteger a los hijos comunes, y a las mujeres divorciadas que usualmente los sostienen?

Leámoslo en la Línea Directa de “El Mercurio”, el 29 de octubre. Consulta:

“Llevo ocho años separada y uno legalmente divorciada. La antigua justicia sentenció que mi ex marido debía depositarme $40 mil mensuales (Nota: menos que el valor de la canasta de extrema pobreza de 2006) por nuestra única hija que vive conmigo y que tiene 13 años. Todas las reclamaciones que hice fueron inútiles, y cuando cambió el sistema recurrí al Tribunal de Familia de mi ciudad, donde rebajaron el monto a $30 mil. HASTA AHORA EL PADRE JAMAS HA CANCELADO UN PESO. Yo pago el arriendo, servicios y mantengo a la niña. He estado viviendo de la caridad familiar y recibiendo el sueldo mínimo”.

“ACLARADO”, dice Línea Directa. Del Poder Judicial le “precisaron” que hubo un avenimiento entre los ex cónyuges para rebajar la pensión de la manera dicha. “Como su ex marido no pagó, ella solicitó la medida de arresto nocturno. Carabineros le informó al tribunal que fueron cuatro veces al domicilio indicado por la demandante PERO NUNCA LO ENCONTRARON. YA QUE EL JUZGADO NO PUEDE ACTUAR DE OFICIO, ella debe procurarles la dirección correcta para notificarlo, YA QUE ES UN TRAMITE A SOLICITUD DE PARTE. Entre tanto... SE CURSO LA ORDEN DE RETENCION DE PARTE DE LA RENTA DEL ACUSADO, PERO EL EMPLEADOR INDICADO POR LA AFECTADA NIEGA QUE ESTE TRABAJE CON EL. Por ello, TAMBIEN ELLA tiene que verificar el nombre correcto de la empresa donde él presta servicios y comunicárselo al tribunal. Sólo así, éste PODRA ENVIAR EL RESPECTIVO OFICIO. EN TODO CASO, EL QUERELLADO YA SABE QUE ESTA MOROSO Y AUN TIENE PLAZO PARA PRESENTAR SUS DESCARGOS”.

Ocho años sin pagar un peso... Afortunadamente, “ya sabe que está moroso” (!)...

“...pero aún tiene plazo para presentar sus descargos” (!!).

¿Estaré soñando?

¿Y qué me dicen ustedes de la rapidez y ejecutividad del Tribunal, y de sus denodados esfuerzos para que pague el frescolín?

¿Y de que todos los trámites y averiguaciones deba hacerlos la mujer, ADEMAS de criar, educar y cuidar a su hija?

¿Cuántas divorciadas pobres atraviesan hoy el mismo vía crucis?¿Cuántas lo atravesarán mañana, a medida que el número de divorcios crezca exponencialmente, como siempre sucede? ¿Dónde están las feministas, que tanto aplaudieron la disolución del vínculo, y los parlamentarios que lo aprobaron en las condiciones que vemos?

IN MEMORIAM

RICARDO CLARO

Fue un abogado tan formidable, y después un empresario tan exitoso, que sus hazañas en ambos campos ocultaron su personalidad interna y auténtica. Ahora sólo podemos conjeturarla (con obvio riesgo de equivocarnos), tomando por base los momentos fugaces en que dejaba entreverla, y sacar del cuadro resultante, quizás erróneo, alguna conclusión:

—Era un hombre solo, de escasa vida social que no fuera la que le exigían su profesión y negocios, refugiado en la privacidad del hogar, y rodeándolo el intenso y compartido cariño de su mujer y parientes más próximos. En ellos vació generosamente el afecto que hubieran recibido los hijos que la Providencia no le dio. Pero esta vida privada no salía al exterior, constituía el secreto celosamente guardado de su intimidad, y de la intimidad de quienes amó y que lo amaron.

—Era un aristócrata absoluto, de la vieja clase alta —tan llena de virtudes y defectos— que se extinguió a mediados del siglo pasado, cuando él era adolescente. Pero pertenecía al sector menos visible de esa antigua clase rectora... a aquél que vivía sin lujos, ni despliegue de influencia ni de riqueza, ni ansias de brillar ni de figurar, seguro dentro de un modo de existir quizás ya pasado de moda pero auténtico. Por lo mismo que había sido formado en este molde aristocrático/tradicional (ya roto para siempre), Ricardo Claro nunca fue ostentoso, ni snob, ni despreciativo, ni servil.

—Era un católico también a la antigua, fervoroso y sacramental (características hoy obsoletas, me dicen). Su fe se había alimentado en la honda amistad de discípulo que lo unió con Jaime Eyzaguirre, el hombre que le habló a una generación de jóvenes ricos —y a otros que no lo eran— de Dios, del Cristo que venía, de las sagradas escrituras, de la liturgia, del arte cristiano y de la santa pobreza. Parecerá absurdo vincular con la pobreza a un hombre tan acaudalado como Ricardo Claro. Pero, según he dicho, nada hubo en él del rico moderno, predecible estereotipo. Vivía a la altura de su fortuna, por cierto, pero el gasto que de verdad lo arrastraba era el de la belleza: las maravillosas obras de arte que poseía; el museo y parque de Santa Rita; la casa “lecorbusieresca” de Zapallar, con sus paisajes y jardines......

Partidario acérrimo de la libre empresa —y quizás también influido en esto por el catolicismo y Eyzaguirre— no creyó plenamente en el mercado mecánico y ciego que entusiasmó a los economistas y empresarios de los años ’70. Pensó con Popper que el libre mercado sólo daba sus mejores frutos si se asentaba en una sólida vivencia de la ética cristiana.

Por esto, es posible, el campo empresarial de Ricardo Claro no fue el dinero —no obstante sus conocimientos financieros—, sino las iniciativas que significaran bienes y servicios más concretos y tangibles en su utilidad social: transportes, naves, cristalerías, piezas metálicas...

También atribuyo a la herencia del catolicismo social y de Eyzaguirrre la preocupación de Ricardo Claro por las personas que trabajaban con él. Preocupación no sólo referida a remunerarlas justamente, sino a ayudarlas en los problemas personales que sufrieran. Y no sólo respecto de los ejecutivos superiores, sino también de los trabajadores más modestos: secretarias, juniors, ascensoristas, jardineros, sus colaboradoras del hogar.

Por último, me parece, viene del catolicismo social, el apoyo callado y generoso de Ricardo Claro a numerosas iniciativas e instituciones sin objeto de lucro, dirigidas a estimular, en los más diversos campos, los mejores intereses de la sociedad. La relación de esta política con la fe se notaba en el hecho de que —efectivamente— la mano derecha ignoraba lo que hacía la izquierda... ni le era posible saberlo a doble página en la Vida Social de los diarios.

—Fue un hombre de batalla... de fieros combates públicos y empresariales. No sé de los segundos, pero sí de los primeros. Era en ellos sin duda un enemigo terrible, a veces excesivo. Pero esta pasión se aplicaba a la defensa de los valores que condecían con su manera de ser... valores tradicionales de honradez, justicia, propiedad, moral, familia, etc.

Al juntar todos estos rasgos de Ricardo Claro, instantáneamente recuerdo a los grandes empresarios del siglo XIX y comienzos del XX, que gastaron fortunas e hicieron inconmensurables esfuerzos y sacrificios, para beneficio propio, sí, pero también común (y quizás éste mayor que aquél). Un Domingo Eyzaguirre, del Canal del Maipo; un Urmeneta —el “loco de Tamaya”—; un Patricio Larraín, del Canal de Mallarauco; un Manuel Ossa, del ferrocarril Arica/La Paz... Hombres de exageraciones, fuertes pasiones, voluntad de hierro, empuje indomable, creadores de riqueza colectiva... en el fondo, más que nada, patriotas y —paradójicamente— servidores públicos desde el ámbito privado. Nunca han sido muchos. Quizás no nos quedara sino el que acaba de morir, una persona de otro tiempo y también del actual.

Acount