martes, 11 de noviembre de 2008

Dos comentarios para meditar....

Obama y un mundo mejor
Cristina Bitar

Mucho se ha escrito acerca de la elección de Barack Obama y la forma en que él logró encarnar un fenómeno político que no se veía en Estados Unidos, ni en otras partes del mundo, desde hace décadas. Y sin duda se va a seguir escribiendo sobre este hecho histórico que conmovió al mundo. Pero hay una dimensión que no se ha destacado mucho y que quisiera abordar: Obama representa el sentido de justicia que casi todos llevamos dentro y encarna el hecho de que la política sí puede ser una profesión positiva y noble, capaz de producir cambios en nuestras sociedades.

El que alguien que provenga de un origen totalmente ajeno a los grupos de influencia y poder en la sociedad norteamericana pueda llegar a la cima máxima, a ser el Presidente del país más poderoso del mundo, me hace sentir que esa sociedad, y por extensión nuestro mundo, es más justo y mejor. Lo más interesante y destacable es que esto es posible en democracia y que lo puede lograr un político profesional, como Obama.

La política, tan vapuleada últimamente, presenta una paradoja. Como gira alrededor del poder, es capaz de sacar a flote lo mejor y lo peor de las personas. Hay quienes buscan el poder porque lo saben necesario como instrumento al servicio de la justicia social y el progreso de los más necesitados. Pero también los hay, y a veces parece que muy generalizadamente, los que buscan sólo los beneficios personales que se derivan de su ejercicio. Estos personajes se aferran al poder que alcanzaron y pasan de cargo en cargo, sin demostrar ningún otro talento que el de estar siempre disponibles para viajes, honores y privilegios. Estos son los que desprestigian una actividad esencialmente noble.

Con Obama nos hemos reencontrado con la política como instrumento del bien. La política que representa el nuevo Presidente de los Estados Unidos es aquella que resalta el mérito, el esfuerzo, los sueños, la esperanza, la garra, la diversidad, el respeto, la comunidad y el futuro. También es la política de la sociedad civil que dice “yes, we can” (sí, podemos). Por eso, el triunfo de Obama no es sólo suyo, sino de todos los norteamericanos que votaron y creyeron en él.

Esto nos reencuentra con la a veces desgastada y menospreciada democracia. Es en estos momentos en que podemos valorar lo que significa que una persona pueda levantar un mensaje capaz de convocar a millones de voluntades y sumarlos a un sueño común.

Pienso que si todo esto se pudo lograr en Estados Unidos con Obama, también es posible que algún día lo logremos en Chile. Que algún día los chilenos podamos volver a creer en la política como agente de cambio positivo que nos haga ser mejores como sociedad.

Para lograrlo, tenemos que asumir, como lo ha hecho Estados Unidos, algunos valores fundamentales. Primero, creer de verdad en la meritocracia: que las personas valen por lo que son capaces de lograr con su esfuerzo y no por la familia o el barrio en que nacieron. En segundo lugar, comprender que todos somos esencialmente iguales, sólo diferenciables por nuestros logros y capacidades. Por último, aprender a valorar la libertad como un atributo esencial para una sociedad del mérito: allí donde no hay libertad, necesariamente hay grupos privilegiados que pertenecen a una burocracia, o a una clase social, o a un grupo político con regalías.

Creo que en Chile se debe avanzar en ese rumbo y mirar con esperanza la experiencia norteamericana, esa forma de hacer política que derrocha renovación. No me parece muy alentadora, en ese sentido, la posibilidad de una primaria en la Concertación donde compitan dos ex mandatarios para volver a ser Presidente de Chile. Sin embargo, puede que esto sea lo que necesitemos para que, por fin, nos demos cuenta de la importancia de abrir paso a las nuevas generaciones de líderes y políticos chilenos que pueden y deben producir un cambio.

No sé si Obama va a ser mejor o peor Presidente de Estados Unidos que otros que lo han precedido, pero sí sé que es uno de los que de mejor manera encarna el sueño americano que siempre he admirado. El martes recién pasado en la noche, viendo la televisión, yo, una chilena que ni siquiera participé de esa elección, me sentí feliz, me emocioné hasta las lágrimas y me llené de esperanza porque sentí que vivo en un mundo mejor y que la política puede tener un sentido de servicio a los demás. Obama nos demostró que lo anterior depende de nuestros líderes, pero que también depende de nosotros mismos.
Gimnasios de primavera
Alejandro Ferreiro
En estos meses de primavera, muchos se vuelcan a los gimnasios. Lo que no se ha hecho por cuidar el físico durante los meses fríos –y arropados– se busca compensar con grandes dosis de abdominales, trote y sudor. Los mismos gimnasios que en otoño ofrecían promociones y descuentos para mejorar la ocupación de sus instalaciones, hoy están llenos. ¿Acaso la conciencia acerca de la bondades del ejercicio para la salud física es estacional? Parece, más bien, que lo estacional es la expectativa de exhibirnos con menos ropa de la que necesitamos para esconder esos “rollitos” de más. Y dado que ya no es posible esconderlos, resulta mejor intentar estar en forma.

Al saberse o creerse observados, las conductas cambian. Todos tratamos de mostrar lo mejor de nosotros ante la inminencia del escrutinio externo. En la fuerza de esa realidad, casi instintiva, descansa el potencial transformador de la función pública que ofrece la ley de transparencia y acceso a la información que entrará en plena vigencia el 20 de abril próximo.

Por cierto, la transparencia inhibe las prácticas corruptas. La mayor probabilidad de quedar al descubierto es un muy potente disuasivo. Pero, el potencial benéfico de la transparencia se extiende al estímulo y premio de la excelencia en el desempeño. Cuando todo se sabe, observa y compara, más nos vale actuar del modo que permita aprobar el examen del control social. La buena gestión estatal recibirá un impulso notable con la ley de acceso y transparencia.

Pero, además, la transparencia es una propiedad esencialmente democrática. Permite que el poder de la información se propague a todos y que el control de las autoridades por parte de los ciudadanos sea más lúcido, agudo y documentado. La transparencia, como criterio rector de las relaciones entre el Estado y la sociedad, equivale a una verdadera transferencia de poder desde las autoridades a los ciudadanos. Pero en esta transferencia de poder no se debilitarán las autoridades, sino que saldrán finalmente fortalecidas en su verdadero rol: la representación y servicio del interés general. Y es que no podrá ser de otra manera, si la ciudadanía activa, vigilante y exigente utiliza el poder de la información para forzar que la conducta de los gobernantes se ajuste a las expectativas de los gobernados.

Junto con la creación de un nuevo estándar de transparencia para el Estado, la ley ha creado un organismo especial para velar por su cumplimiento. El nuevo Consejo para la Transparencia deberá ayudar a que esta reforma trascendental despliegue todos sus efectos saludables sobre el funcionamiento del Estado. Y precisamente en estos momentos se encuentra abierto el concurso público conducido por el Consejo de la Alta Dirección Pública para reclutar a los 5 directivos principales del nuevo organismo. La ley chilena es exigente y de vanguardia. Se suma así a una tendencia mundial que asocia el buen gobierno a la transparencia. Leyes de transparencia existen en 29 de los 30 países de la OECD, pero son menos de 10 los que, junto con Chile, disponen de un órgano especial y dotado de amplias atribuciones para hacerla cumplir.

La lista de los países más competitivos del planeta casi coincide exactamente con la de los países más transparentes. Y no es casualidad. La calidad institucional, impensable en ambientes opacos, es la base de la competitividad. Por ello, y cuando Chile decide avanzar decididamente hacia un ambiente de mayor transparencia en la función pública, no sólo busca inhibir la corrupción, estimular una mejor gestión y fortalecer la democracia al empoderar a los ciudadanos. También se siembra para cosechar competitividad y crecimiento futuros.

Las instituciones importan. Y mucho. La mejor manera de cuidarlas y mejorarlas es favorecer su escrutinio social. Alguna vez escuché a un filósofo del derecho decir que el mejor barómetro ético de la propia conducta es imaginarse que un hijo nos está mirando. Según él, aquello que no soporte la mirada exigente de quienes más queremos es algo que, casi con certeza, no resulta éticamente aceptable. En política democrática, el hijo del ejemplo son los ciudadanos. Y en aplicable analogía podríamos decir que no será razonable en la democracia transparente aquello que no pueda superar el examen crítico de una ciudadanía bien informada.

Será más exigente el servicio público en un contexto más transparente, pero, con certeza, en ese contexto será también más y mejor “servicio al público”


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