martes, 18 de noviembre de 2008

Dos comentarios excelentes

La crisis y los grandes consensos económicos
José Ramón Valente

El Ministerio de Hacienda y el Banco Central están dando por estos días sendas batallas. El primero esta resistiendo el embate de los empleados públicos organizados en la ANEF, que están exigiendo un aumento salarial totalmente desproporcionado con la realidad económica que enfrentará el país el próximo año. El segundo está siendo el principal mensajero de las noticias cada vez más alarmantes de la crisis financiera internacional que vienen del extranjero. Enfatizando así la necesidad de políticas de austeridad ante los tiempos que se avecinan. Y como bien sabemos en el mundo político, la práctica de culpar al mensajero por el mensaje que entrega está muy extendida.

En los próximos días vamos a ser testigos de fuertes embates contra estas instituciones y particularmente contra quienes las dirigen. Desde el mundo político se les enrostrará al ministro Velasco y al presidente del Banco Central, José de Gregorio, sus posturas primordialmente técnicas, como si esto fuese algo negativo, y se los invitará a ser más flexibles en sus posturas, como si esto fuese algo per se positivo.

Lo que decidan hacer tanto Velasco como De Gregorio al mando de sus respectivas instituciones en las próximas semanas y meses es crucial para ver si Chile sale fortalecido o debilitado de esta crisis económica que está recién en sus albores. Durante años las autoridades del área económica de los gobiernos de la Concertación, y también sus antecesores, han sostenido la importancia de mantener en Chile políticas macroeconómicas, aquellas que tienen que ver con variables tales como la inflación, el tipo de cambio, la integración de Chile con el mundo y las finanzas públicas, que respondan a criterios técnicos. Es decir, que se alejen de las tentaciones de alivios temporales, pero dañinos, que surgen como consecuencia de las urgencias políticas del momento y que se establezcan con una mirada de largo plazo, que tengan como objetivo primordial dar estabilidad económica al país de manera que tanto sus ciudadanos como la comunidad de inversionistas extranjeros, más allá de las dificultadas que obviamente surgen de las contracciones cíclicas (temporales), cuenten con un ambiente propicio para invertir, crecer y generar oportunidades de empleo para los trabajadores chilenos.

Esta forma de administrar la economía del país le ha dado ha Chile muchos beneficios y un bien ganado prestigio internacional. El país ha generado grandes consensos tanto técnicos como políticos respecto de este punto en particular. Un tipo de cambio competitivo para fomentar las exportaciones, tasas de inflación bajas y estables, aranceles bajos para las importaciones y un gasto fiscal acotado a las posibilidades de financiamiento del mismo son conceptos que las grandes mayorías en Chile comparten plenamente.

Puede que el ciudadano común tenga una postura relativamente escéptica respecto de este gran consenso económico al que hago mención en el párrafo anterior, más que mal por años ha sido testigo de álgidas discusiones entre economistas y parlamentarios de gobierno y oposición sobre diversos temas económicos. Es importante entender que si bien esa observación sería correcta, los principales temas económicos en disputa han sido de corte microeconómico; es decir, aquellos que tienen que ver con la legislación laboral, la eficiencia del uso de los recursos fiscales, la política energética o los impuestos específicos, por nombrar sólo algunos. En tiempos de bonanza, las posturas económicas de la Concertación y la Alianza y de los técnicos más afines a la filosofía que encarnan cada una de las coaliciones políticas parecen estar muy lejos unos de otros. En tiempos de crisis, el foco vuelve a ponerse en los equilibrios macroeconómicos, y en ese punto las diferencias son mínimas.

Es muy importante que tanto ciudadanos como gobierno sean conscientes de estos grandes consensos en materia económica, para que no se dejen arrastrar por los alaridos de los grupos de poder organizados, las minorías políticas y, sobre todo, de aquellos que se aprovechan de las circunstancias para sacar dividendos políticos por la vía de adoptar posturas que ellos mismos no comparten ni esperan que prosperen, pero que les permiten obtener dividendos políticos al mostrarse, como dirían ellos, “en sintonía con las necesidades de la gente”.

Debemos apoyar decididamente las buenas políticas económicas para enfrentar la crisis y, en mi opinión, la labor que están realizando tanto Velasco como De Gregorio hasta el momento es muy buena. Por de pronto, tanto los pergaminos académicos y profesionales de Velasco y De Gregorio son un excelente punto de partida. En ambos casos se trata de personas que tienen oportunidades de trabajo fuera del gobierno, probablemente en mucho mejores condiciones que dentro de él. Pero más importante aún, son personas relativamente jóvenes, para las cuales su prestigio profesional es importante y relevante una vez terminada su participación en al actual gobierno. En ese sentido, particularmente para ellos, hacer lo que estiman correcto y no lo que parece políticamente correcto cobra una dimensión personal importante, toda vez que está en línea con sus propios intereses de largo plazo

Viejos y nuevos liderazgos
Margarita María Errázuriz

Renovarse es la consigna cuando hay que cambiar personas que toman decisiones. Así lo expresa la fuerza con que se ha impuesto el nuevo liderazgo de los llamados “príncipes” y de otros jóvenes de la Democracia Cristiana y, también, así se entiende la elección de Obama como Presidente de los Estados Unidos.

La búsqueda de renovación puede significar muchas cosas, pero una es evidente: las generaciones jóvenes quieren espacios de decisión. A mi juicio, la sociedad quiere dárselos porque siente la necesidad de aire fresco. La mayor esperanza de vida y las mejores condiciones de salud que hoy alcanza la población —que han prolongado la edad útil de las personas ya maduras— dificultan dar una respuesta adecuada y oportuna a su legítima demanda.

En Chile esta situación se hace presente con más fuerza que en otros países. Nuestra esperanza de vida es la más alta de la región. Más de 85% de los hombres y 92% de las mujeres viven hasta los 60 años y, al llegar a esa edad, en promedio los hombres pueden esperar vivir otros 20 años más y las mujeres, cuatro más que ellos.

Un amigo que se acerca a la edad crítica en que se espera que deje su lugar a otros, y que es un gran intelectual, me decía días atrás: “¡Hasta cuándo se habla de los jóvenes! Yo también quiero un lugar, y que no sea residual. No quiero que me manden a hacer turismo. Eso, no”.

El problema es serio. No se trata de acontecimientos puntuales, involucra a dos generaciones. Si se pudiera hacer un símil con una carrera de caballos, tenemos a dos grupos de corredores: uno brioso, impaciente, que tira de las riendas para iniciar la carrera, y otro que ya llegó a la meta y mira con calma a su alrededor porque ya sabe cómo hay que correr. Lo malo es que muchos de nuestros caballos briosos —los jóvenes— no quieren participar en la carrera y los que ya tienen experiencia no piensan en dejarla.

Se estima que en las últimas elecciones municipales siete de cada diez jóvenes no votó, sumando los no inscritos y los que se abstuvieron. La famosa frase “no estoy ni ahí” responde, en mi opinión, a una actitud defensiva, que trata de salvar con dignidad una situación donde no se encuentran representados y no se abren oportunidades para ellos. Las dirigencias son siempre las mismas y los candidatos se repiten una y otra vez.

Hay una tensión latente —y a ratos notoria— entre estos grupos de edad, porque en el imaginario está la idea de que se trata de un reemplazo, pese a que sus distintas miradas son necesarias. No hay que olvidar que los jóvenes tienen enfoques innovadores y su espíritu es imprescindible para contar con una sociedad más pujante. Por su parte, las personas maduras tienen la experiencia que han ganado en años de correrías, la que les permite aportar análisis con solidez, equilibrio e inclusión. La no participación de cualquiera de estos grupos significa una tremenda pérdida para la sociedad.

Es urgente contar con un nuevo diseño que asegure la inclusión en la toma decisiones a jóvenes y adultos maduros para que puedan hacer su propio aporte. Ese diseño debe lograr entusiasmar a los jóvenes, abriéndoles espacios de participación atractivos; comprometer a adultos ya mayores en esta tarea, asignándoles el rol estratégico que se han ganado, y concebir dichos espacios de manera que ambos grupos desempeñen funciones de liderazgo distintas, complementarias y en estrecha relación.

Una regla de oro que debiera considerar ese diseño es la tan mentada delimitación del tiempo de permanencia en determinados cargos. Además, si se establecen funciones y roles distintos para cada grupo, se podrían agregar límites de edad en cada caso.

La gran dificultad para aplicar lo recién propuesto es que quienes deben decidir esos cambios estarían poniendo límites a su propio desempeño en el cargo y a su poder de decisión. Para facilitar esa opción, el diseño en cuestión debiera considerar un espacio nuevo, desde el cual ellos puedan seguir aportando.

Un alto grado de compromiso cívico debiera involucrarnos a todos en ese diseño

Acount