martes, 1 de septiembre de 2009

Dos muy buenos comentarios.....


Menos ciudadana, más política,
por Cristina Bitar.

En los últimos veinte años la política chilena ha pasado por períodos diferentes, de acuerdo con las circunstancias históricas que nos ha tocado vivir como país. Ello se ha visto claramente en las diferentes campañas presidenciales, las que han tenido sellos muy distintos. Así, mientras las del 89 y el 93 fueron elecciones marcadas por el retorno a la democracia, las del 99 y el 2005 se caracterizaron por su acento ciudadano. En la competencia con Ricardo Lagos, Joaquín Lavín impuso la frase “los problemas reales de la gente” y luego, en la campaña siguiente, la candidata Bachelet sorprendió con un estilo y un lenguaje ciudadano que la hacía identificarse eficazmente con las personas comunes y corrientes, especialmente las mujeres.

Esta elección, en cambio, es menos ciudadana y muestra un giro excesivamente político. Los candidatos, en general, se hablan entre ellos y mantienen polémicas que, en su mayoría, nada tienen que ver con los problemas de las personas. La delincuencia, la salud, la educación, no ocupan el eje central de sus disputas. Estamos frente a candidatos cuyas principales preocupaciones parecen ser las coaliciones, los pactos, los ciclos políticos. Así, Piñera ofrece una nueva transición, concepto que alude a un proceso político, abstracto y lejano para el ciudadano común. Frei, por su parte, ofrece renovar la Concertación, promesa elitista que alude a la cúpula del poder y que poco o nada importa a una persona que ha sido, por ejemplo, víctima de la delincuencia. Renovar la Concertación dice muy poco a un país que está en crisis, en que hay alto desempleo, en que los hospitales públicos atraviesan por graves situaciones. Incluso Marco Enríquez-Ominami, que aparece como un candidato renovador per se, se ha quedado pegado en sus disputas con la Concertación; en último término, su oferta es hacer un gobierno que devuelva la mística que hubo en el origen de la coalición y jubilar a los “viejos tercios”.

En ese plano se mantienen las discusiones públicas. Mucho ataque personal: que los negocios de Frei, que las peleas de su comando con los partidos, que el Banco de Talca, que el rol de Karen Doggenweiller en TVN, y muy poco, demasiado poco, del Chile real. El mundo político parece percibir que viene un cambio mayor. Se asume como un dato de la realidad, aunque no se declare así en el discurso, que la Concertación tiene muy pocas posibilidades de mantenerse en el gobierno. Es más, cada vez es mayor la probabilidad de que, impensablemente, llegue tercera en la primera vuelta. Es muy posible que la Coalición por el Cambio gane con Piñera.

Todo eso indica que se vendrá un cambio mayor en la centroizquierda. La Concertación que hemos conocido en los últimos veinte o veinticinco años vive sus últimos meses y nadie sabe con claridad qué vendrá después, dónde va a estar lo que quede de la DC, dónde va a estar el PPD, cuáles serán las nuevas coaliciones.

Pero en ese contexto de cambio político que está marcando la agenda de la campaña presidencial se ha ido perdiendo al ciudadano común y sus problemas. Las propuestas, aunque se formulen, no ocupan el centro del debate, y no son el motivo de la interpelación política, no obstante que en el país subsisten problemas graves. ¿Cómo vamos a enfrentar la crisis de la salud pública, con hospitales que no tienen director porque ningún médico se interesa en el cargo? ¿Cómo vamos a dar el salto que necesitamos en educación?

Es muy importante el cambio político que viene, pero muchas veces a los políticos parece que se les olvida que para la gente siguen siendo otros los temas que les preocupan en su diario vivir. Aquí hay una oportunidad para el que lo vea primero.


¿Qué cambia con el cambio?,
por Alejandro Ferreiro.

Después de casi 20 años de gobiernos de la Concertación, algunos señalan, especialmente desde las candidaturas opositoras, que la coalición gobernante no da para más. Los promotores del “cambio” vocean ese término casi mágico con tanto entusiasmo y convicción que uno debiera, de buena fe, creerles. Sí, creer que se disponen a realizar cambios significativos, que sólo ellos pueden encabezar, y para cuya concreción piden el apoyo del electorado. Pero los “cambistas” enfrentan desafíos para precisar su mensaje.

Desde luego, no resulta fácil explicitar en qué consisten esos cambios tan fundamentales —aquellos cuya relevancia justificaría alterar el rumbo político del país— cuando el cuarto gobierno de la Concertación enfrenta los meses finales de su período con altísimos niveles de aprobación. Ello obligaría a sincerar, con alguna incomodidad y costos políticos, diferencias concretas frente a las acciones u omisiones de un gobierno muy popular. ¿Pero no es ése un costo inevitable si se quiere ser creíble con la idea del “cambio”? ¿O, quizás, el “cambio” es poco más que un eslogan, un fetiche de campaña cuyos presuntos poderes mágicos no requieren la molestia de explicitar su contenido?

Dos respuestas posibles tienen estas preguntas. La primera supone reconocer que, en rigor, los cambios no serán significativos y que, si no existiera la presión diferenciadora de la campaña, se podría reconocer, tanto en público como en privado, que lo que se propone es más continuidad que cambio. Obviamente, declararse programáticamente continuista es poco estético y glamoroso para quienes posan de “cambistas”, pero puede que ésa sea la verdad. Mal que mal, se requiere bastante porfía para desconocer los méritos esenciales que tienen las políticas públicas que combinan crecimiento y responsabilidad económica con protección social. El bono para marzo y el esfuerzo de reiterar casi a diario que la protección social impulsada por la Presidenta Bachelet no sufrirá retroceso son expresiones de la campaña aliancista que parecen avalar esta hipótesis.

Pero también existe una segunda opción: una en que el cambio tiene sentido y contenido, pero no parecería prudente explicitarlo en tiempo de campaña. Este sería un “cambio” más consistente con lo que la Alianza suele votar en el Congreso. Un cambio que apunte a debilitar el rol del Estado, y —por más que se niegue— a congelar, en el mejor de los casos, los avances en materia de protección social. De hecho, recuerdo haber presenciado meses atrás el discurso en que el presidente de Libertad y Desarrollo, durante la cena aniversario de la institución, señalaba que las dos principales amenazas a la economía libre eran el proteccionismo y... el Estado de bienestar. Si bien muchos podremos coincidir con respecto a los males del proteccionismo, me temo que en la mirada acerca del Estado de bienestar, o protección social como se lo rebautizó en estas tierras, se marcan las grandes diferencias que separan a los principales bloques políticos del país. Y precisamente por eso es que la candidatura de Piñera tendrá que seguir repitiendo día a día, más de lo que quisiera, y con eficacia parcial, que no pretende echar marcha atrás en la red de protección social que han logrado consolidar los gobiernos de la Concertación.

En suma, y respecto a lo programático, la campaña de la Alianza no termina de aclarar en qué consiste el gran “cambio”. A juzgar por la continuidad esencial de las propuestas que han trascendido, no se ofrecen al país grandes novedades. Si eso es así, bueno sería asumirlo con todas sus letras, aunque ello suponga reconocimientos tácitos e inevitables a lo realizado por los gobiernos concertacionistas. Ahora, si en verdad se proponen cambios fundamentales, de esos que realmente estén a la altura de la sonoridad con que se repite el eslogan del cambio, bueno sería saber cuáles son. ¿No debiera ser ése el debate fundamental de la campaña? De hecho, para los que votan continuidad, lo hecho por la Concertación es público y notorio, pero para quienes voten por el cambio sería muy útil conocer en qué piensan los que lo enarbolan.

No, no quiero que se me mal interprete. Nada malo tiene que en el país existan consensos fundamentales. Esto es señal de madurez republicana y aprendizaje histórico.

Más aún, es el único modo en que Chile podrá seguir avanzando a futuro. El problema, por tanto, no está en reconocer los consensos, sino en desconocerlos. El problema es hablar tanto de cambio y explicarlo tan poco. Nada malo tendría querer gobernar para tocar la misma partitura con otros intérpretes. Pero eso no alcanzaría para fundar la oferta programática de quienes se presentan al país, precisamente, como la “Coalición por el Cambio”.

Recuerdo una mala broma de algún comentarista deportivo. Consultado en el entretiempo de un partido acerca de si había algún cambio para el segundo tiempo, respondió muy categórico: sí, cambio de lado.

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