miércoles, 16 de septiembre de 2009

Los septiembre del siglo XX (II).

Gonzalo Vial


La semana pasada hacía ver cómo, en el siglo XX, el mes de septiembre anotaba muchas efemérides históricamente importantes para Chile. Pero que dos de ellas habían hecho perder el recuerdo, prácticamente, de las anteriores: el 4 de septiembre de 1970 (elección popular de Salvador Allende) y el 11 de septiembre de 1973 (golpe militar).

Sin embargo, observaba, estas dos fechas septembrinas eran imposibles de entender sin los 4 de septiembre anteriores al de 1970: los de 1946 (elección popular de Gabriel González Videla), 1952 (elección popular de Carlos Ibáñez), 1958 (elección popular de Jorge Alessandri) y 1964 (elección de Eduardo Frei Montalva).

Y si no entendemos las efemérides de 1970 y 1973, ¿para qué nos sirve recordarlas?

Hace poco, un lector escribía a El Mercurio que, en su concepto, ambos aniversarios eran igualmente “lamentables”. Opinión digna de respeto, pero que necesita una explicación; no puede emitirse ni aceptarse como dogma.

Y ninguna explicación, creo, funciona si no considera los 4 de septiembre anteriores al de 1970, desde 1946. Pues ellos:

1. Marcaron el comienzo y desarrollo de una prolongada y honda crisis nacional.

2. Marcaron, desde 1952 y hasta 1970, el inicio de cuatro esfuerzos serios, y totalmente diversos entre sí, para solucionar dicha crisis. Esfuerzos bien intencionados, de grupos y personas de prestigio y experiencia... y que todos fracasaron. La crisis siguió y se ahondó.

Así, el año 1952, depositamos nuestra esperanza en el que debiera haber sido un gobierno autoritario, incorruptible, austero, realizador, por encima de grupos, intereses y partidos, a cargo de un hombre, Ibáñez, que había tenido todos esos caracteres un cuarto de siglo atrás

El año 1958 confiamos en quien poseía un currículo sin paralelo, a la vez, en la vida pública y en la de empresas y negocios particulares. Un ciudadano excepcional por su intelecto, independencia, preparación, espíritu de servicio público, sobriedad, desinterés, y que reunió alrededor suyo un equipo de nivel pocas veces visto. Un hombre que rechazaba las teorías y las ideologías, práctico por antonomasia... un «gerente» (Jorge Alessandri).

El año 1964 fue el caso más notable y sorpresivo... el de Eduardo Frei Montalva y la Democracia Cristiana.

Rara vez se habían reunido tantas cartas de triunfo para resolver la crisis. Resumamos:

A. Un triunfo presidencial por mayoría absoluta, que no necesitaba, consiguientemente, «arreglarse» con nadie en el Congreso Pleno (primera vez desde 1942).

B. Un partido de gobierno que casi juntaba la mayoría absoluta de los votos populares, y poseía el control de la Cámara de Diputados y una fuerte dotación de senadores y de representantes sociales (v.gr. en los sindicatos), y que manejaba TODAS las federaciones universitarias.

C. Un partido con el mismo equipo rector (Frei a la cabeza) durante treinta años, tiempo en el cual había mostrado fuste político, amistad, solidaridad, y notable coherencia de pensamiento y propósitos.

D. Posible alianza con el Partido Radical, y con una derecha derrotada y sumisa, que había apoyado la candidatura Frei sin condiciones, y estaba dispuesta a seguirlo planteando sólo mínimas exigencias.

E. El apoyo discreto pero total de la Iglesia Católica.

F. El apoyo abierto de los EE.UU., para quienes el nuevo gobierno de Chile era la única alternativa aceptable y realista a la revolución cubana.

G. Un aparentemente inagotable río de recursos: precios del cobre similares (en valor real) a los de hoy, antes de la crisis, y aumentada considerablemente la cantidad y la calidad de la producción del metal rojo; impuestos internos vigorosamente incrementados; todo el respaldo crediticio de los Estados Unidos, a través de la banca exterior, que influenciaban, y de la Alianza para el Progreso.

H. Apoyo de grupos empresariales y profesionales de selección, ansiosos y capaces de modernizar nuestra economía e instituciones. No es muy sabido, por ejemplo, pero muchos de los economistas doctorados en universidades yankis que luego implantarían el «modelo» del régimen militar sirvieron antes bajo Frei.

I. Por último, un Presidente respetado, de altas dotes, culto y apto para gobernar en un nivel superior, serio, de prestigio interno e internacional: un verdadero estadista.

Sin embargo, todos estos elementos positivos y promisorios, que parecían invencibles, fracasaron. Fracasaron Frei y la Democracia Cristiana en solucionar la crisis, como anteriormente Ibáñez y el ibañismo, y Alessandri y la derecha. Quienes el ’64 se proclamaran “la única alternativa al marxismo-leninismo”, entregaron a éste el poder en 1970.

No se trata de acusaciones personales ni políticas, sino de la simple comprobación de un hecho.

Y aquellos tres fracasos nada serían comparados a la fulminante, irremediable catástrofe de la salida marxista-leninista a la crisis, los años 1970-1973... el wagneriano colapso de la «revolución con olor a empanadas y vino tinto», que acarreó el golpe militar.

Quizás la solución marxista-leninista fuera viable, pero no lo demostró, como ninguna de las anteriores. Quizás hubiera OTRAS salidas, amén del golpe, pero ninguna se propuso, ni menos se impuso. Quizás el gobierno militar fuera peor que sus antecesores... pero no radica ahí el problema, sino en que éstos no pudieron subsistir, sin ninguna presión de las Fuerzas Armadas. La verdad: entre el ’70 y el ’73 se produjo —finalmente— la ingobernabilidad de Chile que se anunciaba desde 1952, o aun desde antes; los civiles no pudieron superarla, y los militares recogieron el poder de la calle, porque nadie podía hacerlo sino ellos.

Esto, cuando no permitían escapatoria distinta, ni la parálisis económica e inflación desbocada; ni el incendio de violencia y armamento clandestino; ni el desatado desorden público; ni la polarización de odios en marcha hacia la guerra civil; ni la amenaza de dividirse las propias Fuerzas Armadas; ni el peligro cierto de agresión exterior, agudizado por las tristes circunstancias que preceden.

Hacemos trampas en el solitario si olvidamos la crisis de los ’40 y los ’50, y los 4 de septiembre del ’46, el ’52, el ’58 y el ’64, al intentar explicarnos el 4 de septiembre de 1970 y el 11 de septiembre de 1973. Es legítimo que queramos superar nuestros errores, pero no que pretendamos borrarlos de la memoria o, peor todavía, esconderlos.

Acount