viernes, 6 de junio de 2008

Bardón y Melnick, dos comentarios imperdibles.


Concentrando pobreza
Álvaro Bardón

El Ministerio del Trabajo, lejos de promover el empleo y, por esa vía, una "mejor distribución del ingreso", lo que ha logrado es una minimización del total de ocupados, de manera tal que en Chile la participación laboral es la más baja del mundo: unos 10 a 15 puntos menos sobre el total de la población de lo que correspondería a un país normal europeo, norteamericano, latinoamericano, asiático o africano -esto es, entre uno y 1,5 millón de chilenos sin trabajo.

Históricamente -aunque no sea ésa su intención ni su percepción de su propia labor-, ese ministerio viene promoviendo leyes de inamovilidad, indemnizaciones, salarios y jornadas parciales, trabajo femenino, infantil, etcétera, que sólo fomentan la inactividad de los más pobres y menos calificados, y con ello, la desigualdad.

Si hubiera libertad de trabajo, se podrían pagar remuneraciones por horas o especiales según productividad, edad, sexo y demás variables. Si así fuera, muchas más personas podrían contar con un ingreso más o menos continuo, el que, junto al resto que percibe el grupo familiar o de los amigos, erradicaría la pobreza y mejoraría la distribución del ingreso como nunca antes.

El socialista constructivista de turno se opondrá de inmediato a toda forma de libertad salarial y de trabajo, con argumentaciones como la explotación, el salario de subsistencia, la lucha de clases y toda suerte de términos y teorizaciones que quizás tuvieron sentido en los pizarrones de siglos pasados, pero no ahora.

Por el contrario, con plena libertad de trabajo casi todos tendríamos empleo, y si bien muchos de ellos no serían "bien pagados", siempre existiría la posibilidad de mejorar, como ocurre en los más variados mercados libres. En éstos -perdonen la herejía- siempre se igualan la oferta y la demanda -lo que equivale a pleno empleo-, y les aseguro que, más allá de ciertos casos que podrían considerarse injustos y llevarse a tribunales, en el agregado habría mucha más gente de trabajo.

El ingreso de los asalariados siempre está determinado por la oferta y la demanda, y la evidencia muestra que en las economías libres en que se deja a la gente tranquila, ella consigue pleno empleo, incluida la más modesta, de bajo nivel educacional y de calificación.

El socialismo estanca, y no conozco casos de desarrollo a partir de reprimir la libre iniciativa personal. Las economías "socialistas" europeas de buenos salarios llegaron a esta condición después de años de desarrollo libre, básicamente capitalista. Nosotros, al copiar las leyes sociales europeas, lo que hemos logrado siempre es una mediocrización que concluye en una generalizada insatisfacción, cuando no en revueltas y crisis políticas.

El socialismo estatista ha sido nuestra ruina, y conviene recordar la antigua preocupación de las autoridades del trabajo por la previsión. Las "cajas" sólo les regalaban plata, créditos y casas a los más pudientes, a cambio de una alta inflación para los "obreros" pobres, junto a pensiones miserables. ¿A esto apuntan los que quieren deformar la nueva previsión por su "falta de solidaridad"?

La prioridad de los gobiernos y los ministros del Trabajo debería ser no empeorar la situación de los pobres, y eso supone cobrar conciencia de qué les significa a ellos en la vida real, por ejemplo, imponer un "salario ético", o de -en palabras recientes del presidente de Sofofa- "mantener la incertidumbre y la confusión" en materias laborales.
Camino a la tormenta perfecta
Sergio Melnick

Los ánimos se calientan y perdemos gobernabilidad. Paros violentos de subcontratistas, tomas violentas de estudiantes, paro de camiones, paro de micros en 12 ciudades, paro de profesores, paro del INP, paro de Correos, todo en pocos días. Descalificaciones van y vienen. Algo no trivial está pasando. Ya nos pasó más de una vez.

La democracia no es un fin en sí mismo. Es el modelo más exitoso para lograr acuerdos en libertad y progresar colectivamente. Es una forma de gobernabilidad en que las partes deben ceder en sus posiciones iniciales. No existe democracia si nadie quiere ceder nada. Las posiciones extremistas simplemente no son bienvenidas. Esa es la gran debilidad de la democracia, porque igual las debe aceptar y es destruida desde adentro. La izquierda chilena proclamaba sin pudor: avanzar sin transar, y una parte de ella parece que aún mantiene ese principio. Eso lleva siempre al despeñadero. La historia ha sido elocuente. Es obvio, además, que las sociedades excluyentes, o de grandes diferencias sociales, también llevan a la guerra. Lo que se requiere son reglas del juego aceptadas muy mayoritariamente: el Estado de Derecho, y marginar consensuadamente a los más extremistas, que no quieren ceder nada.

Los acuerdos sacrifican algo de la posición personal, por un bien colectivo mayor. Nadie es dueño de todas las verdades. Por ello hay que aumentar el respeto, y eso es gratis. De otra manera, terminamos odiándonos. Eso no significa evitar la discrepancia, sino al contrario. La diversidad es buena; más aún, es necesaria. Pero no sirve de nada si no hay acuerdos. Tampoco sirve quedarnos eternamente en los análisis y las “conversaciones”, las “mesas” o las “comisiones”. Al Gobierno se va a actuar, no a estudiar.

Cuando un dirigente sindical, como Martínez, o un senador, como Navarro, dicen que cumplirán las leyes sólo si les acomodan, se acabó la “sociedad” y empieza el germen de la fuerza. Cuando el vocero del Gobierno, que debe ser para todos, fustiga con ácida ironía a sus adversarios, crece la animosidad. Cuando un Presidente no logra cumplir un acuerdo público formal, termina la gobernabilidad, terminan las confianzas.

Cuando grupos irresponsables movilizan a estudiantes de 15 años, que a duras penas pronuncian las complejas palabras de sus consignas y menos las entienden, se está jugando con fuego. Están cebando y utilizando a los niños. También, si no logramos detener la delincuencia, estamos incubando una sociedad dañada en sus valores esenciales. Si no somos capaces de cuidar el ambiente, entonces no lo emporquemos.

No podemos hablar livianamente de derechos, sin explicitar también las responsabilidades que éstos importan. No estamos en el paraíso, sino en el difícil e imperfecto mundo terrenal. Sin duda alguna, todos tienen derecho a estar en la línea de partida de las oportunidades, pero de ahí en adelante empiezan las responsabilidades. Equidad es mucho más que sólo igualdad.

Necesitamos un sector privado que genere la riqueza material y el empleo. Que las iglesias y movimientos espirituales generen la riqueza espiritual. Que la educación genere riqueza intelectual y artística. Que la política equilibre los excesos de concentración de poder, y actualice permanentemente las reglas del juego balanceadas. También, que genere las oportunidades a los más débiles. Que el Gobierno administre con austeridad y eficiencia los recursos comunes. No necesitamos empleados públicos haciendo telenovelas, produciendo el pan, manejando trenes o trabajando en la minería. Tampoco necesitamos a los empresarios pontificando la fe.

El mundo entero cambió. Las ideologías clásicas fracasaron. El eje derecha-izquierda es irrelevante y tratar de revivirlo,. Los problemas actuales son totalmente nuevos y requieren, por ende, de enfoques nuevos. En la era de Google, Facebook, la Web 2.0, la ecología global, la velocidad y movilidad, la inteligencia artificial, la integración, el desafío es enteramente diferente. No se va a un camino nuevo con un mapa viejo. Algunos en la Concertación siguen mirando el futuro por el retrovisor, por eso se salen del camino en cada curva.

Creo que hay que trabajar en generar confianzas, amistad cívica, lograr acuerdos, y evitar una senda de confrontación que sólo lleva a la odiosidad. Quiero creer que lo que sea que nos separa es menos que lo que nos une. No sigamos mirando el futuro por el retrovisor.

Acount