jueves, 26 de junio de 2008

Dos comentarios de "lujo", de dos hombres valientes.

El futuro está en otra parte
Hermógenes Pérez de Arce

He escrito muchas veces que uno de los peores defectos de los chilenos es que no me hacen caso. Pero no es verdad. A la larga, me hacen caso. En plena "vía chilena al socialismo", yo predicaba la economía de mercado, y todos decían que estaba loco. ¿Y qué economía tenemos hoy?

Bueno, ahora les anticipo otra cosa. Ustedes se ponen de acuerdo en reintroducir el socialismo a la educación con el proyecto de LGE. Pero el futuro está en otra parte, y más temprano que tarde se abrirán las anchas alamedas por donde transitará el hombre libre, que volverá a la libertad educacional, el mejor de todos los sistemas.

Miren, cuando el gobierno militar consagró esa libertad mediante la LOCE, hasta los guerrilleros comunistas fundaban colegios. Esto, en sí, no era bueno, pero era una señal de libertad, y la libertad es buena. Ello se supo porque unos carabineros secuestraron a tres dirigentes del FPMR ¡desde el colegio particular que habían fundado!

Pero llegaron los socialistas al poder y discurrieron el Estatuto Docente, los "contenidos mínimos", que son "máximos" y coartan la libertad de programas, y cosas por el estilo. Inyectaron ingentes recursos a la enseñanza estatal, que cuadruplicó su gasto real en 18 años, sin mejorar. Pues, ¿cuál es la que da hoy mejores resultados? La privada, que no ha aumentado ni de cerca su gasto, pero es libre y competitiva.

Si les dieran a los dos millones de alumnos pobres la plata que malgasta el ministerio, todos -óiganme bien, todos- podrían ir a excelentes colegios particulares, porque dispondrían de un subsidio ("voucher") de entre cuatro y cinco veces la actual subvención a la enseñanza gratuita. El "aseguramiento de la calidad" se produciría como por ensalmo, sin otros entes burocráticos como los que crea la LGE.

Todo esto va a suceder más temprano que tarde. Porque es puro sentido común. Nadie se va a acordar de la LGE, con la cual la derecha, acostumbrada a dejarse cortar la mano para salvar el brazo (votó la reforma agraria, votó por Frei Montalva, votó por estatizar el cobre), parece hoy tan contenta. La educación libre y competitiva prevalecerá.

Todos nos daríamos por felices si los resultados de la prueba Simce de los colegios municipalizados fueran parecidos a los de los pagados. Bueno, la plata para lograrlo está. Si todos los colegios son particulares pagados, habrá calidad y nos podremos dar por felices, sin socialismo y con libertad. Ayer leí que llegó un inglés ofreciendo la idea de concesionar colegios públicos, como en su país. Cómprensela.

El socialismo ha hecho al Estado tan enormemente rico (se ha quedado con el 60 por ciento del mayor ingreso nacional por el alza del cobre y sólo en el primer trimestre de este año acumuló un superávit del nueve por ciento del PIB), que hasta el más quedado de los chilenos se dará cuenta de que esa plata no debe ser para los burócratas, que la dilapidan o cosas peores (todos los días hay nuevas denuncias), sino para las necesidades de la gente.

Un economista ha calculado que si el "gasto social" del Gobierno se distribuyera directamente entre pobres y menos pobres, dejando fuera al 10 por ciento más rico, nadie tendría un ingreso inferior a mil 600 dólares anuales (la línea de la pobreza está en mil 70 dólares.) Pese a ello, según la última encuesta Casen, todavía hay dos millones 220 mil pobres. ¿Qué pasa? Que la burocracia derrocha (o se queda con) la plata.

¡Chilenas y chilenos, la alegría ya viene! ¡Levantaos y exigidles la devolución de lo que es vuestro a los burócratas socialistas! En verdad os digo: esto fatalmente sucederá más temprano que tarde.

Y, otra vez, deberéis reconocer que yo tenía la razón.

¿Cuál Allende?
Gonzalo Rojas Sánchez

A 100 años de su nacimiento, a casi 35 de su muerte, el Allende verdadero debe comparecer ante nuestra mirada. En él confluían una serie de características no siempre congruentes entre sí, que iban desde su situación personal a su ideología, sus relaciones con las fuerzas de izquierda y sus ambiciones políticas; ciertamente era un personaje complejo.

Médico, masón, de buena posición social, de gustos refinados, de trato agradable, veterano político profesional, orador florido con tendencias reiterativas, parecía más bien un dirigente tradicional del Partido Radical que un PS. Tres veces derrotado en sus intentos electorales con el FRAP, sus compañeros de partido no se mostraron demasiado entusiasmados con su cuarta postulación: en el Comité Central del PS obtuvo 12 votos contra 13 abstenciones.

Sin embargo, el PC lo designó como candidato alterno a su propio abanderado, Pablo Neruda. Esta situación no se produjo por casualidad. Allende, en realidad, era un antiguo compañero de ruta del PC. El 15 de marzo de 1953, cuando se realizó en el Teatro Baquedano el homenaje al recién fallecido José Stalin. Allende había afirmado: "Stalin fue para el pueblo ruso, bandera de revolución, de ejecución creadora, de sentimiento humano agrandado por la paternidad; símbolo de paz edificante y de heroísmo sin límite, venerado por su pueblo; asombraba al mundo corrigiendo los propios errores, en un afán humano y digno de superarse; pero por sobre todos estos aspectos casi hieráticos de su personalidad, están su fe inmensa en la doctrina de Marx y Lenin, su irrevocable conducta marxista; todo lo hacía al servicio del pueblo, con la estampa de Lenin en los ojos y con el fuego del marxismo en el corazón; (...) Stalin ha muerto; hay muda protesta en las conciencias y congoja en las almas; hombres de la Unión Soviética, nosotros los socialistas, compartimos vuestro luto que tiene conmoción universal; (Š) vuestro consuelo, el saber que hay hombres que no mueren; Stalin es uno de ellos."

Después el futuro presidente se mantuvo completamente fiel al comunismo y a su sede rusa. "El PC es el partido de la clase obrera; el PC es el partido de la Unión Soviética, el primer Estado socialista del mundo; y quien quiera formar un gobierno socialista sin los comunistas, no es un marxista; y yo soy marxista," afirmaría con decisión.

Junto a su admiración por Moscú, Allende también se presentaba como un entusiasta de La Habana, donde concluyó compareciendo a la reunión fundacional de la Organización Latinoamericana de Solidaridad, (OLAS) controlada por el Departamento América del gobierno cubano. Y en el famoso Congreso de Chillán de 1967, Allende sostuvo que "sin claudicaciones", se requería de un partido "más duro y más fuerte, más dinámico en su acción, con conciencia revolucionaria y con capacidad política", para afianzar la Unidad Popular y llegar a los debidos acuerdos con los comunistas. En este contexto, no extraña que Allende confiara en su habilidad para transar las diferencias tácticas, en especial con el MIR, respecto del cual llegó a afirmar: "Veamos si es posible llegar a acciones comunes; y que el país sepa que tenemos tales puntos de contacto y podemos hacer tales acciones en común."

Está claro: Allende por su trayectoria inicial en política se ubicaba al lado de las posiciones de aparente moderación propiciadas por el PC. Pero, por sus más recientes actuaciones, se presentaba como un seguidor, un tanto heterodoxo, del revolucionarismo castrista y de la toma violenta del poder. ¿Había un modo propiamente allendista, entonces, de articular las diversas influencias revolucionarias que había asimilado, con su propia personalidad más bien burguesa? Sí, lo había. Concretamente, la "vía chilena al socialismo," con todas sus fatales consecuencias para el país.

Allende "reformista", stalinista controlado por el PC; Allende castrista, empujado por las fuerzas izquierdistas "revolucionarias"; Allende, "revisionista", con una "vía chilena" o "pacífica hacia el socialismo". ¿Cuál era el verdadero? ¿Uno, los tres, o ninguno? Quizás ni él mismo lo habría podido establecer con precisión.

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